jueves, 29 de agosto de 2013



FernándeZ y la Casita de chocolate, Javier Sermanz


Anselmo y Gregorio eran dos fumetas de mucho cuidado, se pasaban el día entero tirados, fumando porros y jugando a la consola. A su madre le disgustaba que hicieran eso, aunque ellos hacían lo que les daba la gana desde los quince años. Estaban apalancados en su casa sin dar un palo en todo el día; el máximo trabajo que hacían era regar las plantas de marihuana que cultivaban y con las que se pagaban sus caprichos con algunos trapicheos aquí y allí.

Un día estaban más fumados de lo normal y decidieron adentrarse en el Bosque Encantado que había cerca de su casa. La gente decía que allí sucedían cosas horribles, que los que entraban ya no volvían a salir nunca más. Habían desaparecido muchas personas por aquellos contornos y le echaban la culpa al bosque.

Sin embargo ellos no se creían esas historias. Les pareció que podría ser divertido pasar un colocón allí adentro, en medio de la naturaleza y todo eso.

Llevaban caminando un buen rato; cuánto no lo podían decir, cuando uno va colocado el tiempo se desvirtúa, se alarga o se retuerce. Habían seguido una senda entre la vegetación que se adentraba más y más en las sombras aciagas del bosque. No se escuchaban más ruidos que los trinos de los pajaritos y el ulular del viento.

-Pues a mí no me parece tan tenebroso este lugar- dijo desilusionado Anselmo a su hermano Gregorio.

-Ya te digo, esto es una mierda, aquí no hay nada. Estoy empezando a pensar en volver a casa a hacernos un porraco- coincidió éste.

Pero cuando estaban a punto de dar la vuelta les llegó una ráfaga de un aroma inconfundible. Venía de las profundidades del bosque.

-¡Uhmmm, qué buen olor! ¿Has olido eso?- olfateó el aire Anselmo, embelesado por aquel aroma que tanto les gustaba y que tan bien conocían.

-¡Y tanto que sí!- se emocionó Gregorio-. ¡Por aquí hay maría!

-¡Vayamos a investigar!

De modo que, colocados y todo, casi ciegos, echaron a correr en la dirección que les marcaba el viento, como si fueran marineros atraídos por el canto de las sirenas. El olor a maría era cada vez más intenso; no cabía duda de que allí había algo.

De repente, ¡oh, maravilla!, salieron a un claro y se toparon con una casa de chocolate, rodeada de una plantación de marihuana como nunca antes habían visto. Podría haber miles de plantas.

-¡Hala, qué pasada!- exclamaron sin dar crédito a lo que veían.

Se restregaron los ojos.

-Dime que no es una alucinación- le pidió Anselmo a su hermano.

-¡Pues si es una alucinación, que no se acabe nunca!- le contestó el otro, sin dejar de mirar aquello.

-¡Y qué bien huele!- Anselmo se acercó a la casa de chocolate.

Toda ella era del mejor costo que pudieran imaginar; las ventanas, las paredes, la puerta, las tejas del tejado, todo de hachís. ¡Y estaba allí para ser fumado!

-¿Crees que se podrá fumar?- Gregorio se sacó la navajilla y desmenuzó un pedazo de pared. Lo palpó con los dedos y se deshizo con suma facilidad- ¡Pufff, esto es mantequilla!

-¡Hagámonos un porro!- se apresuró Anselmo.

Sin pensar en nada más se dispusieron a liarse un enorme canuto para cada uno; allí había material para un ejército, ¿para qué debían cortarse?

En esto se les apareció una guapa muchacha que venía de recolectar sus plantas de maría. Traía cogollos como porras en un cestito de mimbre. Un potente olor la precedía. Era la dueña de la Casita de Chocolate. Cuando vio a los dos hermanos allí tumbados, en el porche de su casa, fumando y totalmente colgados, emitió una sonrisa. 

-Hola, bienvenidos a la Casita de Chocolate- les dijo. Le encantaban las visitas.

-¡Ey, tía, esto mola un mazo!- le contestó Anselmo.

-¡Sí, joder, te lo has montado de miedo!

La muchacha parecía complacida por que a los inesperados visitantes les agradara su modesto hogar.

-Fumad todo lo que queráis, no recibo muchas visitas y me gusta que alguien disfrute cuando viene a verme. Estoy tan solita en este bosque oscuro- les dijo, entonando un suspiro calenturiento.

-Está buena la pava, ¿eh?- le dijo Anselmo a su hermano, contemplando la esbelta figura de la moza. Vestía minifalda y una camisa abierta hasta más abajo del pecho, atada a una cintura que mostraba el ombligo.

-¡Ya te digo, menudas peras!

-Peazo de sitio que hemos descubierto, ahora entiendo porque nadie sale del bosque: aquí hay todo lo que un hombre puede desear, maría a toneladas y una tía buena. ¡La hostia!

Si no hubieran estado tan fumados se hubieran dado cuenta de que en realidad la maciza era una vieja pelleja a la que le colgaba la piel como un pergamino usado; le faltaban casi todos los dientes; su nariz era como un pico de cuervo y además estaba llena de verrugas. 

Cuando despertaron de su colocón se encontraron encerrados en una jaula dentro de la casa.



-Buenas tardes, ¿en qué puedo ayudarle?- saludó educadamente Ramiro FernándeZ a su cliente tras sentarse en la silla de su oficina. Era una mujer de unos cincuenta años con aires de pueblerina, toda vestida de negro.

-Mis hijos han desaparecido, fueron hace unos días al Bosque Encantado y no han regresado- le dijo con voz consternada.

-Ya, pero yo no me ocupo de ese tipo de desapariciones, señora. Le aconsejo que se dirija mejor a los hermanos Grimm, ellos tratan el asunto de los bosques encantados.

-Se dice que un zombi malvado devora a todos los que entran en ese bosque; la Juani, la hija de la Paca, dice que un día lo vio. Y el Eustaquio, el padre del guardabosques, también asegura haber visto algo.

-¡Ah!, eso es otro cantar. Si hay un zombi por el medio, entonces sí es un caso para Fernández Zombtanero.

Después de que la angustiada madre le relatara todos los pormenores, FernándeZ se dirigió al Bosque Encantado y penetró en su lóbrega espesura. Debía hallar a los dos hermanos, Anselmo y Gregorio, y traerlos de vuelta a casa, sanos y salvos de las garras de aquel zombi que habitaba supuestamente allí. Su trabajo consistía en ocuparse de todos los asuntos y misterios relativos a zombis y zombificados. Aquel parecía a todas luces un caso a su medida.

FernándeZ anduvo y anduvo durante horas, vagando por entre la maraña, sin saber ciertamente adónde iba. Al no hallar pista de los muchachos ni del zombi pensó en abandonar y regresar a su oficina, quizás solo se trataba de una pista falsa. A veces ocurría, porque una persona deseara algo no significaba que ese algo se cumpliera.

Entonces arribó a una casa que emitía un pestilente hedor. La casita era muy extraña, parecía de chocolate, pero a juzgar por el olor, bien habría podido ser estiércol o algo peor. Se quedó entre los matorrales a observar cautelosamente antes de seguir adelante.

Se fijó que en la parte de atrás se tambaleaba una figura chepada, harapienta, atada a una cadena. En cuanto percibió la primera oleada de podredumbre no le cupo la menor duda: aquello era un zombi.

-¡La madre de los chicos estaba en lo cierto!

“¿Pero qué hará un zombi en este bosque?” se preguntó, “¿tendrá algo que ver con las desapariciones?”.

Impulsado por este pensamiento se aproximó a la casita marrón.

-¡Hombre, FernándeZ!- exclamó el zombi, quien lo había reconocido al instante-, ¿qué te trae por aquí?

Ahora que estaba más cerca, adivinó quien era. Se trataba de Freddy, un zombi muy malo que se comía a la gente y no dejaba alimentarse a otros zombis como él. FernándeZ le tenía mucho miedo desde el instituto; ya entonces le quitaba el bocadillo de pierna que le preparaba su madre y se burlaba de él por lo esmirriado que estaba.

Freddy era un zombi corpulento, de aspecto fiero, todo lleno de pústulas y con la cara siempre roja de la sangre. A FernándeZ no se le pasó por alto que la sangre que le recubría era reciente.

-Hola, Freddy- le saludó, nervioso. Si averiguaba a qué había venido, se las haría pasar putas como quien dice. Tenía que buscar una excusa rápida si no quería irse de allí apaleado o incluso devorado-. He venido a pillar un poco de costo, me han dicho que tienen un Doble Cero que parte la pana.

-¡Venga ya, FernándeZ, que a mí no me la pegas, tú y yo sabemos que no podemos fumar!- le dijo, propinándole un potente golpe en la espalda.

-Bueno, en realidad es para un cliente. Necesitaba unos cuartos y se lo iba a pasar de trapis- le soltó.

-Tú siempre tan trabajador, FernándeZ. ¿Cuándo te dedicarás a algo decente como hago yo? ¡Menudo zombi de pacotilla estás hecho!

Le volvió a sacudir mientras emitía una carcajada.

-¿Y tú qué haces aquí encadenado, es para que no te escapes?- contraatacó FernándeZ.

-Trabajo aquí- respondió el zombi con orgullo-. Me ha contratado una vieja calentorra para que me coma a los chicos que se ventila cuando ya está cansada de ellos; asín no deja pistas. Es un buen trabajo, no me puedo de quejar, tengo techo y comida asegurada y me sacan a la calle un par de horas al día para que me ventile y eso. Aquí no me busca nadie, ¿qué más puedo pedir?

-Vaya, me alegro por ti. ¿Y la comida es abundante?

-Así asá. No llega mucha gente hasta aquí, pero de vez en cuando se pierde alguno. Justamente hace unos días llegaron dos hermanos. A uno me lo tuve que comer porque por poco se fuma la casa entera. Pero bueno, no saqué mucho de él, estaba más flacucho que tú. Espero que el otro le dure algo más y pueda engordar algo...

FernándeZ ya sabía todo lo que necesitaba. El asunto estaba claro: Freddy era el responsable de las misteriosas desapariciones que afligían a los aldeanos de los alrededores. Ahora lo que tenía que hacer era simular que pillaba la maría y esconderse en el bosque hasta que se hiciera de noche para poder salvar al hermano que seguía con vida.

-Bueno, Freddy, ha sido un placer volver a verte- se despidió, dejándolo allí con su cadena y toda su sangre fresca.

Al caer la noche se encendió una luz en el interior de la Casita de Chocolate. FernándeZ no se había movido de su escondite. Entonces se armó de valor y se acercó a la ventana para mirar su interior. 

Sus ojos sin vida contemplaron sin emoción una desagradable escena que hubiera estremecido a un vivo de los pies a la cabeza. La vieja a la que le había comprado el costo se hallaba completamente desnuda, con el muchacho entre sus piernas ejercitándose como un campeón. Con su voz rasposa le gritaba que empujara más fuerte y con sus manos sarmentosas le acariciaba la espalda mientras el jabato respondía con vigor. A juzgar por la expresión de placer de la cara del muchacho, no parecía importarle que se estuviera ventilando a una vieja pelleja y más fea que pifio.

FernándeZ esperó con resignación a que la maratoniana sesión de sexo terminara, obligado a presenciar toda clase de guarradas. ¡Aquella vieja no tenía límite para su concupiscencia!

Cuando ya todo se hubo calmado, agradeció que esa noche no le entregara el muchacho a Freddy. La vieja apagó la luz después de devolver al chico a la jaula y se durmió con una sonrisa de satisfacción igualita a la de su cautivo.

Minutos más tarde, FernándeZ se hallaba en el interior de la casita. No le había costado hacer un hueco en la pared.

-Despierta, chico, tenemos que irnos de aquí- lo despertó sigilosamente, hablando en murmullos para no despertar a la vieja bruja.

-¿Eh, qué?- balbuceó con la voz pastosa del resacoso.

-Me envía tu madre, tenemos que salir de aquí. 

-¿Tú flipas, tío? Yo de aquí no me muevo ni de coña.

-La vieja planea entregarte a un zombi que tiene en el sótano para que te coma cuando se harte de ti.

-¿Qué vieja, aquí no hay ninguna vieja?- se opuso a moverse de allí Anselmo.

FernándeZ lo agarró con fuerza, dispuesto a llevárselo.

-Corres un grave peligro, el zombi te devorará como hizo con tu hermano.

-¿Mi hermano? ¡Tú estás chalado, mi hermano se fue a por tabaco!- levantó la voz- ¿Qué te has fumado?

-Venga, vamos, te digo la verdad...

-¡Quita! Tú lo que quieres es quedarte con toda la maría, ¿eh? ¡Pues toma!

Y la emprendió a golpes con el pobre FernándeZ, que había ido a salvarle.

-¡Toma, joputa, toma!- le dio una somanta palos que lo dejó más muerto de lo que estaba.

Entonces se encendió la luz y la vieja apareció en el círculo de luminosidad. Tras ella estaba Freddy, gruñendo como un poseso.

-¡Joder, un zombi!- exclamó Anselmo, aterrado. Al ver la cara de la vieja se le despejó de golpe la mente-: ¡No me digas que me he follado a eso! ¡Ah, tengo que salir de aquí!

Empezó a rajar la pared de costo con su navajilla y se abrió paso a través del agujero, perdiéndose en el bosque a toda velocidad.

-¡Espera, no me dejes con este energúmeno!- gritó Fernández, sobre el que ya caía el primer sopapo del zombi.

-¿Me querías joder el negocio, eh, malnacido?- hostia al canto- ¡Toma, para que te acuerdes de mí!- de un soberbio tortazo lo envió contra la pared, la cual se partió con facilidad, expulsándolo fuera de la casa.

FernándeZ echó a correr detrás de Anselmo, acogotado por las terribles leches del zombi. Cuando al fin lograron ponerse a salvo, fuera del bosque, estaba saliendo el sol y los pajaritos se despertaban.

-Espero que hayas aprendido la lección- le dijo Fernández a Anselmo.

-¡Y tanto que sí, no volveré a fumar fuera de casa!

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