jueves, 20 de junio de 2013

Código: Génesis X · Capítulo 4 por Maialen Alonso




Capítulo 4 
Un inesperado encuentro
 

La situación de la ciudad estaba lejos de lo que llegó a imaginar. Shana dio vueltas sobre su propio eje mirando todo a su alrededor. Si bien era cierto que nunca había estado allí, había visto la televisión y el periódico, y desde luego no era lo que había grabado en su
memoria. La vegetación se había tragado absolutamente todo convirtiendo el lugar en unaselva. Parecía no haber ningún tipo de animal, lo cual agradeció terriblemente, el solo hecho de imaginar que algún depredador apareciese frente a ella la aterrorizó.
—No sé qué hacer… —murmuró sentándose para descansar— No hay nadie. ¿Qué
pasó, papá? Tengo miedo… —suspiró y miró sus pies desnudos y el pijama que seguía
vistiendo— No puedo cambiarme, toda la ropa que hay está casi deshecha.
No estaba segura de qué hacer, no había nadie... y pensar que podría ser la única humana en la tierra le quitaba todo el aire de los pulmones, hasta tal punto que quería llorar, y ella nunca lloraba.
Un fuerte pitido resonaba por toda la estancia molestando los oídos de los presentes.
En el centro había una extraña silla de color verde metalizado, estaba perfectamente posicionada frente a un cristal de enormes proporciones y en ella había un hombre sentado que miraba con pose imponente el cristal, el cual había dejado de mostrar el brillante exterior haciendo aparecer una imagen que le hizo fruncir el ceño.
—¿Qué hacemos capitán? —preguntó alguien sentado frente a él, a unos metros de
distancia— La señal parece clara, dudo que sean interferencias.
—Está prohíbo aterrizar, Morrik —habló pausadamente mientras se pasaba una mano por el mentón afilado.
—No creo que eso sea un problema —la puerta se abrió a su espalda con un sonido seco—, teniendo en cuenta que ya hemos bajado más de una vez.
—Sí, pero últimamente las naves del Emperador están rondando por este sector… — dejó escapar un largo suspiro y se levantó— si nos detectan tendremos problemas.
—Por supuesto, se mueren por ponerte la mano encima —el hombre que acababa de
entrar caminó y se posicionó junto al capitán—. Eres un chico malo, Luzbel.
Dejó escapar una risa ronca mientras se acercaba al que estaba sentado, puso una mano sobre su hombro y observó la señal con mayor detenimiento.
—No sé quién estará rondando por ese planeta muerto y prohibido —habló tras unos segundos en silencio—, pero me lo vais a traer aquí. Manda a Tak´ul, déjale claro que sea lo que sea, lo quiero de una pieza.
—¡Sí, capitán!
Shana comenzaba a tener hambre, pero no había absolutamente nada que llevarse a la boca, incluso dudaba de poder beber agua, porque se encontró un enorme lago en medio de la ciudad, en la zona más baja. Los edificios salían de él, algunos medio derrumbados, otros a punto de hacerlo. El agua era tan cristalina que desde la pendiente en la que se
encontraba podía ver todo lo que había sumergido en las profundidades, pero ningún pez, allí no había nada más vivo aparte de ella y las plantas.
—Si supiera cuales se pueden comer… —se dijo a sí misma mirando varios matorrales que no conocía— Mañana intentaré buscar algún libro que hable sobre ello, por ahora, será mejor que busque un sitio en el que descansar.
Miró la cama que había en la tienda de muebles, el pesó de esta había destrozado las patas así que no le preocupó que pudiera ceder con ella encima. Con las manos palpó la superficie, no estaba en buenas condiciones, pero era lo mejor que había encontrado.
—Es más cómodo de lo que había pensado —admitió cuando ya estaba sobre la cama con las piernas estiradas y observando el exterior de la calle.
En aquel momento, sus ánimos bajaron tanto como la temperatura, comenzaba a temer tanto… Deseaba saber lo que había ocurrido, y esperaba y rezaba porque sus padres no hubieran sufrido una muerte cruel. Hundió la cara en sus propias rodillas, se daba cuenta de pronto de que estaban muertos, ellos, que habían formado todo su mundo ya no estaban, pero para animarse un poco a sí misma se dijo que al menos, al ser su mundo tan
sumamente reducido, no estaba sufriendo la pérdida de amigos u otros seres queridos…
—Creo que pensar así es más triste todavía… —se dio cuenta repentinamente— No he tenido ni un amigo en mi vida, es la primera vez que paseo por la ciudad, y resulta que ya no queda nada. Nunca podré ir al cine o a un bar… tampoco tendré una triste cita con un
chico. Aunque si soy sincera, tampoco pensé nunca que lo fuese a hacer. ¡Ni siquiera sé lo que siento o debería de sentir! —golpeó con suavidad el colchón, estaba frustrada— ¿Que si tengo miedo? ¡Por dios que sí! Me tiembla todo.
Decidió callarse, porque aunque no había nadie más allí, se sentía estúpida hablando sola. Lo mejor en aquel momento era tragarse todos los malos sentimientos, no podía hacer nada, no podía revivir a todas aquellas personas que había visto tiradas por la calle “o lo que quedaba de ellas”, porque no eran más que esqueletos.
Dejó escapar un suspiro mientras miraba la calle, el sol comenzaba a dejar extraños tonos anaranjados, nunca había visto un color como aquel, y ella siempre observaba el
anochecer desde la gigantesca ventana de su habitación. Aunque siniestro, resultaba hermoso, se sentía hipnotizada, por un segundo todo lo malo se desvaneció, pero pegó un brinco en la cama que crujió bajo su trasero peligrosamente cuando escuchó un estruendo
enorme.
—¿Alguien? —alcanzó a decir levantándose y cogiendo la mochila— ¡Hay alguien!
Sin pensar si quiera en lo que estaba haciendo, salió por el hueco en el que una vez hubo un cristal y comenzó a caminar rápido y con cierta desesperación hacia la dirección
desde la que estaba segura provenía el sonido. Sus ojos verdes se entrecerraban por la potencia inusual de la luz del crepúsculo. En un primer momento creyó que se debía a que
había estado toda la vida en casa, pero lo descartó, porque ella siempre se sentaba frente a la ventana para disfrutar del astro. Se paró en secó y usando una mano para crear una
pequeña sombra sobre su cara, vio que el sol estaba mucho más cerca de lo que debería.
—No soy una experta —comenzó a pensar en miles de documentales—, pero esto no debería de ser así… de estar tan cerca del sol, me tendría que quemar, y hace frío.
Se encontraba en una pequeña cuesta, la parte redondeada de arriba comenzó a cambiar. Por culpa del sol no podía ver bien, pero la sombra se movía y comenzaba a dibujar una ancha y extraña silueta.
—¡El ruido de antes! —no pudo evitar alzar su voz emocionada.
El sol casi se había ido, solo unos segundos más y podría verles con claridad, porque había diferentes alturas y ya comenzaba a poder diferenciar a tres personas caminando. Se
quedaron de pies allí arriba, sospechó que observándola del mismo modo en el que ella les escrutaba. Cerró los ojos tan solo un segundo para descansar, pues le picaban de manera incómoda por no haber parpadeado, cuando enfocó con la mirada, ellos ya estaban bajando y podía verles con claridad, no tenían nada de humano.
—¿Qué diablos…?
Dio un pasó atrás mientras todo su cuerpo comenzaba a endurecerse, parecían humanos, porque tenían dos piernas y dos brazos, o eso pensó hasta que vio a uno de los individuos, de quien sobresalía un par extra de extremidades desde ambos costados. Capaz
ya de diferenciar incluso los tonos de sus cuerpos, vio que la mujer tenía un color ceniza, la del ser enorme era verdosa, y la del que tenía cuatro brazos parecía casi de color rojo.
—¿Mu… mutantes? —fue lo único que pudo pensar, porque no había más explicación para ella.
Apretó tanto los dientes que sintió una punzada de dolor. Por suerte, su cuerpo actuó por propia voluntad, se giró y comenzó a correr por primera vez en su vida sin pensar en los riesgos que aquel simple acto podrían conllevar para su cuerpo. Pero lo que acababa de ver no podía ser real, ¿tal vez algún desastre nuclear? Porque sin duda, eran mutantes, no
tenían nada de humano.
—¿Qué diablos hace? —preguntó una voz siseante— ¿Huye de nosotros?
—Con tu cara no me extraña —la mujer le miró de soslayo dibujando una sonrisa de burla—. Sea como sea, el capitán ha ordenado llevar al signo de vida, si huye… cazémosla
—acabó preparándose para correr tras ella, pero una mano del tamaño de su cabeza la agarró— ¿Qué mierda te pasa Tak´ul?
—Yo diría que ese gruñido… intenta decirte que no te pases, las órdenes son claras — entornó los ojos pensando en si había acertado, el hombre verde asintió— ¡Cada día soy mejor tío!
—Maldito estúpido —puso una mueca de asco mientras le miraba—, cállate y vamos antes de que perdamos su rastro.
Los tres corrieron calle abajo, en la misma dirección en la que Shana había huido despavorida. Eran rápidos y ligeros, incluso el más grande, que era capaz de apartar los
viejos coches de un golpe, cosa que no parecía resultar un gran esfuerzo para él. En apenas un minuto la vieron apoyando las manos sobre las rodillas e intentando respirar.
Estaba desesperada, tal vez por realizar su primer esfuerzo físico, no estaba segura, pero no podía respirar bien, sentía que se le cerraban los pulmones y resultaba frustrante a la par que doloroso. Les veía ir hacia ella casi a cámara lenta y supo que no podría correr
más, necesitaba pensar en algo cuanto antes. Entonces, en el viejo edificio de color blanco que había frente a ella, vio un pequeño agujero por el que entraría su cuerpo, no se lo pensó, no había tiempo, estaban tan cerca que casi podría tocarles.
—¡Ah! —dejó escapar un grito cuando una fuerte presión se aferró a su tobillo derecho.
Intentaba patalear y luchar por soltarse, maldijo a su propio pie por ser tan lento, sentía como aquella mano tiraba tan fuerte que le arrancaría la pierna entera, y mientras,
clavaba las uñas en el metal de las cuatro pequeñas paredes que la rodeaban creando un horrible e incómodo chirrido.
—¡Joder, sácala ya, me va a provocar dolor de cabeza! —gritó la mujer, pero las palabras que llegaron a los oídos de Shana eran inentendibles— ¡Sácala ya Jowak o la trocearé! —avisó furiosa.
—No sabemos lo que soporta, si tiro más podría partirla, no quiero que el jefe me miré de esa manera —remarcó quejándose y haciendo un poco más de fuerza, pero Shana gritó de dolor y aflojó al momento—. ¿Ves?
Comenzaba a sentir unos horribles pinchazos, no solo en la pierna, también en el corazón, y aquello la alertó, porque cuando eso le pasaba, no acababa nada bien.
La mano con la que se había aferrado a una vieja tubería de cobre comenzaba a aflojarse, no podía seguir luchando contra aquello, el esfuerzo la estaba matando, al final no pudo más y cedió dejándose arrastrar fuera y viendo la cara de aquel ser a tan solo unos
centímetros de la suya, parecía un lagarto rojo o algo por el estilo, con cuatro brazos y el pelo de un llamativo color naranja parecía sacado de una película.
—¡Hey! —habló, pero ella no entendía.
No podía controlar su respiración, y cuando pasaba a mirar de un individuo a otro, su estado empeoraba. Los músculos de todo su cuerpo estaban dolorosamente tensos y los nervios que sentía la hicieron colapsar.
—¿Qué pasa ahora? —preguntó la mujer con sorna al verla desfallecer— Da igual, cógela y volvamos, llevamos demasiado tiempo aquí y nos pueden detectar.
El gigante verde llamado Tak´ul se agachó y agarró a Shana con ambos brazos, parecía mucho más pequeña de lo que era, y es que con el tamaño que tenía él, cualquiera podría parecer un niño.
Los tres comenzaron a caminar a paso cada vez más acelerado intentando llegar cuanto antes hasta el punto en el que habían quedado. Cuando llegaron, la mujer sacó un pequeño aparato gris y accionó un botón, en apenas un segundo una luz de ponente color blanco les rodeó a los tres haciéndoles desaparecer.

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