domingo, 17 de febrero de 2013

DOS Y DOS SON CUATRO





«... son cuatro, cuatro y dos son seis, seis y dos son ocho, y ocho dieciséis. Dos y dos son cuatro, cuatro y dos son seis, seis y dos son ocho, y ocho dieciséis. Dos y dos son cuatro, cuatro y dos son seis, seis y dos son ocho, y ocho dieciséis. Dos y dos son cuatro, cuatro y dos son seis, seis y dos son ocho, y ocho dieciséis. Dos y dos son cuatro, cuatro y dos son seis, seis y dos son ocho, y ocho...»

- ¡ahhhhhhhh! No lo soportó más. Por favor, ¡cállate! ¡Cállate! Déjame en paz de una vez por todas. Siempre he hecho lo que me has pedido. ¡Lárgate! No quiero escucharte más...
 «...son cuatro, cuatro y dos son seis, seis y dos son ocho, y ocho dieciséis. Dos y dos son cuatro, cuatro y...»
- Si no te largas me suicidaré. No conseguirás nada más de mí, ni tendré que soportarte nunca más. Quizás eso sea lo mejor, que me suicide. ¿Qué harás entonces, hijo de puta? ¡Qué harás!
«No tienes lo que hay que tener para suicidarte. Por eso te elegí, porque eres un cobarde, siempre lo has sido y siempre lo serás. Sabes perfectamente que acabarás plegándote a mis deseos. No te tortures más. Ríndete y dejaré de cantar esa cancioncilla que tanto te gustaba cuando eras pequeño y tanto pareces detestar ahora»
- Esta vez no. Esta vez es diferen...
«¡Venga ya! Siempre estás con las mismas tonterías. ¡Esta vez no! ¡Esta vez no! ¿A quién quieres engañar? Solo a ti mismo. Eres tan predecible como estúpido. Haz lo que tienes que hacer y la cancioncilla dejará de sonar... hasta que te vuelva a necesitar, claro. Podrás dormir, podrás fornicar con golfas, casi podrás hacer tu vida normal, la vida que tenías antes de que iniciáramos esta relación tan hermosa que tenemos. Bien sabes que es la única salida. Yo puedo estar cantándote al oído un día y otro día y otro día, y todas sus noches»
- ¡Nooooooo! ¡Vete a tomar por culo! ¡Esta vez no!
«Está bien. Tú lo has querido. Continuemos con el juego. Dos y dos son cuatro, cuatro y dos son seis, seis y dos son ocho, y ocho dieciséis. Dos y dos son cuatro, cuatro y dos son seis, seis y dos son ocho, y ocho dieciséis. Dos y dos son cuatro, cuatro y dos son seis, seis y dos son ocho, y ocho dieciséis. Dos y dos son cuatro, cuatro y dos son seis, seis y dos son ocho, y...»
- ¡Para! ¡Para! ¡Para! Dios mío, ¡ayúdame!
«...cuatro, cuatro y dos son seis, seis y dos son ocho, y ocho dieciséis. Dos y dos son cuatro, cuatro y dos...»
- ¡Está bien! ¡Tú ganas! Ganas otra vez.
«¡Así me gusta! Esta vez me has metido el miedo en el cuerpo. Pensé que me ibas a dejar en la estacada, que habías sacado fuerzas de flaqueza y estabas dispuesto a hacer algo, digamos... definitivo. ¡Qué no! ¡Qué es broma! Desde el principio sabía que ibas a ceder a mis pretensiones. ¡Siempre lo haces! Es lo mejor que puedes hacer. Solo tienes agallas cuando trabajas para mí. Deberías agradecérmelo. Y, por favor, no implores nunca más la ayuda de Dios. Él no te va a ayudar. Más bien deberías culparle por ponerte sobre la faz de la tierra con todas esas debilidades que te dominan. Eres un pecador empedernido. Si realmente te está escuchando, es evidente que te ignora. Se ríe de ti, igual que yo me rio ahora, igual que me rio desde que te conocí. ¿Qué le voy a hacer? ¡Yo soy así! Mucho más honesto, ¿no crees?»
- ¿Qué quieres esta vez?
«Nada nuevo. ¡No sé para qué me preguntas! Ya sabes lo que me gusta. Siempre quiero lo mismo. Así que, sal ahí fuera y tráemelo»

Estaba muy cansado. Había conducido durante horas. Nunca actuaba en su ciudad, ni siquiera cerca de ella para no ser reconocido ni asociado con el "asunto". Era capaz de cruzar varios estados. Así, evitaba que se generara el típico clima de inseguridad entre sus conciudadanos, que tarde o temprano degeneraba en rumores, sospechas e infundadas acusaciones, y terminaba en caza de brujas contra los menos populares, siempre inocentes. Era un tipo raro, solitario por imposición social y por vivir en una casa de campo aislada. Tenía todas las papeletas para ser objeto de sus sospechas al menor descuido.
También estaba el tema de los gustos del tirano. El muy cabrón no pedía cualquier cosa. Desde que aparecía con su jodida cancioncilla hasta que desaparecía satisfecho, podían pasar varios días. Al principio era mucho peor. La búsqueda podía prolongarse durante semanas, hasta que descubrió que la poca discreción de la gente podía facilitarle las cosas. En las redes sociales encontraba fotos, comentarios, direcciones... todo lo que necesitaba.
No era un profesional, o eso quería creer, pero la policía y los medios de comunicación no opinaban lo mismo. Ellos hablaban de un asesino psicótico en serie con gustos especiales.
«¡No son mis gustos! ¡Odio hacer esto! ¿Por qué no lo entendéis?»
Alertados por los titulares, la población de riesgo se mostraba más cauta, y la policía se centraba en ellos, lo que hacía que todo fuera más complicado. No obstante, golpe a golpe conseguía mejorar su técnica, en definitiva, correr menos riesgos. No estaba, en absoluto, orgulloso de ello, prefería seguir siendo un paria que un perro en manos de un dueño cruel, pero no tenía elección.
Todavía tenía pesadillas con su primera vez. Bueno, tenía pesadillas con todas ellas, pero la primera fue la más dolorosa. Nunca había hecho daño a nadie hasta ese día. Escuchaba con lágrimas en los ojos los gritos, sentía como propios los golpes que propinaba. Entendía todo el dolor y el miedo que provocaba, pues él sentía todo eso muy a menudo.
Esta vez, y basándose en los datos obtenidos de internet, el golpe no debía causarle mayores problemas. Actuar y salir corriendo, procurando no dejar ninguna huella que pudiera delatarle. Si la dirección era correcta, la casa era la que tenía frente a sus narices. Solitaria en medio de un campo de maíz agostado, se erguía una modesta vivienda de una única planta. En la terraza, unos centímetros por encima del nivel del suelo, había dos mecedoras y una pequeña mesa. Todo quedaba parcialmente iluminado por un pequeño farol cuya luz apenas llegaba más allá de los límites de la terraza.
El interior de la vivienda estaba iluminado, lo que le permitió vislumbrar una figura femenina que se movía por lo que debía ser el salón. Tenía que acercarse más, tenía que conocer todos los detalles antes de actuar. Silencioso como una sombra, caminó por un lateral, paso a paso, lentamente, aprovechando la oscuridad reinante, concentrado en todo lo que ocurría en la casa. Inesperadamente, un perro negro bastante grande salió a la carrera ladrando, provocándole un subidón de adrenalina.
«¡Perkins! ¡Cómo he podido ser tan estúpido!»
Lo sabía todo del perro. Aparecía en muchas de las fotos publicadas en la red. Casi salía más que su propia dueña, pero no había pensado en él, y ahora se interponía entre víctima y verdugo. El perro corría ladrando sin parar. Cuando la cadena a la que estaba anclado quedó completamente tensa, el perro paró en seco lanzando un quejido lastimero. Un instante después siguió ladrando en dirección a él. La doble puerta de la casa se abrió de par en par. En el umbral apareció una chica de pelo largo rubio portando una escopeta.
- ¿Quién anda ahí? Perkins, ¿qué pasa?
Perkins seguía ladrando histéricamente. La chica avanzó lentamente, aproximándose paso a paso mientras miraba al frente y balanceaba el cañón de izquierda a derecha. Cuando llegó hasta el perro, se agachó y comenzó a acariciarle. Seguía mirando al frente, a la oscuridad impenetrable donde se escondía su verdugo.
- ¿Qué pasa? ¿Qué has visto? ¿Quién anda ahí? ¡Candice! ¡Candice! Cierra las puertas de casa y no salgas bajo ningún concepto.
- ¿Qué ocurre? ¡No me asustes! – dijo Candice asomándose por la puerta.
- ¡Haz lo que te digo! ¡Métete dentro! Y si escuchas cualquier ruido o ves algo raro, llama a la policía.
La chica soltó la cadena del perro que salió disparado hacia el interior del maizal, siguiendo el olor del intruso. Al instante, la chica perdió de vista al animal. Avanzó cautelosa hasta llegar al borde del maizal. No quiso continuar. La solo idea de internarse en el sugerente campo de maíz durante la noche, hacía que todos los pelos se le pusieran de punta. Notó un cosquilleó por toda su piel.
«Seguro que no es nada. Algún gato en busca de ratones. Le encanta perseguir gatos»
Escuchaba sus ladridos, cada vez más lejanos, hasta que se tornaron en quejidos. Algo le había ocurrido; su perro querido estaba herido. La necesitaba. Tenía una escopeta en las manos, si hacia bien las cosas no tenía por qué ocurrirle nada malo. Dudaba. Trataba de ser fuerte, de romper la resistencia que hacía que se mantuviera fuera del maizal. Un quejido más profundo que los anteriores hizo que se decidiera. Entró con la escopeta por delante en la oscuridad. El maizal pareció engullirla.
Veía poco o nada. El único sentido que le servía para algo era el oído, una vez sacrificado el sentido común. Apartaba las ramas con cuidado, pero era imposible no hacer ruido mientras avanzaba en la dirección de los quejidos, en línea recta. Estos fueron subiendo de volumen a medida que se acercaba al perro, que al percibir la cercanía de su ama, pedía con más insistencia.
Casi tropezó con él. Estaba tirado en el suelo. Se agachó sin perder de vista el entorno, manteniendo la escopeta a punto para disparar ante el menor signo de amenaza. El pecho del perro subía y bajaba rítmica y débilmente. Al acariciarle, notó una sustancia húmeda y pegajosa que cubría buena parte del pecho del animal. Era sangre. Emanaba de una profunda herida, y esas heridas no las causan los gatos. Alguien había hecho daño a su perrito. Lo más seguro es que se hubiese dado a la fuga. No pensaba quedarse allí para comprobarlo mientras Perkins se desangraba, así que dejó la escopeta a un lado, introdujo las manos por debajo del animal, y lo izó pegándolo a su pecho.

Todo había salido mal por culpa de ese maldito perro negro, y podía ponerse aún peor. Había escuchado perfectamente cómo la chica pedía a la tal Candice que se encerrara. Dijo algo más, referente a la policía; seguro que quería que la llamara.
«Si al menos ese jodido perro no me hubiese mordido, ya estaría lejos de aquí»
Con una puñalada consiguió que el perro liberase su presa, pero entonces escuchó ruidos. La chica había entrado en el maizal, por supuesto con su escopeta. Se agazapó en la oscuridad sin moverse ni un ápice.
La chica, a la que tantas veces había visto en internet junto a su hermana gemela, llegó hasta el perro. Desde su posición podía distinguir perfectamente el tubo negro de la escopeta. Entonces, la chica se arrodilló soltando el arma y alzó al perro girándose en dirección a su casa.
No lo podía creer. La muy estúpida ponía en peligro su propia vida por salvar a ese chucho medio muerto. Eso cambiaba las cosas, aun podía tener una oportunidad para llevar a término su plan, pero debía darse prisa. Dejó que avanzará unos cuantos metros más antes de moverse.

El peso y volumen de Perkins hacían que no avanzara tan rápido como quisiera. Solo pensaba en llegar a casa para llamar al veterinario.
«Aguanta perrito. Te pondrás bien. Te vas a poner bien. Yo cuidaré de ti»
Enredada en mil pensamientos, dejó de prestar la atención debida a su entorno. No escuchó más ruidos de ramas que los que ella misma producía, no vio nada más allá de la carita de su perrito.

Abalanzándose contra ella por la espalda, clavó el puñal lateralmente en el cuello, manteniéndolo allí firmemente. La sangre manó abundante manchando su vestido corto, donde se mezcló con la sangre de su perro. No se resistió. La puñalada era mortal. Simplemente le miró a los ojos con profunda pena, como preguntándole "¿por qué?”. Perro y ama cayeron al suelo, una sobre el otro, que lloraba por el dolor ajeno.
- Aunque no lo creas, lo siento mucho chica. Estoy obligado a hacerlo.
La primera parte ya estaba acabada. Ahora tenía que encargarse de la hermana. Luego las llevaría al coche. Corría a tanta velocidad como su muslo herido le permitía. Cuando llegó al borde del maizal, comenzó a escuchar las sirenas de un coche de la policía. Aún estaba lejos, no lo suficiente como para arriesgarse.

«Te he estado esperando con impaciencia. ¿Estás herido? Espero que no sea para tanto. ¿Lo has traído?»
- He hecho lo que he podido. Las cosas se pusieron difíciles. Había un perro...
«¡Me estás diciendo que has fracasado! ¿No lo has traído?»
- Te repito que he hecho lo que he podido. Llegó la policía, tuve que huir...
«¡Qué diablos me importan esas escusas baratas! ¡Muéstrame lo que has conseguido! Y más te vale no defraudarme»
Abandonó el salón dirigiéndose al garaje donde descansaba el viejo coche que había heredado de su difunto padre. Abrió el maletero y extrajo el cuerpo de la chica. Sus ropas eran un engrudo de polvo y sangre. La tomó en brazos y la llevó hasta el salón donde con extrema delicadeza la depositó sobre la alfombra.
- ¡Una chica rubia! ¡Y muy mona por cierto! Muy bien. Ahora tráeme su par, antes de que me enfade más.
Volvió al poco con el cuerpo de un perro negro, que depositó sobre la alfombra junto a los restos de su dueña.
«¿Qué es esto? Dime que es una broma pesada»
- Te he dicho que he hecho todo lo que he podido.
«¡Eres pura escoria! ¡No vales nada! ¡Menos que nada! ¿Crees que trayéndome dos cosas cualesquiera formas uno de mis pares? ¡Estúpido inútil! Uno más uno son dos, pero deben ser iguales para poder unirlos. ¡No te enseñaron eso en el colegio! ¿Tú eras de los que sumaba peras con manzanas? Ni siquiera es humano, ¡joder! Bueno... vamos a tranquilizarnos. No conviene perder la compostura. Vamos a ver qué podemos hacer... De acuerdo, lo primero, quita de mi vista ese perro. Luego saca tus herramientas y prepara a la chica. Hazlo bien o me verás realmente cabreado. Esto no es nada en comparación con lo que puede llegar a ser»

Ya lo tenía todo preparado para empezar. El cuerpo desnudo de la chica yacía en el suelo sobre un grueso plástico blanco impermeable. Una caja de labores a la derecha y un hacha de mano a la izquierda. Un fino cuchillo jamonero descansaba a su lado dentro de un cubo de fregona.
- ¿Corto como siempre? ¿O tienes otra idea?
«Te he dicho que como siempre»
- Ya, pero esta vez solo tenemos un individuo.
«Ya lo veo. Gracias a tu negligencia. Está todo pensado»
Alzó el hacha con la mano derecha y elevándola por encima de la cabeza, la descargó con todas sus fuerzas. El filo penetró en la carne seccionando parcialmente el brazo izquierdo a la altura del hombro. Fueron necesarios otros dos golpes para separarlo completamente del tronco. Arrojó el brazo a un lado, y tomó el cuchillo. Poco a poco fue pelando todo el costado de la chica, desde el tobillo hasta el hombro, retirando la piel y la grasa, dejando al aire las fibras musculares y parte de las costillas. La primera vez que lo hizo, no pudo reprimir varias arcadas. Dio igual, tuvo que continuar entre las carcajadas del otro.
Cada pedazo que arrancaba era depositado en el cubo, que acabaría siendo pasto de los cerdos. Eran capaces de comérselo todo. No dejaban ni rastro. En ese momento recordó la historia que una vez le contó su viejo compañero George, según la cual, la abuela de este había desaparecido súbitamente, y él sospechaba que los cerdos se la habían comido cuando resbaló en su corral. También los cerdos se encargaban de lo que quedaba de sus víctimas, pero eso era después, cuando el bastardo se cansaba de jugar.
«Sé lo que estás pensando. No deberías usar esos términos para referirte a mí, si no quieres agotar mi paciencia. Aunque debo reconocer que sí, que soy algo más que un bastardo ¡ja! ¡ja! ¡ja!»
Continuó con su trabajo sin inmutarse. Desde el principio sabía que era capaz de leer su mente. Después de comprobar todo aquello de lo que era capaz, ese detalle parecía tan insignificante...
«Exacto. Estoy más allá de lo que consideras como poderoso. No sabes nada, pero pronto lo sabrás»

En cuanto dio por finalizado el trabajo, la voz que resonaba en su cerebro tomó la palabra.
«¡No está mal! Al menos hay una cosa que se te da bien. Ahora toca la segunda parte. Te aseguro que no te va a gustar, pero al menos conseguirás librarte de mí para siempre. Ya no me eres útil. En esta ocasión has cometido muchos errores , la policía debe estar sobre tu pista y no tardará en atraparte. Debo partir en busca de otro huésped. Ahora voy a poseerte. Lo voy a hacer tanto si te dejas como si te resistes. Si te dejas, será rápido e indoloro. Si te resistes, será lento y doloroso. ¿Qué prefieres?
- Hijo de la gran puta – murmuró entre dientes
«Tomaré ese insulto como tu respuesta»
- ¡No! ¡Espera! No me resistiré.
«No te lo mereces, pero como no depende de mí...»
Cerró los ojos e intentó no pensar en nada, pero le era imposible. Tenía miedo a lo desconocido. Una cosa era tener ese ser a su alrededor, y otra bien distinta era tenerlo dentro. No sentía nada especial, nada doloroso. No sabía cuándo iba a estar poseído, hasta que lo estuvo.
- ¡Hola! Ya estoy dentro. ¿A qué no te ha dolido?
«Dios mío, está realmente dentro»
Tenía consciencia pero no voluntad. Había perdido el control sobre su cuerpo. Podía percibir como antes, pero no podía controlar los músculos. Ahora, el ser hablaba por su boca.
- Claro. Yo estoy al mando. Estamos compartiendo tu cerebro pero soy yo quien dice qué se hace y qué no se hace. Se puede decir que nunca hemos estado tan cerca como ahora.
«Déjame. No me hagas daño. Siempre he hecho todo lo que me has pedido»
- No seas ingrato. Acabo de llegar a tu hogar ¿y ya quieres echarme? Recuerda que no te has resistido. Me considero un invitado y me iré en cuanto haya terminado lo que tengo pensado.  Ahora mismo te lo voy a contar, tienes derecho a saberlo, al fin y al cabo el cuerpo es tuyo.
«Por favor, por favor, sal. No me hagas daño»
- Deja de lloriquear y escúchame. Bien sabes que me gustan los números. Me gusta construir números pares a partir de impares. Frente a nosotros, hay un magnífico ejemplar femenino que voy a unir con un lamentable ejemplar masculino.
«Nooooo, por favor, nooooooo...»
- ¿No estarás pensando en que la una con el perro? Ya sabes... peras con peras, y manzanas con manzanas.
«Te traeré a la hermana. Te traeré todas las gemelas que quieras, incluso más de dos, pero no me hagas daño...»
- Ya es demasiado tarde. Como te he dicho ya no me eres útil. La policía te va a atrapar más pronto que tarde. Ahora vamos a aplicar esa maña tuya con el cuchillo jamonero a tu cuerpo.
«Nooooo, por favor, nooooooo...»
- ¡Chico! ¡Relájate! Tienes la adrenalina por las nubes. Todo esto te va a doler un poco, como te imaginas. A mí no, es lo bueno de poder controlar solo aquello que te interesa.
«Nooooo, por favor...»
Intentó negarse, retomar el control de sus miembros, pero fue imposible. Con sus propios ojos vio cómo su brazo izquierdo se estiraba para tensar la piel, mientras la izquierda llevaba el cuchillo jamonero hasta la axila derecha.
«Nooooo, por favor, nooooooo, haré lo que me pidas, todo, cualquier cosa, sea lo que sea, por favor, noooooo...»
Cuando el filo del cuchillo entró en contacto con su piel, un escalofrío le recorrió todo el cuerpo, y a continuación sintió un dolor insoportable. Chilló como nunca había chillado, pero no había nadie ni nada que le ofreciera consuelo. En condiciones normales, el dolor habría hecho que se desmayará, pero quién controlaba su cuerpo no iba a permitirlo. Notó como la sangre corría por el costado mientras el cuchillo avanzaba. No quería mirar pero él estaba mirando, no podía quitar la imagen de su cerebro, no podía pensar en nada más.
«Nooooo, por favor...»
- Disfruta del espectáculo. Pronto acabará esto. No voy a ser tan exhaustivo como tú eres. Debo darme prisa antes de que pierdas mucha sangre y te quedes sin fuerzas.
«Paraaaaa, haré lo que me pidas, te serviré siempre»

El dolor alcanzó pronto su umbral máximo. No podía sentir más dolor del que estaba sintiendo, y tampoco menos. Estaba estabilizado en el máximo dolor, un dolor sobrehumano. El cuchillo continuó avanzando por su costado hacia la cintura, y desde allí hasta el tobillo. Sus súplicas no sirvieron de nada.
- Ya estás pelado, como tú dices. Ahora toca tejer una malla que os una. ¿Acaso no es bonito? Espero que mantengas un buen pulso para enhebrar la aguja.
«Nooooo. Déjame en paz. Mátame. Acaba de una vez conmigo»
Tras enhebrar la aguja de lana con hilo de bramante, se tumbó sobre el plástico al lado del cadáver, dispuesto a unir las partes empezando por abajo. Comenzó clavando la aguja en la parte inferior del tobillo de la chica. Empujó hasta que la punta asomó por arriba, la recogió y tiró del bramante hasta dejarlo tenso. Luego, desde arriba, clavó la aguja en el tobillo del anfitrión hasta que asomó la punta por debajo. Cada puntada hacía que el umbral de dolor se mantuviera, pero aportando una tonalidad realmente diferente de la anterior, en todo caso un dolor insoportable.
- Bueno, ya casi hemos terminado. Me consta que ha sido doloroso. Tus ojos están derramando un mar de lágrimas. ¡Te vas a deshidratar! Y esta manera de hablar entrecortada, en medio de sollozos, realmente doloroso. Ahora solo me queda amputarte el brazo. Cuanto antes empiece, antes acabo, ¿te parece? Manos a la obra.
«Noooo. El brazo no. Si me lo cortas moriré desangrado»
- ¿De veras crees que va a merecer la pena vivir después de que acabe mi obra? ja ja
«Hijo de puta. Mátame ya. Déjame en paz»
Levantó la cabeza para localizar el hacha. Agarró el mango con la temblorosa mano izquierda, apartó la cabeza por precaución y, levantándola, descargó como pudo el primer golpe. El hacha describió un pequeño arco antes de impactar en el centro de la clavícula, partiéndola en dos pedazos. Al instante, un gran reguero de sangre comenzó a surgir de la herida abierta, uniéndose con toda la sangre ya derramada. El golpe había salido desviado del lugar que pretendía alcanzar.
- ¡Uy! ¡Vaya! Se me ha escapado. Esto parece una escopeta de feria. Al menos no te he dado en el entrecejo ¿eh?.
El siguiente golpe impactó más o menos donde debía, provocando una fisura en la cabeza del húmero. Los tres siguientes pegaron cerca, y con uno más consiguió separar el brazo del tronco.
- ¡Ei! Ya casi estamos. Debería coser el muñón con el de ella, pero va a ser complicado, y además noto que tu vitalidad llega a su fin. Te has librado.
«Acaba de una vez conmigo»
- Vamos a esperar a que espires. Luego será mi momento. Voy a ver si tienes la cajetilla en el bolsillo del pantalón y nos echamos un último cigarro, ¿te parece?
Hubo suerte. La cajetilla estaba allí. Quedaban unos cuantos cigarrillos y el zippo estaba dentro. Se llevó uno a la boca, lo encendió y aspiró hondo, lo que le provocó un ataque de tos. No tuvo tiempo de apurar el cigarro antes de morir. Sin embargo, aún había algo vivo dentro. El huésped se expandió por los cuerpos a través de los enlaces entretejidos, tomando posesión de ambos. Cuando el proceso hubo finalizado, los músculos de las caras comenzaron a moverse grotescamente, las bocas se abrían y cerraban. Dentro, las lenguas se movían aquí y allá, mientras de lo profundo surgía una cancioncilla...
- Dos y dos son cuatro, cuatro y dos son seis, seis y dos son ocho, y ocho dieciséis, y ocho veinticuatro, y ocho treinta y dos, a las ánimas benditas, no las tomo yo.
Al finalizar, todo quedo en muda quietud. El huésped abandonó el hogar en busca de otro anfitrión.

4 comentarios:

  1. Cruel, Estremecedor. Te engancha y te agarra de los... sin soltarte hasta la última línea. Excelente relato no apto para almas débiles.

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  2. ¡Acabo de cogerle mania a esa cancioncita! Uff es impactante, genial, duro, intenso y uff jajajajaja. Me ha gustado mucho. Muy bueno. Y como no, Carlos buena imagen de la casa de la muerte.

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  3. Realmente impactante!!!, me lo vuelvo a leer de madrugada que tiene que ser la leche.., jajaja, y la canción esa como dice Rosa espero no escucharla más.., muy buen relato y la portada como no me encanta!!!

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  4. Tu mejor relato, sin duda. Ahora, a por una novela!

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