miércoles, 24 de abril de 2013

LADRONAS DE PALABRAS

Ilustración: Carlos Rodón


Fue un día de otoño, más concretamente un quince de Noviembre. Esa mañana, en el pueblo todavía tenían todas las palabras; pero, a media tarde, la gente empezó a darse cuenta de que había palabras que no podían decir.
Primero desapareció la a, la palabra más corta que empieza por a. La gente decía, por ejemplo, "mañana voy  ir  tu casa" o, "Ayer vi  tu padre que iba   trabajar". Bueno, así, todavía no parecía tan grave. Parece que la gente se seguía entendiendo, de hecho muchos ni se dieron cuenta del asunto...
Hidey y Carla eran dos niñas raritas, muy raritas que vivían en este pueblo. Carla tenía unos ojos duros y negros como el azabache. Hidey era una niña pequeña, morena, suave, esto me recuerda a un burrito que tuvo un famoso escritor andaluz que no escribía cuentos para niños. No daba ninguna impresión inquietante. Era un tanto salvajilla, una chica de campo y montaña. Viéndola de lejos siempre daba la impresión de un animalillo trotando caóticamente por un prado florido; parecía tierna y mimosa pero, como se vio a lo largo de los acontecimientos que sucedieron durante estos fríos días de Noviembre, era seca por dentro, con un corazón duro y oscuro como de madera de ébano; aunque nada comparado con el corazón de Carla, cuya maldad ya se adivinaba porque su mirada siempre era directa a tus ojos y, una vez establecido el contacto visual, producía un viento helado en tu interior.
Ese día las dos amigas estaban jugando por debajo del almacén municipal del pueblo, y, en sus correteos, acabaron descubriendo una polvorienta escalera oculta tras una estantería. Eran niñas raritas y estas cosas no les daban miedo, sino todo lo contrario. Así que, subieron por ella y llegando a una puerta que decía: ALMACÉN DE PALABRAS.
-         ¡Qué extraño! -  pensó Hidey.
-         Sí, ¡qué divertido! – contestó mentalmente Carla.
Hidey y Carla no hablaban nunca en voz alta, pero mantenían grandes conversaciones y juegos mentalmente.
Tocaron el pomo de la puerta y, ¡uhí, qué cosas! ésta se abrió dócilmente.
Lo que vieron allí dentro era como la versión literaria de la cueva de Alí Babá; había montañas de papeles, libros y legajos polvorientos. Casi al unísono, Hidey y Carla tuvieron la misma idea:
-         Aquí hay que hacer limpieza.
Porque, aunque eran unas niñas raritas, eran muy limpias y cultas.
Se pusieron a desempolvar todo aquello a base de golpes y manotazos. Encontraron una escoba y barrieron, barrieron, barrieron todo entre risas y carreritas.
Al día siguiente, volvieron al almacén al acabar las clases. Había sido una clase extraña sin el uso de la palabra "a". La profesora tuvo que decir cosas como "Laura, sal hacia la pizarra" en vez del clásico "Laura, sal a la pizarra".
El segundo día, Hidey y Carla empezaron a mover los libros para colocarlos por tamaños. De pronto, se dieron cuenta de que entre el polvo que se levantaron había una especie de pelusas que volaban alegremente y salían por la ventana. Cuando miraron de cerca algunas de esas pelusas, vieron emocionadas que eran PALABRAS. ¡Se estaban yendo por la ventana!
Como todo el mundo sabe, cuando las pelusas vuelan libres al viento fuerte de montaña es imposible recuperarlas...
Ese día por la noche, en el pueblo, ya habían desaparecido todas las palabras que empiezan por a, b (ya no había bancos, bebidas, burros...) y c (desapareció correo, cultura, castidad...). Cuando desapareció la d, desapareció dinero. ¡Peligroso!
Ahora sí que todo el mundo se estaba dando cuenta de la desaparición de palabras. Empezaron a buscar la causa de la desaparición, pero era cada vez más complicado ponerse de acuerdo entre ellos para hacer algo efectivo. Por ejemplo, para decir "hay que buscar a los responsables de esta desaparición y darles un buen escarmiento para que devuelvan las palabras que han robado" sólo podían decir "hay que los responsables del robo y darles un escarmiento para que retornen las palabras que han robado".
Al tercer día, Carla y Hidey estaban deseando acabar el cole para irse al almacén. Sabían que ellas eran la causa de este desbarajuste. Se miraban y se reían, con fuertes carcajadas... dada su malévola naturaleza.
A partir de ese día, abrían la ventana de par en par y se dedicaban a lanzar las palabras por la ventana. Cada vez era más y más divertido ver al resto de gente intentar comunicarse. Disfrutaban profundamente observando cosas un poco extrañas: gente corriendo en círculo, corrillos de gente gesticulando y sin emitir palabra alguna, gente sentada a la puerta de sus casas, llorando y gimoteando.
Cuando ya habían desaparecido las palabras que empiezan por a, b, c, d y e, ya sólo salía de sus gargantas algo así como "hay que  los responsables    y  un buen  para que  las palabras que han robado".
Evidentemente, para cuando desaparecieron los verbos y los adverbios ya les fue completamente imposible llegar a alguna acción que fructificara en una solución de este gravísimo problema... en un mensaje que lanzaron en una botella al río sólo se leía "LAS LA". Antes de estos extraños sucesos, podría haber puesto algo así como "HEMOS PERDIDO LAS PALABRAS Y LA ESPERANZA"....
Menos mal que en el pueblo de al lado, aguas abajo, alguien encontró la botella con el mensaje. No era la primera vez que pasaba algo parecido; un anciano del lugar recordó que su abuelo le contó una historia rocambolesca con una botella con un mensaje igual de enigmático y algo de un cuarto secreto en el almacén del ayuntamiento. Así que, en dos días, llegó un delegado del pueblo de abajo con un carro lleno de palabras y arreglaron el estropicio como buenamente pudieron.
Hidey y Carla se apenaron porque se les había terminado la diversión, pero pudieron organizar otro jueguecito que ellas llamaron "LOS ESCRITORES QUE NO PODÍAN PONER SUJETO-VERBO-PREDICADO". Sólo podían escribir cosas como: "Precaución", ¡Viva Fulano!, "No aparcar", "Venga chá", "Whachaaaa!", "Chachi Piruli"...

Pero esa es otra historia...



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