miércoles, 20 de febrero de 2013

EL CORTASETOS



Estaba cansada de aquel mirón. Todos los sábados asomaba su nariz de loro entre los arbustos de mi jardín.
Hubo un tiempo en que hubiera sonreído y le habría deleitado con un topless, pero ese tiempo hacía años que había pasado a la historia. No sabía cómo decirle que me incomodaba su presencia. Me escondía en la oscuridad de mis gafas sol y entre las hojas de una revista de moda vieja. Para no verlo.
Sentía su presencia y mis sensibles oídos escuchaban su agitada respiración mientras él ejercitaba su mano callosa y terminaba el trabajo que había venido a realizar entre los setos que cubrían la verja de mi casa. Hasta que aquella mañana me decidí a terminar con el problema.
El vecino de al lado me lo dejó. Le conté que me crecían unas hierbas rebeldes entre los setos. Me enseñó a usarlo con sus propias manos. Sentí su aroma varonil acercarse peligrosamente a mi espacio vital pero me sentí tranquila. Mi vecino no era peligroso. El mosquito molesto era otro; el ser que todos los sábados asomaba su nariz entre los setos.
Sábado. Por fin. Aguardé entre los arbustos a que el "indeseable" hiciera acto de presencia. Con puntualidad británica escuché sus pasos en la acera, percibí los sonidos suaves de las suelas de sus mocasines baratos. El susurro de las hojas del seto me habló.
Ya estaba allí. Lo olí, lo sentí y lo vi entre las sombras. Era guapo. Varonil. El pelo corto, cepillado y engominado. Usaba loción para el afeitado y colonia cara. Por un momento sentí la debilidad penetrar en mí de nuevo. Mis instintos salvajes se despertaron. Y por un infinito segundo pensé en no hacerlo. Sentí el impulso de besarlo en lugar de atravesarle la cara con el cortasetos.
Pero solo fue eso. Un segundo eterno que detuvo el tiempo. No gritó, no sintió. Dejé el cortasetos en el suelo y me tumbé en la hamaca. Al cabo de unos minutos las sirenas de la policía se oyeron estruendosas en la tranquilidad de aquella mañana de sábado.

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