Zaragoza a 09 de Febrero de 2014. Domingo. 07:09 am.
Hoy he cumplido trece años. Me he levantado prontísimo esta mañana, estoy muy nerviosa por los regalos que sé que me tienen preparados. Papá y mamá estuvieron ayer hasta muy tarde fuera de casa, yo sé que estuvieron comprándomelos a última hora. No me importa, la verdad, porque Clara siempre me dice, que los papás andan ocupadísimos con sus cosas. Con el trabajo en la galería de arte, siempre corriendo sin parar de un lado a otro. Tanto es así que a papá le salió un agujero en el estómago de tanto estrés. Yo no sé muy bien que es el estrés, sé que es algo muy malo, ni siquiera Clara está muy segura, debe de ser algo que tiene que ver con hacerse viejo. Yo he decidido que nunca me haré vieja. Nunca, nunca, nunca.
Hoy he cumplido trece años. Me he levantado prontísimo esta mañana, estoy muy nerviosa por los regalos que sé que me tienen preparados. Papá y mamá estuvieron ayer hasta muy tarde fuera de casa, yo sé que estuvieron comprándomelos a última hora. No me importa, la verdad, porque Clara siempre me dice, que los papás andan ocupadísimos con sus cosas. Con el trabajo en la galería de arte, siempre corriendo sin parar de un lado a otro. Tanto es así que a papá le salió un agujero en el estómago de tanto estrés. Yo no sé muy bien que es el estrés, sé que es algo muy malo, ni siquiera Clara está muy segura, debe de ser algo que tiene que ver con hacerse viejo. Yo he decidido que nunca me haré vieja. Nunca, nunca, nunca.
Nada más que llegaron, ayer, mamá vino a darme un besito de buenas noches, la oí subiendo las escaleras y entrar muy despacio en mi cuarto. Mientras, yo me seguía haciendo la dormida. Llevaba desde las diez y media acostada, incapaz de coger el sueño, ansiosa y expectante. Al acercarse a mi cama percibí que olía a humo, a colonia y al fresco aire de la calle. La mezcla de estos tres olores me pareció un perfume muy especial. Tan original como mi madre. Me reí por dentro al escuchar lo despacito que palpaba por la mesilla buscando el interruptor de la lamparita, y tuve que hacer mucho esfuerzo para que no se me notara. Se inclinó sobre mí y cuando sentí el calor de sus labios en mi frente no pude más y me agarré de su cuello, besando sus labios con toda mi fuerza, mamá me abrazó con dulzura y firmeza y puso cara de enfadada. Pero yo sabía que no lo estaba.
-¡Tramposa! – me riñó, con aire de comediante. Y me besó aún más fuerte; yo me moría de la risa. Escuchamos a Clara quejarse de nuestro alboroto desde su habitación. Y mamá me hizo la señal de silencio con un dedo en la boca.
-No te da vergüenza, despierta a estas horas, eh.- me susurró muy bajito.
-¡Venga mamá! sólo quería saber a qué hora llegabais – puse cara de buena – ¿cómo habéis tardado tanto?, a Clara se le ha quemado la pizza. Ha, ha, ha.
-Mira que eres petarda, monstruito.- siguió hablando bajito.- No me gusta que te rías de tu hermana. La pobre hace lo que puede. ¿De acuerdo?
-Sí mamá – hice un mohín y me sentí malvada. Pero era la verdad y papá siempre dice que la verdad sólo tiene un camino y que ese camino hay que seguirlo aunque sea difícil.
Mamá me dijo que habían estado cenando con un importante pasante de arte europeo y que estaba muy interesado en la galería, lo cual les hacía muy felices y que al enterarse de que yo cumplía mañana los trece añitos, “cómo odio que me hablen así, ya no soy una niña pequeña”, le había regalado una cosa para mí. Sacó del bolso un diario con tapas granates de cuero, con setecientas cincuenta páginas en blanco, para que escribiese todos los días las cosas importantes que me pasaran. Me recuerda a todos esos libros que papi guarda en su estudio, pero éste es mío y yo voy a ser la escritora, qué ilusión me hace.
Antes de bajar al estudio de papá, me dio otro beso en la punta de la nariz, apagó la luz de la mesilla susurrándome al oído lo muchísimo que me quería y que durmiera muy fuerte, muy fuerte, porque mañana tendría un día muy largo, divertido y especial. Le pedí que no cerrara la puerta “con los nervios me agobio mucho en los sitios cerrados”
Ahora cuando escribo esto no paro de acariciar la tapa de cuero con el dedo, es muy agradable y suavecita. Me han dado ganas de hacer algún dibujo dentro, pero mamá ya me dijo ayer que esto de escribir es una cosa muy seria y que he de tener disciplina y hacerlo cada día y que cuando se me acabe éste me comprará otro diario aún más chulo, pero yo creo que no existe otro más bonito en todo el mundo.
Son ya las siete y media, voy a salir a dar un paseo, a ver si Clara se viene conmigo, que aunque hace frío no puedo esperar en casa hasta después del desayuno para que me den los regalos. Coño, me muero de ganas por estrenar la Playstation5.
DIÁRIO DE MARTA ALCOCER
Zaragoza a 09 de Febrero de 2014. Domingo. 13:23 pm.
Me acabo de meter en mi habitación y aún me dura el susto. Mis padres no se creen nada de lo que les he contado y están muy enfadados conmigo. Mi madre está muy cabreada y demasiado indignada con el comportamiento de mi padre durante el día de hoy como para darme consuelo en estos momentos, papá nos tiene a todos sorprendidos, él nunca ha sido violento. Durante la comida “los domingos solemos comer pronto” para que mi hermana pueda ir a ensayar, ha sido todo muy raro y tenso. Me han prohibido hablar de esto con nadie. Dicen que inventándome cosas así no consigo nada bueno, me han castigado sin salir una semana entera. Solamente me dejarán ir al cole. A Clara le han cargado la responsabilidad de vigilarme, para que tras las clases no me entretenga con las amigas y venga derechita a casa. Tengo prohibido ver la tele, hablar por teléfono, usar el portátil “que me han requisado” y jugar con la Play nueva “Que por cierto, ni me la han dado”. Joder. Yo sé que digo la verdad y que no me he inventado nada. ¿Por qué a los niños nunca se nos cree y se piensan que todo son fantasías? Se creen que les he gastado una broma pesada, y que no tengo nada más que ganas de tocarles las narices. Sólo Clara me cree, a ella y a mí nos basta con mirarnos a los ojos para saber si decimos la verdad, o no. Claro. Pero a nadie le importa lo que opine ella. Clara tiene quince años [a punto de hacer los dieciséis] y como es otra niña, se piensan que las dos nos ponemos de acuerdo para gastarles bromas pesadas. No sé qué haría yo sin ella y sin su apoyo. “Aunque papá diga que no existe. ¿Qué se sabrá él?” Le doy gracias a Dios Por tenerla a mi lado, y porque ella me quiera tanto y me comprenda. Es la única persona en todo el mundo que me entiende.
Me he pasado casi una hora tumbada en la cama. Sin dejar entrar a nadie. Ni a papá que ha subido a por el móvil. “Le he tirado la tarjeta por debajo de la puerta”. Ni a Clara, que ha venido un par de veces para hablar conmigo. Papá está muy enfadado y como no he querido ni verle me ha encerrado con llave desde afuera. Como necesitaba centrar las ideas y poner las cosas en orden dentro de mi cabeza, no me ha importado que lo hiciera. Ahora creo que ya tengo todo en su sitio, estoy más calmada y centrada para relatar lo que realmente me ha ocurrido.
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Esta mañana Clara no ha querido salir a la calle. Me ha dicho que le dolía la tripa y que debía ser porque estaba a punto de bajarle la regla. La primera fue horrorosa para ella, tuvo muchísimos dolores. A mí me tocaría cualquier día de estos, mis amigas ya la tienen, bueno, casi todas. Joder que mierda. Pensé que hacerse mayor es lo peor que le puede pasar a una persona y me fui preocupada por la cara de asco que tenía. Que debió ser la misma que puse yo cuando me lo dijo. Mamá dice que es algo natural y que así las mujeres podemos traer otra vida a este mundo, pero por mí ya se podía extinguir toda la gente. Qué asco, Dios mío.
Pensé en pasarme por casa de Eva, en la Ciudad Jardín, total ya eran casi las ocho y andaría metida en el Facebook antes de que se levantara su hermano y le robara el portátil. “Los tíos son otro asco, siempre mandando y metiéndose en todo. Parece que por el simple y casual hecho de tener polla les dé derecho a ser unos completos imbéciles”.
Al llegar a casa de Eva la lluvia estaba empezando a caer con fuerza, lo había estado haciendo toda la noche, pero de manera más fina. Me fijé que los setos que tenían tras la valla de afuera estaban mal cuidados y dejaban muchos claros por los que se podía ver perfectamente el interior del jardín. Se notaba que no había salido nadie durante la mañana, no había ni una pisada en el caminito de tierra de acceso a la vivienda. Ella vive en el barrio que más me gusta de toda Zaragoza, la Ciudad Jardín, me encantan esas casicas con patio, parece un pueblo y siempre que ando por sus calles me siento como en otro lugar. Llamé y me abrieron tras preguntarme su padre que quién era. “Me pareció molesto”. Entré y tuve que saltar la valla de madera que habían puesto a metro y medio de la puerta principal ya que la puertecita estaba cerrada. Estaba instalada para que no saliese el hermano pequeño de Eva, tiene dos años y está hecho un nervio el zagalico. La maldita vallita estaba mojada y me mojé todo el culo, la lluvia dentro golpeaba con estrépito en la gravilla del suelo y en las anchas hojas de las plantas junto al caminito, pisé un charco que estaba allí desde la noche y se me hundió el pie hasta el tobillo. Me apeteció asesinar al maldito charco. Pero, ¿cómo se hace una cosa así?, reí para mis adentros y pensé que sería algo digno de ver. Compartir mi primera mañana de trece años con mi mejor amiga me apetecía un montón, me refugié de la fría lluvia bajo el porche y llamé al timbre. La madre de Eva tardó casi tres minutos en abrir la puerta y cuando lo hizo estaba en camiseta y bragas. Una bofetada de calor me dio en la cara. “Siempre se pasan con la calefacción en esa casa”. La señora Maite tiene treinta y ocho años y de cuerpo está bastante bien, pero no creo que sea excusa para andar así a abrir la puerta. Nada más verla me fijé en tres cosas: la cara de hecha polvo que tenía, lo que se le marcaban los pezones, y el olor a cerveza que echaba. Me dijo que Eva aún estaba durmiendo, “qué ingenua me pareció”. Mientras me hablaba miré al fondo de la sala de estar porque me llamaron la atención unos calzoncillos rojos tirados en el suelo y una apagada tos de hombre. “Estos piensas que los hijos duermen y están aprovechando”. Se me escapó una risita al llegarme el olor de “esa cosa” que papá a veces le echa al tabaco. “A esa cosa que yo no debería saber qué es”. La señora Maite puso cara de reproche, y me dijo que si mis padres no me habían educado o algo así. Ella es la que no tiene educación. Eva me dice que está cansada de encontrárselos haciendo eso en cualquier rincón de la casa. Que mala suerte tener unos padres tan guarros.
La señora Maite cerró la puerta con cara de pocos amigos mientras se rascaba el culo. “Qué asco de mujer”. Le pedí a Dios que si un día me volvía como ella me fulminara con un rayo.
Me fui pensando en el día en que encontré a mis padres haciéndolo. “Fue hace cinco años. En el verano en que me regalaron la bici de carreras, como premio a mi buenas notas en el cole. [Un pleno al diez]. Como dijo papá. Ese día me caí de morros bajando una cuesta y Clara me llevó corriendo a casa. Con toda la cara llena de sangre del corte que tenía en la frente. Nos los encontramos en el suelo del salón de espaldas a la puerta: mamá encima de papá, casi desnudos. Nos quedamos petrificadas las dos del espectáculo que contemplamos, mamá se movía como una loca a la vez que chillaba y se quejaba. Miré a Clara [que tenía cara de pánico] y los miraba a ellos, yo no entendía nada. Clara me tapó los ojos con la mano y empecé a llorar. Entonces oí a papá que se enfadaba mucho; y mamá maldijo como nunca antes lo había hecho. La frente me ardía de dolor, el sabor a hierro de la sangre me impregnaba la boca y estaba muerta de miedo y de angustia”.
“Clara me dijo esa noche que estaban haciendo el amor. Que dos personas cuando se quieren, hacen eso. Yo entonces le dije que nosotras nos queríamos mucho y no hacíamos eso. Aun recuerdo las risas de Clara cuando me explicó que para hacer eso, había que estar casada con un hombre y que esas cosas son de mayores. Los niños no podemos verlo y por eso se enfadaron tanto. Yo pensé entonces que seguía sin entender nada. Me pareció que mamá sufría mucho, a raíz de los gritos que soltaba. Resolví que no me gustaban las cosas de los mayores, eran tan raras las cosas que hacían. Tan complicadas”.
En vista de que no podía contar con Eva. Decidí irme directa para la estación ferroviaria. A la zona Detrás de la Intermodal. “bueno, más bien detrás del centro comercial Augusta” Esa que nunca sale por la tele. Donde hay una enorme nave y decenas de vías que mueren en ella, la utilizan para reparaciones y mantenimiento. A veinte minutos de mi casa, y a treinta y cinco de casa de Eva. Aquello siempre estaba tranquilo y había muchas cosas para investigar. Hacía mucho frío y según recorría las calles, me fijé en que apenas había gente por ellas y era raro porque los domingos por la mañana solía estar todo lleno de personas que van y vienen, sacando al perro, volviendo de una noche de fiesta que se alargó demasiado... Bajan muy temprano para comprar el pan o el periódico, hacen footing… Pensé que la lluvia y el frío tendrían la culpa.
En cuanto crucé por la Avenida Madrid paró de llover. Y se echó una niebla muy rara. A pesar de que no soplaba ni gota de aire, no paraba de moverse formando largos girones, parecía como si reptara. Era tan densa y abundante que avanzaba de modo que se atropellaba a sí misma, formando voluptuosos grumos. Por unos lados era lenta y perezosa, por otros, avanzaba con rapidez. Además parecía que saliera directamente del suelo, como si el agua al caer del cielo hiciese hervir la calle. Iba envolviendo a cada cosa que se encontraba, como si lo inspeccionara. Hasta a los coches parecía costarles atravesarla, al meterme por la calle Arias pasó un Opel Kaddet a mi lado y me sorprendió ver que hasta dentro del coche se había metido la niebla. Venía enfilada hacia mí. Abarcando de acera a acera, todo lo ancho de la calle. Así que giré a la derecha por la calle Lastanosa para meterme a la izquierda por Pedro II El Católico. Me tranquilicé un poco, por allí no había. Aquella niebla era extraña, nunca había visto una igual y me dio cague meterme por ella. Desde luego prefería dar un rodeo, total no pensaba ir a casa hasta las una por lo menos. Y un poco de mal tiempo no me iba a fastidiar los planes. Además. Con mi hermana mala y mis padres de resaca, la vida no comenzaría en casa hasta esa hora más o menos.
Me fui callejeando, crucé Rioja y subí por Alfonso Comín, al acercarme a la tienda de bisutería de la señora Pilar, pude verla junto a la puerta. Hablando con una clienta, no paraba de mover los brazos. En un principio me pareció enfadada, pero me di cuenta de que lo que le pasaba era que debía estar al borde de un ataque de nervios, ya que estaba en plena calle y sin el abrigo, “por Dios, con el frío que hacía” dándole enormes caladas a uno de esos horribles puritos que fumaba. “A ese ritmo en tres chupones se lo acababa”. Me picó la curiosidad y apreté el paso. Cuando llegué a la altura de las dos mujeres, hice como que se me había desabrochado una bota y me incliné para atarme los cordones, [en vez de eso los desabroché, a la vez que ponía oreja]. Escuché como le decía que estaba muy asustada por la ola de violencia que estaba ocurriendo en la ciudad. Ya eran nueve personas las que se habían comportado de forma agresiva y sin motivo aparente, solo por la zona de Delicias. Al parecer la policía no tenía ni idea del porqué de esos brotes de locura, porque, según parecía esas nueve personas no encajaban en el perfil de los que intentan asesinar al primero que se les cruzara por la calle. Por lo visto ella creía que estos sucesos se debían a la voraz crisis económica, social y hasta moral que estaba minando la salud mental de la gente, puesto que la recesión asolaba al país desde hacía más de siete años y no se le veía salida por ningún lado. La oí decir que pensaba cerrar la tienda unos días, [hasta que todo esto se calmase]. Me sorprendió mucho la noticia de esos ataques, ya que en casa no había escuchado nada de ese tema.
La señora Pilar era amiga de mi madre, pero a pesar de eso, al recalar en mi presencia puso cara de enfado. Se me acercó para invitarme a que siguiera mi camino. Me aconsejó que me fuese a casa. Que las calles no eran seguras en esos días para nadie y menos para una niña pequeña. Me la quedé mirando con cara de boba, [por aquello de disimular], mientras pensaba “que te den, gorda” y eché a correr calle arriba.
Al doblar por la calle Murero me quedé sin fuelle y dejé de correr. Pero seguí andando a buen paso para no enfriarme. Me volvió a extrañar la poca gente que había en la calle. Apenas me crucé con quince personas por una zona que suele estar muy animada a esas horas tempranas. Me chocó ver a unos basureros que iban lo menos siete con sus carros de limpieza urbana. Caminaban como abatidos con las miradas perdidas o fijas en el suelo.
Continuará
Muy bueno, Carlos. ¡Un abrazo!
ResponderEliminarGracias Alcorze, gracias por tu apoyo y tu ánimo. No se si has caído en la cuenta de que el apellido de la protagonista es una derivación de tu "nombre"....me inspiras amigo mío....jajaajaajajaa.
ResponderEliminarMe ha encantado. El personaje de Marta es una pasada, me imagino en todo momento a la niña que retratas. Y como cuenta todo a través de su particular realidad. Además nos dejas con la "mierda" en la bocay a esperar hasta el siguiente mes. Te parecerá bonito ;)
ResponderEliminarPues claaaaro....hay que darle intrilíngülis a la cosa....jajaaajajjja
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