viernes, 22 de febrero de 2013

Código: Génesis X



Ilustración: Kike Alapont

Aquella mañana de bruma resultaba difícil respirar. Aún el sol intentaba salir para alumbrar las calles y la nieve comenzaba a caer con suavidad aquel primer día de diciembre.
No se veía nada en la habitación, pero sabía exactamente dónde apretar. Alargó el brazo y pulsó un pequeño botón, sonó un chasquido y una nube de vapor salió disparada del aparato. No recordaba haber pasado una noche tan mala en su vida, casi no había dormido y sentía que cada vez se ahogaba con más fuerza.
—Papá… —llamó, pero nadie habría podido escuchar aquel hilillo de voz.
Se destapó, y con aquel simple esfuerzo sintió como si hubiera levantado varios kilos de peso. Entonces supo que la cosa se estaba poniendo fea en su cuerpo.
Abrió la puerta que daba al gigantesco pasillo de la mansión, las piernas le temblaban y los cuatro metros que separaban su habitación de la de sus padres le parecieron una maratón.
—Papa… —volvió a susurrar tan fuerte como pudo al tiempo que abría la puerta y caía de rodillas— Papa… ayúdame…
—¿Cariño? —el hombre cogió las gafas de la mesita de noche y encendió la lámpara enfocando con la vista hacia el lumbral de la puerta— ¡Cariño!
El hombre de pelo canoso se tropezó con su propia zapatilla y cayó al suelo con tanta fuerza que despertó a su mujer. Levantándose con torpeza fue tan rápido como pudo hasta llegar a su hija, que seguía agarrada al pomo de la puerta como si la vida le fuera en ello. La examinó con rapidez y Shana pudo ver el preocupado rostro de su padre y las lágrimas en los ojos de su madre. ¿Se estaba muriendo? ¿Por qué? Nunca había comprendido por qué tenía que sufrir tantos dolores, por qué su corazón era tan débil como para tenerla atada a aquellas cuatro paredes.
No sabía qué tacto tenía la nieve bajo sus pies desnudos, no recordaba la sensación del césped húmedo acariciando su piel ni el olor de la primavera, habían pasado tantos años que lo había olvidado. Se esforzó por seguir respirando mientras su padre la cogía en brazos y corría tan rápido como su cuerpo le permitía hacia el exterior. No se rendiría, deseaba tanto vivir y sentir el mundo que se juró vencer a su propio cuerpo.
— ¡Acelera James! —gritó la mujer dentro del coche.
James sentía como el sudor le resbalaba por las sienes, estaba tan cerca de perder a la hija que tanto amaba que le daría un ataque de histeria. Había dedicado su vida a investigar enfermedades y curas para todo el mundo. Entonces, ocurrió el milagro veinte años atrás, nació su pequeña, pero pronto descubrieron que su cuerpo no estaba sano como habría querido cualquier padre, su corazón no funcionaba como debía, era genético, pero no sabía qué era ni como curarlo. Desde aquel momento dedicó su vida y sus fuerzas a investigar hasta caer desmayado por el exceso de esfuerzo, ¿y para qué? Solo había conseguido un suero sintético que la ayudaba en momentos de crisis por un corto período de tiempo.
Aparcó en medio de la puerta principal, pues no era el momento de perder el tiempo yendo hasta el aparcamiento trasero. La luz de la entrada estaba encendida, el guarda estaba apostado en el mostrador de la pequeña oficina mirando con atención la escena, y cuando reconoció al científico jefe y lo que hacía, salió corriendo en su encuentro.
—¡Doctor James! —sin preguntar, estiró los brazos aprovechando la enorme fuerza física que le caracterizaba para cargar con la chica de pequeño tamaño.
Usando su tarjeta llave accedió con rapidez al edificio entrando después a la zona restringida, donde un pequeño grupo de guardia trabajaba en horario nocturno. Causando revuelo, dejaron a Shana en una camilla y con manos temblorosas, James abrió la pequeña nevera buscando el último suero que había creado. Mientras su mujer sollozaba le clavó la aguja sin perder un segundo y se dejó caer sobre una silla cuando acabó, pálido como un muerto y sin hablar.
—¿Se… se pondrá bien? —tartamudeó su esposa— Me prometiste que la curarías…
—No lo sé… cielo santo, mi pequeña.
—Doctor —una muchacha de ojos azules le miró seria, era su ayudante Anna—. Creo que no nos queda más remedio. Ha empeorado.
—¿A qué se refiere, James?
El hombre no quiso mirar a su mujer, no tenía fuerzas suficientes para decirle que su princesa tenía los días contados. Aquel suero era más efectivo, pero cada vez que sufría un ataque, su estado se volvía más grave y deterioraba más su cuerpo. Solo les quedaba una solución para ganar tiempo, y recurriría al gobierno en busca de un favor que le debían.
—Tengo que hace una llamada… —se levantó de la silla arrastrando las patas de esta, que chirriaron quejándose por la brusquedad del movimiento— Anna por favor, habla con mi esposa.
Entró a su despacho, que solamente estaba separado del laboratorio por una fina puerta que no logró acallar el llanto de una madre apenas dos minutos después de cerrarla.
No pudo evitar odiarse a sí mismo por no curar a su hija, pero amenazaría a quien fuera para conseguir que le hicieran el favor, se lo debían después de lo que le obligaron a crear años atrás.
—Ponme con el general Graham —esperó una contestación negativa y continuó— Dile que soy James Hamon. Si se niega a hablar conmigo, avísale de que Reina Sur se hará famosa.
Solamente unos segundos pasaron antes de que escuchara al otro lado del teléfono una voz agria que no escondió su mal humor ante la amenaza. En aquel momento, su mujer entró por la puerta seria y con los ojos enrojecidos, las manos le temblaban sin remedio.
—Maldito idiota, ¿quieres que te maten? --escuchó al otro lado.
—Es hora de que el país me devuelva el favor —su tono firme pareció calmar al hombre con el que hablaba.
—¿Te has vuelto loco? No puedes hablar de Reina Sur. Es un secreto de estado. Joder James, somos amigos desde niños, no me pongas en un aprieto —Graham se sentó en su sillón y con un gesto pidió a su mujer que le sirviera un whisky.
—Mi niña se muere Graham, tú eres su padrino, ayúdame.
—Sabes que si estuviera en mis manos la salvaría sin dudarlo, pero si ni un científico de tu talla puede, ¿crees que yo seré capaz de algo?
James se tomó unos segundos, tal vez varios minutos. Por su mente aparecieron varios recuerdos, el comentario de un colega, que inocentemente creyó que James conocía aquel proyecto le creó una pequeña esperanza.
—Necesito a Venus —su tono tembló haciendo evidente la desesperación que sentía.
—No sé de dónde has sacado ese nombre, pero conoces la respuesta.
—Te juro Graham, que si mi pequeña muere el planeta entero sabrá como el país ganó la tercera guerra mundial —se hinchó de valor—. No te imaginas las pruebas que tengo. No quería amenazarte, pero…
—¿Sabes cuántos millones costará meter a tu hija en Venus?
—No tantos como los que os ahorrasteis gracias a mi virus…
—Vale, tienes razón. No voy a preguntarte como mierda has descubierto Venus. Pero no te aseguro nada, llamaré al presidente ahora mismo y se lo pediré como un favor personal. Escúchame —elevó el tono de voz antes de que James le diera las gracias—. Será mejor que cierres esa bocaza. Tú no sabes nada.
—Sí.
—Espera mi llamada.
Colgó el teléfono sin decir nada más. No se sintió bien del todo con aquella situación, Graham era como un hermano para él, pero no podía dejar que Shana muriese, daría su vida por ella. El problema era que se había acabado el tiempo, y si entraba en Venus, aquello ya no sería un obstáculo.
En el fondo no tenía grandes esperanzas. El proyecto Venus se había usado en muy pocas personas, y todos ellos eran eruditos, gente potencialmente valiosa para la humanidad. Su pequeña no tenía nada de especial, pero si tenía que amenazar al presidente en persona, Dios sabía que era capaz.
Había estado varios días barajando aquello, era un proyecto experimental, muy efectivo en casos como el de su hija, una enfermedad incurable de momento. Daba tiempo, todo el tiempo del mundo para descubrir la cura.
—¿Sí? —corrió hasta el teléfono.
—El presidente ha dado el visto bueno. He tenido que recordarle lo que hiciste por el país, pero al final ha accedido a que Shana entre en el proyecto. He mandado un furgón a por vosotros, no podemos perder tiempo, solo hay una cámara libre por el momento. Escucha —continuó—, sé que va a ser difícil, pero Mei no podrá acompañarte. Es un complejo de alta seguridad, solo a ti se te permitirá estar dentro y seguir con tu investigación.
—Gracias Graham… —en aquel momento se debatió por no dejar salir su llanto—. No te preocupes por Mei, lo entenderá.
—Asegúrate de que no comente nada. No deberías haberle dicho nada a nadie sobre Venus, si se enteran de que civiles o… —carraspeó— tu equipo conoce estos detalles, estarán muertos en un abrir y cerrar de ojos, ya sabes como funciona todo esto.
Se disculpó por todo antes de colgar. Graham le conocía demasiado bien, sabía que no tenía secretos con su equipo, menos aún con Anna, que era su mano derecha. Dio un giro brusco y salió del despacho, no tardarían más que unos minutos en llegar y debía preparar todo.
Habló con Mei, su esposa. Entre llantos y lágrimas le pidió a su marido que salvase a su hija costase lo que costase, y que no quería conocer más datos de lo que iba a ocurrir más allá de lo que ya sabía. Con la ayuda de Anna y el resto de su equipo, James preparó a Shana, que estaba plácidamente dormida gracias a un sedante. Mandó al guardia de seguridad a la puerta, a la espera del equipo de Venus para que les abriese las puertas hasta su laboratorio.

2 comentarios:

  1. Mola mucho me encanta Maialen. *--*
    Me suscribo de paso :D

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    1. Gracias princesa, la verdad es que es una historia que me gusta mucho n_n

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