15M-Z, Javier Sermanz
Ilustración, Daniel Medina |
-¡Hombre,
seña Jacinta, cuánto tiempo sin verla! ¿Qué tal está?- le preguntó Rodolfo, el
propietario del Supermercado Engracia.
La
señora Jacinta era una mujer que rondaba los cincuenta años, la cual regentaba
una cafetería en el centro de Santa Ana. Hacía tiempo que no se dejaba ver por
el supermercado y traía con ella muy mala cara debajo del moño.
-¿Qué
te tengo que decir?- le contestó con amargura-, fastidiada, eso es lo que
estoy. Suerte tié usted de no tener el supermercado en el centro, sinos, seguro
que estaría igual de enfadado que yo.
-¿Y
eso?- frunció el ceño el tendero-, ¿qué le ha ocurrido, ya le han vuelto a
subir el IBI?
-¡Qué
va, algo peor!- la señora Jacinta expresaba su descontento con el rostro
contraído-. ¡Harta me tién esos sinvergüenzas. Hasta el moño, que diría mi
madre!
Rodolfo
creyó que se refería a los miembros del ayuntamiento, que no paraban de subir
los impuestos sobre los pobres negociantes en lugar de quitarse ellos
privilegios y así lo demostró:
-Le
entiendo perfectamente, seña Jacinta, todos estamos algo más que indignados con
esos chupatintas que fingen servirnos...
-¡No,
qué va, si no me refiero a ésos!- lo cortó, tajante-. ¡Los del 15M, que con
tanta manifestación me están espantando la clientela y arruinando el negocio!
Tanta manifestación, tanta manifestación desde que comenzó la Crisis y no hacen
otra cosa que molestar a los honrados trabajadores como ustez y como yo.
El
tendero se quedó un poco sorprendido, no sabiendo qué decir. Éste era un tema
que incomodaba y las opiniones eran muy encontradas. Él, como tendero, entendía
a la señora Jacinta, pero como víctima de la crisis, también entendía a los
Indignados que hacían valer sus voces, y muy fuerte que lo hacían, llegando
algunas veces a algo más que las voces.
Y
eso era lo que precisamente denunciaba con justificada acritud la pobre señora,
que había tenido que cambiar dos veces los escaparates, que no se sabe qué
cláusula no cubría esos daños, y los había tenido que pagar de su propio
bolsillo.
Con
las aseguradoras, igual que con los bancos, había que leer la letra pequeña,
sino, como muy bien te indicaban en el anuncio con un soberbio puñetazo:
¡error! Su vista ya no es lo que era, aunque nunca hubiera sido gran cosa, y
tuvo la mala fortuna de firmar porque le cayó gracioso el agente de seguros.
¡Era tan guapo! Ahora estaba recibiendo los puñetazos, pero no se resignaba,
por lo menos le quedaba el recurso de despotricar con impotencia su infortunio.
Día
sí, día también, un grupo de manifestantes pasaba por delante de su bar. En
lugar de tomarse un café, con eso de que no tenían un duro (ella todavía
pensaba en pesetas), le espantaban la poca clientela que osaba entrar cuando
esos energúmenos irrumpían a grito limpio con sus consignas. La caja había
bajado tanto que estaba pensando en echar la persiana como habían hecho muchos
otros. El problema era que si hacía eso, el banco le embargaría el bar y la
casa que puso como aval hipotecario por el préstamo que solicitó para montar su
negocio.
-Digo
yo: ¿no se podrían ir a otro sitio a berrear y dejarnos trabajar tranquilos?
¡Coñe, que se vayan a sus casas y les den la paliza a los culpables, que yo
también tengo una hipoteca que pagar y mi familia pende de un hilo como las
suyas y no por eso me dedico a fastidiar a nadie!
-Hombre,
seña Jacinta, sea un poco más comprensiva- intentó aplacarla el tendero,
empezando a desear que se fuera.
La
gente en la cola empezaba a impacientarse.
-¿Ahora
no irá ustez a ponerse de parte de esos vándalos? ¡Cómo se nota que no han
pasado por aquí, sinos, ya veríamos, ya veríamos!
Entonces
se dio cuenta de la cola que estaba formando. Algunos se hacían cargo de sus
sentimientos, otros bajaban la cabeza abochornados, rogando que no los metiera
en la conversación.
-Pase,
pase ustez, caballero- le cedió el turno a un hombre alto, de aspecto
distinguido, vestido con un caro traje y muy repeinado.
-Buenos
días, señor Juan, no va muy cargado hoy, ¿pasará solo el fin de semana?- le
preguntó muy amablemente Rodolfo al caballero.
En
realidad ninguno de los que estaban allí sospechaban la verdadera identidad del
señor Juan, cuyo verdadero nombre había sido Amancio Jiménez, pero que ahora se
hacía llamar El Zombie en otros sectores. Realmente no necesitaba ese tipo de
comida, pero solía frecuentar los diferentes establecimientos de la ciudad para
conocer de primera mano las inquietudes de la gente, las tribulaciones que
sufrían. No había nada mejor que un bar o una tienda para enterarse de quién
cometía algún abuso y de quién se libraba de la pena. Entonces intervenía El
Zombie, el nuevo super-héroe que estaba limpiando las polutas calles de Santa
Ana.
-¡Ay,
ay, no me hable del fin de semana, Don Rodolfo!- se llevó las manos a la cabeza
la señora Jacinta, al borde de un ataque de nervios-. ¡La que me espera!
El
Zombie ya no pudo resistir más y le preguntó:
-¿Qué
va a ocurrir el fin de semana que le causa tanto espanto, señora?
La
Señora Jacinta casi escupió las palabras de lo exaltada que se hallaba.
-¡Los
del 15M han convocado una macro-manifestación para el Domingo, van a venir
miles de personas!
¿Qué va ser de mi negocio? ¡La ruina me espera! ¡No podrán
dedicarse a ir a misa como buenos cristianos!
El
Zombie le dedicó una caricia de conmiseración en el hombro a la señora y salió
del supermercado con la bolsa de alimentos que nunca iba a comer. Él prefería
la carne cruda, de humano a ser posible.
“Éste
es un trabajo para El Zombie” se dijo, decidiendo poner fin a los sufrimientos
de la desdichada señora Jacinta.
El
Zombie colgó el traje del señor Juan Velasco para enfundarse en su ropa de
cuero y adoptar la personalidad del justiciero, azote de los corruptos. Montó
en su chopper de chasis rígido, pintada de negro mate, con las llantas rojas, y
condujo hasta el centro de la megápolis de Santa Ana, lugar de cita de todos
los sectores indignados de la sociedad. Circulaba sin casco para que su
Duck-Tail no se le despeinara.
Un
guardia municipal le dio el alto antes de llegara a su destino, tan solo a unas
calles.
-Caballero,
ustez está circulando sin casco, debo ponerle una denuncia, permítame la
documentación.
El
Zombie guardó la compostura y reconoció humildemente su falta. Le entregó al
agente lo que le pedía. Todo en regla. Gracias a sus super-poderes, el Zombie
había amasado una gran fortuna que le permitía vivir a su antojo, pagando las
multas que le imponían, así como los puntos de carnet que le quitaran. Con cada
una de las veces que se descomponía, adquiría después un aspecto diferente,
pues la regeneración no era exacta y nunca recobraba el aspecto original, cosa
que le venía muy bien para burlar a las autoridades que iban tras su pista.
Todo ello se lo debía al abyecto experimento al que le sometió el doctor
Mengele en Auswitch durante la guerra, el que, en lugar de convertirlo en un
soldado perfecto para el Tercer Reich, lo había transformado en Zombie.
Mientras
el guardia de tráfico rellenaba el formulario, el Zombie emitió una queja, le
gustaba desafiar al orden y la ley, hacer sentir su superioridad a los
funcionarios públicos, mileuristas, como ellos mismos se denominaban.
-Es
injusto que me multen por no llevar casco, la cabeza es mía y si me la rompo es
mi problema.
El
guardia se encogió de hombros.
-Ya,
pero si ustez va al hospital, es el estado quién tiene que pagar los gastos de
su estancia- le contestó con la consabida respuesta.
-Entonces,
¿por qué no multan a los gordos? ¿O a los borrachos? Ésos si que cuestan dinero
al estado- porfió el Zombie.
-Yo
solo cumplo con mi trabajo- se molestó el guardia.
Cuando
le extendió la multa, el Zombie le dijo con tono autosuficiente, ése que tanto
desagradaba a los agentes de la ley:
-Pagaré
en metálico.
Y
se sacó un fajo de billetes, encarnados como la grana.
-Tome,
el resto es para usted, por su impecable labor.
El
centro de la ciudad estaba completamente asediado por una multitud vociferante
que entonaba sus consignas al aire, alzando al mismo tiempo sus manos. Estaban
allí reunidos gran variedad de grupos, confluyendo todos hacia el Congreso de
los Diputados, donde querían hacer llegar sus quejas y sus propuestas a la
casta política, atrincherada tras veinte metros de barricadas como en un estado
de guerra. Se veían a los funcionarios descontentos por el recorte de su
sueldo, toda especie de ellos: médicos, profesores, bomberos, policías, hasta
militares y guardia civiles; a las víctimas de las hipotecas, que más bien
parecían víctimas de un cáncer, algo que te acaecía fortuitamente, que producto
de un contrato incumplido. Hablaban de las hipotecas que daba miedo, como si al
respirar el aire de un banco te infectaras irremisiblemente. También estaban
los espontáneos aburridos de fin de semana que querían acallar sus consciencias
durante un día; y cómo no, en nutrido grupo, los integrantes del 15M y sus
elementos radicales asociados, los cuales habían tomado el mando de la
manifestación.
En
medio de tantísima gente El Zombie no sabía por dónde empezar o qué hacer
exactamente. No se decidía por que grupo empezar primero, si devorar a uno al
azar o por mérito propio. Este asunto era delicado porque podría equivocarse y
perjudicar a un inocente. Aunque en el fondo de su cuerpo sin alma algo le
decía que sería necesaria la muerte de muchos inocentes para que se
experimentara un cambio en el orden social que estaban todos demandando. Su
labor era proteger al desamparado, al desfavorecido y castigar al impune, al
cuentista y al aprovechado. De éstos últimos estaba infestada la manifestación.
Lo
mejor será, recapacitó, mezclarse entre la multitud como si fueras uno de ellos
y dialogar antes de precipitarse.
Así
hizo, dejó aparcada su moto, se desabrochó la chupa de cuero y se internó entre
el gentío. La Cruz de Caballero que le arrebató a Mengele destelló en su pecho.
-Yo
ya sé que te doy asco, pero yo no soy Carrasco, el que te robó el ciclomotor,
nena; solo soy un pobre bobo, que va a cometer un robo contra el dueño de tu
corazón.
Estaba
tarareando esta canción cuando se le acercó una mujer de unos cuarenta años,
con la cara muy desmejorada, surcada de arrugas, para su edad. Debajo de los
ojos le colgaban dos grandes bolsas de color negro con las que se identificó al
instante. Ésa podría ser la candidata perfecta, pensó, por lo poco que le
faltaba para parecer un zombie.
-¡Estas
manos, nuestras armas!- gritaba con todas sus fuerzas las consignas del 15M-.
¡Corruptos y banqueros, temed a los obreros! ¡Recortad nuestros derechos y
quemaremos vuestros techos!
El
Zombie escuchaba atentamente lo que con tanta vehemencia gritaban la mujer y
sus amigos. No sabía cómo interpretar esos lemas que parecían afines a su
ideología de super-héroe. Él desconocía por completo el tema, hasta hacía bien
poco no se había interesado por los problemas de los demás, solo de apaciguar
el apetito insaciable que le impelía a alimentarse constantemente para no ser
presa de la putrefacción que le carcomía sus entrañas.
-¿Te
unes a la lucha contra el sistema?- le invitó a adherirse a su causa al notar
su mirada clavada en ella.
El
Zombie aprovechó para acercarse y confraternizar.
-Me
llamo Victoria- se presentó la activista del 15M.
-Un
nombre muy apropiado- le dijo él para ganársela, cosa que surtió el efecto
deseado, pues a la dama le gustaban los halagos-. Puedes llamarme Johnny.
A
su alrededor miles y miles de gargantas entonaban las mismas frases, llamando a
la insumisión civil, al desacato de las leyes y al cambio de la estructura
política. Pedían ser voz en el parlamento, que sus propuestas acabaran en
proyectos de ley.
-¡Democracia
real, ya! ¡Revolución contra la Corrupción!
El
Zombie se preguntó qué tipo de preparación tenían para exigir esas cosas, por
qué habría que escuchar a un grupo de desarrapados sin cultura que se creían
preparados para administrar un país cuando ellos mismos no se sabían
administrar. Eran una minoría que quería imponerse a una mayoría, utilizando
las mismas armas que condenaban, denunciando unos métodos que ellos utilizaban.
La
furia comenzó a hervir en su interior. Su corazón no latía, sino, habría
reventado de la presión. Era la antecámara de la voracidad que le convertía en
un animal devorador. Ya podía sentir el proceso de putrefacción corroer su
cuerpo de dentro afuera, los músculos motores comenzaban a fallar, la rigidez
lo volvía torpe. Cuando alcanzara el punto álgido de voracidad y furor, se
abatiría sobre esa turbamulta enajenada y desataría un apocalipsis zombie para
que, como pedían ellos tan enfervorecidos, de la sangre surgiera un nuevo orden
social. Así es cómo contribuiría el Zombie al nuevo estado de las cosas,
tendrían que agradecerle a él, cuando todo pasara, su gesto desinteresado.
Era
lo que se esperaba de un super-héroe, aunque fuese un muerto viviente.
-Oye-
le susurró a Victoria, que tenía pinta de drogata-, tengo una coca que parte la
pana, ¿te hacen unos tiritos?
Su
propósito era separarla del grupo, mantener una conversación con ella para asegurarse
de que su actuación era la correcta. Tenía ganas de enfrentar su opinión con
uno de aquellos radicales antisistema del 15M que tanto estaban perjudicando
con sus axiomas intolerantes y sus actos de vandalismo y desestabilización a
los pobres trabajadores honrados, antes de comérsela.
Los
ojos de la activista se iluminaron a la mención de la cocaína.
-¿Lo
dices en serio? ¡Pues claro que me apunto! Unas rayitas me vendrían muy bien
ahora para mantenerme activa. Luego lo bajo con un poco de chocolate y listo-
se explicaba sin ningún pudor, dando por sentado que el otro sabía de lo que
hablaba.
Aunque
hubiera querido, el Zombie no podía experimentar los efectos de los narcóticos
ya que sufría una suerte de mortalidad que le impedía todos los goces físicos
menos el que experimentaba cuando se comía los órganos internos de una persona,
los cuales le regeneraban el tejido en constante putrefacción. La muerte de uno
significaba la continuidad de su existencia para él. No reflexionaba si aquello
era éticamente bueno o no, la moralidad carecía de sentido para alguien que
había transcendido las fronteras de lo humano; bastaba para su perpetuidad y no
le importaban las demás consideraciones.
-Parece
que esto está muy animado, ¿no?- le dijo el Zombie a Victoria para romper el
hielo. Quería entablar cuanto antes una conversación a cerca de las
motivaciones que conducían a esas personas por esos derroteros de exaltación
que tanto daño estaban causando a los pobres comerciantes de la zona, como la
señora Jacinta, y a otros tantos ciudadanos a los que pretendían imponer sus
ideales a toda costa.
Se
habían retirado a un callejón, alejado unas tres calles del tumulto, para
drogarse sin que les descubriera nadie. Las voces de los integrantes de la
macro-manifestación se escuchaban igual de altas que si se tratara de un
concierto al aire libre.
-¿Eh?
sí. Hoy está petao, si no nos escuchan somos capaces de tomar el Congreso- le
contestó Victoria, eufórica, restregándose la nariz con pertinacia.
Como
aquel que dice: se había puesto hasta las cejas. Es lo que les suele ocurrir a
algunas personas cuando la farla es gratis, no se suelen privar.
-¿Tú
crees que os van a escuchar del modo en que os manifestáis, promoviendo la
violencia, rompiendo lo que encontráis a vuestro paso y ensuciando la ciudad?
¿Quién paga después la limpieza y los desperfectos sino los pobres trabajadores
que de nada tienen la culpa?- le preguntó El Zombie, atacando de lleno, no
quería perder el tiempo con sandeces.
-Nos
manifestamos para que ellos también se beneficien, tampoco está tan mal que
luego cooperen un poco. Porque molestemos cinco minutos no le va a pasar nada a
nadie- se explicó ella, con un razonamiento un tanto egoísta y desconsiderado.
-Eso
díselo a los comerciantes de la zona, me parece que a ellos no les hace ninguna
gracia que os paséis media vida de manifestación en manifestación, ocupando las
calles del centro, molestando a las demás personas y arruinando sus negocios.
¿Sabes cuánto cuesta eso a la economía del país?
-Estamos
en nuestro derecho de manifestarnos. Los políticos nos han vendido como
mercancía, no podemos contar con los sindicatos, han sido corrompidos. Si no lo
hacemos nosotros, nadie lo hará. Luchamos por un cambio real, por una
revolución nacida del pueblo y para el pueblo- se defendía Victoria, cada vez
más exaltada.
-Ya,
pero esa no es la forma, existen otras vías.
-El
pueblo oprimido toma las armas como en la Revolución Francesa, nosotros haremos
igual y derrumbaremos este sistema esclavista disfrazado de democracia.
-No
podéis actuar desde fuera del sistema, con vuestras propias reglas...
-¡El
sistema está podrido, nos ha traicionado, se ha vendido a los interesas
capitalistas!- se soliviantó la activista. A la mínima oposición que notaba se
ponía histérica perdida.
-¿Verdad
que cuando te roban, recurres a la Policía; cuando te pones enferma acudes al
médico; cuando coges el coche quieres buenas carreteras e iluminación por las
noches? Eso forma parte del sistema que pretendes destruir. ¿De dónde sale todo
ese dinero si todos hacemos como tú?
-Ya
pago el IVA, con eso ya se sacan suficiente. Si los políticos no se lo quedaran
llegaría para todos y no tendrían que subirnos los impuestos.
-De
acuerdo que hay corruptos, pero con vuestros actos no respetáis lo que ha
votado la mayoría y os queréis imponer de una manera o de otra, perjudicando a
los inocentes. ¿Creéis que unos pocos alborotadores lograréis que se cumplan
vuestras exigencias por la fuerza? ¿Por qué no respetáis el resultado de las
urnas? ¿No es eso la Democracia, respetar la decisión de la mayoría? Si no te
gustan los resultados, afíliate a un partido, opta por un cargo en las próximas
elecciones y trata de cambiar las cosas de manera civilizada. ¡Intégrate en el
sistema!
-¿Pero
a ti qué te pasa? ¡Tú lo que eres es un puto facha!
-¡Vaya,
un facha! Si no se está de acuerdo con vosotros, entonces se es un facha.
-¡Quita,
déjame ir!
La
activista antisistema intentó marcharse pero el Zombie la agarró con su fuerza
sobrenatural, inmovilizándola contra una pared. Ella pataleó en el aire con
violencia para soltarse, sin lograr darle con sus botas reforzadas.
-¡Suéltame,
cabrón, me haces daño! ¿Qué vas a hacerme?
-Nada
que no te duela- le contestó el Zombie, enseñándole los dientes, cuyas encías
empezaban a oscurecerse y a sangrar.
Victoria
se estremeció de espanto y rompió a llorar, totalmente fuera de sí.
-¡Tú
estás loco de remate! ¡Eres un sádico!
-Hablemos
un poco, me gusta hablar antes de devorar a mis víctimas para convencerme de
que son culpables. No me gustaría que me llamaran asesino.
-¡No
quiero hablar, suéltame! ¡Socorro, que alguien me ayude!
-Puedes
gritar cuanto quieras, gracias a los alaridos de tus compañeros nadie te va a
oír. Pero tú sí puedes oírme y quizá lo que te espera resulte de tu agrado, en
fin de cuentas voy a hacer mucho por vuestra causa, el que más.
-¿De
qué coño estás hablando, pirado?
A
medida que transcurrían los minutos, el estado del Zombie se evidenciaba más y
más. Tenía el tiempo justo antes de que la transformación fuera total y se
convirtiera en un monstruo devorador de personas. Victoria, que contemplara
horrorizada su evolución, se había acurrucado en el suelo, paralizada del
pavor, deseando que la pesadilla que todavía no había comenzado, se acabara.
-¡Por
favor, dejame ir!- gimoteaba sin parar.
-¿Ya
no te muestras tan luchadora ahora?- se burló El Zombie- ¿Dónde te has guardado
toda esa rabia de la que hacías gala para destrozar mobiliario urbano, quemar
cajeros y agredir a gente que pasaba por ahí? No te derrumbes ahora, aguanta un
poco más y te prometo que tu vida y la tu movimiento cambiará las cosas para
siempre.
La
piel de su cuerpo se tornaba grisácea y perdía vida progresivamente; su pierna
derecha estaba completamente agarrotada, los dedos se le crispaban y los ojos
se le llenaban de venas palpitantes: dentro de poco surgiría el Zombie.
-¿Qué
quieres decir?
-La
sociedad española ha llegado a un punto de decadencia que exige mi
intervención. En este país parece que todo el mundo se queja pero nadie hace
nada para resolver las cosas. No puedo permanecer indiferente a esta situación
por más tiempo, viendo que hay gente honrada sufriendo por la falta de valores
y de escrúpulos de unos y otros; por eso hoy actuará El Zombie y cambiará las
cosas para siempre.
-¿Qué
vas a hacer, nos volverás zombies a todos?
-No,
solo a los culpables. Hay gente que no se ha dejado corromper por los malos
hábitos ni las tentaciones, que se ha mantenido firme en sus valores y no ha
vendido su alma al dinero. Ellos heredarán el nuevo orden que se creará a partir
de este día.
Victoria
emitió un grito horrorizado.
-Hazme
lo que quieras, pero no me hagas eso, te lo suplico. Morirán muchos inocentes,
¿es que no te importan, tú que vas de héroe?
-Es
necesario que unos pocos inocentes mueran, la naturaleza lo ha querido así. En
un cambio perecen los justos y los injustos; un terremoto no hace distinciones,
ni tampoco un diluvio o una enfermedad. La muerte es inevitable en cualquier
proceso regulador, lo queramos o no, lo aceptemos o no.
-Tú
no puedes convertirte en juez y señor de nuestras vidas, no tienes derecho.
-Puede.
La sociedad necesita un cambio, quizás el destino me haya hecho así para que
sea su instrumento.
-Pues
entonces cárgate a los políticos, ellos tienen la culpa, no nosotros, que
luchamos contra ellos. ¿O es que estás de su parte? Te envían ellos para
cerrarnos la boca, ¡pero no lo conseguiréis aunque me mates, tomaremos, las
calles, los bancos y el Congreso si hace falta!
-No
estoy de su parte. Yo me he hecho eco de las penurias del pueblo, que está más
oprimido que nunca por una casta política corrupta hasta la médula, que sigue
rescatando a sus amiguitos en lugar de rescatar a las familias, que derrocha lo
que no es suyo, sin quitarse ni un solo privilegio mientras el pueblo sufre y
pasa hambre. Pero vosotros habéis elegido mal el objetivo, agrediendo a
inocentes, causando destrozos en comercios y actuando como gamberros en lugar
de respetar a aquellos que decís representar. Debéis de buscar otra forma de
haceros oír que no les perjudique a ellos.
-No
quieren modificar el sistema, están muy a gusto en sus puestos, protegidos por
la Policía, si no luchamos nunca lograremos derribarlos de su pedestal.
-De
acuerdo, yo os daré el arma definitiva que os permitirá entrar en el Congreso
de los Diputados para que acabéis con esos políticos aprovechados y
sinvergüenzas que están empobreciendo al país y oprimiendo a las clases menos
privilegiadas.
>>Os
convertiré en el azote del pueblo para que vuestra lucha tenga sentido. Tú
tendrás el honor de ser la primera. ¡Políticos desalmados, temblar porque El
Zombie va a por vosotros!
Dicho
esto se abalanzó contra la aterrorizada antisistema y le mordió en el trapecio,
muy cerca del cuello, arrancando una porción de carne con un sonido desgarrador
que se mezcló con el angustioso grito de dolor de su víctima. La mordedura no
le causó la muerte, a ella no iba a devorarle el cerebro como hacía con quien
no deseaba convertir en zombie, dejaría que se transformara y que la infección
se extendiera por toda la manifestación, por toda la ciudad, por toda la
sociedad en decadencia.
Gregorio,
Dionisio y Marta formaban parte del grupo antisistema radical que participaba
en la manifestación del 15M, al igual que Victoria. Desde hacía unas horas no
sabían nada de ella y se estaban empezando a preguntar si la habría detenido la
Policía cuando realizaron el sabotaje al Banco Amigo, reventando los
escaparates y prendiendo fuego a los cajeros. Ya hablaban de ella como una baja
más cuando la vieron aparecer.
-¡Ey,
Victoria, aquí!- la llamaron con gestos exagerados para hacerse ver entre la
multitud enfervorecida.
Cinco
compañeros se estaban desahogando con el portal de un edificio donde vivían
pijos capitalistas y simpatizantes fastizoides. Ellos también querían sumarse
al grupo y darle su merecido a esos cerdos. Todavía les había sido imposible
acercarse al Congreso como tenían planeado, pero ahora que contaban con una de
sus dirigentes, las perspectivas se reabrían ante sus ojos.
Victoria
traía una cara demacrada, más de lo normal, tirando a verdosa, la sangre
manchaba casi toda su ropa y el pelo alborotado le tapaba el bocado ennegrecido
que le había dado El Zombie. Caminaba con sumo esfuerzo, arrastrando los pies,
intentando aferrar a quienes se cruzaban en su paso, con gruñidos exasperados,
mordiendo el aire con violencia rabiosa como si estuviera poseída.
Al
verla venir en ese estado, sus compañeros se dirigieron a ella a toda
velocidad, tratando de auxiliarla.
-¿Te
han pegado esos hijos de puta?- se referían a los antidisturbios.
Victoria
parecía no oírles, sus ojos estaban girados, como en un trance infernal.
-Yo
creo que le ha dado un mal viaje- apuntó Marta.
-Sí,
esta vez se ha pasado con el San Pedro, mira que le dijimos que no se lo tomara
para la lucha de hoy- corroboró Dionisio, totalmente equivocado.
Ninguno
de los tres imaginaba que tenían delante suyo a un muerto viviente que se
precipitaba directo a ellos.
El
primero en ser mordido fue Gregorio, quien lanzó un chillido porcino cuando los
dientes del zombie se clavaban en el brazo que había tendido para sujetarla.
Victoria mordió con una fuerza inusitada, casi arrancándole el brazo de cuajo.
Los tendones y las venas salpicando sangre a chorros quedaron a la vista. En
pocos segundos había recibido media docena de mordeduras por el resto del
cuerpo, antes de que sus compañeros la separaran.
A
su alrededor nadie parecía darse cuenta del horror que se estaba desatando en
la avenida. Todos estaban convencidos de que el forcejeo lo protagonizaba un
policía secreta, vestido de paisano, que estaba intentando arrestar a una
chica.
-¡Suéltala,
cabrón!- le gritaban a su compañero, que al estar recubierto de sangre, no
reconocían como Gregorio. Incluso uno de ellos la emprendió a patadas con el
moribundo, que se estaba desangrando a causa de las múltiples heridas y
desgarrones producidos por los dientes de la que fuera antes Victoria.
Gregorio
era un antisistema a media jornada, por las mañanas se paseaba con su lujoso
coche, disfrutaba de su casa nueva, con una televisión de sesenta pulgadas y un
proyector de gama alta de Sunny, pero por las tardes se convertía en un miembro
activo del movimiento, se encadenaba a los lugares donde la lucha contra los
fascistas capitalistas le llevaban, junto a la chica que dominaba con tortura
psicológica cuando estaban en casa.
Se
transformó en zombie mientras aún le estaban dando de patadas y lo primero que
hizo cuando abrió de nuevo los ojos hinchados fue agarrar una bota y morder el
tobillo que protegía. La fuerza de su boca derribó al agresor encapuchado. Ya
en su poder, le mordió con saña en la espalda, llevándose una porción de carne
y tela.
El encapuchado lamentó por unos instantes el haber imitado a sus amigos
para agradarles, antes de que las manos en garra del zombie le arrancaran un
brazo para llevárselo a la boca con desesperación.
Al
mismo tiempo, Victoria había saltado inesperadamente sobre los que la habían
separado de Gregorio. Primero mordió la mano de Dionisio, la misma con la que
había llenado el carro de alimentos que su grupo entró a coger para los
necesitados, aunque se perdiera a mitad de camino, en una acción anterior.
Luego le desgarró desde el hombro hasta más abajo del pecho, tratando de llegar
al cuello. Estaba poseída por una furia infernal, sus ojos centelleaban de odio
irracional; los intentos de zafarse de Dionisio fueron infructuosos, así como
los de su compañera, que también recibió un mordisco.
-¿Pero
qué te pasa, estás loca o qué?- masculló Marta, horrorizada al ver la sangre de
su compañero manar a borbotones de una nueva herida.
Todavía
no era consciente de lo que pasaba, estaba completamente convencida de que todo
aquello era producto de una dosis masiva de San Pedro, del que tanto solía
abusar Victoria pese a los consejos de sus amigos.
Marta
era de las más radicales del grupo, tenía siempre a mano material inflamable
para incendiar lo que fuese necesario. Le gustaban las altas temperaturas,
sobre todo las que causaba a los hombres. Afirmaba sin ningún pudor que era una
puta, que le gustaba prometer sexo a los hombres para conseguir de ellos sus
caprichos, siempre buscando a uno que la mantuviera. Había participado una vez
en el programa de Tele 50, Hombres, Mujeres y Bisexuales, para conseguir
notoriedad mostrando sus atributos descaradamente, ligando como una verdulera,
sin ningún tipo de escrúpulos, pero al final solo había conseguido que los
tronistas se acostaran por la cara con ella y un par de ofertas para
protagonizar películas pornográficas. Fue cuando decidió unirse al grupo
antisistema de okupación; allí podría acostarse con quien quisiera y siempre
tendría un techo en el que refugiarse, aunque otro lo hubiera pagado.
Marta
trató de huir, pero el miedo irracional que se había apoderado de ella hizo que
tropezara con un cuerpo yaciente y cayera sobre un charco de sangre. Los ojos
fijos de un cadáver la observaban con sorpresa. Mientras Victoria se abría paso
en sus entrañas, esos mismos ojos se cubrieron de venas y brillaron con una
demencia desenfrenada. La boca del zombie se unió al voraz ataque de su
compañera y le mutiló parte de esa cara bonita que tanto había explotado,
tragándose un ojo y parte de la nariz.
Cundió
el pánico. La gente comenzó a gritar horrorizada, a empujarse salvajemente,
corriendo en desbandada, pisoteándose sin clemencia, pasando unos encima de los
otros para huir de la pesadilla. Muchos murieron asfixiados por el súbito
hacinamiento, perdieron la vida entre las suelas de sus compañeros. Se acabaron
las amistades en aras de la supervivencia, cada cual trataba de salvar su
pellejo mientras los zombies destrozaban cuerpos, arrancaban miembros,
trituraban huesos y se disputaban la carnaza como animales famélicos. La
manifestación del 15M se transformó en una dantesca escena teñida de sangre, en
una masacre espeluznante de muertos reanimados que sobrepasaba la razón.
En
las filas de delante, donde los antisistema más radicales pugnaban contra la
Policía, tirándoles toda clase de objetos contundentes: piedras, botellas
rellenas de arena, latas endurecidas con cemento, no se habían apercibido de la
hecatombe que estaba teniendo lugar en el centro de la muchedumbre. Algunos
pensaron que los secretas se estaban excediendo con la represión y profirieron
clamorosos gritos en su contra, redoblando su encono en el ataque. Ninguno
prestó atención a un individuo de enorme talla, enfundado en cuero negro, en
cuyo pecho destellaba una Cruz de Caballero, que se aproximaba con la boca
chorreando sangre y los ojos centelleando de modo antinatural.
El
Zombie avanzaba lentamente hacia los radicales tras haber conducido a Victoria
al centro del jaleo. En pocos minutos la avenida se teñiría de sangre, los
restos sanguinolentos cubrirían el suelo, junto con miembros amputados, ante la
mirada estupefacta de las fuerzas del orden del estado. Debía allanar el camino
a la multitud de muertos vivientes que se erguiría del suelo encarnado, para
que cumplieran con su objetivo de asaltar el Congreso de los Diputados. Él
recibiría los primeros tiros con su enorme cuerpo, se lanzaría contra ellos y
despejaría la entrada tan fuertemente custodiada. Los encorbatados de allí
dentro, insensibles a las acuciantes necesidades de los de afuera, por fin
pasarían a ser uno con el pueblo como habían prometido, por fin se pondrían a
su nivel y padecerían las mismas penurias que los embargaban.
Los
radicales antisistema actuaban en grupúsculos independientes, atacando
espontáneamente con sus armas arrojadizas y, acto seguido, retrocediendo a la
carrera para evitar ser alcanzados por las pelotas de goma que disparaban los
antidisturbios desde detrás de las barreras. El Zombie cazó al vuelo a uno de
ellos, de espesa y sucia melena, asiéndolo fuertemente por las rastas. El
joven, debido a la velocidad de su carrera, se detuvo en seco, proyectándose
sus piernas para delante. El mechón de pelo que sujetaba el Zombie se
desprendió de la carne por el violento tirón, dejándole un gran parche
enrojecido en la cabeza, en tanto que su cuerpo dio un tremendo espaldarazo
sobre el suelo.
El
Zombie se tiró sobre el rastafari desmelenado con un rugido bestial, hundiendo
sus dientes en el brazo que intentaba sacurdírselo de encima. El desesperado
intento fue vano, entre gritos desquiciados, el antisistema contempló cómo se
lo arrancaba de cuajo y se lo llevaba a la boca ensangrentada. Sus compañeros
no tardaron en socorrerlo, aunque ya era demasiado tarde para él. Utilizando el
mismo tipo de ataque en grupo que ejecutaron con Gregorio, patearon de manera
inclemente al Zombie. Uno de ellos arremetió con un bate de béisbol, propinando
duros golpes en la pierna hasta que se quebró con un horrible crujido.
-¡Toma,
joputa!- bramaba enardecido por la batalla.
El
Zombie, insensible al dolor, se abrazó al rastafari y rodó sobre sí mismo como
un cocodrilo hasta que su espalda le protegió de la brutal paliza. Los
antisistema, enceguecidos, apalearon a su compañero hasta que su cabeza se
convirtió en un amasijo de sesos y sangre que empapó el rostro degradado del
Zombie.
Los
policías observaban la escena en parte divertidos, dejando que se mataran entre
ellos, sin imaginar lo que estaba a punto de acontecer en unos minutos.
El
Zombie se abrió paso con su fuerza sobrenatural, cojeando tortuosamente de la
pierna partida, cuyo hueso de aspecto enfermizo y podrido se asomaba al
exterior. Mordió a un tipo gordo que no tuvo la agilidad de zafarse, le arrancó
parte del rostro rollizo y lo derribó al suelo de un empujón. Al siguiente le
clavó las uñas en el cuello y rasgó hacia abajo igual que se despelleja un
conejo. Sus vísceras se desparramaron por el suelo, mezcladas con la sangre del
gordo, que sangraba como un cochino y gritaba no menos fuerte.
Entonces
el grupo perdió el coraje y prorrumpió en aullidos enajenados de terror,
abalanzándose en tropel contra las barreras protegidas por la Policía.
-¡Socorro!
¡Ayuda!- suplicaban a los mismos a los que habían abucheado, insultado y
vilipendiado con toda clase de apelativos.
Los
antidisturbios tardaron unos segundos en darse cuenta del cambio de actitud tan
radical e inesperado, pensaban con razón que se trataba de una nueva embestida.
Dispararon sus pelotas de goma, derribando por decenas a los que corrían con el
rostro desencajado, articulando como locos, hacia su posición. Varios cayeron
inconscientes, al ser alcanzados en la cabeza, y a otro le sacaron un ojo.
El
Zombie continuaba erguido detrás de la turbamulta desquiciada, se arrastraba
con grandes dificultades, pero su rumbo era claro: el Congreso. Los policías
dispararon contra él con contundencia y sin miramientos, aquello se les estaba
escapando de sus manos y debían atajar el problema, aunque no sabían cómo;
necesitaban las órdenes del Ministro del Interior, que estaba de pesca en el
Mediterráneo.
La
primera pelota le alcanzó en el hombro, empujándolo hacia atrás; una segunda y
una tercera impactaron en el pecho con el mismo resultado, pero sin lograr
derribarlo. Su corpulencia lo hacía pesado. Entonces dos pelotas de goma
acertaron de lleno en la frente, logrando al fin abatirlo.
Los
antidisturbios respiraron tranquilos, pensando que habían neutralizado la
amenaza. Se sonreían unos a otros con aire triunfal como si hubieran cazado un
elefante como el su majestad el rey.
Mientras
esto ocurría cerca de las barreras, detrás, la avenida se había despejado de
manifestantes; habían huido despavoridos al presenciar el horrendo espectáculo
que habían protagonizado Victoria y sus amigos, transformados en zombies al
igual que a otros muchos inidentificados. Una docena de muertos vivientes se
alzaba en medio de la calzada, rodeados de cadáveres descuartizados, atrozmente
devorados, caminando en posturas sobrecogedoras que poco tenían de humanas,
cubiertos de sangre, con las ropas hechas jirones, escudriñando con sus ojos
inertes a los policías, cuyos semblantes empalidecieron del miedo al instante.
El
Zombie se incorporó ante el estupor de los antidisturbios y renqueó hacia
ellos, seguido por el pequeño contingente de muertos vivientes. Los cadáveres
del suelo comenzaron a levantarse también, uniéndose al incipiente ejército que
no paraba de crecer. Uno al que le habían dividido el tronco de las piernas, se
arrastraba con los brazos, mordiendo el aire con avidez en tanto arrastraba
consigo los intestinos que pintaban el asfalto de carmesí; otro sin ojos
tropezaba con los demás, mordía a sus semejantes impelido por ese ansia caníbal
que los poseía; a su lado una mujer se tambaleaba con un destornillador
sobresaliendo del pecho; más allá cuatro zombies se encorvaban como hienas
sobre el costillar abierto de un muerto que pronto volvería a la vida y dos más
tironeaban con vehemencia de lo que quedaba de un torso que había pertenecido a
una adolescente que nunca supo cómo había llegado a parar allí. Sus gruñidos
eran espantosos, reblandecían el ánimo de cualquiera y horadaban el alma del
más bragado.
Los
policías recurrieron a la munición letal, disparando con sus pistolas
reglamentarias. Solo unos pocos, de las unidades especiales, poseían fusiles de
asalto. Los tableteos de las ametralladoras se elevaron a los espacios,
resonando por todo el centro de Santa Ana como si se hubiera desencadenado una
guerra.
Los
zombies continuaban su avance en medio de las balas. Sus jadeos entrecortados
acompañaban al silbido de los proyectiles, que impactaban en sus cuerpos sin
vida. Trozos de carne saltaban al aire, la sangre aun fresca, a medio coagular,
salía despedida como a cámara lenta, produciendo una espesa lluvia. El hedor
irritaba las fosas nasales de los vivos, que perdían la cordura por momentos,
disparando sus armas sin descanso, atenazados por el miedo irracional. Una y
otra vez acertaban en el blanco, veían como caían al suelo y se volvían a
levantar mientras sus cuerpos se desintegraban por la potencia de fuego. Tan
solo unos pocos no se volvían a levantar, esparcidos sus sesos por los
alrededores.
El
Zombie había recibido media docena de tiros que le habían perforado el ancho
torso. El fragor del combate le despertó vagas reminiscencias de su vida
anterior, cuando era un soldado republicano. También se mezclaron imágenes
inconexas del enfrentamiento con los nazis, cuando provocó una plaga de zombies
en Auswitch. Gritos de agonía, estampidos de fusiles, aullidos de terror,
muerte a su alrededor, sangre; todo ello aparecía en fugaces fogonazos en su
mente sin que tuviera mucho sentido para él. Desde que murió en aquella sala de
experimentos del doctor Mengele, muchas cosas habían dejado de tener sentido,
sobre todo después de abrir los ojos a esa nueva existencia cuya voracidad
desenfrenada le impelía a alimentarse sin descanso para no descomponerse del
todo y convertirse en polvo.
Con
sus super-poderes de zombie desbarató las barricadas como si se tratara de
papel. A su zaga se aproximaban ya los primeros muertos vivientes, chasqueando
con frenesí las mandíbulas en busca de carne fresca con que satisfacer el
apetito corrosivo que los dominaba. Los policías, arredrados, retrocedieron;
habían agotado su munición y ahora el más puro terror los paralizaba.
Cuando
la marea de zombies inundó el extremo de la avenida, desbordándose por portales
y escaleras, el Zombie se dedicó a arrancar unas cuantas cabezas de su tronco
para utilizarlas de singulares granadas. Una tras otra, las lanzó por el aire
en dirección a los policías que se arracimaban contra las puertas del Congreso,
pugnando por entrar atropelladamente. Las cabezas cayeron sobre ellos; todavía
continuaban mordiendo como perros rabiosos. La escabechina fue total, los
dientes se clavaron en brazos, cuellos y piernas, se quedaron sujetas a la
carne como grotescos cepos, inmovilizando a sus aterradas víctimas, cuyos
alaridos contrastaban con el extraño y estertóreo sonido de los zombies.
Cientos
de zombies subían por las escalinatas, tiñendo de rojo el mármol. Otros tantos
rodeaban el Congreso; y más y más se iban añadiendo conforme la plaga se
extendía desde el centro de la megápolis hacia sus arrabales. El caos era
completo, los alaridos llenaban las calles como música infernal de aquella
desenfrenada vorágine.
Muchos
de los policías que estaban allí ese día no compartían los ideales de los
políticos a quienes protegían, estaban allí para cumplir con su trabajo; aunque
estaban igual de descontentos que la mayoría de españoles por los recortes y la
falta de escrúpulos de los políticos, que ostentaban un alto nivel de vida que
no les correspondía, indiferentes al drama nacional. Reconocieron a algunos de
los rostros desfigurados que les atacaban: eran compañeros, médicos,
funcionarios que habían salido a la calle a pedir cambios en la sociedad y más
igualdad entre las clases.
Ahora
podían contribuir de modo efectivo a la consecución de tal meta. Tiraron sus
armas y se aprestaron a abrir las puertas, para permitir el acceso al edificio
y que los zombies consiguieran lo que otros no habían sido capaces.
Los
muertos vivientes entraron en tromba en el hemiciclo, saltando sobre los
políticos desprevenidos que allí se encontraban, ignorantes a la tragedia de
afuera, fingiendo que debatían para hallar soluciones cuando en realidad se
estaban poniendo de acuerdo para tapar las corruptelas de unos y otros, sin
importar el partido al que pertenecieran. En pocos minutos los representantes del
pueblo español ya no existían, nada quedaba de ellos más que despojos
desperdigados mancillando el suelo enmoquetado y las tribunas; nunca más
malversarían, ni subirían los impuestos, ni se gastarían el dinero de los
contribuyentes; ahora eran todos definitivamente iguales, sin clases sociales
que les diferenciara, sin privilegios absurdos ni indiferencia a las penurias
de su pueblo.
Afuera,
el Zombie se acercó a una pintada que alguien había rotulado en rojo con las
palabras 15M y añadió una “Z” para darle exactitud. 15M-Z.
-Ahora
se instaurará un nuevo estado de cosas en España, espero que esto sirva de
lección para el futuro o me veré obligado a intervenir de nuevo- sentenció con
tono gutural mientras las heridas de su cuerpo se cerraban y la piel grisácea y
mortecina adquiría su tinte natural.
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