viernes, 12 de abril de 2013

EL CRIMEN DE LA MANSIÓN MALIGNA (3)



Capítulo 8. Ya vienen, ya vienen.

Pasado el susto, al menos lo que se nos pudo pasar tras la brutal masacre y el terror que reinaba en la mansión, nos sentamos donde pudimos. Yo me quedé bajo la mesa, junto al pedazo más grande de la niña y mi propio vómito. Vi bajar al resto, Agatha con un candelabro en la mano para defenderse fue la primera, me buscó con la mirada y tras hacerle yo un gesto para indicarle mi situación, se me acercó y se sentó en el suelo junto a mí. Nunca la había visto así, tenía la cara descompuesta.

-¿Cómo te encuentras Hércules? -Me preguntó dejando el candelabro a un lado.
- No sé muy bien cómo me encuentro.

Agatha observó el vómito y me miró otra vez con media sonrisa.

- Ya no te quedará nada que vomitar -me dijo con una mirada cómplice.
- La niña dijo algo mientras se comía a Danvers.
- ¿Qué dijo? -preguntó Agatha interesada.
- "Ya vienen, ya vienen", eso dijo, creo que esto aún no ha terminado- Le contesté.
- Esto, joven Hércules, muy a mi pesar no ha hecho más que empezar. -sentenció.

El resto de invitados ya estaban en la planta de abajo, en el hall, Paul y la Novia de Frankenstein abrazados, ella lloraba, mientras él intentaba consolarla. En el salón, Frankenstein y Drácula pensativos, el monstruo lloraba desconsolado mirando lo poco que quedaba de su creador, mientras la Momia y Vincent tomaban una copa temblorosos. Los únicos que se lo estaban pasando bien eran los zombis, que se estaban dando un festín con el cadáver de la niña.

Agatha me hizo levantar, me limpió un poco el polvo de la solapa de la chaqueta y nos dirigimos al salón; cuando Frankenstein y Drácula nos vieron entrar, se levantaron y preguntaron qué íbamos hacer, como si nosotros lo supiéramos. Cogí del suelo el cuaderno y lo guardé en el maletín lleno de sangre, me acerqué al destrozado ventanal y pedí a Price un cigarro; me dijo que solo fumaba puros, que los cigarros eran para los maricas, le acepté el puro y la primera calada casi me tira al suelo, alguien debió decirme alguna vez que no se traga el humo al fumar un puro.

Agatha, con el candelabro en la mano, decidió ir con el Conde a inspeccionar la casa. El resto decidimos quedarnos donde estábamos, ni siquiera a mí me quedaban fuerzas para acompañar a Agatha, que me aconsejó que descansara un rato. 

Mientras miraba por el ventanal vi una luz en el horizonte. La noche era clara y estrellada, así que la menor luz se veía desde muy lejos, parecía un vehículo a motor, sonaba como un motor pero no sabría decir qué era, por la silueta que dibujaba en la noche parecía uno de esos aparatos que en Francia se empezaban a llamar coches -allí siempre tan adelantados- El vehículo se dirigía hacia la mansión, todos oyeron el sonido del motor enseguida y salieron por las ventanas al jardín, a la entrada principal, a recibirlo trabuco en mano mientras yo iba a avisar a Agatha y al Conde. Los tres salimos al jardín con el resto.

Una vez fuera, y tras unos segundos de espera, el coche llegó hasta donde nos encontrábamos parando justo en la entrada de la mansión. Era un coche largo, con muchas ventanas, parecía sacado de una época futura, con varias puertas y un acabado brillante. Era de color blanco y en un lado, en plata un cartel rezaba "Limousinas Corman". La puerta se abrió y de su interior salió una criatura aún más horrenda que la dulce niña de antes. No sabría muy bien cómo explicarlo pero lo voy a intentar: era un enano, un hombre que se generaba a sí mismo, de su boca salían los brazos y las piernas que le hacían andar y cuando llegaba a la cabeza, más concretamente a la boca, vuelta a empezar la operación. De allí salían las piernas, los brazos, el cuerpo entero, lo que pudimos ver era a un hombre con un traje negro lleno de babas de tanto regurgitarse a sí mismo, que seguía y seguía haciéndolo mientras se acercaba a nosotros. Cuando paró frente a los invitados se vomitó por completo y se limpió la saliva del traje; llevaba unas gafas de sol y el pelo rubio, nos miró, tenía que mirar hacia arriba para vernos, no mediría más de ochenta centímetros.

- Buenas noches, se preguntarán quién soy -dijo de manera socarrona.
- No es lo único que nos preguntamos esta noche -susurró Mike.
El hombre le miró con desagrado.
- Mi nombre es Dennis, eso es todo lo que deben saber -se quitó las gafas, sus ojos estaban muertos, en blanco, miró a un lado y a otro y terminó diciendo -así que ¿esta es la famosa mansión?

Ninguno entendíamos nada, el hombrecillo conocía el lugar pero era tan extraño que no desentonaba entre lo ocurrido durante la noche. Agatha me miró y después miró al hombrecillo.

- Usted debe ser la famosa investigadora -dijo Dennis mirando a Agatha -Me han hablado de usted.

Tras decir esto se acercó a ella, la tocó en el hombro y Agatha estalló en mil pedazos, la mayor parte cayó sobre mí. Me derrumbé e intenté golpear al hombre, pero este, adivinando mis intenciones, me arrancó los brazos de golpe, la sangre brotaba a chorros de las partes de mi torso donde deberían estar mis brazos.

- Les aconsejo que me dejen trabajar, esta noche van a pasar cosas -dijo el enano.

Yo lloraba en el suelo y gritaba de dolor, dolor por mis brazos pero también por Agatha, me empezaba a marear, Paul me ayudó a entrar en la casa ya que cada vez me sentía más débil, mientras seguíamos a Dennis y su peculiar caminar.

Cuando llegamos al salón Dennis sacó de su bolsillo un pañuelo blanco, limpió la sangre de una silla y se sentó, se cruzó de piernas y esperó a que todos estuviésemos sentados, luego empezó a decir:

- Bueno ¿alguno de ustedes es alérgico a algún tipo de medicamento? –Sonrió -Es una broma que siempre me gusta hacer.
- ¿Qué es lo que quieres cabrón? -gritó desesperado Drácula.
- Si la niña ha hecho bien su trabajo, ya deberían saber que todos van a morir esta noche, y por sus caras supongo que sí hizo bien su trabajo -Dennis hizo una pausa -Pues nada, ahora solo deben morirse.
- ¿Cómo dice? -preguntó Paul asustado.
- Tranquilos, tranquilos, no se van a morir solos... mi monstruo les asesinará lentamente, por eso no se preocupen, no seré tan cruel como para hacer que se maten entre ustedes, aunque casi llegamos tarde en su caso –agregó mirando a Frankenstein y a Paul.
- No entiendo nada -dije yo apesadumbrado.
- Nadie entiende la muerte. Nadie. Solo sabemos que llega y ya está, y eso es todo lo que deben entender -sentenció Dennis.

La sangre ya casi había dejado de brotar de mis brazos cuando por la puerta del salón apareció una exuberante mujer con un vestido negro que se cortaba en la cintura mostrándonos una pierna en todo su esplendor; la mujer traía un maletín plateado, se lo dio a Dennis y se fue. El hombrecillo abrió el maletín, por lo que pude ver, con mi cada vez más nublada vista. En su interior solo había una tiza, Dennis la cogió, se dirigió al centro del salón y pintó un círculo en el suelo y alrededor del círculo una estrella, luego hizo añicos la tiza entre sus dedos y ordenó a Paul y a la Novia de Frankenstein que entrasen dentro. Una vez allí les ordenó quitarse la ropa, cuando estuvieron desnudos les ordenó:

- Ahora forniquen.
- ¿Cómo dice? -dijo Frankenstein estallando en cólera. 
- He dicho que forniquen, deben engendrar al monstruo que los va a matar a todos.

Y esto es lo último que recuerdo antes de caer desmayado por la enorme pérdida de sangre.


Capítulo 9. El terrorífico poder de Dennis.

Recuerdo cuando la conocí. Era una tarde de primavera. Yo paseaba por un maizal, pensando en mis cosas. Sentada en un banco, llorando, estaba ella. Dijo que se llamaba Sophie, me invitó a sentarme a su lado y antes de que me diera cuenta había puesto su mano junto a la mía. A día de hoy no recuerdo muy bien por qué lloraba.

Y allí tumbada en el suelo, desnuda y fornicando con el licántropo me dio por recordar aquella tarde. La notaba tan lejos de mí, en el centro de ese círculo estrellado llorando de terror y gimiendo de placer, pude recordarla de una manera amable. Querida Sophie, maldita Sophie.

Contemplaba la escena golpeando con los nudillos sobre mi rodilla con tanta fuerza que ya había desaparecido la carne y se empezaba a ver el hueso. No quería llorar, no quería darle el gusto a ese Dennis de verme llorar, ni tampoco a Sophie. Ya había derramado las lágrimas de aquella noche por alguien que sí lo merecía. Si el señor Víctor levantara la cabeza y viera la escena, me diría que no me preocupase por ella, que siempre lo tendría a él, que sería como un padre para mí y que los padres nunca hacen daño a sus hijos.

A mi alrededor la escena era bastante extraña, el enano se relamía observando la escena sexual que, frente a nosotros, estaba aconteciendo. De vez en cuando susurraba algo que sonaba como: "un nuevo amanecer, un nuevo amanecer". Junto a él estaban el conde Drácula y la Momia. El primero respiraba nervioso, se servía copas de brandy sin cesar que se bebía de un trago mientras la Momia se dedicaba a mirar. La verdad es que en toda la noche no había contribuido a ninguna cosa así que ahora tampoco iba a ser la excepción.

Al otro lado del repugnante Dennis, yacía sin sentido el ayudante de la señora Agatha, el joven Hércules, sin brazos y soltando sangre a borbotones de los muñones; junto a él estaban los zombis. Los cuatro que quedaban lo miraban y se contenían para no zampárselo. A su lado estaba el señor Price fumando un puro de una manera delicada aunque nerviosa y para terminar estaba Myers, sentado en el suelo clavando y desclavando un cuchillo en el suelo mientras miraba a Dennis encolerizado. Se podría decir que el ambiente estaba bastante cargado, aunque a mí solo me interesaba ella, la dulce Sophie que gemía como si le fuese la vida en ello, como si el lobo le estuviera dando más placer que cualquier hombre, incluido yo, más del que le hubiese podido dar nunca. Me dolía.

Cuando terminaron, el lobo se levantó asustado. Maldito. Me estaba robando el amor de mi amada; esta se giró avergonzada para que mi mirada, que la buscaba deseoso intentando rescatar una chispa de amor, no se cruzara con la suya. Ya no habría amor nunca más y ambos lo sabíamos. Mientras el lobo se vestía, Dennis se le acercó, tomó su brazo y lo levantó diciendo:

- Ya tenemos un ganador.

Y lo lanzó contra mí en un gesto de pura maldad. El hombro de Paul me golpeó en la cara. Se disculpó asustado por mi reacción. Lo aparté de un golpe y me levanté. La ira me pudo y Dennis solo era un enano con algún poder maligno en su interior. Lo cogí por el cuello y apreté. Noté que todos se pusieron de mi parte y se acercaron lentamente a echar una mano, aunque ninguno quería ser el primero; apretaba y apretaba pero el hombre solo me miraba con sus ojos muertos hasta que me dijo:

- ¿Ya te has cansado?

Justo en ese momento mis manos empezaron arder, solté al enano que cayó al suelo riendo mientras el fuego se adueñaba de mis miembros. De cada dedo una llama y de la palma de cada mano una llamarada mayor; me apresuré a buscar agua donde meterlas pero al no encontrarla las metí en un charco de sangre que había en el suelo. Milagrosamente el fuego se apagó y, como por arte de magia, se habían convertido en carbón. Dolía, no puedo decir que no doliese, pero no eran mis manos, creo que a su anterior dueño le dolió más que se las cortaran que a mí aquellas llamas.

- Espero que les quede bien claro que no tienen nada que hacer conmigo, así que dejen de intentar matarme. -Dijo Dennis poniéndose de pie y arreglándose el traje. Se volvió y miró a Sophie que yacía tirada en el suelo aún desnuda y llorando avergonzada. La cogió de la barbilla y limpió sus lágrimas con la manga de su americana - Tranquila pequeña, tranquila. Aún no lo sabes, pero vas a ser la madre del mundo del mañana.

Ante esta afirmación todos nos quedamos de piedra, miramos al enano y nos acercamos llenos de incógnitas, pero cuando íbamos abrir la boca para iniciar una larga retahíla de preguntas, Dennis alzó en el aire a la Momia y le arrebató los vendajes de un tirón. Dentro de las ajadas vendas no había nada, solo un poco de polvo que voló por la habitación durante unos segundos. A Dennis solo le interesaban los vendajes ya que con ellos nos amordazó y nos lanzó a una de las esquinas del comedor. En ese momento, debido al golpe, al dolor de la infidelidad cometida unos minutos antes y a que habían usado mis manos como cerillas, caí desmayado.

No sé cuánto tiempo pasó, pero cuando abrí los ojos, lo que vi, que debía asustarme y hacerme llevar las manos a la cabeza, pasó como una leve anécdota en aquella ajetreada noche. Frente a todos nosotros, los que estábamos despiertos y los que no, ya que muchos habían perdido el conocimiento con el golpe, había surgido una neblina blanca de la que surgió un fantasma que parecía la imagen Señora Agatha. Pasó de nosotros y de Dennis que estaba sentado a la mesa tomando una porción de tarta. Se acercó al desmayado y amputado señor Poirot y le susurró algo al oído. Intenté escuchar y muy levemente oí esto: "Querido Hércules, siempre quisiste saber lo que al oído susurraba a los muertos y era esto: serás vengado, y eso te digo ahora con mi más profundo pesar, joven pupilo". Se puso en pie y la neblina cubrió toda la habitación. No se veía el suelo, solo podía ver a Agatha avanzar lentamente hacia Dennis que seguía comiendo tranquilamente. Cuando llegó a su altura, este la detuvo de golpe con un chasquido de sus dedos y, después de tragar el último trozo de la tarta, dijo:

- Inspectora, inspectora. Si cree que sus juegos de artificio de ultratumba van a terminar conmigo está muy equivocada.
- No. Tú eres el que está equivocado- Sentenció Agatha y lanzó a Dennis con la silla y todo contra un gran mueble de cristal.

El golpe hizo estallar los cristales pero no acabó con el enano maldito, tan solo hizo que se enfureciera más aun; cuando se levantó tenía toda la cara llena de cristales. Se sacudió los trozos que le ensuciaban la americana y se quedó parado de pie mirando a Agatha. La inspectora le devolvía la mirada y entre ambos saltaban chispas de tensión hasta que Dennis rompió el silencio con una de sus habituales frases cargadas de ironía y terror:

- No me haga volver a matarla.

Agatha sonrió.

- Inténtelo.

El enano corrió hacia la neblina fantasmal que era Agatha y se adentró en ella, luego el silencio más absoluto. Agatha se miraba a sí misma esperando alguna reacción y los demás esperábamos lo mismo, pero no ocurrió nada. Durante unos segundos se hizo el silencio más absoluto hasta que la inspectora empezó a hincharse  lentamente, como cuando un niño gordo al que le falta el aliento infla un globo; cuando el espectro se hubo hinchado hasta llenar gran parte del comedor, estalló y la figura de Agatha desapareció. En su lugar solo quedó humo, un humo que poco a poco se esparció por la habitación, salió por la ventana y finalmente desapareció del todo.

El pánico se apoderó de todos, ya que mientras la niebla se disipaba vimos a Dennis salir de ella, intacto y sonriente. Se nos acercó a todos, que aún seguíamos con las vendas de la Momia en la boca, y nos dijo:

- Le pedí que no me obligara.

Después sacó un cigarrillo y silbó. La chica del vestido abierto hasta la cintura que dejaba ver casi completamente toda la pierna, apareció de la nada y le encendió el cigarro con una cerilla. Luego el hombre se sentó frente a nosotros, en un sillón de terciopelo y se dispuso hablar:

- Bueno, ahora debería aceptar preguntas, ya habéis visto lo que soy capaz de hacer, hace un rato sobre este suelo ha ocurrido algo y supongo que todos tendréis preguntas que hacer.

Nos quitó las vendas de la boca y antes de que pudiésemos hablar oímos unos ruidos, parecían gritos al otro lado de la ventana. Nos levantamos y confirmamos que eran gritos, gritos de unas criaturas similares a la niña que mató a Norman; los monstruos salían del suelo, primero salía un brazo, luego la cabeza sin ojos ni orejas ni nada, tan solo una enorme boca con tres filas de dientes y después las piernas, largas y delgadas como un palo. Eran varias decenas y se dirigían hacia la casa.

Vicente Price, que hasta entonces no había dicho nada, preguntó:

- ¿Qué son esos monstruos?

Dennis se dio un golpecito muy gracioso en la cabeza y le contestó:

- Son los invitados al feliz alumbramiento.

Todos nos quedamos paralizados de terror, si matar a uno costó la muerte de tres invitados, matar a todos estos resultaría imposible.

Dennis se levantó del sillón disculpándose por aplazar los ruegos y preguntas y empezó a dar palmas al aire bailando en círculos, feliz; se acercó a Sophie y palmeó su barriga, que ya se empezaba a hinchar como si fuese un tambor. Saludó a las criaturas que estaban cada vez más cerca de la casa.

Súbitamente la risa y la felicidad se le borraron de un plumazo, ya que de la nada apareció un carruaje tirado por cuatro caballos. El carro ardía y los caballos corrían asustados, sin mirar y sin pensar se llevaron por delante a más de la mitad de las criaturas que estallaron y ardieron hasta caer muertas o hechas cenizas. Dennis se llevó las manos a la cabeza ya que al resto que seguían avanzando como si nada les empezaron a explotar las cabezas como si fuesen palomitas; eran disparos y el ejecutor de ellos era un jorobado que cantaba una especie de himno y que se parecía mucho al chófer del Conde. Este le miró muy fijamente mientras la figura jorobada disparaba a un lado y a otro dando caza a las criaturas del infierno que nos amenazaban; tras unos segundos Drácula sonrió y gritó alegremente:

- Igor, querido.


Continuará...

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