miércoles, 24 de abril de 2013

EXHUMED STARS: RUTGER HAUER



LADRONAS DE PALABRAS

Ilustración: Carlos Rodón


Fue un día de otoño, más concretamente un quince de Noviembre. Esa mañana, en el pueblo todavía tenían todas las palabras; pero, a media tarde, la gente empezó a darse cuenta de que había palabras que no podían decir.
Primero desapareció la a, la palabra más corta que empieza por a. La gente decía, por ejemplo, "mañana voy  ir  tu casa" o, "Ayer vi  tu padre que iba   trabajar". Bueno, así, todavía no parecía tan grave. Parece que la gente se seguía entendiendo, de hecho muchos ni se dieron cuenta del asunto...
Hidey y Carla eran dos niñas raritas, muy raritas que vivían en este pueblo. Carla tenía unos ojos duros y negros como el azabache. Hidey era una niña pequeña, morena, suave, esto me recuerda a un burrito que tuvo un famoso escritor andaluz que no escribía cuentos para niños. No daba ninguna impresión inquietante. Era un tanto salvajilla, una chica de campo y montaña. Viéndola de lejos siempre daba la impresión de un animalillo trotando caóticamente por un prado florido; parecía tierna y mimosa pero, como se vio a lo largo de los acontecimientos que sucedieron durante estos fríos días de Noviembre, era seca por dentro, con un corazón duro y oscuro como de madera de ébano; aunque nada comparado con el corazón de Carla, cuya maldad ya se adivinaba porque su mirada siempre era directa a tus ojos y, una vez establecido el contacto visual, producía un viento helado en tu interior.
Ese día las dos amigas estaban jugando por debajo del almacén municipal del pueblo, y, en sus correteos, acabaron descubriendo una polvorienta escalera oculta tras una estantería. Eran niñas raritas y estas cosas no les daban miedo, sino todo lo contrario. Así que, subieron por ella y llegando a una puerta que decía: ALMACÉN DE PALABRAS.
-         ¡Qué extraño! -  pensó Hidey.
-         Sí, ¡qué divertido! – contestó mentalmente Carla.
Hidey y Carla no hablaban nunca en voz alta, pero mantenían grandes conversaciones y juegos mentalmente.
Tocaron el pomo de la puerta y, ¡uhí, qué cosas! ésta se abrió dócilmente.
Lo que vieron allí dentro era como la versión literaria de la cueva de Alí Babá; había montañas de papeles, libros y legajos polvorientos. Casi al unísono, Hidey y Carla tuvieron la misma idea:
-         Aquí hay que hacer limpieza.
Porque, aunque eran unas niñas raritas, eran muy limpias y cultas.
Se pusieron a desempolvar todo aquello a base de golpes y manotazos. Encontraron una escoba y barrieron, barrieron, barrieron todo entre risas y carreritas.
Al día siguiente, volvieron al almacén al acabar las clases. Había sido una clase extraña sin el uso de la palabra "a". La profesora tuvo que decir cosas como "Laura, sal hacia la pizarra" en vez del clásico "Laura, sal a la pizarra".
El segundo día, Hidey y Carla empezaron a mover los libros para colocarlos por tamaños. De pronto, se dieron cuenta de que entre el polvo que se levantaron había una especie de pelusas que volaban alegremente y salían por la ventana. Cuando miraron de cerca algunas de esas pelusas, vieron emocionadas que eran PALABRAS. ¡Se estaban yendo por la ventana!
Como todo el mundo sabe, cuando las pelusas vuelan libres al viento fuerte de montaña es imposible recuperarlas...
Ese día por la noche, en el pueblo, ya habían desaparecido todas las palabras que empiezan por a, b (ya no había bancos, bebidas, burros...) y c (desapareció correo, cultura, castidad...). Cuando desapareció la d, desapareció dinero. ¡Peligroso!
Ahora sí que todo el mundo se estaba dando cuenta de la desaparición de palabras. Empezaron a buscar la causa de la desaparición, pero era cada vez más complicado ponerse de acuerdo entre ellos para hacer algo efectivo. Por ejemplo, para decir "hay que buscar a los responsables de esta desaparición y darles un buen escarmiento para que devuelvan las palabras que han robado" sólo podían decir "hay que los responsables del robo y darles un escarmiento para que retornen las palabras que han robado".
Al tercer día, Carla y Hidey estaban deseando acabar el cole para irse al almacén. Sabían que ellas eran la causa de este desbarajuste. Se miraban y se reían, con fuertes carcajadas... dada su malévola naturaleza.
A partir de ese día, abrían la ventana de par en par y se dedicaban a lanzar las palabras por la ventana. Cada vez era más y más divertido ver al resto de gente intentar comunicarse. Disfrutaban profundamente observando cosas un poco extrañas: gente corriendo en círculo, corrillos de gente gesticulando y sin emitir palabra alguna, gente sentada a la puerta de sus casas, llorando y gimoteando.
Cuando ya habían desaparecido las palabras que empiezan por a, b, c, d y e, ya sólo salía de sus gargantas algo así como "hay que  los responsables    y  un buen  para que  las palabras que han robado".
Evidentemente, para cuando desaparecieron los verbos y los adverbios ya les fue completamente imposible llegar a alguna acción que fructificara en una solución de este gravísimo problema... en un mensaje que lanzaron en una botella al río sólo se leía "LAS LA". Antes de estos extraños sucesos, podría haber puesto algo así como "HEMOS PERDIDO LAS PALABRAS Y LA ESPERANZA"....
Menos mal que en el pueblo de al lado, aguas abajo, alguien encontró la botella con el mensaje. No era la primera vez que pasaba algo parecido; un anciano del lugar recordó que su abuelo le contó una historia rocambolesca con una botella con un mensaje igual de enigmático y algo de un cuarto secreto en el almacén del ayuntamiento. Así que, en dos días, llegó un delegado del pueblo de abajo con un carro lleno de palabras y arreglaron el estropicio como buenamente pudieron.
Hidey y Carla se apenaron porque se les había terminado la diversión, pero pudieron organizar otro jueguecito que ellas llamaron "LOS ESCRITORES QUE NO PODÍAN PONER SUJETO-VERBO-PREDICADO". Sólo podían escribir cosas como: "Precaución", ¡Viva Fulano!, "No aparcar", "Venga chá", "Whachaaaa!", "Chachi Piruli"...

Pero esa es otra historia...



martes, 23 de abril de 2013

LA ENTREBESTIA ABSURDA: ÁLVARO FUENTES

Álvaro Fuentes
Twitter: @alvarofuentesz
Blog: http://alvarofuentesz.blogspot.com


Álvaro Fuentes nace en Madrid en la década de los ’70, y desde su más tierna infancia se dedica a consumir, en el buen sentido de la palabra si es que lo tiene, toda clase de libros, comics y películas, especialmente de género fantástico y terror. Se puede decir que se las conoce todas como si las hubiese parido, lo que le permite ser especialmente crítico y exigente con las mismas. Si eres escritor o director, harás bien en contrastar lo que piensas sobre tu obra con lo que Álvaro Fuentes piensa. No suficientemente satisfecho con ello, ahora se dedica a inculcar estas dotes en su hijo (¡Qué Dios le pille confesado!)

Fundador y lanzador de la línea Z de la editorial Dolmen, pionera del género zombi en el país, de allí salieron muchos de los que ya son grandes clásicos nacionales y autores consagrados. Dolmen sigue editando antologías de relatos como aquellas que él mismo recopiló, antologías que desde ese momento han tenido un notable crecimiento. 

Ahora dedica su tiempo a bregar con las editoriales para "colocar" las obras de los autores a los que representa, además de crear sus propias obras y colaborar en las creaciones de otros.

Adelante pues para sacar los colores a: Álvaro Fuentes

¿Drogadicto o teleadicto?

Teleadicto. Uso mucho la tele: para ver series, películas, documentales, jugar a la consola, escuchar música, etc… En ella he matado zombis, he rescatado princesas convertido en un fontanero bigotudo, he comandado ejércitos y muchas más cosas. No es una caja tonta si tú no quieres que lo sea.

¿San Valentín o San Cucufato?

Ninguno de los dos. Yo rezo a Crom, fuerte en su montaña y si no me hace caso siempre puedo mandarlo al infierno. Y vale para cualquier cosa, encontrar algo que has perdido, conquistar a la persona amada o pedir fuerza para matar a tus enemigos.

¿Calzón largo o medias rosas?

Ni lo uno ni lo otro, calzón normal y las medias de rejilla con liguero.

¿Qué prefieres rascarte el reloj o darle cuerda a la oreja?

Pues aunque parezca mentira, rascarme el reloj. Es verdad!!! Yo no me quito el reloj para nada, por lo tanto hay veces que se llena de suciedad el cristal y es entonces cuando lo rasco para quitársela. 

¿Papa o mama?

Los dos, no puedo quedarme sólo con uno. Ambos tienen en común que se merecen un hueco al lado de Crom por haberme aguantado en mis años de adolescente…  ¿qué padre no lo merece?

¿Manostijeras o dedos de goma?

Manos con los dedos llenos de tiritas. Tengo el “don” de cortarme con cualquier cosa y mis manos tienen varias cicatrices que así lo demuestran. Las hay de todo tipo: hechas por un vaso, por cuchillos, navajas (buscando setas, mal pensados), mordiscos de perros, arañazos de gatos, etc… Menos mal que no soy cirujano o pianista.

Más vale primitiva en mano que...

¿Cupones de la once volando? En serio, ¿quién hace estas preguntas? ¿Lo dejáis suelto por la calle? ¿No es peligroso?  

¿Arte o forrarte?

La gran mayoría de la gente que hace arte tiene como finalidad forrarse. Muchos dirán lo contrario, pero ya os digo yo que en cuanto les pones los billetes delante de la cara, todas las creencias se van a paseo.  Lo bueno sería forrarse, sin más; pero si en el proceso creas algo, pues bienvenido sea.

¿chuleta o chuletón?

Chuletón y poco hecho, me gusta que sangre. Y si me lo pones con unas patatas fritas…

¿Sol o sombra?

Sol, mucho sol. Odio el frío con todas mis fuerzas. La sombra la busco en verano cuando el cerebro comienza a derretírseme de estar tanto al Lorenzo.

¿Ergonomía o economía?

¿Economía? En los tiempos que corren en los que unos pocos se llenan los bolsillos de forma impune y el resto son echados de sus casas dejándoles unas deudas que les condenan de por vida, hablar de economía te pone de una mala hostia enorme. Así que me quedo con ergonomía, por lo menos con ella intentamos obtener un equilibrio que en la economía parece imposible.

¿Mano rala o mano rota?

Os lo tenéis que hacer mirar, de verdad… menudas preguntas. XD Con tener dos manos me vale, las necesito para el mando de la play, escribir y otras cosas que no pienso contaros.

¿Sota, caballo o rey?

Prefiero Mana-Dark Ritual-Espectro hipnótico. Pero si tengo que elegir, me quedo con el rey… trasgo.

¿De la mar el mero o de la tierra el cordero?

Cordero. Ya decían en La princesa prometida que no hay nada mejor: Sí hijo, el amor verdadero es lo más grande del mundo. A excepción de los bocadillos de cordero, lechuga y tomate, cuando el tomate está maduro y el cordero está en su punto. Y lo que dice el Milagroso Max va a misa!

¿De la virgen del puño o de la virgen del moño?

Ninguna de las dos. Me quedo con el Jesucristo colega de Clerks 2.

¿Tras un cocido madrileño...silbas o toses?

Directamente me duermo. Mi estómago recluta prácticamente toda la sangre de mi organismo y comienzo a quedarme sopa. No suelo dormir la siesta, pero la del cocido es prácticamente obligatoria.

¿Por dios o par diez?

Por favor. Esa palabra que parece que mucha gente ha quitado de su vocabulario.

¿Strip poker o mus corrido?

La respuesta me la dejáis a huevo, pero no pienso daros ese placer. XD
Bang! Uno de los mejores juegos de cartas que existe, con permiso del Magic claro. El problema es que ni en el strip póker ni en el mus puedo matar a mi amigo Roberto… en el Bang! sí y es un placer.

¿Más vale vivir de rodillas que morir no editado?

Hay veces que por salir editado puedes tomar una de las peores decisiones de tu vida y ver tu novela relegada al olvido. Es complicado para un escritor no ver en las estanterías aquello que le ha llevado tanto trabajo y horas de sueño, pero hay veces que es mejor esperar que dar un paso equivocado. Lo mejor es levantarse y luchar por tu obra hasta que llegue al sitio indicado. Conozco un caso en el que tras varias negativas de editoriales, el autor no tiró la toalla y continúo peleando; finalmente su novela ha sido publicada en una grande y con unas condiciones muy buenas.
Siempre hay que pelear, arrodillarte y llorar en una esquina no vale para nada.

¿Cabeza de ratón o cola de lechón?

Ni ratones ni lechones… leones! Casa Lannister, los leones de los siete reinos! Cuánto daño ha hecho Juego de Tronos… lo siento. XD

Entró en la corsetería para comprar...

(No sabe no contesta)

DAMAS Y CABALLEROS


...La segunda estatua avanzó una casilla.
−Dama blanca, H4
En el otro extremo del tablero un caballero templario movió sus fuertes piernas y avanzó también una casilla
−Caballero rojo, J3
Las damas se miraban airadas mientras avanzaban por el damero.
−Creo que está vez gano yo, jajajaja
Los caballeros templarios, más numerosos, llegaron hasta las columnas del otro lado del tablero.
−Son vuestras_ gritó el monje, señalando a las damas que se recogían las túnicas dispuestas a salir huyendo.
−Esta vez ha ganado, Monseñor.
Y cada caballero se adueñó de una dama.
−Este juego cada día es más divertido, Monseñor. A los caballeros de la orden del Temple les divierte sobremanera. Así no se aburren mientras esperan a la llegada de nuestro rey.
−Sí, lo malo es que cada día es más complicado encontrar niñas vírgenes que nos hagan de estatuas...

LOS DESCONECTADOS


Hola querido lector.
Me llamo Gloria y pertenezco a Los Desconectados.
Llevo tres días escondida en el cuarto de las fotocopiadoras del sexto piso del edificio donde trabajo. Tiene un amplio ventanal por el que he visto tres preciosos amaneceres. Tengo agua, café, leche en polvo, azúcar y galletas para un par de meses pero, no dispongo de tanto tiempo.
Todo empezó hace tres años, cuando una compañía lanzó al mercado una aplicación para chatear con el teléfono móvil. En este tiempo es famosísima pero, posiblemente, cuando leas estas líneas el nombre Whatsapp no te dirá nada o quizás haya pasado a la historia como algo que en realidad no fue. Por eso, quiero contarte toda la verdad.
En la oficina los dos más frikis de la planta se compraron un Android. Bajábamos al desayuno y se les veía sonriendo mirando la pantalla de su teléfono y tratándolo con tanto cuidado que parecía que tuvieran su delicada alma entre las manos. El resto seguíamos con nuestras charlas o bromas, pero ellos se quedaban como aletargados. De pronto se reían y les preguntabas qué pasaba y siempre te respondían “es que como no tienes whatsapp, no te enteras de nada”. Poco a poco el resto de mis compañeros fueron comprándose otros móviles porque la gente de esta sociedad no soporta la marginación y el no poder whatsappear se estaba convirtiendo en eso, una marginación. Yo fui la única que me mantuve al margen. Siempre me ha gustado la canción de Alaska de
A quién le importa lo que yo haga,
a quién le importa lo que yo diga,
yo soy así, así seguiré,
nunca cambiaré

Así que, mantenerme fuera de este asunto no fue demasiado duro. Sé que me perdí muchas cosas y risas pero, a veces, me parecía asombroso verles pegados a su aparatito todo el santo día mientras el tiempo y la vida pasaban a su lado sin que le dedicaran ni una sola miradita.
Esto mismo pasó en todos los entornos. Ibas al mercado y se veía a las señoras mayores con su móvil en las manos, esperando un tutitú mientras pedían un kilo de carne picada, o el frutero tardaba el doble en atenderte porque entre pesada y pesada tenía que mirar el móvil para ver lo que el pescadero acaba de decirle sobre el cliente que tenía. A la salida de los colegios había corrillos de niños con sus teléfonos en mano leyendo y soltando alguna carcajada o improperio de vez en cuando. Por la calle podías ver a gente haciendo fotos a un escaparate y paseando el dedo por la pantalla para decirle a un amigo que en tal tienda tenían la colonia X de oferta. En las terrazas la gente fotografiaba la caña de cerveza y la tapita para dar envidia a sus amigos, que a esas horas seguían trabajando. Incluso llegué a ver varias veces al hombre del tiempo de la TVE1 mirando el móvil  mientras daba el pronóstico, porque no podía esperarse 10 minutos a leer el mensajito de whatsapp que alguien le había enviado. La gente se volvió loca. Todo el mundo quería un móvil de última generación con pantalla táctil extragrande para poder parlotear y parlotear.
Llegó un momento en que quedar con la gente se volvió algo sin sentido. Se sentaban 4 o 5 personas entorno a una mesa, sacaban sus teléfonos, los situaban en la mesa a mano y, poco a poco, iban cayendo cada uno de ellos en la tentación de ponerse con el Whatsapp. Antes de que pasaran 10 minutos, cada uno de ellos estaba hablando con otra persona no presente y, a la vez, estaba poniendo mensajes en el grupo en el que estaban incluidos el resto de los de la mesa.
El primer día en que verdaderamente saltaron las alarmas, fue cuando apareció una noticia en la que se decía que la gente había empezado a encastrarse en la palma de la mano el móvil mediante una carísima operación que se realizaba en algún que otro hospital privado. La llamaban telefonoinjerto. Esto te permitía tener el teléfono siempre a mano y no tener que preocuparte en cargarlo, ya que mediante un conector incrustado bajo la piel de la muñeca, el móvil chupaba la energía del propio cuerpo. No tenía efectos secundarios y el mismo día de la operación podías irte a tu casa con el móvil perfectamente activo, o eso es lo que decían. El programa había conquistado a gentes de todos los niveles adquisitivos, condiciones y creencias. De hecho, en los países en que los que las elecciones políticas estaban cercanas, todos los grupos políticos prometía en su campaña electoral “operaciones gratuitas de telefonoinjertos”. 
En el trabajo, como era de esperar, fueron apareciendo poco a poco cada vez más con su móvil insertado en la mano. Yo dejé de bajar al desayuno porque era la única que mantenía la cabeza en alto (el resto siempre tenían la vista clavada en la mano).
En poco tiempo aparecieron miles de asociaciones a favor de la operación y, curiosamente, muy pocas en contra. Era difícil encontrar grandes detractores que tuvieran la fuerza y astucia suficiente como para formar un grupo de presión.
En ese momento fue cuando lo vi claro, tenía que formar una asociación fuerte. Me puse a buscar por Internet asociaciones, foros, grupos o lo que fuera, de gente que estuviera en contra de la operación. Me puse en contacto con ellos y empezamos a maquinar y orquestar todo un conjunto de acciones en plan Resistencia. Creamos una red de gente afín a nuestros ideales a la que denominamos Los Desconectados.
Hace cinco meses empezó la hecatombe. Alguna empresa vendió al gobierno norteamericano una aplicación para obtener información (sin necesidad de autorización) de los móviles insertados. En todo momento podían saber dónde estaba una persona, con quién se relacionaba y de qué temas le gustaba hablar. Pero, no solo eso, como el móvil era ya parte de su cuerpo, podían sacar analíticas completas de él: colesterol, presión arterial, si se metía alguna droga o si tomaba medicamentos, incluso, datos de su estado anímico. Y, lo más importante, podían obtenerse vídeos con audio y todo, ya que las imágenes que pasaban por el cerebro podían ser capturadas.
En un mes más, el tema fue más lejos aún y consiguieron emitir sencillas órdenes al cerebro del telefonoinjertado. Esto fue un descubrimiento para todos los gobiernos. Representaba el control absoluto de sus pueblos.
Hubo una conferencia secreta a nivel mundial de los jefes de gobierno de los países más ricos o influyentes y todos convinieron en la creación de un fondo especial de dinero para poder sufragar el gasto de imponer el telefonoinjerto a toda la población.
Crearon un plan de contingencia. Un mes para recaudar los fondos necesarios (recaudación de fondos). Un mes para dotar a todos los hospitales y centros de salud, públicos y privados, de la tecnología y conocimiento necesarios para realizar la operación (dotación de centros). Un mes para que la gente acudiera a estos hospitales y se realizara la operación (periodo de voluntariedad). Tras este tiempo, se redactaría en cada país la Ley de Telefonoinjerto, en la cual se declaraba como obligatorio el uso y disfrute del telefonoinjerto. Todo aquel que no tuviera un móvil en su cuerpo, sería perseguido como si de un criminal se tratara, por considerar que tenía asuntos sucios de los que no quería informar al Estado.
Al entrar en vigor la Ley de Telefonoinjerto, en los telediarios empezaron a salir todos los días eslóganes del tipo “Si conoces a alguien sin el móvil en su cuerpo, no te acerques a él. Posiblemente sea peligroso y hasta puede ir armado. Avisa a la policía lo antes posible”.
Aquello se convirtió en una cacería de brujas. Las personas mayores fueron las primeras en caer. O no veían el telediario o “ya no estaban para estos trotes” y sentían horror a someterse a una operación de cualquier índole. Tras esto se persiguió a gente rica e importante que, por los negocios turbios que les habían enriquecido, no tenían ninguna gana de que el Estado metiera las narices en su vida. Algunos políticos y gente que ocupaba cargos importantes en el clero también se resistieron. Artistas que tenían cuentas en paraísos fiscales, deportistas con sueldos astronómicos o jóvenes que pertenecían a movimientos izquierdistas también estuvieron en las listas negras de persecución. Estas personas eran capturadas, operadas y devueltas a sus entornos, como si fueran aguiluchos a los que se captura para marcar y se les libera de nuevo para poder hacer un seguimiento de ellos.
Teóricamente, volvían a sus vidas normales y no había represalias. Pero, curiosamente, sus actitudes cambiaban en pocos meses… siempre a favor del Estado.
Los Desconectados conseguimos tener varios pisos francos y una ruta de escape hacia África, donde, gracias a que en muchos países aún no se han instalados las redes necesarias, sabíamos que esta dominación no llegaría.
Hoy en día tenemos médicos que nos hacen una operación en la cual se simula la inserción del móvil en nuestras manos, pero no llegan a conectarlo al cuerpo. Tenemos que cargar el móvil como antiguamente, pero está dando un buen resultado y nos da el tiempo suficiente como para escapar o preparar la salida de algún compañero.
Hemos conseguido liberar a miles de personas. Son libres e independientes. Nadie domina ni su pensar ni sus actos. Viven en algún lugar del continente africano, bajo las arenas del desierto que no puedo desvelar por escrito para protegerles.
Para mi desgracia, el otro día alguien dio un soplo sobre mi estado de desconexión. Mi foto ha salido en muchos medios de comunicación de este país y de otros varios, por lo que me han dicho. He roto toda comunicación con Los Desconectados. Solo me queda terminar este escrito y esconderlo bien para que tú, mi futuro lector, sepas que hubo un reducto de gente que no quiso ser dominado y luchó con cada gota de su sangre por ti.
Mi querido lector, no puedes ni imaginarte todo lo que daría por verte y saber de ti. Me encantaría poder contarte todo esto de viva voz y que tú me contaras cómo es la vida en el momento en que estás leyendo esto, pero hoy es mi último día de vida y no podremos conocernos. Espero, de todo corazón, que seas libre de pensamiento y obra. Si lo eres, no nos olvides y transmite nuestra existencia. Nosotros plantamos la simiente de la libertad para que vosotros, hijos de nuestros hijos, pudierais ser felices.
Estoy muy orgullosa de lo que he hecho. No me arrepiento de nada y no cambiaría nada. Recuerda, mejor morir libre que vivir controlado.

Un abrazo enorme,
Gloria.

lunes, 22 de abril de 2013

RESEÑA: WOLFGANG STARK, EL ULTIMO TEMPLARIO


ALEXIS BRITO DELGADO
EDITORIAL SELEER
PÁGINAS: 164
http://www.alexisbrito.com

Sobre el autor: Alexis Brito Delgado nació en Tenerife. Ha sido ganador y finalista en varios premios en las categorías de cuento, relato, y poesía. Ha publicado textos en varios libros y antologías, y actualmente tiene publicadas cuatro novelas.

 Sinopsis: a principios del siglo XIV la Orden del Temple ha sido aniquilada por la Santa Inquisición. Es en ese momento cuando nace la historia de Wolfgang Stark uno de los pocos caballeros de Dios que ha sobrevivido; un alma errante  que se impondrá a sí misma la ardua tarea de peregrinar por el mundo, luchando contra el pecado y la tiranía.

Opinión: Alexis Brito Delgado nos introduce de lleno en el siglo XIV, usando como telón de fondo la traición perpetrada por parte de la Santa Inquisición, el papa Clemente V y el rey Felipe IV hacia la famosa Orden del Temple, también conocida como de los pobres caballeros de Cristo, de la que nuestro protagonista es miembro.
El punto de vista del autor resulta interesante y acertado, ya que es capaz de combinar con maestría elementos puramente históricos con altas dosis de fantasía; así, el protagonista se enfrentará a la Santa Inquisición, salteadores de caminos, piratas tratantes de esclavos, tribus caníbales e incluso oscuras sectas adoradoras de demonios, pero también lo hará, en su parte mas fantástica contra descomunales monstruos marinos, pequeños e implacables duendes y demonios del averno, entre otras terroríficas criaturas.
La personalidad misántropa y hosca del protagonista, producto de sus sentimientos de culpa  por los hechos que se narran al principio de la novela hace que no lleguemos a disfrutar de su compañía al cien por cien, llegando en ocasiones a resultar demasiado montaraz incluso para el lector, como sin duda debe de hacer cualquier antihéroe que se precie. La pérdida de sus inquebrantables y férreos principios  se va acrecentando a medida que avanzamos en la historia y aunque Stark logra mantener intacta su fe, sí es verdad que en ocasiones ésta peligra bastante debido a las duras experiencias que irá recopilando en sus viajes, en los que recorrerá prácticamente toda la Europa del XIV.
El estilo narrativo de la novela es notable, al igual que el ritmo. Alexis Brito ha sabido intercalar de forma muy natural partes repletas de luchas encarnizadas (la mayoría de ellas) con las partes más tranquilas, dedicadas casi todas a momentos de introspección del personaje principal y rememoraciones del pasado, que nos permiten tomarnos un respiro entre tanta acción desenfrenada.
El autor demuestra una tremenda facilidad para describir escenas de combates y hace al lector disfrutar de las mismas, haciendo que éste se comprometa con la acción de manera casi visual.
Como punto negativo sólo puedo marcar la escasa línea argumental de la obra, pareciendo cada capítulo independiente del resto en algunos de ellos, en detrimento de la continuidad de la historia, algo que según los gustos del lector tampoco debe restarle enteros a la novela.
En definitiva una historia que hará las delicias, tanto de los seguidores de la novela histórica dedicada a los famosos Caballeros del Temple, como de los que gustan de la espada y brujería con elementos fantásticos. Cumple con las expectativas y posee una extensión ideal para que obras de este tipo no resulten tediosas.

Código: Génesis X_Capítulo 3. Maialen Alonso


Ilustración: Kike Alapont

Se escuchaba el eco de un irritante pitido que resonaba tan fuerte que habría despertado a los muertos de sus tumbas. La suciedad cubría todo y la poca luz que había procedía de los mandos y paneles que claramente se habían colocado desordenadamente y sin tiempo.

El aparato más grande y alargado se abrió unos milímetros expulsando una espesa nube blanquecina y helada que salió con fuerza de su interior. El delicado proceso que conllevaba la descongelación tardó varias horas en acabar, por suerte, James modificó el programa añadiendo un nuevo protocolo para que, en caso de acabarse la energía, automáticamente liberase y despertase a Shana. Debía ser un proceso lento, ya que su cuerpo mantenido a varios grados bajo cero debía acondicionarse antes de despertar del letargo.

—Uhm… —sentía un hormigueo por todo el cuerpo.

Abrió los ojos con pesadez, solo vio oscuridad y pequeñas luces borrosas. Se incorporó después de un rato y se llevó una mano a la cabeza, sentía un martilleo horrible y ganas de vomitar, pero gracias a dios tenía el estómago vacío.

—¿Dónde… dónde estoy? —preguntó tosiendo varias veces— ¿Papá?

Tragó saliva con dificultad y se puso en pie. Se tuvo que agarrar a la cámara abierta porque las piernas no le respondían, las sentía débiles y se tambaleaba. Respiró varias veces intentando tranquilizarse, cuando se sintió un poco más fuerte y menos desorientada, se quedó mirando aquella cosa de la que acababa de salir.

—¿Qué es esto? —dio unos pasos mientras pasaba una mano sobre el aparato cubierto de mugre.

Se sentó con el ceño fruncido e intentando recordar, pero lo último que había en su mente era el ataque que había sufrido en plena noche, después de aquello no había nada más que dolor y la sensación de sueño.

—Vale —se puso en pie de nuevo—, si estoy aquí es por algo. Tuvo que ser papá… estoy segura, y si ha sido él, tuvo que dejarme algo.

Comenzó a tantear a su alrededor, pero casi no había nada. En el suelo, junto a una de las máquinas con cables encontró una linterna que tenía una luz suave, indicio de que quedaba poca batería, pero con su luz pudo ver a su alrededor las paredes y todo lo que allí había.

—Parece un sótano. ¿Y qué diantres es esto? —hizo un gesto levantando ambos brazos mientras iluminaba la cámara.

Suspiró mientras se dejaba caer de rodillas y apoyaba la cabeza sobre ambas manos, había muchas preguntas sin respuesta y mucha confusión. Cuando fijó la vista al frente, vio en la parte baja de la cámara una pequeña línea y una hendidura, el espacio perfecto para meter la mano. Instintivamente alargó el brazo, metiendo los finos dedos y tirando, se movió ligeramente pero parecía atascado, después de ejercer un poco de fuerza se acabó abriendo un pequeño compartimento en el que había una mochila de pequeñas proporciones y unos papeles.

—Es la letra de papá… —dijo cogiéndolos— Pero no se ve muy bien lo que está escrito.

Comenzó a leer las partes legibles esperando poder unir las palabras para comprender algo sobre su insólita situación.

“Shana… ya no estaré… ataque… cielo… te dejo medicina… sé fuerte… mamá y… te queremos… no sé… estarán las cosas… mal… vive”.

Frunció el ceño sin entender demasiado, abrió la pequeña bolsa para meter los papeles y vio varios frascos de cristal e inyecciones, no se sorprendió, pues llevaba sus veinte años de vida recibiendo pinchazos para poder vivir.

—Será mejor que salga de aquí.

Abrió la puerta y caminó por el oscuro y frío corredor con la linterna en la mano y la bolsa colgada al hombro. Era curioso, pero se sentía llena de fuerza, era una sensación que ni siquiera recordaba haber tenido jamás.

Subió por unas incómodas escaleras metálicas, había muchas, pero su cuerpo parecía soportarlo, de nuevo se sorprendió, pero decidió parar cada varios escalones por si acaso, no quería forzarse demasiado y tener un nuevo ataque. Después de un rato salió por una puerta de seguridad y vio que se encontraba en alguna clase de oficina, porque había pequeños despachos por todos lados y puertas con ventanas de cristal.

—Cada vez entiendo menos… —murmuró caminando por el lugar que estaba claramente abandonado.

Intentó abrir algunas puertas pero fue imposible, entonces se fijó que en la pared junto a ellas había un pequeño dispositivo para meter tarjetas-llave como las que su padre James siempre usaba y tenía. Así que pensó que tal vez con una, podría salir.

—Pero si no hay electricidad… —miró a su alrededor buscando algo que pudiera ser de ayuda— Tal vez allí.

Al final del ancho pasillo había un despacho con la puerta a medio abrir, parecía más grande que los demás así que supuso que sería de alguien importante. Sin perder tiempo caminó hacia allí.

Observó el lugar cuando ya estaba dentro, parecía un despacho normal, una mesa grande, algunos armarios, fotos familiares… La silla estaba girada, así que se acercó y le dio la vuelta, en aquel momento gritó tan fuerte que sintió una punzada en la garganta, al dar un paso atrás tropezó para caer al suelo golpeándose el trasero.

— Esto... no...

Su cara expresaba el terror que estaba comenzando a inundarla por completo. En la silla había una persona sentada, o al menos lo que quedaba de ella, porque no había más que ropa hecha jirones y un cuerpo esquelético sin un solo pedazo de piel. Al cuello tenía algo colgado, una de las cosas que necesitaba para salir, la tarjeta.

—Dudo que esto sea un sueño, porque me duele… —se levantó frotándose el trasero— En la carta de papá ponía algo de ataque… no sé a qué se referirá, pero esto no es normal, lleva muerto mucho tiempo…

La muerte en sí no le preocupaba, había dejado de temerla hacía muchos años. Shana era más consciente que el resto de la población de que moriría por su enfermedad, pero ver aquello había sido una terrible sorpresa, y bastante desagradable en su opinión.

—Tengo que salir de aquí y saber qué está pasando… —se acercó al cuerpo y agarró la llave, cuando intentó sacarla con toda la delicadeza de la que fue capaz, el cráneo cayó al suelo con un ruido seco— Lo siento...

Se alejó sin dejar de mirar al hombre un poco incómoda por lo que acababa de suceder y salió del despacho. Su siguiente paso era buscar algún generador, necesitaba una fuente de energía o algo que pudiese encender las puertas, ya que de otra manera jamás saldría. Dio vueltas y entró en otros despachos, no parecía haber más muertos en el lugar, cosa que agradeció, no se sentía cómoda profanando los restos de nadie.

—Esto me servirá —en la mesa de uno de los últimos despachos había una goma para el pelo—, hay mucho polvo por aquí.

Se recogió la melena castaña clara en una coleta alta que aun así, le llegaba por las caderas. Resultaba un poco incómodo llevarlo suelto allí, en casa estaba acostumbrada, pero nunca salía de ella.

—¡Es verdad! —gritó sorprendiéndose de pronto y mirando a su alrededor con un renovado interés que brillaba en sus ojos verdosos— Es la primera vez que estoy en otro lugar que no sea en casa...

Cuando era pequeña había salido algunas veces al jardín, pero solo cuando se encontraba bien y el clima era templado, estaba tan absorta en lo ocurrido que no se había dado cuenta de absolutamente nada, y ahora, su corazón palpitaba de emoción, aunque en el fondo sabía que no estaba allí por nada bueno. Apartando la emoción y todos los pensamientos que ésta le provocaba, siguió buscando hasta que encontró otra sala pequeña de mantenimiento repleta de diferentes máquinas, no era una experta en aquellos temas, pero al pasar tanto tiempo en casa había aprendido muchas cosas que el resto de chicas de su edad jamás conocería, y su padre se había ocupado de hacer crecer en su interior una curiosidad muy grande por las máquinas y tecnologías.

—Cuando tienes tan pocas distracciones —casi canturreaba mientras iluminaba los aparatos con la linterna—, acabas arreglando las cosas de casa. Supongo que ahora me vendrá bien… y eso que en su día mamá nos gritó por trastear con los cacharros.

Toqueteó algunas válvulas que no parecían servir de nada y abrió la puertecita de uno de los armarios, dentro había varios interruptores que no sabía para qué eran, pues carecían de etiqueta o nombre, así que uno a uno los fue probando hasta que le pareció escuchar un suave sonido. Sin cerrar la puerta, dio marcha atrás y asomó la cabeza por el umbral por el que había entrado minutos antes, vio pequeñas luces de color rojo por todo el lugar.

—¡Bingo! —se alegró comenzando a ir a paso acelerado hacia la puerta de salida— Ahora, veamos si esta llave funciona…

Cogió la tarjeta que le había quitado al hombre esquelético y la pasó con suavidad, el color se mantuvo rojo, así que probó varias veces más, al final cambió a verde provocando que suspirase tranquila, parecía que por el momento, volvía a ser libre. Así que sin perder más tiempo atravesó la puerta que se abrió sola y se encontró una imagen poco tranquilizadora.

—¡Dios mío! —caminó varios pasos hasta quedar en el centro.

Era una especie de hall en el que había muchas otras puertas como la que acababa de cruzar, seguramente llevaban a diferentes secciones del edificio. Shana no tuvo que pensar mucho, resultaba evidente que era algún complejo del gobierno en el que seguramente había trabajado su padre. En el suelo había muchos otros cuerpos, o más bien esqueletos con ropas viejas, deterioradas y raídas que habían perdido incluso su color. Era preocupante, porque aquello solo podía indicar que había pasado mucho, muchísimo tiempo…

—Estos agujeros… —pasó una mano por la pared ennegrecida de metal, donde unos huecos más grandes que el tamaño de su puño lo habían aplastado y parcialmente derretido— Parecen alguna clase de disparo.

Suspiró cerrando los ojos, quería prepararse para lo que se iba a encontrar, pero estaba segura de que sería imposible imaginar lo que habría fuera. Así que armándose de valor, caminó hacia lo que pensó que era la salida, atravesó varios puestos de seguridad vacíos, caminó sobre más cuerpos, esta vez con ropa que le pareció militar, y llegó a la salida. Estaba a las afueras, pues acababa de emerger de una enorme montaña. Cerca de la salida que acababa de cruzar y que parecía una cueva enorme, había viejos aviones y helicópteros negros casi completamente destruidos.

Buscó con la mirada inquieta algún medio de transporte, porque no estaba segura de estar cerca de la ciudad, y una caminata demasiado larga sería arriesgada, sin embargo paró su búsqueda sintiéndose frustrada.

—Aunque encuentre algo… no creo ser capaz de manejarlo —confesó—, y dudo que funcione nada.

Decidió comenzar a caminar mientras su cabeza al fin empezaba a trabajar a toda la velocidad de la que era capaz. Por primera vez en veinte años estaba caminando por el exterior y no se sentía mal, aunque sí un poco cansada. Se sorprendía a sí misma de su control, no estaba tan nerviosa, y teniendo en cuenta que acababa de ver a más de treinta personas muertas, le resultaba increíble que pudiera mantenerse tan fría.

“Supongo que es lógico”. Pensaba mientras observaba los árboles que se alineaban en ambos lados de la carretera. “Mi vida nunca ha sido normal, la muerte no es algo a lo que le tema...”

Desde luego, con una vida apartada de todo, su manera de ver el mundo no era corriente, porque un mundo que no conocía y que era casi ajeno a ella, no la sorprendía ahora que parecía estar vacío y destruido.

jueves, 18 de abril de 2013

EL TRIUNFO DE LA MUERTE

El triunfo de la Muerte – Pieter Brueghel


Hace ya cinco largos años que abandoné la yerma tierra que me vio nacer, tierra otrora rica y productiva, ajena a las envidias, rencores y odios de sus jornaleros, capataces y terratenientes, ¡todos! Salvo honrosas y escasas excepciones, gentes de mala fe, trileros, vendedores de ánimas, especialmente interesados si es con menoscabo y ruina del vecino. 

Los pocos que no acudían a misa diaria eran fijos de misa dominical, aparentando su piedad, su dolor ante la sangre derramada por el perdón de sus pecados. Los señoritos delante, emperifollados con sus mejores terciopelos y gasas. Tras ellos, en estricto orden, marcado por el poderío económico, los terratenientes, siempre arañando puestos, atentos a impedir el ascenso del vecino con sus afilados codos. A la espalda y de pie, alejados de sus miradas, los jornaleros con sus ajados ropajes. El sacerdote en su púlpito, hablando de igualdad, de piedad, de fraternidad. La paz sea con vosotros. Daos fraternalmente la paz. Señor, no soy digno de que entres en mi casa... Amén. Hipócritas y fariseos.

Miles de pañuelos al viento despidieron la goleta Vieja Esperanza en una soleada mañana de marzo de 1833. Las tres primeras jornadas de navegación transcurrieron con calma chicha, días que aprovechamos para jugar a las cartas. La cuarta amaneció con el cielo cubierto por una gruesa capa de nubes que daban al mar un aspecto plomizo. A lo largo de la mañana, las nubes se fueron tornando más y más oscuras, comenzando a descargar con fuerza. El viento fue in crescendo, soplando lateralmente, picando la superficie del mar y levantando muros de agua que golpeaban sin piedad el casco. Al pairo, la goleta se bamboleaba de un lado a otro descendiendo valles y ascendiendo colinas que cambiaban su orientación constantemente, manejada como una marioneta por hilos de viento y agua. Los maderos crujían y se estremecían ante las embestidas que llegaron a provocar la apertura de pequeñas vías de agua imposibles de subsanar. 

Cuando la noche cayó sobre nosotros, la situación no había mejorado, pero tampoco parecía empeorar. La goleta se defendía como gato panza arriba. La esperanza de que resistiera comenzó a hacerse hueco en nuestros corazones cuando súbitamente un golpe seco, acompañado por un gran estampido, proyectó todo lo no amarrado contra estribor.

La nave había sido arrojada contra las afiladas rocas de una desconocida costa, pulverizando todo el costado de estribor y acabando con la vida de muchos pasajeros y tripulantes, cuyos cuerpos se llevaron las aguas para luego arrojarlos con brutalidad contra lo que quedaba del casco. Cada golpe de mar hacía que los restos de la goleta se incrustarán más y más en la roca, haciendo saltar tableros y astillas, mientras cuerpos, provisiones y aparejos flotaban alrededor.

La situación era desesperada. Había que salir de allí cuanto antes, y a ese fin nos afanamos todos, sin organización, sin educación, sin piedad. Muchos murieron en el intento, otros conseguimos ponernos a salvo por encima de los cuerpos de los que no lo lograron, todo en la oscuridad más absoluta y a merced de una tromba de agua que se prolongó varias horas, casi hasta el amanecer.

Con las primeras luces se abrió ante nosotros una vasta  extensión de tierra arrasada, cubierta casi por completo de negras cenizas producto de las erupciones de tres volcanes que, en el horizonte, no paraban de vomitar venenosos vapores. A nuestra espalda el mar gris, tranquilo, saciado, salpicado por las carcasas de embarcaciones de todo calado. La zona arenosa más allá de las rocas era un gigantesco estercolero donde descansaban todo tipo de inmundicias, osamentas humanas y cadáveres. El hedor que desprendían era insoportable, uniéndose en una mezcla letal con el olor sulfuroso reinante. 

Sobre nuestras cabezas, centenares de aves carroñeras descendían trazando círculos, ansiosos por unirse a los cuervos que ya habían comenzado el banquete. Quizás estuvieran más pendientes de nosotros que de los muertos. No podíamos permitirlo. Corrimos hacia los cuerpos profiriendo alaridos para espantar a los carroñeros, que desafiantes continuaban picoteando o se lanzaban contra nosotros. En esas estábamos, cuando observamos una carreta que se acercaba rápidamente envuelta en una nube de polvo. Parecía negra, tirada por dos hileras de criaturas. Después de todo, había vida en aquella tierra yerma. Alzamos los brazos y las voces en un atisbo de alegría que pronto se convirtió en puro terror, cuando identificamos como esqueletos las criaturas que tiraban del carromato, adornado con incontables calaveras.

Salimos en desbandada, sin orden ni concierto. Los esqueletos abandonaron las filas y, siguiendo las órdenes del conductor, recogieron guadañas del interior del vehículo y se lanzaron a la caza y captura de los vivos. Eran muy rápidos. Si alcanzaban a uno en carrera, lanzaban la guadaña contra las piernas amputándolas. Luego arrastraban el cuerpo suplicante hasta el carromato, dejando atrás los inútiles miembros. Los que se postraban de rodillas suplicando clemencia o ayuda divina eran decapitados en esa posición. Abandonaban el cuerpo, dejándolo a merced de los buitres, recogiendo la cabeza para almacenarla en el carromato. Solo los que se rindieron sin postrarse fueron capturados intactos. Los ataron con cuerdas en filas tras el carromato que partió de vuelta por donde había llegado. 

No sé cuántos conseguimos escapar. Yo lo conseguí gracias a que ninguno fue tras de mí. De otra forma, hubiese sido imposible. Oculto en lo alto de un risco, contemplé sin parpadear todo lo ocurrido, hechos que sobrepasaban lo vivido en mis más horrendas pesadillas. ¡Más me hubiera válido quedarme en mi tierra! Vagué por aquellas tierras inhóspitas durante mucho tiempo sin encontrar nada más que polvo, hasta que al atardecer, alcancé el borde rocoso de un valle por el que no transcurría ningún rio que no fuera de sangre. ¡Era el mismísimo infierno!

Una gran cruz blanca estaba colocada en el centro para que todos pudieran verla. De nada servía allí su presencia, quizás como recordatorio de sus pecados, de la razón por la que allí estábamos. Una solitaria casona servía como punto de recepción de carromatos negros. Llegaban a sus puertas de forma constante, descargaban su macabra carga y salían del valle buscando más. Los restos de los asesinados eran introducidos en la casona por una puerta lateral, saliendo por la principal solo esqueletos. 

Los desgraciados que seguían con vida eran colocados en masa en el patio de enfrente, donde perros esqueléticos les lanzaban dentelladas. Un gran esqueleto a caballo hacía una selección dividiéndolos en grandes grupos según cual fuese a ser su tormento. Había un grupo para los que sufrirían en la picota, otro para los que lo harían en la rueda, los que serían ahorcados, los que serían entregados a jaurías de perros esqueletos, los que perecerían ahogados, degollados, sodomizados, y un largo etcétera. Cuando el caballero marcaba el destino de cada uno, un par de esqueletos lo recogían y lo llevaban a rastras hasta el lugar apropiado. En el otro lado del patio, frente a una larga mesa, cinco monjes dominicos, con los símbolos del Santo Oficio, anotaban la pena impuesta por el caballero. Un esqueleto hacía tañer una gran campana.

Las ruedas y picotas de tortura estaban colocadas en lo alto de enormes mástiles, más altos que la cruz blanca. Estaban clavados por todo el valle. Colocaban al infeliz y quedaban aguardando que pereciera, mientras les provocaban toda clase de tormentos y sonreían al escuchar los alaridos que proferían. Cuando morían, los mismos esqueletos se encargaban de bajar el cuerpo para dejar libre el mástil. Conducían los restos hasta la casona donde se les transformaba para engrosar las filas del ejército de los muertos, portando una pequeña tapa de ataúd como escudo y una guadaña como arma. Esa era la finalidad de la casona, la producción de esqueletos que desde ese momento comenzaban a asediar a los vivos. 

Alrededor de un abrevadero, de los que usa el ganado para beber, doce nobles eran obligados a beber el orín que generaba un rebaño de ovejas custodiado por perros esqueléticos. Los esqueletos recogían los excrementos en cubos de madera que vertían dentro de la fuente. Sentado en el borde, un esqueleto con el pelo largo tocaba con su laúd hirientes melodías que les ridiculizaban, mientras un esqueleto bufón con jubón a cuadros hacía cabriolas y les golpeaba con su bastón en el trasero. Pese a la suciedad, se percibía el lujo de sus ropajes y el brillo de sus joyas, incluso una corona real. De nada servían allí todos sus títulos y posesiones.

En otro punto, pude contemplar cómo se ultrajaba a un grupo de mujeres desnudas o con poca ropa. Los esqueletos usaban palos o huesos humanos para penetrarlas brutalmente. A su lado también se penetraba a varios hombres entre los que se encontraban miembros del clero. 

Parecía que había un rincón específico para hacer pagar los excesos por cada uno de los siete pecados capitales. Todo esto es lo que contemplé en aquel valle de horror, antes de que la repugnancia me hiciera perder el sentido. Cuando recobré el sentido, todo seguía allí, igual, ejecutándose con la misma precisión, con la misma crueldad. Me alejé todo lo rápido que pude dirigiéndome hacia la costa. Improvisé una balsa con unos cuantos maderos y me lancé al mar.

Pasaron muchos días. Abrasado por el sol, sin nada que beber ni comer más que mi propio orín, cada vez más escaso. Deseé que me llegara la muerte. A punto estuvo de alcanzarme. Cerré los ojos y me deje llevar. 

Cuando desperté, me encontraba en una goleta de nombre Vieja Esperanza. Me habían rescatado cuando estaba en el albor de la muerte. Me cuidaron y alimentaron hasta que recuperé las fuerzas. Luego, un gran vendaval nos sorprendió arrojándonos contra una costa rocosa. Muchos perecieron...

miércoles, 17 de abril de 2013

La Criatura del Mes: Norman Bates (Psicosis) por Kike Alapont


SOMOS LA NOCHE (2)

SOMOS LA NOCHE 
Jesús Martí 
http://elterrortieneforma.com/

La película que hoy toca comentar es, básicamente, como un grano en el trasero que, dependiendo de la posición en que te sientas, molesta más o menos. Somos la Noche (Wir sind die nacht, 2010) es una producción alemana con un presupuesto de 6.500.000 de euros dirigida por Dennis Gansel responsable de una obra de culto titulada La ola (Die Welle, 2008).
El film retoma la figura del vampiro (en este caso vampiresas) más clásico, es decir, no se reflejan en los espejos, colmillos bien marcados, sed de sangre, desprecio hacia la vida humana y otros tantos tics ya habituales en este género. No obstante las vampiras que aquí se muestran no se esconden en polvorientas mansiones ni buscan sus presas al amparo de oscuros callejones, son mujeres que explotan su belleza, viven el día a día (bueno más bien la noche) en toda su plenitud: fiestas salvajes en locales de moda, drogas, sexo, lujo...en fin una adaptación de un polvoriento pasado a los tiempos actuales. A priori esta visión del mundo vampírico, los vampiros en el cine (en los últimos años) son demasiado sensibles y están inexplicablemente acomplejados de su condición, sería un buen punto de partida, pero las buenas intenciones no bastan para desarrollar un buen film.
Vayamos por partes; tenemos un buen ritmo (vertiginoso en algunos momentos) que cuadra a la perfección con el modo de vida de las protagonistas, nos encontramos con un buen trabajo técnico con algunos planos interesantes, el acabado visual es notable, y las actrices no molestan (tampoco asombran, que conste); ¿qué falla entonces?, pues varios elementos que son los responsables de que la estructura de una película no quede en un cascarón vacío e intrascendente. Por un lado tenemos un guión flojo, por consiguiente muchas de las situaciones y diálogos presentados son inocentes y faltos de profundidad, limitándose a arañar la superficie de un submundo, por otra parte, interesante. Esta inconsistencia en los personajes y sus motivaciones, socaba continuamente la pretendida seriedad de la película, llegando por momentos a sonrojar y molestar por la inocencia de sus planteamientos; ejemplos de lo anteriormente escrito hay bastantes a lo largo de la obra, pero solo mencionaré las incongruencias que muestran las protagonistas; son seres con muchos años a sus espaldas (con lo cual se desprende que deben tener mucha experiencia asimilada), pero sus reacciones y maneras de actuar recuerdan más a una pandilla de adolescentes que están descubriendo los placeres de la no vida. Esta constante, digamos, inconsciencia planteada por el guionista / director y explotada hasta la saciedad a lo largo del metraje, no hace más que hundir poco a poco toda la película y llevar, por momentos, al espectador a la total indiferencia respecto a lo que pueda pasarles a las protagonistas.
Por otro lado, la gran cantidad de géneros y subgéneros utilizados en Somos la noche, no acaba de funcionar, tenemos toques de acción, terror, gore, thriller, drama y, para acabarlo de adobar, romance; todos ellos bien revueltos pero nada conjuntados, y que derivan en una total falta de acabado narrativo; por supuesto esta indefinición en el estilo también desvela no pocas influencias a las que se pretende homenajear. Tenemos detalles melancólicos y dramáticos en la onda de El Ansia (The Hunger, 1983), tenemos una representación de la violencia emparentada con la vista en Los viajeros de la noche (Near Dark, 1987), hay detalles de Entrevista con el Vampiro (Interview with the Vampire, 1994) y también se nos regala algo de rollo gótico y sombrío (escojan ustedes la película que prefieran). Todos estos elementos (más bien momentos concretos) picoteados de aquí y allá, no ayudan nada a crear una personalidad propia, llevando al film a una deriva de intenciones que parece o recuerda un 'grandes éxitos vampíricos' al uso.
Por si fuera poco, el pretendido discurso feminista subraya por su inconsistencia la paternidad masculina del mismo, estoy seguro que ninguna mujer aplicaría y/o apreciaría las sandeces de las que hacen gala las chicas vampiras del film, todas ellas con diferentes traumas y todas ellas solucionando esos traumas con una ligereza que entra de lleno en los estereotipos más marcados, recurrentes y... aburridos.
La falta de frescura, la incoherencia de su guión, su fallido intento de modernidad, la poca entidad de las protagonista, la tibieza en sus intenciones y su pretenciosidad sin límites solo nos llevan a una conclusión: Somos la noche puede visionarse pero poco o nada recordaremos una vez finalizada; quizás sea esta su virtud: no dejar huella, pues su intrínseca intrascendencia puede que para algunos aficionados sea un valor a tener en cuenta.