miércoles, 20 de febrero de 2013

CON HAMBRE NO SE PUEDE


Enar conducía desde las nueve de la noche. Salió de Vitoria y tenía que llegar a Madrid para dejar su carga en Mercamadrid antes de las 4 de la mañana. Ya eran las doce y media, y había intentado en tres sitios distintos para tomar algo, pero aunque las luces estaban encendidas, los restaurantes siempre estaban cerrados.
Cuando por fin encontró algo, era la una. Se había retrasado una media hora pero tenía un hambre atroz y, o paraba, o las tripas se le saldrían por la boca. El área de descanso donde encontró el bar “El Torreznillo” estaba un poco alejada de la N1, pero era o eso o seguir otras dos horas con ese runrún en el estómago.
Aparcó el camión cerca de la entrada para poder echarle un ojo desde la barra. Con la crisis, lo de robar partes de los bajos de los camiones era el pan nuestro de cada día.
El lugar le había parecido raro desde fuera porque la única luz que despedía era la del letrero de neón, pero al acercarse le dio hasta miedo. No tenía ventanas y la puerta era sospechosamente negra. Solo había otros dos coches aparcados fuera.
- Esto es un puti... seguro.
Iba a darse la vuelta, pero sus tripas se rebelaron. Rugieron. Gimieron. Casi casi susurraron un "Tenemos hambre. Danos de comer o nos saldremos por tu trasero..."
Cerró los ojos, respiró profundo un par de veces y se dijo:
- Está bien, chicas. Vamos a ver qué conseguimos.
La puerta era pesada, chirrió un poco pero se dejó abrir. Surgió una legión de olores a cerveza, humo y perrito caliente, que le agarró y arrastró hacia el interior.
Nada más entrar había una barra a lo largo de la pared de la izquierda. Tenía un par de grifos de cerveza con las típicas gotitas de agua condensada, que dan la sensación de frescor, y algunas fuentes con pipas. Tras la barra había toda una colección de botellas de alcohol, desde marcas blancas baratas hasta grandes y exclusivas marcas. En la parte más cercana a la entrada, había una máquina para hacer perritos calientes.
- Sí, chicas, de ahí sale el olorcillo... - dijo Enar a sus tripas, que habían dado un requiebro a modo de alarma ante la comida.
La barra estaba ribeteada con unas banquetitas rojas con flecos, ancladas al suelo que al acabar de recorrerla, daban un salto hacia el interior de la sala, donde acompañaban a otras mesitas altas dispersas por aquí y por allá.
En la pared de la derecha había una puerta de baños y otra de privado entreabierta por la que se distinguía una escalera que subía. Había algún cuadro con fotos en blanco y negro que no conseguía distinguir desde donde se encontraba.
Al fondo, Enar encontró lo que su intuición le había hecho buscar nada más entrar por la puerta: el escenario.
- ¡Es un puti!, ya lo sabía yo. Bueno, hay perritos calientes para vosotras y espectáculo para mí.
Se sentó en una banqueta a la mitad de la barra. No quería dar la impresión de entrar para ver nada pero, si salía "algo", no quería perderse ningún bonito detalle. Se rio para sus adentros.
- Anda que si al final me vuelvo a Madrid con dulce y todo...
El camarero se acercó mientras secaba un vaso:
- Hola amigo, ¿qué te trae por aquí?
- Buenas. Tengo un hambre que da calambre. ¿Qué tienes de comer?
- Los perritos calientes están recién hechos. Puedes acompañarlos con una ración de patatas, cebolla caramelizada y pepinillos.
- Uhm, huele bien. Ponme un par de perritos completos y una caña.
Las tripas de Enar dieron su aprobación pero la música del lugar no dejó que su expresión llegara a oírse.
- Sí, chicas... para vosotras solitas.
Pasaron diez minutos hasta que el camarero le puso el plato delante. Para entonces ya se había acabado la primera caña y había mediado la segunda. Sabía que no debía beber, pero tenía que reconocer que no recordaba haberse bebido la primera caña. El camarero se la había puesto y la había cogido con la mano, pero el siguiente recuerdo que tenía era el del vaso vacío. Así que, como no se había enterado, tuvo que pedir la segunda. Con esta trató de ser mucho más consciente. No podía beber mucho más. Le esperaban aún más de 200 kilómetros por delante y varias horas de trabajo una vez llegara a Madrid.
El primer mordisco al perrito le supo a gloria. Sus tripas tronaron de felicidad. Parecían niñas abriendo los regalos de Navidad. Podía escucharlas reír y parlotear frases de placer. Estaba deleitándose con ese momento, cuando de pronto, la música cambió. Se volvió lenta y densa. El escenario se llenó de humo, los focos de luz blanca que había en la parte trasera se encendieron y las cortinas se abrieron.
Recortada sobre las luces apareció la silueta oscura de una mujer que se contoneaba cadenciosamente, al ritmo suave de la música. Permaneció un rato al fondo del escenario, deleitándose con la mirada de Enar que luchaba escarbando en el humo para recoger cada detalle de esa imagen.
Enar trató de dar otro bocado al perrito pero no atinó y parte del moflete se manchó con la salsa. Sus tripas se quejaron, pero esta vez ni siquiera las sintió él.
La mujer iba zigzagueando por el escenario. Los focos de delante empezaron a iluminarla desde abajo, mostrando unas botas verdes de tacón de aguja que le cubrían hasta la rodilla. Poco a poco las luces recorrían el cuerpo de la mujer, ajustándose a él, como si de un guante se tratara. Con los muslos y los brazos al aire, el resto del cuerpo quedaba cubierto por un escueto traje verde terriblemente ajustado. Un pequeño triángulo era la base de dos tiras que subían para cubrir los pezones y desaparecer por detrás de la nuca de aquella diosa.
Para ese entonces, y aunque Enar no lo sabía, ya tenía encima de la barra su cuarta cerveza. El perrito había quedado totalmente deshecho entre sus dedos. Las tripas languidecieron... Ya no sentía ni hambre, ni sed, ni responsabilidades. Estaba contemplando el ser más perfecto sobre la faz de la tierra. Seguro.
- ...
El ángel se doblaba, se estiraba, se tiraba al suelo, levantaba sus voluptuosos muslos, los abría lentamente como una flor al amanecer, los cerraba con un rápido movimiento para encogerse y quedarse acurrucada durante un segundo... La música se aceleró el tiempo justo para que la joven se quitara su escueto traje con tres movimientos maestros.
Enar podría haberse olvidado de respirar si hubiera podido. Deseaba que no acabara nunca la música.
- No pares. No pares, preciosa – murmuró casi jadeando.
La joven volvió a levantarse y zarandeando la cadera se plantó en la zona más cercana a él. Se giró dando la espalda al chico y, muy despacio, comenzó a doblarse hacia abajo con las piernas separadas. Su cara quedó enmarcada por la parte de atrás de dos estilizadas corvas y el mejor trasero que había visto jamás. En ese instante, ella abrió los ojos y le miró fijamente.
Le faltaba el aire. Un sudor frío le recorría la frente y las manos le temblaban. Las luces fueron atenuándose, el humo empezó a inundarlo todo y tan lentamente como fue apareciendo, ella fue desapareciendo.
- Bonita, ¿eh? – La voz del camarero le rescató de la muerte cerebral a la que se había entregado tan solo unos instantes atrás - Se llama Liss.
El camarero esperó un rato a que Enar reaccionase. Entonces fue cuando este se dio cuenta del estropicio que tenía entre sus dedos.
- ¡La leche! Puf… ¡ostias!
- La chica viene de Las Tabernas, Almería, el Sur de Europa que dice ella. Una chica simpática donde las haya.
- Sí, muy simpática - Tartamudeó Enar - Simpática, sin lugar a dudas.
El camarero se sonrió y preguntó si le ponía otro perrito. Enar iba a contestarle que sí cuando sintió un ligero toque en la espalda. Un olor a hierba recién cortada pasó por encima del olor a perritos que le rodeaba desde que entró al "bar". Se giró y el aire salió disparado de sus pulmones.
Liss estaba delante de él. Con un batín color esmeralda, con pequeños dibujos de hojas y palitos. Enar no podía articular palabra. Ella entrecerró los ojos y le preguntó sencillamente:
- ¿Me invitas a una copa?
- Claaaaarrrr… sí, sí, claro – le costó arrancar. Bajó la mirada un segundo y se percató de que estaba empalmado - joodeeerrr.
- Je, je, je, suele pasar - Dijo Liss al seguir la mirada de Enar - Venga, bebamos un rato y charlemos.
La chica era realmente agradable. Además de estar buenísima, era una gran conversadora. Hablaron del trabajo de él, de lo dura que era la vida del transportista, del frío que hacía, de lo mal que iba la cosa con la crisis, incluso para los "bares" y, casualidades de la vida, resultó que Enar había pasado unos días en Las Tabernas cuando era pequeño, con sus padres y su hermano.
El tiempo fue pasando y con él cayeron tres cañas más. En algún momento miró el reloj y vio que eran casi las dos y media de la mañana. Algo se activó en su consciencia. No podía permanecer más tiempo allí.
- Jorl, tengo que irme preciosa. Esto es maravilloso pero, de verdad que tengo que irme.
- ¿Y me vas a dejar solita, aquí? – dijo Liss alargando levemente las últimas vocales.
- Ay, preciosa. Ojalá pudiera quedarme pero, si esa fruta no está en dos horas en Mercamadrid, se me va a caer el pelo.
Ella se bajó de la banqueta en la que estaba sentada y se acercó a Enar, echándole los brazos por encima de los hombros.
- De verdad que no puedes quedarte un ratito más... conmigo...
- Uuummhhhh... - el batín se había abierto un poco y se podía vislumbrar parte de uno de esos jugosos pechos que había deseado más que su propia vida tan solo hace unos ¿minutos? ¿horas? ¿segundos? el reloj había dejado de marcar el tiempo para Enar.
- Quédate. Pasemos la noche juntos.
- Nnnnnooo puedo – Enar mantenía una lucha entre el deber y el querer. Tenía que irse. Si no se iba ya, le caería una bronca que posiblemente terminaría en despido. Necesitaba el dinero - De verdad que quiero quedarme, pero no puedo.
Liss se acercó más y le besó enrollando sus brazos alrededor de su cuello. Las manos de él reptaron por el batín hasta esa cintura perfecta y se acurrucaron ahí cual gatitos sobre cojines. Cerró los ojos y, sin saber cómo, cuando los abrió de nuevo estaba en una habitación en la que el color verde predominaba. Estaban pegados, de pie, sin la camisa él y desnuda ella. Ella comenzó a desabrochar su cinturón y su pantalón, y él le tomó la cara entre las manos mientras le susurraba palabras que jamás había dicho a ninguna mujer.
Acercándose a la cama, Liss le ofreció su cálido trasero. Enar ya no recordaba ni el camión, ni la carga, ni los malditos kilómetros hasta Madrid, ni las horas de trabajo que le esperaban tras la descarga... ni el perrito caliente. Solo tenía sentidos para el tesoro que se abría ante él. Se acercó, se bajó un poco el calzoncillo y tomando su pene la penetró. Fue una experiencia sobrenatural. Solo pudo hacer unos pocos movimientos antes de sentir cómo se volcaba dentro de ella. Los ojos se le cerraron instintivamente.
- Oh Dios, Dios, Diooooosssss
Sintió un cálido aliento en su cara. Abrió los ojos y Liss había girado la cabeza 180 grados. Le estaba mirando. Se acercó a Enar y le dio un beso. Sintió que una lengua tubular llegaba hasta su garganta y un jarro de viscosa saliva se vació por su gaznate. Ella se separó y su boca esbozó un inicio de sonrisa que terminó siendo una grieta que le abarcaba, literalmente, de una oreja a la otra.
Enar fue recobrando el sentido común poco a poco. Esto no era normal. ¿Sería el alcohol mezclado con el cóctel de hormonas que le emborrachaba en ese instante? ¿veía visiones? Agitó la cabeza de un lado a otro durante un rato y se percató de que seguía unido a Liss.
Le entró verdadero pánico cuando comprobó que estaba atascado. ¡Atascado! No podía salir. Forcejeó de un lado a otro durante un rato. La boca de ella comenzó a abrirse. Era una imagen dantesca. Unos afilados dientes de casi un palmo empezaron a asomar en la más tétrica de las sonrisas.
- Eh Liss, venga chica. Je... no me hagas esto guapa. Venga, vamos... tranquila... relájate y déjame salir.
Los brazos se le quedaron rígidos, colgando a los lados del cuerpo. Le volvía a faltar el aire pero esta vez no sentía las mariposas en el estómago de hacía un rato, sino más bien un culo de oso sentado sobre su pecho. Estaba paralizado. Solo era capaz de mover los ojos de un lado a otro.
- Ggggrrrrr a veces me llaman Mantis... Mantis Religiosa - una baba flemosa amarillenta cayó sobre el vientre de él, al escaparse de entre esas rejas dentales – y me encantan los chicos buenos como tú.
Los párpados superiores se fundieron a los inferiores y los globos oculares empezaron a crecer y redondearse. Un tono verdoso empezó a cubrir la piel de ¿la chica? y el pelo se cayó como si de una peluca se tratara. De la hermosa cintura de Liss salieron dos asquerosas patas delgadas, propias de un insecto.
- Gggrrrr después de hacer el amor siempre me entra muchísima hambre- Un gesto divertido se dibujó en la poca humana cara de ella.
Abrió la boca más de medio metro, desencajando la mandíbula y, mostrando lo que a él le pareció una cueva llena de estalactitas y estalagmitas chorreantes de asquerosa baba, se abalanzó sobre la cabeza de Enar.
Para Liss fue un placer degustarle. Una delicatesen. Al acabar, se relamió, chupeteó sus finas patas, limpió dos antenitas que habían surgido en su cabeza y eructó.
-       Uhi... perdón.


Unos días más tarde, la policía encontró el camión de Enar en otra área de descanso, a más de 100 kilómetros de El Torreznillo, con un cuerpo sin cabeza al volante.


2 comentarios:

  1. Un relato muy esperanzador para los follatines de la ruta, jajajajajaja. Ojalá hubiese una muchacha así en cada puti de carretera. Llamadme carca pero detesto a los puteros, no lo puyedo evitar. El relato es el mejor que he leido de Macabea (y no doy jabón)Llamademe guarro pero odio el jabón, jajajajajaja. La ilustración es muy molona. ¿De donde la has sacado Maca?

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  2. El nivel va subiendo, y eso que el de los zombis del número uno me gustó mucho. También sube la longitud ;-)

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