ETERNIDAD
Maialen Alonso
Cada día, dormía. Cada noche, moría.
La mía es una historia corta pero intensa, la
historia de una vida oscura teñida por la sangre que me daba la vida. ¿Cómo
llegue aquí? Fácil, por amor. Por una vida amarga y llena de dolor. Si estás
dispuesto a leer, yo estaré dispuesta a contar.
Un padre horrible, y una madrastra cruel. Mi
vida era oscura y sin luz, porque me pegaban y me despreciaban cada día, a cada
minuto de mi existencia. Era odiada por los de mi propia sangre, porque no era
perfecta, porque no era hermosa. Mi padre me golpeaba porque me odiaba, y su
esposa me insultaba porque no era de su sangre.
Cansada, sin poder continuar con una vida tan
horrible, me fui, me fui lejos de mis verdugos, lejos de mis odiosos captores.
Prefería morir fuera y libre, que dentro y encadenada.
Vagando por las calles oscuras en medio de la
noche, me encontré al ángel de la muerte, de ojos rojos y pelo oscuro. Era lo
más bello que jamás había visto, y él lo supo al momento, porque al ángel de la
muerte nada se le escapa. Me miró sonriendo y dejando ver dos finos colmillos
en la comisura de su boca. Yo sabía qué debía decir.
—Mátame —le pedí en un susurro.
—¿Por qué? —preguntó él.
—Porque soy una muerta en vida —se quebró mi
voz.
—Entonces te llevaré conmigo —contestó
caminando hacia mí.
—¿A dónde?
—Si eres una muerta, debes estar conmigo.
Callé durante un segundo al sentir un pequeño
temor recorrer cada parte de mi cuerpo, haciendo temblar mis extremidades.
—¿Asustada? —quiso saber.
—Un poco, porque la muerte duele, y algún día
también me dejarás.
—No te dolerá, ya nada te hará sufrir, nadie
te pegará y nadie te maltratará. Estaré eternamente contigo.
—¿Cómo lo sabes?
—Porque siempre te he observado, porque
siempre te he visto en sueños.
—Eres el ángel de la muerte —afirmé cogiendo
su mano fría.
—Así es, y vengo a por mi regalo.
—Entonces tómalo rápido, antes de que
desfallezca de cansancio y sufrimiento.
—Lo cogeré y no lo soltaré.
Sentí una punzada, no era agradable, pero
tampoco desagradable. Y bebió mi sangre roja como un rubí, sabrosa y cálida, la
saboreó durante largo tiempo y yo sentí como mi aliento llegaba a su fin, como
mi cuerpo se enfriaba diciendo adiós a una vida.
Cumplió su promesa eterna, no más
sufrimiento, no más dolor y no más soledad. Quinientos años han pasado ya desde
ese día, quinientos años de felicidad y prosperidad, de amor y pasión
desenfrenada. Quinientos años de libertad. El principio del final de mi vida,
una vida marcada por el dolor y el sufrimiento del que me liberó para siempre.
Una historia corta e intensa es la que conté, triste y omitida. Porque el
verdadero sufrimiento que sentí, jamás podría expresarlo con palabras. Porque
el amor que siento ahora, no tiene expresión humana.
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