martes, 22 de enero de 2013

ETERNIDAD

ETERNIDAD
Maialen Alonso

Cada día, dormía. Cada noche, moría.
La mía es una historia corta pero intensa, la historia de una vida oscura teñida por la sangre que me daba la vida. ¿Cómo llegue aquí? Fácil, por amor. Por una vida amarga y llena de dolor. Si estás dispuesto a leer, yo estaré dispuesta a contar.
Un padre horrible, y una madrastra cruel. Mi vida era oscura y sin luz, porque me pegaban y me despreciaban cada día, a cada minuto de mi existencia. Era odiada por los de mi propia sangre, porque no era perfecta, porque no era hermosa. Mi padre me golpeaba porque me odiaba, y su esposa me insultaba porque no era de su sangre.
Cansada, sin poder continuar con una vida tan horrible, me fui, me fui lejos de mis verdugos, lejos de mis odiosos captores. Prefería morir fuera y libre, que dentro y encadenada.
Vagando por las calles oscuras en medio de la noche, me encontré al ángel de la muerte, de ojos rojos y pelo oscuro. Era lo más bello que jamás había visto, y él lo supo al momento, porque al ángel de la muerte nada se le escapa. Me miró sonriendo y dejando ver dos finos colmillos en la comisura de su boca. Yo sabía qué debía decir.
—Mátame —le pedí en un susurro.
—¿Por qué? —preguntó él.
—Porque soy una muerta en vida —se quebró mi voz.
—Entonces te llevaré conmigo —contestó caminando hacia mí.
—¿A dónde?
—Si eres una muerta, debes estar conmigo.
Callé durante un segundo al sentir un pequeño temor recorrer cada parte de mi cuerpo, haciendo temblar mis extremidades.
—¿Asustada? —quiso saber.
—Un poco, porque la muerte duele, y algún día también me dejarás.
—No te dolerá, ya nada te hará sufrir, nadie te pegará y nadie te maltratará. Estaré eternamente contigo.
—¿Cómo lo sabes?
—Porque siempre te he observado, porque siempre te he visto en sueños.
—Eres el ángel de la muerte —afirmé cogiendo su mano fría.
—Así es, y vengo a por mi regalo.
—Entonces tómalo rápido, antes de que desfallezca de cansancio y sufrimiento.
—Lo cogeré y no lo soltaré.
Sentí una punzada, no era agradable, pero tampoco desagradable. Y bebió mi sangre roja como un rubí, sabrosa y cálida, la saboreó durante largo tiempo y yo sentí como mi aliento llegaba a su fin, como mi cuerpo se enfriaba diciendo adiós a una vida.
Cumplió su promesa eterna, no más sufrimiento, no más dolor y no más soledad. Quinientos años han pasado ya desde ese día, quinientos años de felicidad y prosperidad, de amor y pasión desenfrenada. Quinientos años de libertad. El principio del final de mi vida, una vida marcada por el dolor y el sufrimiento del que me liberó para siempre. Una historia corta e intensa es la que conté, triste y omitida. Porque el verdadero sufrimiento que sentí, jamás podría expresarlo con palabras. Porque el amor que siento ahora, no tiene expresión humana.

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