Leviatán, Pedro Berenguel Nieto
Ilustración. Pedro Berenguel Nieto |
Imaginad un planeta habitable.
Suficientemente cerca de su estrella para deshacerse de la típica costra
de hielo eterna, aunque lo suficientemente lejos para no acabar convertido en
un wok intergaláctico. ¿Lo tenéis?
¿Qué más falta?
Está claro que, para ser un planeta habitable como Dios manda, hay
que rellenar la cosa un poquito. Un buen
planeta habitable tiene que tener su atmósfera rica en oxígeno; algo de
nitrógeno; una pizca de argón. Luego hay que remover durante ½ eón y dejar
reposar unos cuantos milenios y, finalmente, sazonar con un poco de tierra
firme y sus correspondientes océanos.
¡TACHÁN! ¡Rico, rico y al dente!
Ahora imaginad que, en mitad de uno de esos mares, flotando como un
picatoste geológico, encontramos una isla. La verdad... confieso que no
recuerdo cómo se llamaba el planeta. Pero lo que jamás olvidaré es el nombre de
aquel lugar. Oculto en mitad del océano, entre brumas tenebrosas estaba: La
Isla Perdida...
Claro que, bien mirado, muy perdida no estaría si yo la pude
encontrar. Así que ahora vamos a tener que llamarla Isla Encontrada, Isla
Descubierta o mejor aún: Isla Ex-perdida.
Sí.
Eso es.
Isla Ex.
Ex era una isla bastante pequeña (si hablamos en términos
australianos, claro) pero suficientemente grande para albergar lo menos a
cuatro tribus muy distintas.
Por un lado estaban los gigantes conocidos como Darmoch.
Eran los típicos grandullones, fuertes y con mala leche. No eran
nativos originales de la isla.
Fueron expulsados de los continentes tras su famosa derrota en la
batalla legendaria de los Siete Soles. ¿Os suena, verdad?... ¿Cómo? ¿QUÉ NO OS
SUENA LA BATALLA LEGENDARIA DE LOS SIETE SOLES? Aquella fue una buena batalla,
si señor. Digna de grandes relatos, sin duda… pero ya os la contaré otro día,
¿vale?
Como iba diciendo… Cuando los Darmoch llegaron a las costas de Ex,
empujados por las caprichosas corrientes marinas, hallaron una tierra devastada
por la guerra. Sí, sí. Efectivamente. La isla Perdida (ahora llamada Ex) ya
estaba habitada por dos razas que no se podían ver ni en pintura.
Son cosas que pasan.
En cuanto te descuidas un minuto, una isla remota, que no conoce
ni tu tía, se te llena de dinosaurios, monstruos y turistas. Para cuando llegaron
los Darmoch, exhaustos y abatidos, en la parte occidental ya vivían los
Alantir, hijos de las hadas. Magos poderosos y sabios de cuerpos menudos y
orejas sospechosamente puntiagudas. Vivían en bosques fantásticos y castillos
de ensueño. Muy inteligentes, pero un poco prepotentes, no sé si me explico,
sobre todo teniendo en cuenta que no tienen ni media hostia.
Por su parte, en la zona oriental, moraban los Feredon. Los temibles
hombres-bestia. Guerreros orgullosos, fieros y temerarios, que vivían según un
estricto (y absurdo) código de honor. Erigían sus ciudades cerca de las
montañas, aprovechando cuevas y formaciones rocosas naturales. Su carácter
irascible quedaba compensado por su afición a la bebida. Acostumbraban a
pasarse la mitad del tiempo sacudiéndose las pulgas o bebiendo licor de
cereales.
Todo se complicó cuando, como ya he dicho, llegaron los Darmoch,
los gigantes que descendían de los Titanes. Naufragaron cerca de la costa
occidental, en las orillas de los acantilados Sin Nombre (es que no tengo ganas
de inventarme uno…). En plena zona élfica. Los Alantir eran unos enclenques
pero poseían una magia tan poderosa que no les costó mucho capturar a los gigantes.
Una vez sometidos los usaron como tropa de asalto para machacar a los hombres-bestia.
Entonces los hombres-bestia prometieron liberar a los Darmoch si
éstos traicionaban a los hijos de las hadas. La idea era buena. Sin embargo los
gigantes Darmoch, mostrando gran astucia e ingenio, traicionaron a todo el
mundo y se hicieron con el poder. En secreto, habían aprendido algo de la
poderosa magia Alantir. Se unieron a los Feredon para librarse del cautiverio y
luego usaron la magia para librase también de los Feredon. ¿A qué mola?
A continuación obligaron a las otras dos razas (los debiluchos
Alantir y los salvajes Feredon) a servirles como vasallos. De todos modos los enormes
exiliados tenían otros objetivos. Soñaban con su vida anterior en los
continentes. Querían abandonar la isla para reclamar sus tierras. Y cuando ya
lo tenían todo listo para marcharse…
Aparecieron los Dyrian y se jodió la marrana.
Literalmente.
Nadie supo jamás de donde vinieron. Ni tan siquiera ellos mismos
supieron dar una razón o, en todo caso, no quisieron darla. Simplemente un día
no estaban y ¡bluf! Al día siguiente allí los tenías. Así es la magia. A la
magia le importan un pimiento las leyes de Newton, la física cuántica o la
aceleración de masas.
La magia sucede. Y punto. Y si no vas a J. K. Rowling y que
te lo cuente.
Bueno.
A lo que íbamos.
Los Dyrian se extendieron como el fuego en un granero: rápidamente
y en todas direcciones. Nunca quedó clara su naturaleza exacta, aunque juzgando
por su aspecto parecido a demonios, nada bueno podía esperarse. Había muchas
clases de Dyrian: pequeños, enormes, alados, cornudos, listos, torpes, banqueros,
con forma de gusano, de arbusto, de seta, de adoquín...etc. La mayoría eran
inquietantes, cuando no terroríficos. Incluso los había hermosos. En realidad
solo tenían una cosa en común: no eran de fiar.
Si no hubieran aparecido para tocar las narices, las tres tribus jamás
se hubieran unido para formar la Alianza de los Tres Reyes. Es una suerte que los
Dyrian fueran caníbales, hostiles y caóticos. De otro modo habrían arrasado la
isla hace siglos, pero pasaban la mayor parte del tiempo devorándose entre
ellos mismos o jugando al parchís (lo de “me
como uno y cuento veinte” se lo tomaban muy en serio).
Por eso Elnath estaba tan preocupado.
El día había comenzado muy bien, eso nadie lo iba a discutir. Un
día soleado en una de las muchas aldeas que estaban bajo la protección de los gigantes
exiliados. Como joven aprendiz de hechicero, Elnath no tenía que madrugar. Los Alantir
habían dejado hace tiempo de intentar sublevarse contra los descomunales Darmoch.
Estudiaban la magia, sí, pero de forma teórica. Lanzar cualquier tipo de
conjuro sin el consentimiento expreso de un Vigilante podía conllevar serios
problemas. Por eso los magos no madrugaban, ¿para qué? total, tampoco se
esperaba que hicieran nada con la magia, salvo enseñársela a los hijos menores
de sus amos.
Estaba desayunando tan tranquilo su vasito de leche con galletas,
cuando reparó en una nota sobre la mesa. La nota era muy clara: “Dale de comer a Levi. Volveré al
atardecer. Que tengas un buen día. Li
enu (te quiero). Paina.”
En todos los planetas hay gente buena para todo. Elnath era del tipo
“bueno para nada”. Leyó la nota varias veces mientras desayunaba, moviendo sus
orejas picudas con desagrado. No necesitaba ver la firma de Paina para saber
que la carta era de su hermana mayor. Era una loca de la naturaleza. Le
encantaba traerse a casa toda clase de bichos, sin importarle lo grandes o
venenosos que pudieran ser.
Hoy la misión de Elnath era dar de comer a Levi.
De momento el día iba bien ¿no os parece? Soso, pero bien. Lo soso
tiene su gusto, no os creáis que no. Aunque al joven aprendiz le faltaba
salero. Con parsimonia tectónica fue hasta la jaula de Levi. Por cierto Levi
era un ghámster. O sea, un cruce entre gallo y hámster. Padecía anemia crónica y
estaba raquítico. Cuando Levi sintió venir al muchacho, hizo todo lo posible
por parecer activo.
- ¡Leviatán! – Llamó el chaval sin derrochar
entusiasmo, ni mucho menos - ¡Tú comida!
Las pipas de girasol con ginseng, jalea real y
germen de trigo no parecían ejercer ningún efecto sobre el metabolismo de
Leviatán. Estaba tan flaco que pronto iba a convertirse en el primer ghámster
invisible de la historia.
- Leviatán – dijo
Elnath, paternal – No hace falta que te canses. Primero come y luego juega ¿sí?
Los roedores, normalmente, no suelen hablar. A lo
mejor es que no tienen nada que decir. La respuesta de Levi consistió en hacer
ejercicio dentro de su noria particular. Pero la noria tenía sus propios planes,
tal vez, pues no se movió ni un átomo. Elnath, compadeciendo al pollo roedor,
pulsó un botón que había junto a la jaula. La noria empezó a girar. Levi entró
y se puso a corretear como un poseso. La idea de crear una noria gimnástica
para roedores escuálidos fue de Paina. La hermana de Elnath era una chica con
inventiva. Creaba cosas sin parar. A veces incluso cosas útiles, como aquel
mecanismo motorizado de la noria. Otras se le iba un poco la cabeza. Montaba
puertas anti-chirridos sin goznes; fabricaba cepillos anti-desgaste sin cerdas;
caramelos anti-caries infinitos (de mármol) con sabor a fresa y cosas por el
estilo… pero ya os la contaré otro día
¿vale?
El caso es que, cuando ya llevaba un ratillo dale
que te pego a la noria, Leviatán dio un respingo, puso los ojos en blanco, y
cayó aparatosamente sobre las pipas de girasol. Elnath no le dio importancia al
principio. Hay que tener en cuenta que sus conocimientos sobre vida animal eran
impresionantes. De hecho a todo el mundo le impresionaba que alguien pudiera
ser tan ignorante como él. Tras media hora de impertérrita observación decidió
que aquello no era normal.
- Leviatán... ¿estás bien?
El silencio revestido por la ausencia absoluta de
movimiento en el ghámster resultó ser tan elocuente como un ladrillazo. Elnath
comenzó a sentir en la boca del estómago una desagradable sensación angustiosa.
Levi era la mascota de su hermana mayor. Si le pasaba algo a Levi ella no se lo
iba a perdonar jamás. Pensando en ello, casi prefería que un Vigilante lo
transmutara en sapo durante un par de horas, antes que enfrentarse al llanto y
la furia de Paina. Así pues, tras dudar un buen rato, tomó al roedor por la
cola, sacándolo fuera de la jaula con toda la delicadeza que pudo. Todavía lo
sostuvo en su mano largo rato sin saber que hacer. Al final optó por llevar al
pequeño enfermo al veterinario.
¿Os acordáis de los Dyrian? ¿Los demonios que
aparecieron de repente para tocar las narices? Pues el veterinario del pueblo era
un Dyrian. Se hacía llamar Osul’ Ivan y, contra todo pronóstico, era
vegetariano, abstemio, sonámbulo y estaba bastante cuerdo. Tenía buena mano
para sanar criaturas, y los gigantes le habían otorgado asilo en sus tierras,
quizás para tenerlo controlado. ¿Quién sabe? Afortunadamente la casa del doctor
estaba a solo dos manzanas de allí.
Elnath salió a la calle en dirección a la consulta.
Apenas se hubo comido las dos manzanas llegó a su destino y llamó haciendo
sonar la campanilla que había fuera, a modo de timbre.
- ¿Sí? – habló, imponente, Osul’ Ivan al abrir la
puerta.
- Hola doctor. Verá. Mmm… es urgente, Leviatán no se
encuentra bien y...
- ¿Leviatán? – inquirió con sequedad el doctor -. ¿A
quién se está usted refiriendo?
Elnath alzó al ghámster y lo sostuvo por la cola
ante los impasibles ojos del doctor.
- ¿Este es Leviatán? – señaló Osul’ Ivan con la
mirada. Era una mirada tan aguda que seguro que le sacaba punta por las noches.
El joven asintió. Se fijó en el anciano demonio. Era feo de narices, eso
seguro. Tenía la piel rojiza, los ojos hundidos en sus cuencas y dos
cuernecillos torcidos en la frente. Al escrutar la pequeña mascota, esbozó una
sonrisa. Bueno en realidad no se podía decir que fuera una sonrisa en toda
regla. El doctor era tan simpático como un cáctus, (puede que más) y sonreía
como si hubiera aprendido a curvar los labios por correspondencia. Pronto el
aprendiz de hechicero comenzó a sentirse incómodo allí, de pie, en aquel lugar,
sosteniendo a Levi por la cola frente a aquel ser infernal.
- ¿No va a oscultarlo para ver que le ocurre? – Inquirió
Elnath, bastante esperanzado.
Osul’ Ivan tomó el ghámster para examinarlo de
cerca. El doctor tenía unas manos grandes y arrugadas. Más bien parecían
garras. Posado en la palma de su mano el cuerpecillo del roedor parecía un
polvorón de coco caducado. Osul’ Ivan giró sobre sus talones y, con la mano
extendida, se adentró en la vivienda. No esperó a ver si el joven le seguía.
Elnath decidió acompañar al extraño veterinario. Al poco llegaron a una
habitación aséptica y aburrida que apestaba a limpio. Osul’ Ivan tendió a Levi
en una camilla y estuvo por lo menos cuatro minutos auscultándolo con atención.
- Está muerto – sentenció.
- ¿Y eso es muy grave? – sollozó Elnath, cuya
confusión iba en aumento.
- No mucho – aseguró el demonio -. Se me
ocurren cosas peores.
El doctor rió como si hubiera contado un chiste solo
apto para médicos. El viejo tenía una risa que, sin duda, serviría perfectamente
para muchas cosas menos para reírse. Era una risa que evocaba mordazas, agujas
y objetos afilados.
- ¿Puede hacer algo por él? – suplicó el joven. No
estaba del todo en sus cabales. Sabía que necesitaba un milagro para salvar a
Levi.
- Puedo intentar resucitarlo – explicó el doctor, deteniendo
súbitamente su risa -. Pero me llevará tiempo.
- Bueno... no tengo mucha prisa.
- Además, no puedo asegurarte que sea el mismo de
antes cuando le devuelva su espíritu.
- No creo que nadie lo note – aseguró Elnath. En
cambio su voz traicionaba sus pensamientos. “Seguro que Paina lo nota” pensó.
“A ella se le da bien notarlo todo. Debe ser por aquello del sexo sentido ese
que tienen las elfas, o algo”
- Bien. Usted será mi ayudante.
- ¿Quién…? ¿YO?
- Sin duda. Su hermana es clienta habitual. Mencionó
que usted posee ciertas nociones mágicas…
- Así que sabe quién soy… vale. Pero ya sabe que
está prohibidísimo hacer magia en el poblado, ¿verdad? ¿Por qué no le ayuda
otro? ¿Es qué no tiene a nadie?
- Tenía un ayudante – afirmó el veterinario
nigromante -. Pero falleció. Enfermó, y tuvieron que operarle urgentemente.
Allí mismo murió, en la mesa de operaciones. Un trágico accidente, si usted me
permite que lo diga –aseguró mientras agarraba a Levi y se marchaba hacia otra
estancia -. Fue una intervención muuuuuy delicada.
- ¿Una intervención? ¿Qué pasó? – Elnath lo preguntó
mientras acompañaba al doctor. El viejo andaba con grandes zancadas en
dirección a la sala más recóndita de su consulta. Se arrepintió en cuánto abrió
la boca. Pero ya era tarde. A sus orejas picudas les llegó la respuesta.
- Pues le cortaron los [CENSURADO] y se los metieron
a otro por el [CENSURADO], sin darse cuenta.
- ¡La leche! – Elnath no podía mantener la boca
cerrada. Le comían los nervios. Se encontró a sí mismo interrogando nuevamente al
doctor -. ¿Y cómo pueden cortarle los [CENSURADO] a alguien y metérselos por el
[CENSURADO] a otro… accidentalmente?
- Buena observación – apuntó el viejo -. Simplemente
se equivocaron de persona. Ya sabe. Estaba oscuro y todos los elfos se parecen…
orejas picudas, guapitos, mirada soñadora…
- ¿Un quirófano lleno de gente… y a oscuras?
- Ejem… sí, sí, sí. Es por seguridad. La luz puede
transmitir…mmm ¡enfermedades! Eso. Muy mala la luz. Luz = caca.
- ¡Pero eso es terrible! ¿Y no pudo usted
resucitarlo más tarde empleando sus dotes nigrománticas?
- Sería inútil.
- ¿Por…?
- ¿Usted querría resucitar si le hubieran cortado
los [CENSURADO] y se los hubieran metido a otro por el [CENSURADO]?
- Hombre… visto así…
- Pero no se preocupe – añadió, percibiendo la
desconfianza en la voz del joven -. Hice las prácticas necesarias. He leído el
grimorio sagrado de Mirialaif lo menos veinte veces.
Antes de que el joven pudiera replicar, se
detuvieron frente una puerta de madera rojiza, un tanto maltrecha.
- Es aquí – dijo Osul’ Ivan -.
Entraron en una habitación de aspecto luctuoso. Al pasar,
Elnath pudo leer un letrero junto a la entrada que decía: “Sala de Reanimación Post-mortem. No rezar. Gracias”.
- Es aquí – repitió el demonio, preso de sus propias
ensoñaciones -. Aquí mismo resucité a mi primer mamífero. ¡Ah! ¡Cuántos
recuerdos! Es peligroso resucitar a alguien… sí… ¿ha oído hablar de la plaga
inmortal de Bel-Bel?
- ¿Me lo pregunta a mi?
- ¡Pues claro! – exclamó Osul’ Ivan mientras
depositaba el cuerpo del roedor sobre una extraña mesa redonda de piedra, con
marcas misteriosas por toda la superficie.
- ¿Se refiere a las moscas esas que no hay manera de
matar? –aventuró.
- Las mismas.
- ¿Y qué tiene eso que ver con todo esto?
- Bueno… - comenzó Osul’ Ivan mientras se vestía con
una túnica ceremonial de vivos colores y disponía inciensos varios y velas,
entorno a la mesa -. Es por eso que tuve que abandonar las tierras Dyrian. A
veces, cuando resucitas algo, si no vas con cuidado, puede ser que lo resucites
demasiado… que resulte un poquillo más difícil devolverlo a la tumba…
- ¿Más vivos que los vivos?
- ¡Exacto! Nosotros, los del gremio, los llamamos “Supervivientes”.
- Si está intentando asustarme, olvídelo. Ya vengo
asustado de fábrica.
- Perfecto. Tenga – dijo, sin hacerle mucho caso,
mientras le tendía una túnica casi idéntica a la suya -. Póngase esto y haga
todo lo que yo le diga.
Elnath fue encendiendo las velas una a una, en sentido
de las agujas del reloj, siguiendo las instrucciones del viejo. Osul’ Ivan se
encargó de cerrar puertas y ventanas.
El veterinario canturreaba algo siniestro, una
especie de salmo tenebroso. Mediante gestos le indicó al aprendiz que repitiera
la salmodia y que extendiera el brazo sobre el cuerpo del roedor. Así lo hizo.
Extendió el brazo. Cantó poniendo voz grave.
Antes que tuviera tiempo de reaccionar, Osul’ Ivan empuñó
un cuchillo ceremonial, aferró el brazo que tenía extendido el aprendiz y le
practicó un corte en la muñeca. Elnath chilló, pero el nigromante soltó la daga
y le tapó la boca, sin dejar de cantar. La sangre goteó encima de Levi,
chisporroteando. Elnath tuvo que hacer acopio de todo su valor para no ponerse
histérico. Cuando el nigromante estuvo seguro que el chaval no iba a
estropearlo todo, aflojó la presa.
El joven volvió a canturrear, a regañadientes.
Escondió el brazo herido entre los pliegues de la túnica sin quitarle ojo al veterinario.
Ahora no era el momento de dudar. La vida del ghámster estaba en juego.
El rito prosiguió.
Lo siguiente consistía en caminar dando vueltas en
sentido opuesto a las agujas del reloj, apagando las velas una a una tras
realizar una vuelta completa alrededor de la mesa. Eran trece cirios, con lo
cual se necesitaban trece vueltas. Cada vez que apagaba una vela, su llama
volaba hasta adentrarse en el pecho del ghámster. Lejos de quedar a oscuras, la
sala fue iluminándose. La claridad provenía del paciente. Iba acompañada de
murmullos onerosos. Cuando apenas faltaban cinco llamas por sofocar, Elnath
escuchó claramente como los salmos, que antes canturrearan Osul’ Ivan y él,
llenaban ahora la estancia con su propia voz espectral, surgida de lo más
profundo del abismo.
- Algo no va bien – aventuró el joven elfo. Elnath
advirtió que, pese a haber dejado de corear, los cánticos continuaban solos.
Miró a Levi, que refulgía y aumentaba de tamaño a cada instante, sin saber que
hacer a continuación -. Esto me da mala espina, doctor… ¿Doctor…?
¿A que no sabéis qué? Imaginaos… “Doc” no estaba
allí.
Un ruido sordo alertó al chaval. Giró a tiempo de
ver como Osul’ saltaba a través de una ventana, con una sonrisa maliciosa en
los labios y un destello travieso en la mirada. Elnath intentó llegar a la
ventana. Pero se apagaron dos velas más. La habitación retumbó. Estalló un
torbellino mágico que le aspiró con fuerza, haciéndole tropezar y caer de bruces.
El golpe le dejó aturdido. No sabía qué pasaba.
Quedaba una llama encendida. El torbellino atrapó
todo cuanto había en la estancia salvo las velas y el incienso. El grimorio de
Mirialaif voló del atril, arrastrado por el vórtice invisible, hasta sus pies.
Levi continuaba creciendo. Ya ocupaba todo el centro de la mesa, y desprendía
cantidades ingentes de luz. En estos casos el destino (que tiene costumbres
dramáticas muy arraigadas) siempre deja el libro abierto justo por la página
adecuada.
Y así fue.
Elnath pudo leer el nombre del conjuro, justo antes
de consumirse el último resplandor.
- Bestia Abisal del Noveno Infierno – leyó a duras
penas, aterrorizado y con los ojos llenos de lágrimas-. Conjuro de Destrucción
Masiva de Nivel Diez. No se Admiten Devoluciones.
Y se extinguió la última lengua de fuego.
Todo quedó engullido por el silencio y la oscuridad,
rota tan solo por la tenue luz que penetraba a través de la ventana abierta. El
fulgor, que antes emanara del ghámster, se desvaneció. Los salmos enmudecieron,
acallando el remolino de viento. Se formó un silencio profundo. Espeso. Un
silencio acojonante, de esos que puedes probar con cucharilla. Era un silencio
que lo decía todo. Un silencio de dos metros y 180kg. Un silencio que respiraba.
- Le...Levi... – tartamudeó el joven -. ¿Eres… eres
tú?
Fue lo último que pudo decir antes que unas fauces
tremendas se cerraran en torno a su cabeza. El pico de Levi era ahora una boca
gigante plagada de colmillos. Su cuerpo continuaba creciendo en la
semioscuridad.
Temblaron las paredes.
El techo.
Todo.
La consulta del nigromante no podía contener aquel
monstruo que mutaba y crecía sin cesar. Toda la estructura cedió. El ghámster escupió
los restos de su antiguo dueño. Sacudió su cabeza deforme, ahora irreconocible,
repleta de ojos, pinchos y cuernos. No recordaba casi nada. Sólo que odiaba las
pipas de girasol con ginseng, jalea real y germen de trigo, y que le apetecía
mucho correr. Tomó impulso y se abalanzó sobre el poblado como una avalancha de
carne peluda.
Aquel día comenzó una época de terror que asoló toda
la zona occidental de Ex. Los Tres Reyes tuvieron que unir fuerzas más que
nunca contra esta amenaza. Hubo traiciones, rebeliones ¡de todo! Fue la época
del Leviatán, el monstruo venido del averno para devorar el mundo…
... pero ya os
la contaré otro día ¿vale?
No hay comentarios:
Publicar un comentario