«... son
cuatro, cuatro y dos son seis, seis y dos son ocho, y ocho dieciséis. Dos y dos
son cuatro, cuatro y dos son seis, seis y dos son ocho, y ocho dieciséis. Dos y
dos son cuatro, cuatro y dos son seis, seis y dos son ocho, y ocho dieciséis.
Dos y dos son cuatro, cuatro y dos son seis, seis y dos son ocho, y ocho
dieciséis. Dos y dos son cuatro, cuatro y dos son seis, seis y dos son ocho, y
ocho...»
- ¡ahhhhhhhh!
No lo soportó más. Por favor, ¡cállate! ¡Cállate! Déjame en paz de una vez por
todas. Siempre he hecho lo que me has pedido. ¡Lárgate! No quiero escucharte más...
«...son cuatro, cuatro y dos son seis, seis y
dos son ocho, y ocho dieciséis. Dos y dos son cuatro, cuatro y...»
- Si no te
largas me suicidaré. No conseguirás nada más de mí, ni tendré que soportarte
nunca más. Quizás eso sea lo mejor, que me suicide. ¿Qué harás entonces, hijo
de puta? ¡Qué harás!
«No tienes
lo que hay que tener para suicidarte. Por eso te elegí, porque eres un cobarde,
siempre lo has sido y siempre lo serás. Sabes perfectamente que acabarás
plegándote a mis deseos. No te tortures más. Ríndete y dejaré de cantar esa
cancioncilla que tanto te gustaba cuando eras pequeño y tanto pareces detestar
ahora»
- Esta vez
no. Esta vez es diferen...
«¡Venga ya!
Siempre estás con las mismas tonterías. ¡Esta
vez no! ¡Esta vez no! ¿A quién quieres engañar? Solo a ti mismo. Eres tan
predecible como estúpido. Haz lo que tienes que hacer y la cancioncilla dejará
de sonar... hasta que te vuelva a necesitar, claro. Podrás dormir, podrás
fornicar con golfas, casi podrás hacer tu vida normal, la vida que tenías antes
de que iniciáramos esta relación tan hermosa que tenemos. Bien sabes que es la
única salida. Yo puedo estar cantándote al oído un día y otro día y otro día, y
todas sus noches»
- ¡Nooooooo!
¡Vete a tomar por culo! ¡Esta vez no!
«Está bien.
Tú lo has querido. Continuemos con el juego. Dos y dos son cuatro, cuatro y dos
son seis, seis y dos son ocho, y ocho dieciséis. Dos y dos son cuatro, cuatro y
dos son seis, seis y dos son ocho, y ocho dieciséis. Dos y dos son cuatro,
cuatro y dos son seis, seis y dos son ocho, y ocho dieciséis. Dos y dos son
cuatro, cuatro y dos son seis, seis y dos son ocho, y...»
- ¡Para!
¡Para! ¡Para! Dios mío, ¡ayúdame!
«...cuatro,
cuatro y dos son seis, seis y dos son ocho, y ocho dieciséis. Dos y dos son
cuatro, cuatro y dos...»
- ¡Está
bien! ¡Tú ganas! Ganas otra vez.
«¡Así me
gusta! Esta vez me has metido el miedo en el cuerpo. Pensé que me ibas a dejar
en la estacada, que habías sacado fuerzas de flaqueza y estabas dispuesto a
hacer algo, digamos... definitivo. ¡Qué no! ¡Qué es broma! Desde el principio
sabía que ibas a ceder a mis pretensiones. ¡Siempre lo haces! Es lo mejor que
puedes hacer. Solo tienes agallas cuando trabajas para mí. Deberías
agradecérmelo. Y, por favor, no implores nunca más la ayuda de Dios. Él no te
va a ayudar. Más bien deberías culparle por ponerte sobre la faz de la tierra
con todas esas debilidades que te dominan. Eres un pecador empedernido. Si
realmente te está escuchando, es evidente que te ignora. Se ríe de ti, igual
que yo me rio ahora, igual que me rio desde que te conocí. ¿Qué le voy a hacer?
¡Yo soy así! Mucho más honesto, ¿no crees?»
- ¿Qué
quieres esta vez?
«Nada nuevo.
¡No sé para qué me preguntas! Ya sabes lo que me gusta. Siempre quiero lo
mismo. Así que, sal ahí fuera y tráemelo»
Estaba muy
cansado. Había conducido durante horas. Nunca actuaba en su ciudad, ni siquiera
cerca de ella para no ser reconocido ni asociado con el "asunto". Era
capaz de cruzar varios estados. Así, evitaba que se generara el típico clima de
inseguridad entre sus conciudadanos, que tarde o temprano degeneraba en
rumores, sospechas e infundadas acusaciones, y terminaba en caza de brujas
contra los menos populares, siempre inocentes. Era un tipo raro, solitario por
imposición social y por vivir en una casa de campo aislada. Tenía todas las
papeletas para ser objeto de sus sospechas al menor descuido.
También
estaba el tema de los gustos del tirano. El muy cabrón no pedía cualquier cosa.
Desde que aparecía con su jodida cancioncilla hasta que desaparecía satisfecho,
podían pasar varios días. Al principio era mucho peor. La búsqueda podía
prolongarse durante semanas, hasta que descubrió que la poca discreción de la
gente podía facilitarle las cosas. En las redes sociales encontraba fotos,
comentarios, direcciones... todo lo que necesitaba.
No era un
profesional, o eso quería creer, pero la policía y los medios de comunicación
no opinaban lo mismo. Ellos hablaban de un asesino psicótico en serie con
gustos especiales.
«¡No son mis
gustos! ¡Odio hacer esto! ¿Por qué no lo entendéis?»
Alertados
por los titulares, la población de riesgo se mostraba más cauta, y la policía
se centraba en ellos, lo que hacía que todo fuera más complicado. No obstante,
golpe a golpe conseguía mejorar su técnica, en definitiva, correr menos
riesgos. No estaba, en absoluto, orgulloso de ello, prefería seguir siendo un
paria que un perro en manos de un dueño cruel, pero no tenía elección.
Todavía
tenía pesadillas con su primera vez. Bueno, tenía pesadillas con todas ellas,
pero la primera fue la más dolorosa. Nunca había hecho daño a nadie hasta ese
día. Escuchaba con lágrimas en los ojos los gritos, sentía como propios los
golpes que propinaba. Entendía todo el dolor y el miedo que provocaba, pues él
sentía todo eso muy a menudo.
Esta vez, y
basándose en los datos obtenidos de internet, el golpe no debía causarle
mayores problemas. Actuar y salir corriendo, procurando no dejar ninguna huella
que pudiera delatarle. Si la dirección era correcta, la casa era la que tenía
frente a sus narices. Solitaria en medio de un campo de maíz agostado, se
erguía una modesta vivienda de una única planta. En la terraza, unos
centímetros por encima del nivel del suelo, había dos mecedoras y una pequeña
mesa. Todo quedaba parcialmente iluminado por un pequeño farol cuya luz apenas
llegaba más allá de los límites de la terraza.
El interior
de la vivienda estaba iluminado, lo que le permitió vislumbrar una figura
femenina que se movía por lo que debía ser el salón. Tenía que acercarse más,
tenía que conocer todos los detalles antes de actuar. Silencioso como una
sombra, caminó por un lateral, paso a paso, lentamente, aprovechando la
oscuridad reinante, concentrado en todo lo que ocurría en la casa. Inesperadamente,
un perro negro bastante grande salió a la carrera ladrando, provocándole un
subidón de adrenalina.
«¡Perkins!
¡Cómo he podido ser tan estúpido!»
Lo sabía
todo del perro. Aparecía en muchas de las fotos publicadas en la red. Casi
salía más que su propia dueña, pero no había pensado en él, y ahora se
interponía entre víctima y verdugo. El perro corría ladrando sin parar. Cuando la
cadena a la que estaba anclado quedó completamente tensa, el perro paró en seco
lanzando un quejido lastimero. Un instante después siguió ladrando en dirección
a él. La doble puerta de la casa se abrió de par en par. En el umbral apareció
una chica de pelo largo rubio portando una escopeta.
- ¿Quién
anda ahí? Perkins, ¿qué pasa?
Perkins
seguía ladrando histéricamente. La chica avanzó lentamente, aproximándose paso
a paso mientras miraba al frente y balanceaba el cañón de izquierda a derecha.
Cuando llegó hasta el perro, se agachó y comenzó a acariciarle. Seguía mirando
al frente, a la oscuridad impenetrable donde se escondía su verdugo.
- ¿Qué pasa?
¿Qué has visto? ¿Quién anda ahí? ¡Candice! ¡Candice! Cierra las puertas de casa
y no salgas bajo ningún concepto.
- ¿Qué
ocurre? ¡No me asustes! – dijo Candice asomándose por la puerta.
- ¡Haz lo
que te digo! ¡Métete dentro! Y si escuchas cualquier ruido o ves algo raro,
llama a la policía.
La chica soltó
la cadena del perro que salió disparado hacia el interior del maizal, siguiendo
el olor del intruso. Al instante, la chica perdió de vista al animal. Avanzó
cautelosa hasta llegar al borde del maizal. No quiso continuar. La solo idea de
internarse en el sugerente campo de maíz durante la noche, hacía que todos los
pelos se le pusieran de punta. Notó un cosquilleó por toda su piel.
«Seguro que no
es nada. Algún gato en busca de ratones. Le encanta perseguir gatos»
Escuchaba sus
ladridos, cada vez más lejanos, hasta que se tornaron en quejidos. Algo le
había ocurrido; su perro querido estaba herido. La necesitaba. Tenía una
escopeta en las manos, si hacia bien las cosas no tenía por qué ocurrirle nada
malo. Dudaba. Trataba de ser fuerte, de romper la resistencia que hacía que se
mantuviera fuera del maizal. Un quejido más profundo que los anteriores hizo
que se decidiera. Entró con la escopeta por delante en la oscuridad. El maizal
pareció engullirla.
Veía poco o
nada. El único sentido que le servía para algo era el oído, una vez sacrificado
el sentido común. Apartaba las ramas con cuidado, pero era imposible no hacer
ruido mientras avanzaba en la dirección de los quejidos, en línea recta. Estos
fueron subiendo de volumen a medida que se acercaba al perro, que al percibir
la cercanía de su ama, pedía con más insistencia.
Casi tropezó
con él. Estaba tirado en el suelo. Se agachó sin perder de vista el entorno,
manteniendo la escopeta a punto para disparar ante el menor signo de amenaza.
El pecho del perro subía y bajaba rítmica y débilmente. Al acariciarle, notó
una sustancia húmeda y pegajosa que cubría buena parte del pecho del animal.
Era sangre. Emanaba de una profunda herida, y esas heridas no las causan los
gatos. Alguien había hecho daño a su perrito. Lo más seguro es que se hubiese
dado a la fuga. No pensaba quedarse allí para comprobarlo mientras Perkins se
desangraba, así que dejó la escopeta a un lado, introdujo las manos por debajo
del animal, y lo izó pegándolo a su pecho.
Todo había
salido mal por culpa de ese maldito perro negro, y podía ponerse aún peor.
Había escuchado perfectamente cómo la chica pedía a la tal Candice que se
encerrara. Dijo algo más, referente a la policía; seguro que quería que la
llamara.
«Si al menos
ese jodido perro no me hubiese mordido, ya estaría lejos de aquí»
Con una
puñalada consiguió que el perro liberase su presa, pero entonces escuchó
ruidos. La chica había entrado en el maizal, por supuesto con su escopeta. Se
agazapó en la oscuridad sin moverse ni un ápice.
La chica, a
la que tantas veces había visto en internet junto a su hermana gemela, llegó
hasta el perro. Desde su posición podía distinguir perfectamente el tubo negro
de la escopeta. Entonces, la chica se arrodilló soltando el arma y alzó al
perro girándose en dirección a su casa.
No lo podía
creer. La muy estúpida ponía en peligro su propia vida por salvar a ese chucho
medio muerto. Eso cambiaba las cosas, aun podía tener una oportunidad para
llevar a término su plan, pero debía darse prisa. Dejó que avanzará unos
cuantos metros más antes de moverse.
El peso y
volumen de Perkins hacían que no avanzara tan rápido como quisiera. Solo
pensaba en llegar a casa para llamar al veterinario.
«Aguanta
perrito. Te pondrás bien. Te vas a poner bien. Yo cuidaré de ti»
Enredada en
mil pensamientos, dejó de prestar la atención debida a su entorno. No escuchó
más ruidos de ramas que los que ella misma producía, no vio nada más allá de la
carita de su perrito.
Abalanzándose
contra ella por la espalda, clavó el puñal lateralmente en el cuello,
manteniéndolo allí firmemente. La sangre manó abundante manchando su vestido
corto, donde se mezcló con la sangre de su perro. No se resistió. La puñalada era
mortal. Simplemente le miró a los ojos con profunda pena, como preguntándole
"¿por qué?”. Perro y ama cayeron al suelo, una sobre el otro, que lloraba
por el dolor ajeno.
- Aunque no
lo creas, lo siento mucho chica. Estoy obligado a hacerlo.
La primera
parte ya estaba acabada. Ahora tenía que encargarse de la hermana. Luego las
llevaría al coche. Corría a tanta velocidad como su muslo herido le permitía.
Cuando llegó al borde del maizal, comenzó a escuchar las sirenas de un coche de
la policía. Aún estaba lejos, no lo suficiente como para arriesgarse.
«Te he
estado esperando con impaciencia. ¿Estás herido? Espero que no sea para tanto.
¿Lo has traído?»
- He hecho
lo que he podido. Las cosas se pusieron difíciles. Había un perro...
«¡Me estás
diciendo que has fracasado! ¿No lo has traído?»
- Te repito
que he hecho lo que he podido. Llegó la policía, tuve que huir...
«¡Qué
diablos me importan esas escusas baratas! ¡Muéstrame lo que has conseguido! Y
más te vale no defraudarme»
Abandonó el
salón dirigiéndose al garaje donde descansaba el viejo coche que había heredado
de su difunto padre. Abrió el maletero y extrajo el cuerpo de la chica. Sus
ropas eran un engrudo de polvo y sangre. La tomó en brazos y la llevó hasta el salón
donde con extrema delicadeza la depositó sobre la alfombra.
- ¡Una chica
rubia! ¡Y muy mona por cierto! Muy bien. Ahora tráeme su par, antes de que me
enfade más.
Volvió al
poco con el cuerpo de un perro negro, que depositó sobre la alfombra junto a los
restos de su dueña.
«¿Qué es esto?
Dime que es una broma pesada»
- Te he
dicho que he hecho todo lo que he podido.
«¡Eres pura
escoria! ¡No vales nada! ¡Menos que nada! ¿Crees que trayéndome dos cosas cualesquiera
formas uno de mis pares? ¡Estúpido inútil! Uno más uno son dos, pero deben ser
iguales para poder unirlos. ¡No te enseñaron eso en el colegio! ¿Tú eras de los
que sumaba peras con manzanas? Ni siquiera es humano, ¡joder! Bueno... vamos a
tranquilizarnos. No conviene perder la compostura. Vamos a ver qué podemos
hacer... De acuerdo, lo primero, quita de mi vista ese perro. Luego saca tus
herramientas y prepara a la chica. Hazlo bien o me verás realmente cabreado.
Esto no es nada en comparación con lo que puede llegar a ser»
Ya lo tenía
todo preparado para empezar. El cuerpo desnudo de la chica yacía en el suelo
sobre un grueso plástico blanco impermeable. Una caja de labores a la derecha y
un hacha de mano a la izquierda. Un fino cuchillo jamonero descansaba a su lado
dentro de un cubo de fregona.
- ¿Corto como
siempre? ¿O tienes otra idea?
«Te he dicho
que como siempre»
- Ya, pero
esta vez solo tenemos un individuo.
«Ya lo veo.
Gracias a tu negligencia. Está todo pensado»
Alzó el
hacha con la mano derecha y elevándola por encima de la cabeza, la descargó con
todas sus fuerzas. El filo penetró en la carne seccionando parcialmente el
brazo izquierdo a la altura del hombro. Fueron necesarios otros dos golpes para
separarlo completamente del tronco. Arrojó el brazo a un lado, y tomó el
cuchillo. Poco a poco fue pelando todo el costado de la chica, desde el tobillo
hasta el hombro, retirando la piel y la grasa, dejando al aire las fibras
musculares y parte de las costillas. La primera vez que lo hizo, no pudo
reprimir varias arcadas. Dio igual, tuvo que continuar entre las carcajadas del
otro.
Cada pedazo
que arrancaba era depositado en el cubo, que acabaría siendo pasto de los
cerdos. Eran capaces de comérselo todo. No dejaban ni rastro. En ese momento
recordó la historia que una vez le contó su viejo compañero George, según la
cual, la abuela de este había desaparecido súbitamente, y él sospechaba que los
cerdos se la habían comido cuando resbaló en su corral. También los cerdos se
encargaban de lo que quedaba de sus víctimas, pero eso era después, cuando el
bastardo se cansaba de jugar.
«Sé lo que
estás pensando. No deberías usar esos términos para referirte a mí, si no
quieres agotar mi paciencia. Aunque debo reconocer que sí, que soy algo más que
un bastardo ¡ja! ¡ja! ¡ja!»
Continuó con
su trabajo sin inmutarse. Desde el principio sabía que era capaz de leer su
mente. Después de comprobar todo aquello de lo que era capaz, ese detalle
parecía tan insignificante...
«Exacto.
Estoy más allá de lo que consideras como poderoso. No sabes nada, pero pronto
lo sabrás»
En cuanto
dio por finalizado el trabajo, la voz que resonaba en su cerebro tomó la
palabra.
«¡No está
mal! Al menos hay una cosa que se te da bien. Ahora toca la segunda parte. Te
aseguro que no te va a gustar, pero al menos conseguirás librarte de mí para
siempre. Ya no me eres útil. En esta ocasión has cometido muchos errores , la policía debe estar sobre tu pista y no
tardará en atraparte. Debo partir en busca de otro huésped. Ahora voy a
poseerte. Lo voy a hacer tanto si te dejas como si te resistes. Si te dejas,
será rápido e indoloro. Si te resistes, será lento y doloroso. ¿Qué prefieres?
- Hijo de la
gran puta – murmuró entre dientes
«Tomaré ese
insulto como tu respuesta»
- ¡No!
¡Espera! No me resistiré.
«No te lo
mereces, pero como no depende de mí...»
Cerró los
ojos e intentó no pensar en nada, pero le era imposible. Tenía miedo a lo
desconocido. Una cosa era tener ese ser a su alrededor, y otra bien distinta
era tenerlo dentro. No sentía nada especial, nada doloroso. No sabía cuándo iba
a estar poseído, hasta que lo estuvo.
- ¡Hola! Ya
estoy dentro. ¿A qué no te ha dolido?
«Dios mío,
está realmente dentro»
Tenía
consciencia pero no voluntad. Había perdido el control sobre su cuerpo. Podía
percibir como antes, pero no podía controlar los músculos. Ahora, el ser
hablaba por su boca.
- Claro. Yo
estoy al mando. Estamos compartiendo tu cerebro pero soy yo quien dice qué se
hace y qué no se hace. Se puede decir que nunca hemos estado tan cerca como
ahora.
«Déjame. No
me hagas daño. Siempre he hecho todo lo que me has pedido»
- No seas
ingrato. Acabo de llegar a tu hogar ¿y ya quieres echarme? Recuerda que no te
has resistido. Me considero un invitado y me iré en cuanto haya terminado lo
que tengo pensado. Ahora mismo te lo voy
a contar, tienes derecho a saberlo, al fin y al cabo el cuerpo es tuyo.
«Por favor,
por favor, sal. No me hagas daño»
- Deja de
lloriquear y escúchame. Bien sabes que me gustan los números. Me gusta
construir números pares a partir de impares. Frente a nosotros, hay un
magnífico ejemplar femenino que voy a unir con un lamentable ejemplar
masculino.
«Nooooo, por
favor, nooooooo...»
- ¿No
estarás pensando en que la una con el perro? Ya sabes... peras con peras, y
manzanas con manzanas.
«Te traeré a
la hermana. Te traeré todas las gemelas que quieras, incluso más de dos, pero
no me hagas daño...»
- Ya es
demasiado tarde. Como te he dicho ya no me eres útil. La policía te va a
atrapar más pronto que tarde. Ahora vamos a aplicar esa maña tuya con el
cuchillo jamonero a tu cuerpo.
«Nooooo, por
favor, nooooooo...»
- ¡Chico!
¡Relájate! Tienes la adrenalina por las nubes. Todo esto te va a doler un poco,
como te imaginas. A mí no, es lo bueno de poder controlar solo aquello que te
interesa.
«Nooooo, por
favor...»
Intentó
negarse, retomar el control de sus miembros, pero fue imposible. Con sus
propios ojos vio cómo su brazo izquierdo se estiraba para tensar la piel,
mientras la izquierda llevaba el cuchillo jamonero hasta la axila derecha.
«Nooooo, por
favor, nooooooo, haré lo que me pidas, todo, cualquier cosa, sea lo que sea,
por favor, noooooo...»
Cuando el
filo del cuchillo entró en contacto con su piel, un escalofrío le recorrió todo
el cuerpo, y a continuación sintió un dolor insoportable. Chilló como nunca
había chillado, pero no había nadie ni nada que le ofreciera consuelo. En
condiciones normales, el dolor habría hecho que se desmayará, pero quién
controlaba su cuerpo no iba a permitirlo. Notó como la sangre corría por el
costado mientras el cuchillo avanzaba. No quería mirar pero él estaba mirando,
no podía quitar la imagen de su cerebro, no podía pensar en nada más.
«Nooooo, por
favor...»
- Disfruta
del espectáculo. Pronto acabará esto. No voy a ser tan exhaustivo como tú eres.
Debo darme prisa antes de que pierdas mucha sangre y te quedes sin fuerzas.
«Paraaaaa,
haré lo que me pidas, te serviré siempre»
El dolor
alcanzó pronto su umbral máximo. No podía sentir más dolor del que estaba
sintiendo, y tampoco menos. Estaba estabilizado en el máximo dolor, un dolor
sobrehumano. El cuchillo continuó avanzando por su costado hacia la cintura, y
desde allí hasta el tobillo. Sus súplicas no sirvieron de nada.
- Ya estás
pelado, como tú dices. Ahora toca tejer una malla que os una. ¿Acaso no es
bonito? Espero que mantengas un buen pulso para enhebrar la aguja.
«Nooooo.
Déjame en paz. Mátame. Acaba de una vez conmigo»
Tras
enhebrar la aguja de lana con hilo de bramante, se tumbó sobre el plástico al
lado del cadáver, dispuesto a unir las partes empezando por abajo. Comenzó
clavando la aguja en la parte inferior del tobillo de la chica. Empujó hasta
que la punta asomó por arriba, la recogió y tiró del bramante hasta dejarlo
tenso. Luego, desde arriba, clavó la aguja en el tobillo del anfitrión hasta
que asomó la punta por debajo. Cada puntada hacía que el umbral de dolor se
mantuviera, pero aportando una tonalidad realmente diferente de la anterior, en
todo caso un dolor insoportable.
- Bueno, ya
casi hemos terminado. Me consta que ha sido doloroso. Tus ojos están derramando
un mar de lágrimas. ¡Te vas a deshidratar! Y esta manera de hablar
entrecortada, en medio de sollozos, realmente doloroso. Ahora solo me queda
amputarte el brazo. Cuanto antes empiece, antes acabo, ¿te parece? Manos a la
obra.
«Noooo. El
brazo no. Si me lo cortas moriré desangrado»
- ¿De veras
crees que va a merecer la pena vivir después de que acabe mi obra? ja ja
«Hijo de
puta. Mátame ya. Déjame en paz»
Levantó la
cabeza para localizar el hacha. Agarró el mango con la temblorosa mano
izquierda, apartó la cabeza por precaución y, levantándola, descargó como pudo
el primer golpe. El hacha describió un pequeño arco antes de impactar en el
centro de la clavícula, partiéndola en dos pedazos. Al instante, un gran
reguero de sangre comenzó a surgir de la herida abierta, uniéndose con toda la
sangre ya derramada. El golpe había salido desviado del lugar que pretendía
alcanzar.
- ¡Uy! ¡Vaya!
Se me ha escapado. Esto parece una escopeta de feria. Al menos no te he dado en
el entrecejo ¿eh?.
El siguiente
golpe impactó más o menos donde debía, provocando una fisura en la cabeza del
húmero. Los tres siguientes pegaron cerca, y con uno más consiguió separar el
brazo del tronco.
- ¡Ei! Ya
casi estamos. Debería coser el muñón con el de ella, pero va a ser complicado,
y además noto que tu vitalidad llega a su fin. Te has librado.
«Acaba de
una vez conmigo»
- Vamos a
esperar a que espires. Luego será mi momento. Voy a ver si tienes la cajetilla
en el bolsillo del pantalón y nos echamos un último cigarro, ¿te parece?
Hubo suerte.
La cajetilla estaba allí. Quedaban unos cuantos cigarrillos y el zippo estaba
dentro. Se llevó uno a la boca, lo encendió y aspiró hondo, lo que le provocó
un ataque de tos. No tuvo tiempo de apurar el cigarro antes de morir. Sin
embargo, aún había algo vivo dentro. El huésped se expandió por los cuerpos a
través de los enlaces entretejidos, tomando posesión de ambos. Cuando el
proceso hubo finalizado, los músculos de las caras comenzaron a moverse
grotescamente, las bocas se abrían y cerraban. Dentro, las lenguas se movían
aquí y allá, mientras de lo profundo surgía una cancioncilla...
- Dos y dos
son cuatro, cuatro y dos son seis, seis y dos son ocho, y ocho dieciséis, y
ocho veinticuatro, y ocho treinta y dos, a las ánimas benditas, no las tomo yo.
Al finalizar, todo quedo en muda quietud. El huésped
abandonó el hogar en busca de otro anfitrión.
Cruel, Estremecedor. Te engancha y te agarra de los... sin soltarte hasta la última línea. Excelente relato no apto para almas débiles.
ResponderEliminar¡Acabo de cogerle mania a esa cancioncita! Uff es impactante, genial, duro, intenso y uff jajajajaja. Me ha gustado mucho. Muy bueno. Y como no, Carlos buena imagen de la casa de la muerte.
ResponderEliminarRealmente impactante!!!, me lo vuelvo a leer de madrugada que tiene que ser la leche.., jajaja, y la canción esa como dice Rosa espero no escucharla más.., muy buen relato y la portada como no me encanta!!!
ResponderEliminarTu mejor relato, sin duda. Ahora, a por una novela!
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