viernes, 22 de febrero de 2013

Código: Génesis X



Ilustración: Kike Alapont

Aquella mañana de bruma resultaba difícil respirar. Aún el sol intentaba salir para alumbrar las calles y la nieve comenzaba a caer con suavidad aquel primer día de diciembre.
No se veía nada en la habitación, pero sabía exactamente dónde apretar. Alargó el brazo y pulsó un pequeño botón, sonó un chasquido y una nube de vapor salió disparada del aparato. No recordaba haber pasado una noche tan mala en su vida, casi no había dormido y sentía que cada vez se ahogaba con más fuerza.
—Papá… —llamó, pero nadie habría podido escuchar aquel hilillo de voz.
Se destapó, y con aquel simple esfuerzo sintió como si hubiera levantado varios kilos de peso. Entonces supo que la cosa se estaba poniendo fea en su cuerpo.
Abrió la puerta que daba al gigantesco pasillo de la mansión, las piernas le temblaban y los cuatro metros que separaban su habitación de la de sus padres le parecieron una maratón.
—Papa… —volvió a susurrar tan fuerte como pudo al tiempo que abría la puerta y caía de rodillas— Papa… ayúdame…
—¿Cariño? —el hombre cogió las gafas de la mesita de noche y encendió la lámpara enfocando con la vista hacia el lumbral de la puerta— ¡Cariño!
El hombre de pelo canoso se tropezó con su propia zapatilla y cayó al suelo con tanta fuerza que despertó a su mujer. Levantándose con torpeza fue tan rápido como pudo hasta llegar a su hija, que seguía agarrada al pomo de la puerta como si la vida le fuera en ello. La examinó con rapidez y Shana pudo ver el preocupado rostro de su padre y las lágrimas en los ojos de su madre. ¿Se estaba muriendo? ¿Por qué? Nunca había comprendido por qué tenía que sufrir tantos dolores, por qué su corazón era tan débil como para tenerla atada a aquellas cuatro paredes.
No sabía qué tacto tenía la nieve bajo sus pies desnudos, no recordaba la sensación del césped húmedo acariciando su piel ni el olor de la primavera, habían pasado tantos años que lo había olvidado. Se esforzó por seguir respirando mientras su padre la cogía en brazos y corría tan rápido como su cuerpo le permitía hacia el exterior. No se rendiría, deseaba tanto vivir y sentir el mundo que se juró vencer a su propio cuerpo.
— ¡Acelera James! —gritó la mujer dentro del coche.
James sentía como el sudor le resbalaba por las sienes, estaba tan cerca de perder a la hija que tanto amaba que le daría un ataque de histeria. Había dedicado su vida a investigar enfermedades y curas para todo el mundo. Entonces, ocurrió el milagro veinte años atrás, nació su pequeña, pero pronto descubrieron que su cuerpo no estaba sano como habría querido cualquier padre, su corazón no funcionaba como debía, era genético, pero no sabía qué era ni como curarlo. Desde aquel momento dedicó su vida y sus fuerzas a investigar hasta caer desmayado por el exceso de esfuerzo, ¿y para qué? Solo había conseguido un suero sintético que la ayudaba en momentos de crisis por un corto período de tiempo.
Aparcó en medio de la puerta principal, pues no era el momento de perder el tiempo yendo hasta el aparcamiento trasero. La luz de la entrada estaba encendida, el guarda estaba apostado en el mostrador de la pequeña oficina mirando con atención la escena, y cuando reconoció al científico jefe y lo que hacía, salió corriendo en su encuentro.
—¡Doctor James! —sin preguntar, estiró los brazos aprovechando la enorme fuerza física que le caracterizaba para cargar con la chica de pequeño tamaño.
Usando su tarjeta llave accedió con rapidez al edificio entrando después a la zona restringida, donde un pequeño grupo de guardia trabajaba en horario nocturno. Causando revuelo, dejaron a Shana en una camilla y con manos temblorosas, James abrió la pequeña nevera buscando el último suero que había creado. Mientras su mujer sollozaba le clavó la aguja sin perder un segundo y se dejó caer sobre una silla cuando acabó, pálido como un muerto y sin hablar.
—¿Se… se pondrá bien? —tartamudeó su esposa— Me prometiste que la curarías…
—No lo sé… cielo santo, mi pequeña.
—Doctor —una muchacha de ojos azules le miró seria, era su ayudante Anna—. Creo que no nos queda más remedio. Ha empeorado.
—¿A qué se refiere, James?
El hombre no quiso mirar a su mujer, no tenía fuerzas suficientes para decirle que su princesa tenía los días contados. Aquel suero era más efectivo, pero cada vez que sufría un ataque, su estado se volvía más grave y deterioraba más su cuerpo. Solo les quedaba una solución para ganar tiempo, y recurriría al gobierno en busca de un favor que le debían.
—Tengo que hace una llamada… —se levantó de la silla arrastrando las patas de esta, que chirriaron quejándose por la brusquedad del movimiento— Anna por favor, habla con mi esposa.
Entró a su despacho, que solamente estaba separado del laboratorio por una fina puerta que no logró acallar el llanto de una madre apenas dos minutos después de cerrarla.
No pudo evitar odiarse a sí mismo por no curar a su hija, pero amenazaría a quien fuera para conseguir que le hicieran el favor, se lo debían después de lo que le obligaron a crear años atrás.
—Ponme con el general Graham —esperó una contestación negativa y continuó— Dile que soy James Hamon. Si se niega a hablar conmigo, avísale de que Reina Sur se hará famosa.
Solamente unos segundos pasaron antes de que escuchara al otro lado del teléfono una voz agria que no escondió su mal humor ante la amenaza. En aquel momento, su mujer entró por la puerta seria y con los ojos enrojecidos, las manos le temblaban sin remedio.
—Maldito idiota, ¿quieres que te maten? --escuchó al otro lado.
—Es hora de que el país me devuelva el favor —su tono firme pareció calmar al hombre con el que hablaba.
—¿Te has vuelto loco? No puedes hablar de Reina Sur. Es un secreto de estado. Joder James, somos amigos desde niños, no me pongas en un aprieto —Graham se sentó en su sillón y con un gesto pidió a su mujer que le sirviera un whisky.
—Mi niña se muere Graham, tú eres su padrino, ayúdame.
—Sabes que si estuviera en mis manos la salvaría sin dudarlo, pero si ni un científico de tu talla puede, ¿crees que yo seré capaz de algo?
James se tomó unos segundos, tal vez varios minutos. Por su mente aparecieron varios recuerdos, el comentario de un colega, que inocentemente creyó que James conocía aquel proyecto le creó una pequeña esperanza.
—Necesito a Venus —su tono tembló haciendo evidente la desesperación que sentía.
—No sé de dónde has sacado ese nombre, pero conoces la respuesta.
—Te juro Graham, que si mi pequeña muere el planeta entero sabrá como el país ganó la tercera guerra mundial —se hinchó de valor—. No te imaginas las pruebas que tengo. No quería amenazarte, pero…
—¿Sabes cuántos millones costará meter a tu hija en Venus?
—No tantos como los que os ahorrasteis gracias a mi virus…
—Vale, tienes razón. No voy a preguntarte como mierda has descubierto Venus. Pero no te aseguro nada, llamaré al presidente ahora mismo y se lo pediré como un favor personal. Escúchame —elevó el tono de voz antes de que James le diera las gracias—. Será mejor que cierres esa bocaza. Tú no sabes nada.
—Sí.
—Espera mi llamada.
Colgó el teléfono sin decir nada más. No se sintió bien del todo con aquella situación, Graham era como un hermano para él, pero no podía dejar que Shana muriese, daría su vida por ella. El problema era que se había acabado el tiempo, y si entraba en Venus, aquello ya no sería un obstáculo.
En el fondo no tenía grandes esperanzas. El proyecto Venus se había usado en muy pocas personas, y todos ellos eran eruditos, gente potencialmente valiosa para la humanidad. Su pequeña no tenía nada de especial, pero si tenía que amenazar al presidente en persona, Dios sabía que era capaz.
Había estado varios días barajando aquello, era un proyecto experimental, muy efectivo en casos como el de su hija, una enfermedad incurable de momento. Daba tiempo, todo el tiempo del mundo para descubrir la cura.
—¿Sí? —corrió hasta el teléfono.
—El presidente ha dado el visto bueno. He tenido que recordarle lo que hiciste por el país, pero al final ha accedido a que Shana entre en el proyecto. He mandado un furgón a por vosotros, no podemos perder tiempo, solo hay una cámara libre por el momento. Escucha —continuó—, sé que va a ser difícil, pero Mei no podrá acompañarte. Es un complejo de alta seguridad, solo a ti se te permitirá estar dentro y seguir con tu investigación.
—Gracias Graham… —en aquel momento se debatió por no dejar salir su llanto—. No te preocupes por Mei, lo entenderá.
—Asegúrate de que no comente nada. No deberías haberle dicho nada a nadie sobre Venus, si se enteran de que civiles o… —carraspeó— tu equipo conoce estos detalles, estarán muertos en un abrir y cerrar de ojos, ya sabes como funciona todo esto.
Se disculpó por todo antes de colgar. Graham le conocía demasiado bien, sabía que no tenía secretos con su equipo, menos aún con Anna, que era su mano derecha. Dio un giro brusco y salió del despacho, no tardarían más que unos minutos en llegar y debía preparar todo.
Habló con Mei, su esposa. Entre llantos y lágrimas le pidió a su marido que salvase a su hija costase lo que costase, y que no quería conocer más datos de lo que iba a ocurrir más allá de lo que ya sabía. Con la ayuda de Anna y el resto de su equipo, James preparó a Shana, que estaba plácidamente dormida gracias a un sedante. Mandó al guardia de seguridad a la puerta, a la espera del equipo de Venus para que les abriese las puertas hasta su laboratorio.

jueves, 21 de febrero de 2013

CRÓNICA PÚRPURA (3)


   Supe que debía alimentarme de ella... de la puñetera sangre. Acepté aquel mal, acepté aquella locura. Joder... vaya que si lo hice. Me quedaban dos opciones; alimentarme vía intravenosa, metiendo en mi cuerpo el liquido burdeos en repetidos trasplantes, o, en cambio, salir fuera, al mundo exterior, a las calles. Echarme a los suburbios para chupar la sangre de mis semejantes... ¿que coño semejantes? ya no lo eran: YO NO LO ERA. No era humano, joder. No era uno de ellos. Era un puto vampiro, un ser de la noche... un monstruo. Un monstruo al que Audrey, sin desearlo, dejó tirado en aquel apartamento.
 
   El viejo la diñó. Aquel día no asistió a la cita. Por lo que pude descubrir poco después, el pobre viejo murió de un infarto. Le dio un jodido patatús en el camino de regreso al piso. Me quedé solo. Dios... solo en aquella ciudad. Solo con mi... ¿enfermedad?
 
   Los dos primeros días fueron relativamente molestos. Cansancio, jaquecas, fiebre y una incomoda sensación en el estomago... Pero al cabo de la tercera jornada sin alimentarme... Jesús; estaba al borde del delirio. Me miré en el espejo; era un muerto en vida. Había envejecido considerablemente. Estaba arrugado como una pasa, mustio como que un ficus sin regar. Era... era un puñetero zombi. Mi pelo, mi larga melena se había transformado en una mata blanca y cana. Mis ojos, hundidos en sus cuencas brillaban tenuemente en un color apagado, teñido en rojo oscuro. Se me notaban los huesos de las manos, de los brazos; de todo el cuerpo. Jesús; menos mal que me dio por limpiar aquel claustro poco después de acabar con los polis, me hubiese costado un triunfo borrar las huellas en aquel estado.

   -Ugen... ¿Qué vas a hacer? -me decía a mí mismo frente al espejo del baño-. ¿Vas a morir así? ¿vas a...? ¿rendirte?

   Por un rato pensé en salir corriendo de allí; marcharme bien lejos para dejar atrás aquella maldita pesadilla. No hubiese servido de nada. Le dí a la cabeza durante unos minutos que se me antojaron jodidamente eternos. Tracé el siniestro plan. Le eché un par de huevos. Entonces, tras una conversación absurda conmigo mismo, decidí hacerlo. Caminé hasta la diminuta cocina. Abrí uno de los cajones y...
 
   -Sí.
 
   El cuchillo era lo suficientemente grande.
 
   -Lo siento Padre... Lo siento Señor...
 
   Luego dispuse el filo a la altura de la muñeca y rasgué de un tirón el tejido de mi piel. La herida se abrió en profundidad a lo largo del brazo, sesgando venas a su paso.

   -Padre nuestro que estás...
 
   Imité el corte en la otra muñeca.
 
   -...santificado sea... tu nom... brrrr.....
 
   Las heridas estaban abiertas, saludando como bocas enmohecidas teñidas en color azul y pardo. Unas bocas sanguinolentas suplicando por la vida.
 
   -...así en la tieerrrrraaa....
 
   Sentí un mareo profundo, un acusado malestar que rozó lo infinito. Un dolor punzante allí dónde debería alojarse el corazón. Entonces, en pleno éxtasis de agonía, llevado por una fuerza superior, alcancé a divisar mis brazos curtidos; allí, en el lugar de los tajos, la sangre no figuraba. Las bocas abiertas en la piel no gritaban clemencia, al contrario, se reían de mí, insultando mi estupidez, la insensatez que no llevaba a nada. No lloraban, al revés, aullaban de alegría, gritando a los cuatro vientos que por mucho que me hiciera, jamás moriría de daño alguno.

   -Arrrrrrrggggg...
 
   Continuaban abiertas, rasgaban la piel, pero dentro, la sangre no corría, no fluía. Sentí el dolor, el escozor, la angustia. Pero ni de lejos, ni por asomo, rocé el cielo o el infierno que tras lamentable paso podría aguardar a un mortal recién fallecido. Entonces grité. Grité como nunca antes lo había hecho:
 
   -¡Diooooooooooooosssssss!!!
 
   Después acepté.

   Al cabo, dejé llevarme por la oscuridad de la noche. Soñé de nuevo. La pesadilla surgía ante mí como una película, una extraña sucesión de imágenes que me guiaban a través de los callejones más oscuros de aquella ciudad. Arrastraba mis pies, cojeaba incluso. Me sostenía en paredes y cubos de basura. Cogía aliento a marchas forzadas, como si mis pulmones no desearan el soplo de la vida o no les hiciera falta. 

   Asfixiado o al borde de estarlo, mi ser continuaba allí, buscando, perdido pero guiado por el olfato, aquel que de repente había logrado llegar al cenit de la evolución. Era perfecto, sentía el respirar de una mísera rata que se escondía, la misma pelleja que me vigilaba bajo un vehículo aparcado decenas de yardas atrás. Olía la colonia barata de una puta, aquella que asomaba con pitillo en mano a través de una ventana de un cercano patio de luces, cotilleando como una sucia vecina situada en lo
más alto de aquella torre de apartamentos. Paladeaba sabores de cocina, de gas, productos tóxicos y grasas quemadas en parrillas oxidadas. Paladeaba mucho más; sudor, hombres, mujeres, niños... personas durmiendo plácidamente. Paladeaba lo importante; el sabor dulce cobrizo de la sangre, la que corría a través de las venas de un pobre vagabundo que se afincaba a unos pasos de mí.
 
   -Sí... sí...
 
   Aquel hombre fue el siguiente. Le alcancé por la espalda, le sostuve por el cuello y...
 
   -Lo siento.
 
   Mordí, mordí, mordí... le trituré en más de veinte bocados. No aspiré su sangre, no; la tragué a rebosar por mis labios, ansioso, hambriento. Le despedacé con mis propias manos bebiendo de su piel y trozos de carne a modo de cuenco. Dios... Jesús... era como gelatina, como un dulce bocado de nube azucarada. Su ser era sabroso, caliente. Era... Joder... era mi puñetero entrante. Era mi comida, mi alimento. 

   Aquel día, llevado por las malditas pesadillas, cené más de lo normal. Cuatro personas desaparecieron en oscuros callejones sin salida. 

Phoenix, Estados Unidos. Tres años después.
 
   La conocí en aquel bar. En el mismo que solía frecuentar antes de salir a cazar. Era tan... tan guapa. Joder, qué cuerpazo. Qué mujer. Entró como una exhalación pidiendo ayuda. Abrió la puerta del pequeño garito y corrió entre gritos hasta alcanzar la barra. Allí, Charlie preguntó apaciguando:

   -¡Hey! ¡muchacha! ¿qué diablos te ocurre...? tranquila, tranquila.
 
   Era Charles, el dueño del local. Un tipo honrado, un... amigo. Una especie de colega al cual veía todas las noches. Él me proporcionaba el licor necesario para afrontar la barbarie y ser capaz de llevar a cabo mis... ¿cenas?
 
   -¡Ayuda! ¡ayuda por favor...!
 
   La chica estaba sin camisa, joder; en sujetador. Con aquellos pechos asomando por encima de la prenda. Iba sofocada, sudando. Vestida de cintura para abajo con un pantalón vaquero repleto de grasa y barro.
 
   -¡Respira mujer! ¿Qué ocurre...? -Charli le cogió de un brazo.
   -¡Fuera! ¡dos tipos...! ¡dos malnaci...! ¡ellos me han...!
 
   No dio tiempo a más. Los tres únicos que rondaban en el bar a aquellas horas, asomamos nuestra vista al exterior mirando a través de un amplio ventanal. Fuera, en el mugriento y oscuro parking, un vehículo de gran tamaño reanudaba la marcha.

   -¿Quién...? -me atreví a preguntar, dejando encima de la barra mi copa de whisky.
   -¡Ellos! -secundó la joven en un sollozo.
   -¿Ellos? -siguió Charlie, extendiendo las cejas al cielo-. ¿Norman?
  -Disculpa tío -añadí-; ¿conoces al conductor?
  -Sí. Es... suele hacer noche ahí. Viene con un sobrino, es su ayudante de carga. Lleva los troncos del aserradero hasta el condado vecino. Es un tipo muy vulgar... hay veces que cena aquí y...
 
   La muchacha lloró en un segundo grito, alertando y haciendo aspavientos con sus manos, mirando con cara de loca el camión de transporte que en aquellos mismos instantes salía del aparcamiento publico.

   -¡Tranquila mujer! -el camarero continuó a lo suyo-. ¿Se puede saber qué diablos...?
   -¡Me han violado! -terminó aclarando la chica-. ¡Esos dos cerdos del camión me han violado!
 
   Una espina, una tan grande como el propio vehículo que salía de ruta, se me clavó en el pecho aquella jodida noche. Santo Dios... era como si una fuerza descomunal e invisible tirara de mí hacía el exterior de la cafetería. Una tan poderosa que no pudiera resistirla. La fragilidad de la mujer. Su juventud. Su cuerpo. Aquella mirada dulce, empapada en lagrimas y sufrimiento. La inocencia que transmitía. Era preciosa. Era como aquella chica, la misma de la que me enamoré en el pasado, cuando era niño. Jesús... ¿era ella...? Era su doble.
 
   -Hijos de puta.
 
   Y aquellos malnacidos la habían violado porque sí. Sin más. Unos putos cerdos hijos de perra que por lo visto no tenían nada más que hacer aquella noche. Recogieron medio borrachos a la muchacha en un cruce a las afueras de la ciudad; ella salía de un motel finalizado su turno laboral. La hostia... Una preciosidad inocente. La metieron en la cabina y abusaron de ella. Ambos la forzaron. Jesús; aquel tipo dueño del camión era tan retrasado y paleto que pretendía enseñar al hijo de su hermana lo que debía hacer un hombre. Malnacido hijo de chacal. Le enseñó al joven a violar mujeres. ¿Quién era el monstruo y quién el humano...?
 
   -Charlie -solté-, no llames a la poli. No salgáis bajo ningún concepto. Ahora mismo vengo.
 
   Charles se quedó con la palabra en la boca, y la chica, a punto del desmayo, prefirió ausentarse de la realidad tomando asiento en el mismo suelo del local.
 
   Corrí como nunca. Salí a la carretera principal llevado por mi locura. En mitad de un cruce de caminos y vías asfaltadas alcancé a divisar el vehículo detenido ante un semáforo. Más allá, a unas yardas de distancia por delante del camión, una barrera bajada avisaba del paso a nivel. Tenía tiempo de sobra para llegar antes de que el conductor apretara el pedal de nuevo. El tren de mercancías de las 23:00 horas estaba a unas millas de allí y pronto se dejaría ver por aquel extremo de la ciudad. 

   -Tú puedes, Ugen. Ya sabes de lo que estás hecho.
 
   Y vaya que podía. Apresuré el paso mucho más. Doblé mi potencial. Volé sobre el asfalto en una carrera agónica a punto del colapso. Pero pude. Pude llegar a tiempo. Alcancé a los dos tiparracos. Los cogí en aquel ataúd de pino con ruedas.

   -¡Hijos de perra!
   
   No dije más. Con eso bastó. El resto fue un saludo mudo. Un entendimiento propio. Un tú a tú, mano a mano, puño a puño. Bocado a bocado. Ellos imaginaron que un tipo los habría visto. Venganza... ¿el novio de la muchacha quizá? ¿un sheriff loco llevado por el orgullo de portar una reluciente estrella? No. Eso no. Yo lo sabía. Sabía la verdad. La verdadera razón era JUSTICIA, pero acompañada de otra palabra: HAMBRE. Entonces pensé: Tres años asesinando a vagabundos. A perros de la calle. A gatos, ratas. Inocentes. Dios... debía haberlo pensado antes. Aquella sangre sabía mejor. Era más... ¿dulce y caliente? 

   Mientras me abría paso por la garganta agonizante de aquellos dos malnacidos, mi mente daba vueltas en un pensamiento lucido, perfecto, elocuente. Joder; ¿por qué asesinar si podía librar mi propia batalla contra un mundo injusto, oprimido, insensato, cruel y vomitivo? La Virgen; se me encendió la luz en mi cabeza aquella noche dentro de la cabina del camión. Me llegó la inspiración mientras despedazaba carne empapada en sangre. Sí... un justiciero de la noche. Un héroe. Un... vampiro vestido de vaquero que debía alimentarse de sangre. Sí... sangre de capullos, asesinos, hijos de puta sin nombre. Violadores como aquellos dos maricas. Tío y sobrino; ¡Ja! Muertos. Dos joputas menos. Y yo, ansioso de hambre, al fin alimentado, saciado...
Feliz.

   El mundo no se merecía a un monstruo. No... se merecía a un héroe como yo. Inmortal joder. Fuerte... ¡la leche! Rápido. Con el mundo a mis pies. Con un poder inimaginable. Sí... pasó el tiempo de la sangre envasada. Pasó el tiempo de oscuros callejones y locales de alterne. Pasaron perreras y cloacas. Llegó el tiempo de Ugen Slater. Llegó la aceptación del mal, y con ello... el héroe que todos esperaban.

   Así fue hasta que llegasteis vosotros, capullos polacos.

Varsovia, Polonia. 2011. 02:45 de la madrugada.
 
   -Bien cabrón, esa historia es cojonuda... ¿pero qué fue de la mujer que te mordió? ¿dónde está la tía zorra que te transformó?
   -No volví a saber de ella... ¿qué palabra no entiendes capullo? ¿acaso te la he mencionado antes? Llevo casi una hora contándote mi vida... joder.
   -¿Te ríes de mí? ¿acaso crees que yo, el señor Kozlov se chupa el dedo?
   -La Virgen... atravesaba América porqué la buscaba. ¡Joder! ¡la buscaba para rendir cuentas! ¡no he dado con el paradero de esa mujer vampiro! ¡no la veo desde aquel día! ¡Dios...! ¡llegasteis vosotros y me metisteis en un puto avión! ¡no sé nada más!
   -Osea, pretendes que crea que andas por ahí buscando a esa... cosa, y que aún no has dado con ella. ¡Ja! ¡y un polla, monstruo de mierda! ¡podéis oleros el culo unos a otros como chuchos en celo!
   -Joder mafioso maricón, hablo en serio capullo.
   -...
   -Jefe... ¿le pego un tiro de una vez?
   -Idiota, eso no le hace nada.
   -¿Llamo a los americanos para que follen a su novia y la tiren por la ventana?
   -Quieto fiera. Este paleto todavía puede ayudarnos.
   -No sé cómo, maldito gilipollas. Te he contado todo. Te he dicho cada aspecto de mi vida, cada puto detalle. A qué hora cago, cuándo me pajeo... ¿Qué más quieres? ¿es que no puedes asimilar que yo no puedo darte la puñetera eternidad? No soy un vampiro de serie joder, no nací así. Me mordieron, me transmitieron esa especie de rabia... solamente puede entregarte esta maldición un vampiro de verdad. Uno de pura raza. ¡Ya
lo sabes, te lo conté antes! ¿Acaso no te informan correctamente tus chivatos?
   -Hijo de puta, paleto de mierda. ¡Mientes!
   -En serio, Dios... ¿qué más quieres que te diga?
   -...
   -Jefe; ¿me lo cargo ya?
   -¡Aguarda un poco, joder!
   -De verdad. La hostia. Mierda. No puedo convertirte. No puedo hacer que seas rico, sucio, bastardo y traficante de zorras durante toda la eternidad, maldita sea. Debes encontrar a un pura sangre. Y créeme; no he vuelto a ver a ninguno desde aquella madrugada en el rancho. ¡Y no conozco a ninguno de ellos excepto a la que me mordió!
   -...
   -Jefe...
   -...
   -¿Jefe? ¿qué hacemos?
   -¡Aaargg! ¡Mierda! ¡Mi gozo en un pozo querido Minka! No sólo me tiro cuatro asquerosos años buscando a este chupasangres desde que supe de él perdiendo gran parte de mi fortuna, sino que cuándo lo hago, me doy de bruces contra un muro de mierda descubriendo que todo es verdad. Sí, joder... el poder es real... pero no está al alcance de mis manos... ¡No está al alcance de mis puñeteras y poderosas manos!
   -Señor Kozlov; disculpe, ¿cree que dice la verdad? Podríamos... podríamos taladrarle los sesos hasta que...
   -Joder Minka, le has roto las piernas, le has desencajado los hombros del sitio, hemos metido sus manos descarnadas dentro de sosa cáustica y le he abierto un agujero del tamaño de un obús en su pecho. ¿No piensas que ya ha cantado suficiente? Es hora de acabar con esto... Moriré de cáncer en unos meses, no debo entretenerme más con este paleto. Por mi patria... joder... me pudriré en la tumba mientras que mi mujer se folla a ese puto chaval encima de mi yate, despilfarrando mi capital por toda Europa. ¿Oyes? ¡Mi capital! ¡Mis millones! ¡Mis putas! ¡Mi droga! Por mi santa madre... todo mi imperio.
   -Señor... yo...
   -Llama a los americanos, tienes razón Minka. Tenemos ese as en la manga todavía. Que este capullo eterno escuche como matan a esa nenita de pelo largo.
   -Sí jefe.
   -...
   -¿No dices nada cerdo paleto?
   -...
   -¿Te ríes de mí? ¿acaso te ha comido la lengua el gato?
   -Señor Kozlov, creo que al maricón este le importa una mierda esa tía.
   -No sé... A ver paleto; voy a ordenar que maten a tu putita preferida... ¿vas a soportar esa mierda antes de que te prenda fuego? ¿serás capaz de soportarlo?
   -Haz lo que desees, capullo. Inténtalo.
   -Jefe, le da lo mismo. Iré a por el teléfono.
   -Eso. Acabemos de una vez con todo esto. No me hace falta esta perra americana chupasangre para dar con esa mujer pura raza. Ordena que maten a esa puta y luego rocía de gasolina el inmueble. Os espero en el coche, muchachos. Prender fuego a todo esto. ¡Nos vamos en diez minutos!
   -Bien señor.
   -Aguarda cerdo.
   -¿...?
   -Aguarda un poco.
   -Vaya... el monstruo acaba de recapacitar. ¿Qué deseas capullo? ¿Vas a decirme todo lo que sabes?
   -Creo... creo que se me olvidó algo.
   -Vaya, vaya, vaya... Di.
   -Se me pasó contarte una cosa. Es sobre... es sobre la joven que violaron en aquel parking de mala muerte. Estaba.. yo estaba solo. Me sentía abandonado en una vida de mierda. Entonces... me enamoré de ella al verla entrar en el bar de Charlie.
   -¿Pero qué cojones estás diciendo, maldito vampiro?
   -Comenzamos una relación. Me ayudó al igual que lo hizo Audrey años antes. Ella... ella consiguió retener al monstruo dentro de mí. Me proporcionó sangre envasada, sangre de hospital, trasplantes joder. Ella se volcó en mi ayuda. Se lo conté. Confié y confió. Supo la verdad sobre mí. Yo dediqué el tiempo a librar mi propia batalla con los indeseables del país, y ella... ella era mi cómplice.
 
   -¿Estás loco? ¿Qué quieres decir con esto paleto?
   -No podía dejar que envejeciera a mi lado... no podía dejar que... muriera. La amaba. La quería más que a nada en el mundo.
   -¿Qué...? ¿De qué mariconadas estás hablando?
   -Entonces... je, je, je... entonces decidí convertirla.
   -...
   -...
   -...
   -¿Qué...? ¿convertirla? ¿Pero qué cojo...?
   -Jefe, este capullo ha estado jugando con nosotros.
   -¡Ya lo sé inútil! ¿acaso crees que no lo sabía?
   -Mirad capullos; la mordí. La convertí. Le entregué el poder. Se transformó. Era una chica preciosa... Dalena se llamaba y Dalena se llama hoy en día. Tiene veinte años. Quizá alguno más... pero lleva en esta vida más de sesenta años con la apariencia sexy de una joven muchacha de cabello negro. Joder idiotas; vuestros amigos de Estados Unidos retienen a un vampiro... je. Intentan retener a un ser que es capaz de matar de un puñetazo a un jodido elefante.
   -¡Minka, Konrad! ¡llamar a Nueva York! ¡Preguntar por la zorra!
   -¡Sí señor!
   … … …
   -Señor...
   -¿Qué diablos ocurre?
   -Es para usted, dicen... dicen que se ponga. Tome. 
   -¿Qué...? ¿Sí? ¿Quién diablos...?
   -Buenas noches hijo de puta.
   -¿Quién co...?
   -¿Acaso no reconoce a una dama por teléfono maldito polaco? Soy Dalena, aquella a la que mandó secuestrar. Lamento informarle que sus pequeños y traviesos hombrecillos están a cientos de pies por debajo mía. Siento decirle que a esos cuatro maricas los tiré por la terraza del hotel. Claro... no sin antes sacarle los ojos a todos ellos, uno por uno, y cortar sus pollas en pedacitos para alimentarme de su sangre. Es una pena, había dos que eran tremendamente guapos... chillaban como unas nenazas cuando los solté. En fin, que se le va a hacer. ¡Ah! diga a mi marido que se dé prisa, por favor. Le aguardo en la cama muy caliente al otro lado del océano.
   -¿Prisa...? ¡Joder! ¡Maldita capulla! ¡Malditos capullos!
   -¡Jefe! ¿Qué ocurre? ¿era ella? ¿era la chica, verdad?
   -¡Maldito seas Ugen!
   -Lo siento cerdo, te mentí. Veras... se me pasó contar ese detalle. Os voy a dar un minuto; uno solo. Lo justo. Es lo que tardaré en quitarme estas jodidas cuerdas y la cinta que me aprisiona en la puñetera silla. Después, como sé que no os habrá dado tiempo a salir del edificio, iré a por vosotros en un paso tranquilo, sosegado. Os cogeré. A ese capullo de la ventana le arrancaré de cuajo el puto cabezón que tiene. A ese marica, a
tu chupapollas llamado Minka, le quitaré las piernas y los brazos y le colgaré del pito en la lámpara del soportal. Haré que de vueltas en las aspas del ventilador que posee el alumbrado. Joder... quedará de lujo como adorno. En cuanto a ti mamonazo... en cuanto a ti respecta; te cortaré ese pequeño gusano que tienes por minga y dejaré que te desangres. Después... je... después iré en busca de tu mujer y le llevaré metida en un cofre de regalo tu polla. Le diré: Oh, lo siento señora, pensé que le gustaría tenerla como recuerdo. Su marido... el pobre... murió en la perrera municipal. No sé como acabó allí pero... buffff... no quedó mucho de su cuerpo en el momento que le sacaron del recinto. Tendrían hambre los pobres animalitos...
 
   -Hijo... Hijo de puta. Maldito seas monstruo.
   -Bien señor Kozlov, la cuenta atrás ha comenzado; ¿vais a huir de una maldita vez o ceno esta noche a resguardo de la nieve?
 
Fin.

LA PRUEBA DE VALOR



Tim estaba parado justo delante del jardín de la casa Mulparish. Hacía años que estaba deshabitada. En sus buenos tiempos estaba llena de vida, continuamente se celebraban actos y fiestas. Pero tras el crack de 1929, todo cambió. La familia Mulparish lo perdió todo y la casa paso a manos de un banco, al que le resultó imposible venderla o sacar provecho de ella.

Los chicos de la pandilla le urgían a entrar. Para ingresar en la banda tenía que subir a la segunda planta y traer un objeto de uno de los dormitorios. Rom, que era el mayor del grupo a sus 16 años, le empujó hacia la verja. Tim tuvo que hacer un gran esfuerzo para mantenerse en pie y no caer al suelo. Estaba aterrorizado solo de pensar en entrar allí dentro, pero la perspectiva de seguir recibiendo palizas por parte de la pandilla no era nada agradable. Si conseguía superar las pruebas, todo cambiaría.

Se armó de valor y empujó la verja que emitió un chirrido que le produjo el mayor de los escalofríos. Con paso lento, fue vadeando la maleza que antaño fue jardín bien cuidado. Tropezó con un macetero que estaba oculto a la vista. Los chicos se rieron de él. Tim se limitó a levantarse y seguir avanzando.

La puerta de la casa estaba abierta de par en par. Entró dentro y observó los muebles podridos y los viejos techos cubiertos de telarañas. El suelo era un mar de polvo que dejaba marcadas cada una de sus pisadas. Fuera empezaba a anochecer, por lo que decidió darse prisa y acabar con aquel mal trago.

Subió las escaleras que conducían a la primera planta. Escalón tras escalón, el corazón le latía cada vez con más fuerza. Agarró la barandilla de madera y esta pareció temblar bajo la presión de su mano. Cuando llegó al rellano de la primera planta, todo estaba muy oscuro. Al estar todas las puertas cerradas, no dejaban pasar la luz. Escuchó un ruido en la segunda planta. La sangre se le heló, se pasó la mano por la cara en un intento de secar el sudor que ya empezaba a brotar, a pesar del frío que hacía.

-¡Tranquilo Tim! Aquí no hay nadie, esos imbéciles cuentan historias para asustar a los más pequeños. Los ruidos son normales en una casa tan vieja.

Agarró una vara de metal, que una vez fue un adorno de la escalera y la sostuvo en alto. Aquella casa era enorme y empezaba a ser consciente de que no saldría de allí con luz del día. Continuó avanzando escaleras arriba, los ruidos parecían cobrar vida, por un momento le pareció escuchar a los chicos de la pandilla. Seguramente habrían salido corriendo hartos de esperarle. Por fin llegó a la segunda planta. Una fuerte corriente de aire cerró varias puertas de golpe. Tim se agarró a la escalera y esta cedió. A punto estuvo de caer por el hueco de la escalera. Se limpió el polvo de la ropa y se levantó. Estaba decidido, pero su decisión se hizo más débil cuando advirtió que por debajo de una de las puertas del final del pasillo izquierdo, se veía una rendija de luz. En un primer momento pensó que era el sol del atardecer, pero a medida que se iba acercando vio por una de las ventanas que fuera ya era de noche. Desde allí no podía ver a los chicos porque ese lado daba a la parte trasera de la casa.

Alzó la vara, y caminó lentamente. El pasillo parecía alargarse, por más que creía andar el miedo le hacía parecer como si no se moviera del sitio. Cuando llegó a la puerta, no sabía qué hacer. Si la abría no tenía ni idea de qué podría encontrar. Finalmente, giró el pomo de la puerta y la empujó con la mano. Se escuchó un alarido, que le hizo caer al suelo. Perdió la vara que cayó rodando, alejándose por el pasillo. Una sombra comenzó a acercarse a la puerta. Tim iba a gritar. La luz quedó tapada por la figura de un hombre alto con sombrero y larga barba.

-¿Qué haces aquí? - Preguntó.
-He venido por un objeto para mis amigos. Tim no se daba cuenta de lo absurdo que resultaría aquello para un extraño.
-Pues cógelo y márchate. Esta casa vieja no es sitio para un niño, podrías hacerte daño.

Tim se levantó y entró en la habitación, que estaba iluminada por un candil. Agarró un peine y se lo guardó en el bolsillo.

-¿Qué ha sido ese grito? - Preguntó Tim.

El hombre se rio.

-Estaba tocando la guitarra, y al levantarme se me escapó y me cayó en el pie derecho. Me hizo mucho daño.

El anciano a la luz, no parecía nada amenazador. Tenía una sonrisa muy agradable y su ropa estaba limpia.

-¿Usted?
-¿Sí?
-¿Vive aquí?
-Entré en la casa esta mañana. Por más que busqué, no encontré ninguna pensión u hotel que tuviera habitaciones libres.
-Mi mama alquila habitaciones y ahora mismo, no tiene clientes.
-¡Genial! Pues si no te importa, recojo mis cosas y me muestras el camino a tu casa - añadió el anciando después de
rascarse la barba.
-¡Vale! - Contestó Tim sentándose sobre un pequeño arcón.

Unos diez minutos más tarde, el anciano y el niño abandonaban la casa. Antes de salir, el anciano apagó el candil y lo dejó en una estantería.

-Ese objeto para tus amigos... ¿por qué tenías que cogerlo de aquí?
-Mis amigos dicen que esta casa está embrujada.
-¡Tonterías! No existen los monstruos, ni fantasmas, todo eso son cuentos.

El anciano y el niño se alejaron de la casa, charlando y riendo. En el jardín trasero de la casa, un ser alto y desgarbado, tiraba los cadáveres de los niños de la pandilla por la ventana del sótano. Alzó la cabeza y olfateó el aire dejando ver sus enormes fauces y sus ojos rojos como la sangre. Su cuerpo estaba desgarrado y tenía aspecto de podrido. Agarró el cadáver de Rom, mordió su brazo derecho y masticó la carne. Un coche que pasaba cerca lo asustó. Se arrojó al suelo y reptó por la estrecha ventana hacia el interior del sótano.

CITADEL (2)

CITADEL
Juan Vicente Briega González


   En esta ocasión he de decir que estoy completamente de acuerdo con Jesús Martí, hasta tal punto que he estado muy cerca de coger su crítica y copiarla aquí, pues además de estar muy bien redactada, llega hasta un nivel de detalle espectacular, estableciendo relaciones con otras obras. Un análisis profundo y único que os invita a disfrutar de este magnífico film.


   - Ehhhh, oiga. ¿Quién es usted? ¿Qué hace en el ordenador de Juan Vicente?
   - Yo... ummmmhhhh... nada, no hago nada.
   - ¡Cómo que no hace! Le he visto tecleando en el ordenador. ¿Qué estaba haciendo?
   - ¿Y quién es usted para decirme a mí nada?
   - Soy coordinador de la revista. Tengo todo el derecho de decirle lo que me plazca cuando me plazca mientras que esté usted aquí. ¿Quién es usted?
   - Me llamo Mariano Ra...
   - ¡Da igual! ¿Dónde está Juan Vicente? ¿Qué ha hecho con él?
   - No sé quién es ese tipo...
   - Hace dos minutos estaba ahí sentado, escribiendo su crítica de cine, y ahora está usted. La única forma de salir de este cuarto es pasar por delante de mi mesa, y él no ha salido. ¿Qué ha hecho con él? Respóndame o me veré obligado a llamar a la policía.
   - Ehhhh tranquilo. Yo no he hecho nada. No sé de qué diablos me está hablando.
   - Ahhhhhhh... tiene sangre en las manos. ¿Qué ha hecho con Juan Vicente?
   - ¿Esto? Me he cortado. Le aseguro que no he hecho nada.
   - ¡Quieto ahí! No se mueve. Tendrá que rendir cuentas a la policia.
   - ¡No sea pesado! Me iré por donde he venido. No trate de impedírmelo si no quiere sufrir ningún daño. En cuanto a ese tal... Juan Vicente o cómo demonios se llame, veremos si le vuelve a ver por aquí. Quizás sí, quizás no. Lance usted una moneda al aire. Si sale cara quizás le vuelva a ver, si sale cruz, jamás volverá a verlo. Ya sabe que la suerte es muy caprichosa, tanto como el destino. Adios.
   - Espere. No se mueva...
   - Ya lo ha oido. Lance una moneda, déjeme en paz y déjese en paz.

   Eso hice. Tiré una moneda y salió cara. Súbitamente, Juan Vicente surgió de la oscuridad más profunda. Como si nada hubiera ocurrido, leyó lo que el extraño individuo había escrito, lo borró todo y comenzó a escribir su crónica. Después se marchó sin decir palabra hasta el día siguiente.


  Cuando este mes Jesús Martí me propuso hacer la crítica de Citadel, del debutante Ciaran Foy, me sorprendió porque a penas había oído hablar de ella salvo en la web del Festival de Sitges, y me resultaba un poco extraña. Y ahora que la he visto me he encontrado con un film ejemplar, una película, que con sus cositas (lo que tienen las óperas primas, querer meterlo todo) ha realizado una película entretenida, cercana y de terror urbano muy bien realizado.
   Cuando uno se decide a hacer un film de este tipo, con los miedos y las fobias como principal protagonista, con traumas del pasado y con criaturas extrañas, corre el riesgo de quedarse en nada y que uno de esos puntos haga que el resto desluzca, pero en este caso todo el conjunto la hace grande. El protagonista, un chico atormentado por la muerte de su esposa a manos de unos "adolescentes" encapuchados y su camino a superar los miedos que le han provocado esos actos, son el principal argumento del film que se apodera del espectador con lentitud y una tensión que va en un crescendo en el que el personaje, acompañado de unos secundarios un tanto estereotipados, realiza un viaje tanto interior como exterior hacia la luz. Nunca mejor expresado con ese plano final al salir del edificio entre los encapuchados,  que nos enseña que la valentía puede hacernos superar todos los miedos.
   Un mensaje muy bonito y muy expresado, un tanto infantil para mi gusto pero bien llevado en ese tono de film setentero británico de barrios marginales y personajes desorientados que tan bien funcionan con argumentos, a ratos tan tensos y terroríficos, como este. Estamos frente a un film de género que huele a sesión golfa de videoclub, una película tensa que, sin mostrar prácticamente nada, y de un modo muy sutil, se mete dentro de ti y te hace sentir como el protagonista.

miércoles, 20 de febrero de 2013

EL CORTASETOS



Estaba cansada de aquel mirón. Todos los sábados asomaba su nariz de loro entre los arbustos de mi jardín.
Hubo un tiempo en que hubiera sonreído y le habría deleitado con un topless, pero ese tiempo hacía años que había pasado a la historia. No sabía cómo decirle que me incomodaba su presencia. Me escondía en la oscuridad de mis gafas sol y entre las hojas de una revista de moda vieja. Para no verlo.
Sentía su presencia y mis sensibles oídos escuchaban su agitada respiración mientras él ejercitaba su mano callosa y terminaba el trabajo que había venido a realizar entre los setos que cubrían la verja de mi casa. Hasta que aquella mañana me decidí a terminar con el problema.
El vecino de al lado me lo dejó. Le conté que me crecían unas hierbas rebeldes entre los setos. Me enseñó a usarlo con sus propias manos. Sentí su aroma varonil acercarse peligrosamente a mi espacio vital pero me sentí tranquila. Mi vecino no era peligroso. El mosquito molesto era otro; el ser que todos los sábados asomaba su nariz entre los setos.
Sábado. Por fin. Aguardé entre los arbustos a que el "indeseable" hiciera acto de presencia. Con puntualidad británica escuché sus pasos en la acera, percibí los sonidos suaves de las suelas de sus mocasines baratos. El susurro de las hojas del seto me habló.
Ya estaba allí. Lo olí, lo sentí y lo vi entre las sombras. Era guapo. Varonil. El pelo corto, cepillado y engominado. Usaba loción para el afeitado y colonia cara. Por un momento sentí la debilidad penetrar en mí de nuevo. Mis instintos salvajes se despertaron. Y por un infinito segundo pensé en no hacerlo. Sentí el impulso de besarlo en lugar de atravesarle la cara con el cortasetos.
Pero solo fue eso. Un segundo eterno que detuvo el tiempo. No gritó, no sintió. Dejé el cortasetos en el suelo y me tumbé en la hamaca. Al cabo de unos minutos las sirenas de la policía se oyeron estruendosas en la tranquilidad de aquella mañana de sábado.