Enar conducía desde las nueve de la noche. Salió de Vitoria y tenía que llegar a Madrid para dejar su carga en Mercamadrid antes de las 4 de la mañana. Ya eran las doce y media, y había intentado en tres sitios distintos para tomar algo, pero aunque las luces estaban encendidas, los restaurantes siempre estaban cerrados.
Cuando por fin encontró algo, era la una. Se
había retrasado una media hora pero tenía un hambre atroz y, o paraba, o las
tripas se le saldrían por la boca. El área de descanso donde encontró el bar “El
Torreznillo” estaba un poco alejada de la N1, pero era o eso o seguir otras dos
horas con ese runrún en el estómago.
Aparcó el camión cerca de la entrada para
poder echarle un ojo desde la barra. Con la crisis, lo de robar partes de los
bajos de los camiones era el pan nuestro de cada día.
El lugar le había parecido raro desde fuera
porque la única luz que despedía era la del letrero de neón, pero al acercarse
le dio hasta miedo. No tenía ventanas y la puerta era sospechosamente negra. Solo
había otros dos coches aparcados fuera.
- Esto es un puti... seguro.
Iba a darse la vuelta, pero sus tripas se rebelaron.
Rugieron. Gimieron. Casi casi susurraron un "Tenemos hambre. Danos de comer o nos saldremos por tu trasero..."
Cerró los ojos, respiró profundo un par de
veces y se dijo:
- Está bien, chicas. Vamos a ver qué
conseguimos.
La puerta era pesada, chirrió un poco pero se
dejó abrir. Surgió una legión de olores a cerveza, humo y perrito caliente, que
le agarró y arrastró hacia el interior.
Nada más entrar había una barra a lo largo de
la pared de la izquierda. Tenía un par de grifos de cerveza con las típicas
gotitas de agua condensada, que dan la sensación de frescor, y algunas fuentes
con pipas. Tras la barra había toda una colección de botellas de alcohol, desde
marcas blancas baratas hasta grandes y exclusivas marcas. En la parte más
cercana a la entrada, había una máquina para hacer perritos calientes.
- Sí, chicas, de ahí sale el olorcillo... -
dijo Enar a sus tripas, que habían dado un requiebro a modo de alarma ante la
comida.
La barra estaba ribeteada con unas banquetitas
rojas con flecos, ancladas al suelo que al acabar de recorrerla, daban un salto
hacia el interior de la sala, donde acompañaban a otras mesitas altas dispersas
por aquí y por allá.
En la pared de la derecha había una puerta de
baños y otra de privado entreabierta por la que se distinguía una escalera que
subía. Había algún cuadro con fotos en blanco y negro que no conseguía
distinguir desde donde se encontraba.
Al fondo, Enar encontró lo que su intuición
le había hecho buscar nada más entrar por la puerta: el escenario.
- ¡Es un puti!, ya lo sabía yo. Bueno, hay
perritos calientes para vosotras y espectáculo para mí.
Se sentó en una banqueta a la mitad de la
barra. No quería dar la impresión de entrar para ver nada pero, si salía "algo",
no quería perderse ningún bonito detalle. Se rio para sus adentros.
- Anda que si al final me vuelvo a Madrid con
dulce y todo...
El camarero se acercó mientras secaba un
vaso:
- Hola amigo, ¿qué te trae por aquí?
- Buenas. Tengo un hambre que da calambre.
¿Qué tienes de comer?
- Los perritos calientes están recién hechos.
Puedes acompañarlos con una ración de patatas, cebolla caramelizada y
pepinillos.
- Uhm, huele bien. Ponme un par de perritos
completos y una caña.
Las tripas de Enar dieron su aprobación pero
la música del lugar no dejó que su expresión llegara a oírse.
- Sí, chicas... para vosotras solitas.
Pasaron diez minutos hasta que el camarero le
puso el plato delante. Para entonces ya se había acabado la primera caña y
había mediado la segunda. Sabía que no debía beber, pero tenía que reconocer
que no recordaba haberse bebido la primera caña. El camarero se la había puesto
y la había cogido con la mano, pero el siguiente recuerdo que tenía era el del
vaso vacío. Así que, como no se había enterado, tuvo que pedir la segunda. Con
esta trató de ser mucho más consciente. No podía beber mucho más. Le esperaban
aún más de 200 kilómetros por delante y varias horas de trabajo una vez llegara
a Madrid.
El primer mordisco al perrito le supo a
gloria. Sus tripas tronaron de felicidad. Parecían niñas abriendo los regalos
de Navidad. Podía escucharlas reír y parlotear frases de placer. Estaba
deleitándose con ese momento, cuando de pronto, la música cambió. Se volvió
lenta y densa. El escenario se llenó de humo, los focos de luz blanca que había
en la parte trasera se encendieron y las cortinas se abrieron.
Recortada sobre las luces apareció la silueta
oscura de una mujer que se contoneaba cadenciosamente, al ritmo suave de la
música. Permaneció un rato al fondo del escenario, deleitándose con la mirada
de Enar que luchaba escarbando en el humo para recoger cada detalle de esa
imagen.
Enar trató de dar otro bocado al perrito pero
no atinó y parte del moflete se manchó con la salsa. Sus tripas se quejaron,
pero esta vez ni siquiera las sintió él.
La mujer iba zigzagueando por el escenario.
Los focos de delante empezaron a iluminarla desde abajo, mostrando unas botas verdes
de tacón de aguja que le cubrían hasta la rodilla. Poco a poco las luces recorrían
el cuerpo de la mujer, ajustándose a él, como si de un guante se tratara. Con
los muslos y los brazos al aire, el resto del cuerpo quedaba cubierto por un
escueto traje verde terriblemente ajustado. Un pequeño triángulo era la base de
dos tiras que subían para cubrir los pezones y desaparecer por detrás de la
nuca de aquella diosa.
Para ese entonces, y aunque Enar no lo sabía,
ya tenía encima de la barra su cuarta cerveza. El perrito había quedado
totalmente deshecho entre sus dedos. Las tripas languidecieron... Ya no sentía
ni hambre, ni sed, ni responsabilidades. Estaba contemplando el ser más
perfecto sobre la faz de la tierra. Seguro.
- ...
El ángel se doblaba, se estiraba, se tiraba
al suelo, levantaba sus voluptuosos muslos, los abría lentamente como una flor
al amanecer, los cerraba con un rápido movimiento para encogerse y quedarse
acurrucada durante un segundo... La música se aceleró el tiempo justo para que
la joven se quitara su escueto traje con tres movimientos maestros.
Enar podría haberse olvidado de respirar si
hubiera podido. Deseaba que no acabara nunca la música.
- No pares. No pares, preciosa – murmuró casi
jadeando.
La joven volvió a levantarse y zarandeando la
cadera se plantó en la zona más cercana a él. Se giró dando la espalda al chico
y, muy despacio, comenzó a doblarse hacia abajo con las piernas separadas. Su
cara quedó enmarcada por la parte de atrás de dos estilizadas corvas y el mejor
trasero que había visto jamás. En ese instante, ella abrió los ojos y le miró
fijamente.
Le faltaba el aire. Un sudor frío le recorría
la frente y las manos le temblaban. Las luces fueron atenuándose, el humo
empezó a inundarlo todo y tan lentamente como fue apareciendo, ella fue
desapareciendo.
- Bonita, ¿eh? – La voz del camarero le
rescató de la muerte cerebral a la que se había entregado tan solo unos
instantes atrás - Se llama Liss.
El camarero esperó un rato a que Enar
reaccionase. Entonces fue cuando este se dio cuenta del estropicio que tenía
entre sus dedos.
- ¡La leche! Puf… ¡ostias!
- La chica viene de Las Tabernas, Almería, el
Sur de Europa que dice ella. Una chica simpática donde las haya.
- Sí, muy simpática - Tartamudeó Enar -
Simpática, sin lugar a dudas.
El camarero se sonrió y preguntó si le ponía
otro perrito. Enar iba a contestarle que sí cuando sintió un ligero toque en la
espalda. Un olor a hierba recién cortada pasó por encima del olor a perritos
que le rodeaba desde que entró al "bar". Se giró y el aire salió
disparado de sus pulmones.
Liss estaba delante de él. Con un batín color
esmeralda, con pequeños dibujos de hojas y palitos. Enar no podía articular
palabra. Ella entrecerró los ojos y le preguntó sencillamente:
- ¿Me invitas a una copa?
- Claaaaarrrr… sí, sí, claro – le costó
arrancar. Bajó la mirada un segundo y se percató de que estaba empalmado -
joodeeerrr.
- Je, je, je, suele pasar - Dijo Liss al
seguir la mirada de Enar - Venga, bebamos un rato y charlemos.
La chica era realmente agradable. Además de
estar buenísima, era una gran conversadora. Hablaron del trabajo de él, de lo
dura que era la vida del transportista, del frío que hacía, de lo mal que iba
la cosa con la crisis, incluso para los "bares" y, casualidades de la
vida, resultó que Enar había pasado unos días en Las Tabernas cuando era
pequeño, con sus padres y su hermano.
El tiempo fue pasando y con él cayeron tres
cañas más. En algún momento miró el reloj y vio que eran casi las dos y media
de la mañana. Algo se activó en su consciencia. No podía permanecer más tiempo
allí.
- Jorl, tengo que irme preciosa. Esto es
maravilloso pero, de verdad que tengo que irme.
- ¿Y me vas a dejar solita, aquí? – dijo Liss
alargando levemente las últimas vocales.
- Ay, preciosa. Ojalá pudiera quedarme pero,
si esa fruta no está en dos horas en Mercamadrid, se me va a caer el pelo.
Ella se bajó de la banqueta en la que estaba
sentada y se acercó a Enar, echándole los brazos por encima de los hombros.
- De verdad que no puedes quedarte un ratito
más... conmigo...
- Uuummhhhh... - el batín se había abierto un
poco y se podía vislumbrar parte de uno de esos jugosos pechos que había
deseado más que su propia vida tan solo hace unos ¿minutos? ¿horas? ¿segundos?
el reloj había dejado de marcar el tiempo para Enar.
- Quédate. Pasemos la noche juntos.
- Nnnnnooo puedo – Enar mantenía una lucha
entre el deber y el querer. Tenía que irse. Si no se iba ya, le caería una
bronca que posiblemente terminaría en despido. Necesitaba el dinero - De verdad
que quiero quedarme, pero no puedo.
Liss se acercó más y le besó enrollando sus
brazos alrededor de su cuello. Las manos de él reptaron por el batín hasta esa
cintura perfecta y se acurrucaron ahí cual gatitos sobre cojines. Cerró los
ojos y, sin saber cómo, cuando los abrió de nuevo estaba en una habitación en
la que el color verde predominaba. Estaban pegados, de pie, sin la camisa él y
desnuda ella. Ella comenzó a desabrochar su cinturón y su pantalón, y él le
tomó la cara entre las manos mientras le susurraba palabras que jamás había
dicho a ninguna mujer.
Acercándose a la cama, Liss le ofreció su
cálido trasero. Enar ya no recordaba ni el camión, ni la carga, ni los malditos
kilómetros hasta Madrid, ni las horas de trabajo que le esperaban tras la
descarga... ni el perrito caliente. Solo tenía sentidos para el tesoro que se
abría ante él. Se acercó, se bajó un poco el calzoncillo y tomando su pene la
penetró. Fue una experiencia sobrenatural. Solo pudo hacer unos pocos
movimientos antes de sentir cómo se volcaba dentro de ella. Los ojos se le
cerraron instintivamente.
- Oh Dios, Dios, Diooooosssss
Sintió un cálido aliento en su cara. Abrió
los ojos y Liss había girado la cabeza 180 grados. Le estaba mirando. Se acercó
a Enar y le dio un beso. Sintió que una lengua tubular llegaba hasta su
garganta y un jarro de viscosa saliva se vació por su gaznate. Ella se separó y
su boca esbozó un inicio de sonrisa que terminó siendo una grieta que le
abarcaba, literalmente, de una oreja a la otra.
Enar fue recobrando el sentido común poco a
poco. Esto no era normal. ¿Sería el alcohol mezclado con el cóctel de hormonas
que le emborrachaba en ese instante? ¿veía visiones? Agitó la cabeza de un lado
a otro durante un rato y se percató de que seguía unido a Liss.
Le entró verdadero pánico cuando comprobó que
estaba atascado. ¡Atascado! No podía salir. Forcejeó de un lado a otro durante
un rato. La boca de ella comenzó a abrirse. Era una imagen dantesca. Unos
afilados dientes de casi un palmo empezaron a asomar en la más tétrica de las
sonrisas.
- Eh Liss, venga chica. Je... no me hagas
esto guapa. Venga, vamos... tranquila... relájate y déjame salir.
Los brazos se le quedaron rígidos, colgando a
los lados del cuerpo. Le volvía a faltar el aire pero esta vez no sentía las
mariposas en el estómago de hacía un rato, sino más bien un culo de oso sentado
sobre su pecho. Estaba paralizado. Solo era capaz de mover los ojos de un lado
a otro.
- Ggggrrrrr a veces me llaman Mantis...
Mantis Religiosa - una baba flemosa amarillenta cayó sobre el vientre de él, al
escaparse de entre esas rejas dentales – y me encantan los chicos buenos como
tú.
Los párpados superiores se fundieron a los
inferiores y los globos oculares empezaron a crecer y redondearse. Un tono
verdoso empezó a cubrir la piel de ¿la chica? y el pelo se cayó como si de una
peluca se tratara. De la hermosa cintura de Liss salieron dos asquerosas patas
delgadas, propias de un insecto.
- Gggrrrr después de hacer el amor siempre me
entra muchísima hambre- Un gesto divertido se dibujó en la poca humana cara de
ella.
Abrió la boca más de medio metro,
desencajando la mandíbula y, mostrando lo que a él le pareció una cueva llena
de estalactitas y estalagmitas chorreantes de asquerosa baba, se abalanzó sobre
la cabeza de Enar.
Para Liss fue un placer degustarle. Una
delicatesen. Al acabar, se relamió, chupeteó sus finas patas, limpió dos
antenitas que habían surgido en su cabeza y eructó.
- Uhi...
perdón.
Unos días más tarde, la policía encontró el
camión de Enar en otra área de descanso, a más de 100 kilómetros de El
Torreznillo, con un cuerpo sin cabeza al volante.
Un relato muy esperanzador para los follatines de la ruta, jajajajajaja. Ojalá hubiese una muchacha así en cada puti de carretera. Llamadme carca pero detesto a los puteros, no lo puyedo evitar. El relato es el mejor que he leido de Macabea (y no doy jabón)Llamademe guarro pero odio el jabón, jajajajajaja. La ilustración es muy molona. ¿De donde la has sacado Maca?
ResponderEliminarEl nivel va subiendo, y eso que el de los zombis del número uno me gustó mucho. También sube la longitud ;-)
ResponderEliminar