Tim estaba parado justo delante del jardín de la
casa Mulparish. Hacía años que estaba deshabitada. En sus buenos tiempos estaba
llena de vida, continuamente se celebraban actos y fiestas. Pero tras el crack
de 1929, todo cambió. La familia Mulparish lo perdió todo y la casa paso a
manos de un banco, al que le resultó imposible venderla o sacar provecho de
ella.
Los chicos de la pandilla le urgían a entrar. Para
ingresar en la banda tenía que subir a la segunda planta y traer un objeto de
uno de los dormitorios. Rom, que era el mayor del grupo a sus 16 años, le
empujó hacia la verja. Tim tuvo que hacer un gran esfuerzo para mantenerse en
pie y no caer al suelo. Estaba aterrorizado solo de pensar en entrar allí
dentro, pero la perspectiva de seguir recibiendo palizas por parte de la
pandilla no era nada agradable. Si conseguía superar las pruebas, todo
cambiaría.
Se armó de valor y empujó la verja que emitió un
chirrido que le produjo el mayor de los escalofríos. Con paso lento, fue
vadeando la maleza que antaño fue jardín bien cuidado. Tropezó con un macetero
que estaba oculto a la vista. Los chicos se rieron de él. Tim se limitó a
levantarse y seguir avanzando.
La puerta de la casa estaba abierta de par en par.
Entró dentro y observó los muebles podridos y los viejos techos cubiertos de
telarañas. El suelo era un mar de polvo que dejaba marcadas cada una de sus
pisadas. Fuera empezaba a anochecer, por lo que decidió darse prisa y acabar
con aquel mal trago.
Subió las escaleras que conducían a la primera
planta. Escalón tras escalón, el corazón le latía cada vez con más fuerza.
Agarró la barandilla de madera y esta pareció temblar bajo la presión de su
mano. Cuando llegó al rellano de la primera planta, todo estaba muy oscuro. Al
estar todas las puertas cerradas, no dejaban pasar la luz. Escuchó un ruido en
la segunda planta. La sangre se le heló, se pasó la mano por la cara en un
intento de secar el sudor que ya empezaba a brotar, a pesar del frío que hacía.
-¡Tranquilo Tim! Aquí no hay nadie, esos imbéciles
cuentan historias para asustar a los más pequeños. Los ruidos son normales en
una casa tan vieja.
Agarró una vara de metal, que una vez fue un adorno
de la escalera y la sostuvo en alto. Aquella casa era enorme y empezaba a ser
consciente de que no saldría de allí con luz del día. Continuó avanzando
escaleras arriba, los ruidos parecían cobrar vida, por un momento le pareció
escuchar a los chicos de la pandilla. Seguramente habrían salido corriendo
hartos de esperarle. Por fin llegó a la segunda planta. Una fuerte corriente de
aire cerró varias puertas de golpe. Tim se agarró a la escalera y esta cedió. A
punto estuvo de caer por el hueco de la escalera. Se limpió el polvo de la ropa
y se levantó. Estaba decidido, pero su decisión se hizo más débil cuando
advirtió que por debajo de una de las puertas del final del pasillo izquierdo,
se veía una rendija de luz. En un primer momento pensó que era el sol del
atardecer, pero a medida que se iba acercando vio por una de las ventanas que
fuera ya era de noche. Desde allí no podía ver a los chicos porque ese lado
daba a la parte trasera de la casa.
Alzó la vara, y caminó lentamente. El pasillo
parecía alargarse, por más que creía andar el miedo le hacía parecer como si no
se moviera del sitio. Cuando llegó a la puerta, no sabía qué hacer. Si la abría
no tenía ni idea de qué podría encontrar. Finalmente, giró el pomo de la puerta
y la empujó con la mano. Se escuchó un alarido, que le hizo caer al suelo.
Perdió la vara que cayó rodando, alejándose por el pasillo. Una sombra comenzó
a acercarse a la puerta. Tim iba a gritar. La luz quedó tapada por la figura de
un hombre alto con sombrero y larga barba.
-¿Qué haces aquí? - Preguntó.
-He venido por un objeto para mis amigos. Tim no se
daba cuenta de lo absurdo que resultaría aquello para un extraño.
-Pues cógelo y márchate. Esta casa vieja no es sitio
para un niño, podrías hacerte daño.
Tim se levantó y entró en la habitación, que estaba
iluminada por un candil. Agarró un peine y se lo guardó en el bolsillo.
-¿Qué ha sido ese grito? - Preguntó Tim.
El hombre se rio.
-Estaba tocando la guitarra, y al levantarme se me
escapó y me cayó en el pie derecho. Me hizo mucho daño.
El anciano a la luz, no parecía nada amenazador.
Tenía una sonrisa muy agradable y su ropa estaba limpia.
-¿Usted?
-¿Sí?
-¿Vive aquí?
-Entré en la casa esta mañana. Por más que busqué,
no encontré ninguna pensión u hotel que tuviera habitaciones libres.
-Mi mama alquila habitaciones y ahora mismo, no
tiene clientes.
-¡Genial! Pues si no te importa, recojo mis cosas y
me muestras el camino a tu casa - añadió el anciando después de
rascarse la barba.
rascarse la barba.
-¡Vale! - Contestó Tim sentándose sobre un pequeño
arcón.
Unos diez minutos más tarde, el anciano y el niño
abandonaban la casa. Antes de salir, el anciano apagó el candil y lo dejó en
una estantería.
-Ese objeto para tus amigos... ¿por qué tenías que
cogerlo de aquí?
-Mis amigos dicen que esta casa está embrujada.
-¡Tonterías! No existen los monstruos, ni fantasmas,
todo eso son cuentos.
El anciano y el niño se alejaron de la casa,
charlando y riendo. En el jardín trasero de la casa, un ser alto y desgarbado,
tiraba los cadáveres de los niños de la pandilla por la ventana del sótano. Alzó
la cabeza y olfateó el aire dejando ver sus enormes fauces y sus ojos rojos
como la sangre. Su cuerpo estaba desgarrado y tenía aspecto de podrido. Agarró
el cadáver de Rom, mordió su brazo derecho y masticó la carne. Un coche que
pasaba cerca lo asustó. Se arrojó al suelo y reptó por la estrecha ventana hacia
el interior del sótano.
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