martes, 30 de julio de 2013

Una psicodélica noche de verano, Juan Vicente Briega
Ilustración, Carlos Rodón

En una vieja furgoneta sonaba "Time of the season" de The Zombies, la verdad es que a Pedro y Luis siempre les había gustado vivir como hippies en pleno siglo XXI, vestían como si estuvieran en Woodstock y fumaban hierba todo el tiempo. En aquel viaje, que empezó haría cosa de dos semanas desde Valencia, tampoco es que hubiesen hecho muchos kilómetros, partieron con la ilusión de los viajeros que descubren el camino desconocido, pero poco a poco, la ilusión se fue desinflando, y al final, lo que prometían ser unas vacaciones bordeando la costa mediterránea, terminó siendo una acampada en un camping de la población catalana de Sitges.
Mientras Pedro se liaba un porro, poniendo los pies sobre la mesa de playa que habían plantado junto a la puerta corrediza de la furgoneta, observaba al horizonte, a lo lejos se veía perfectamente la Iglesia de San Bartolomé a la luz del atardecer; Luis limpiaba un poco el interior del vehículo, el hombre de unos cuarenta años lanzaba latas de cerveza vacías, bolsas de patatas fritas, ropa sucia y vació más de un cenicero, luego salió, justo en el momento en que su amigo, otro cuarentón, se encendía el porro.
- ¿Me das una calada? Limpiar toda esa mierda me ha dado unas ganas de fumar- Dijo Luis sonriendo a su amigo y abriendo la nevera portátil para sacar dos cervezas.
Pedro le dio la primera calada mientras abría la lata de cerveza y después se lo pasó a su amigo, el cual tosió cuando fumó del cargado porro.
- He pensado que esta noche podríamos ir a cenar al pueblo, no está muy lejos y creo que después de dos semanas deberíamos "socializarnos".- Dijo Pedro.
Luis asintió sonriente, "parece un buen plan" debió pensar. Luego los dos hombres se quedaron allí fumando al atardecer.

En el bar Can Xavi situado en una pequeña placeta cenaban los dos hombres, no había mucho ambiente, algunos turistas y poco más, el barman les dijo que aquello solo llenaba durante el carnaval y el festival de cine y que ahora no era ni una cosa ni la otra, así que estaba un poco muerto. Lo que los dos hombres sospechaban es que allí no iba nadie porque era una mierda, las bravas picaban y la yesca de panceta dejaba mucho que desear, la verdad, la carne estaba chiclosa, la cerveza, una Mahou templada, y de postre un helado del catálogo de Kalisse que tenía en la entrada, en fin, un fracaso, pero el sitio tenía algo, parecía uno de esos sitios al que uno va por cariño más que por calidad. Cuando las tarrinas de chocolate y vainilla que los hombres se pidieron ya se habían terminado y esperaban los carajillos, Luis observó, muy acertadamente que can Xavi estaba situado justo junto al cementerio del pueblo y que, entre la "fumada" que llevaba y lo supersticioso que era habitualmente, le daba bastante mal rollo, Pedro rió mientras se liaba otro porro más y dejaba a Luis por loco. Al fin llegaron los carajillos, demasiado cargados para el gusto de Luis, poco para el gusto de Pedro que lo bebió de un trago mientras ponía los pies sobre la silla de enfrente, junto a la de Luis, encendiéndose el porro que con tanto cuidado había liado, pensando, hasta que al final, tras un eructo dijo:
- Y mañana ¿qué te apetece hacer?
Tras pensar durante unos segundos Luis se arrancó con una idea que le parecía muy ingeniosa:
- Podríamos ir a Vilanova y La Geltrú a visitar el Museo del ferrocarril, en su web dicen que es un viaje en tren al pasado, presente y futuro del mundo del ferrocarril de manera muy amena.
Pedro lo miró fijamente esperando que su amigo riera y todo aquello fuera broma, pero no, la verdad que Luis hablaba en serio y aquello le pareció horrible.
- Vale, pues casi mejor dormir hasta mediodía. - Dijo Pedro en tono serio dando una calada larga para después soltar el humo despacio, deleitándose haciendo círculos de humo.
Luis se conformó con ese plan y se repanchingó en la silla.
Tras unos minutos en que los dos hombres compartieron el porro y el silencio, mientras el camarero recogía las mesas de la terraza y el barman limpiaba la barra; Pedro y Luis oyeron un crujido extraño que provenía del cementerio, pensando que sería la rama de algún árbol pidieron la cuenta y terminaron el porro. Cuando hubieron pagado y ya se iban, oyeron otro crujido, esta vez acompañado de un gemido, Luis cogió a Pedro del hombro, asustado, Pedro en cambio no le dio mucha importancia, a simple vista, aunque por dentro se muriera de pánico.
- Vamos a ir deprisa, que el camping está lejos y estos ruidos no me gustan- Luis, al que le temblaba la voz andaba cada vez más rápido.
Pedro en cambio paseaba relajado, mirando al mar por el paseo marítimo, la noche estaba tranquila, aunque una extraña bruma verde se acercaba a la costa desde lo más profundo del mar, al hombre le sorprendió, pero más lo hizo el rompedor grito de una voz muerta que provenía del cementerio, que ya habían dejado atrás pero que, gracias a la luz de Can Xavi podían divisar en la lejanía. En ese instante los dos hombres se pararon en seco y, tras quedarse blancos con el grito, se dieron la vuelta y vieron que la puerta se abría lentamente y que la extraña bruma verde, que era la que había abierto la puerta, entraba adentro. De repente muchas más voces muertas surgieron de la nada y, según Luis se oían pasos en el interior.
Pedro entonces aligeró el paso, casi dejando atrás a su amigo, se escondió en un arbusto de un parque que quedaba junto al paseo marítimo de la playa de San Sebastiá y se sentó en el suelo, Luis lo siguió e hizo lo mismo.
- Deben ser alucinaciones.- Intentó tranquilizar Pedro a Luis y a sí mismo- Llevo una "fumada" considerable y mañana, cuando me despierte esto no habrá pasado.
Luis lo miró incrédulo y temblando le dijo:
- Esto está pasando ahora, en este momento, vámonos.
        Los dos hombres querían irse, pero el miedo y la curiosidad se lo impedían. Lenta ente asomaron las narices por encima del arbusto y mejor hubiera sido que no lo hubieran hecho, porque ante ellos se encontraron con un grupo cada segundo más numeroso de muertos vivientes que salían, vagando como almas en pena del cementerio. Más asustados que nunca se intentaron poner de pie, pero uno de aquellos muertos vivientes los había cogido del hombro y los miraba desde arriba, era un anciano, con media mandíbula inferior podrida y con los ojos muy hundidos. Los hombres lo empujaron y al caerse al suelo todos los huesos de su cuerpo crujieron como si estallasen en mil pedazos, pero acto seguido se levantó, se quitó la tierra del traje gris claro que llevaba y empezó a perseguirlos, la verdad sea dicha, a un ritmo bastante lento.
       Los hombres corrían sin sentido a un lado y a otro del paseo marítimo con la luna como única espectadora que seguro se estaba riendo bien a gusto de la situación.
     - ¡Calmémonos, calmémonos!- Gritó Pedro cogiendo a Luis de los brazos y sacudiéndolo como un loco- Vamos a calmarnos y a pensar algo.
       Luis lo miraba atónito, "no se puede pensar nada en este momento" debió pensar, solo correr o enfrentarse al enemigo y él nunca había sido muy valiente.
       El muerto viviente se acercaba, y aunque lo hacía lentamente ya lo tenían encima, así que Luis, en un acto de valentía impropio de él, empujó al anciano vuelto a la vida y lo tiró por el mirador al tranquilo océano ante la atenta e impresionada mirada de Pedro.
       Los dos hombres corrieron por el paseo a esconderse en la Iglesia de San Bartolomé. Las chancletas de los dos hombres sonaban al golpear contra la acera como castañuelas y sus panzas, al menos la de Pedro, bamboleaban de un lado a otro sin rumbo fijo. Tras unos minutos de carrera a Luis le empezaron a pesar los años de fumador empedernido y se cayó al suelo, Pedro lo cogió del brazo e intentó tirar de él, al final los dos hombres acabaron en el suelo en mitad del paseo, lejos de los muertos vivientes que los perseguían "a su ritmo" y un poco más cerca de la iglesia donde esperaban acogerse a sagrado o algo así.
      Algunos muertos vivientes se habían quedado cenándose al Xavi de Can Xavi y otro hacían lo suyo con las personas que paseaban por la arena de la playa o tomaban algo en alguna terraza. Su andar era lento pero preciso, cuando fijaban una víctima, esa ya no se escapaba; se deleitaban con los detalles, cuando ya habían golpeado su cabeza contra el asfalto lo suficiente como para que estuvieran muertos empezaban a destriparlos, les metían las manos en el estómago y jugueteaban con las tripas entre la manos para al final comérselas (si yo fuera un padre-muerto-viviente les diría que con la comida no se juega). Los que aún seguían a la caza de los dos cuarentones lo hacían despacio, sus piernas no les dejaban avanzar más rápido, en primer lugar porque estaban muertos y en segundo lugar porque no tenían prisa por llegar a ningún sitio, al estar muertos.
       Los dos hombres, tras un rato de descanso y un porro por cabeza en el cuerpo, al fin llegaron a la iglesia de San Bartolomé y empezaron a llamar a la puerta, allí no abría nadie, siguieron golpeando y nada; a punto de perder la esperanza Pedro divisó una ventanita por la que solo cabría el que menos barriga tuviese y ese iba a ser Luis, tras varios intentos lo convenció prometiéndole que allí estaría salvado, Luis cedió y entró de la siguiente manera: la ventana quedaba a una altura de unos dos metros y medio, así que Luis tuvo que subirse a los hombros de Pedro, el cual, tras unos segundos de no aguantar su peso lo empujó haciendo que Luis rompiera con la cabeza la ventanita y entrara de golpe en la iglesia rompiendo todo lo que encontraba en su camino al suelo. Una vez dentro y tras recuperarse del coscorrón, Luis besó el suelo y agradeció a Dios seguir vivo, luego empezó a correr por la iglesia hasta la puerta para abrir a Pedro a grito de "¡Me acojo a Sagrado, me acojo a Sagrado!" y cuando consiguió, no sin esfuerzo abrir la puerta y Pedro estuvo dentro ambos lo gritaron, como si sirviera de algo, Pedro decía que sí, que decir aquello en un lugar divino les daría protección.
       Los muertos vivientes ya habían atravesado todo el paseo y se acercaban a la puerta de la iglesia, que los dos hombres habían cerrado a calicanto colocando los últimos bancos delante de ella para que no pudieran entrar. Cuando los muertos vivientes llegaron empezaron aporrear la puerta, los hombres, sentados a los pies del altar se sobresaltaban con cada golpe y cada gemido pero seguían allí sentados, Luis liando un porro tras otro para tranquilizarse y Pedro encendiéndoselos también para relajarse. Tras muchos intentos de los muertos vivientes, al final la puerta de la iglesia se abrió, los dos hombres se llevaron las manos a la cabeza y corrieron a intentar contener a la marabunta de cadáveres andantes que se dirigía hacia ellos. Los muertos vivientes empujaban hacia dentro y los hombres hacia fuera, los de fuera era demasiados y la batalla, muy a pesar de Pedro y Luis estaba perdida, así que, en lugar de defender la iglesia, abrieron de par en par las puertas y empezaron a trepar sobre los muertos vivientes para acabar huyendo por encima de sus cabezas, parecía sacado de un concierto, los dos hombres pisando las cabezas de los muertos huyendo entre gritos, gemidos y entre manos y bocas que intentaban cazarlos. Sin darse cuenta los hombres estaban fuera de los muertos vivientes, se miraron para ver si estaban sanos y salvos y corrieron escaleras abajo hacia el interior del pueblo.
    Cuando los muertos vivientes perdieron de vista a los dos hombres empezaron a tambalearse, algunos cayeron al agua, caminaban hacia ningún sitio y se chocaban mientras entraban y salían de la iglesia de forma bastante graciosa la verdad. Tras un largo rato de choques y gemidos absurdos uno gritó y señaló hacia donde estaban los hombres, Pedro y Luis estaban entrando en la calle 2 de Mayo, más conocida como la calle del Pecado.
        Los dos hombres cuarentones, a los que ya les sudaba la camiseta y estaban cada vez más cansados vieron, nada más entrar en la calle 2 de Mayo que habían entrado de cabeza en la zona gay de Sitges, lo asimilaron rápidamente y no hicieron ningún chiste debido al miedo. Los pubs estaban abiertos, dentro se oía música House y en la entrada habían hombres abrazados o sentados en un banco charlando, había bastante ambiente. Cuando Pedro y Luis irrumpieron en mitad de la fiesta todos los miraron, y siguieron a lo suyo.
        - Tenéis que salir de aquí ¡vienen zombis!- Gritó Pedro cogiendo a todos los hombres que se encontraba.
      - Y acogerse a Sagrado no vale de una mierda, creednos lo hemos probado- Añadió Luis.
       Los pocos hombres que los escucharon se echaron a reír y pasaron de ellos. Al cabo de unos segundos ya no se reían cuando vieron, al final de la calle, a un grupo enorme de muertos vivientes que se acercaban lanzado las mesas y las sillas de las terrazas que se encontraban a su paso.
        - Mirad, sí que vienen reinas esta noche- Dijo uno de los gays riéndose con un cubata en la mano y las saludó con la mano.
     Cuando tuvo a los muertos vivientes encima el gay que los había saludado efusivamente intentó entrar en el pub más cercano para refugiarse, pero fue inútil, la puerta se cerró y el hombre quedó en la calle a merced de los muertos vivientes que le arrancaron la camisa de rejilla que llevaban y se comieron sus sesos tras arrancarle la cabeza.
         Pedro y Luis ya casi habían llegado al final de la calle cuando, al girarse para ver la distancia que los separaba de los muertos vivientes vieron todo el dantesco espectáculo. La calle estaba llena de sangre, un pequeño riachuelo llegaba casi hasta el paseo marítimo y pocos eran los hombres que se arrastraban moribundos por el suelo buscando ayuda acababan siendo la cena de algún grupo de muertos vivientes que le daban caza. Los dos hombres corrieron tanto como pudieron, estaban en mitad del casco histórico y no sabían hacia dónde ir. De repente, durante la carrera, Pedro vio la puerta abierta de una antigua casa, sin pensar en si viviría allí alguien o no entraron y cerraron con llave.
        La casa parecía sacada de algún relato gótico de Lovecraft, con un enorme salón que tenía una chimenea apagada al fondo y cabezas de animales colgando de la pared. Pedro y Luis pasearon por ella sin darse cuenta de que alguien los esperaba allí, junto a la chimenea habían tres butacones que les daban la espalda, mientras los hombres tocaban todo lo que encontraban, candelabros, retratos antiguos, una armadura para decorar que había en un rincón, una voz los sobresaltó de pronto.
        - Bienvenidos señores- Dijo una voz de ultratumba.
      Los dos hombres miraron hacia la chimenea y vieron que los butacones se daban la vuelta, sentados en ellos estaban Jess Franco, Juan Piquer Simón y Amando de Ossorio, tres grandes directores de terror españoles que ya murieron, al verlos Pedro y Luis se cayeron de culo al suelo con la boca abierta.
      - No deben asustarse, somos fantasmas como efectivamente habrán podido comprobar pero no vamos a devorarlos, tan solo queremos ayudarlos- Dijo Amando en tono tranquilizador.
      Pedro y Luis se levantaron lentamente entre asustados e impactados.
      - Pero ustedes son directores de cine ¿en qué nos pueden ayudar?- Dijo Luis.
     - Si conocen nuestro cine sabrán que hemos tratado temas más espeluznantes que los muertos vivientes- Dijo Juan Piquer Simón.
      - Y de manera más picante- Replicó Jess- Pero tranquilícense, tomen asiento.
      Pedro y Luis se sentaron en unas sillas de madera con un largo respaldo recubierto de terciopelo granate. Los tres hombres hablaban desde la lejanía, como si su voz proviniera de muy lejos.
    - Les podríamos pedir que nos contasen su historia pero nos la sabemos, unas vacaciones tranquilas que se convierten en una pesadilla, lo de siempre- Empezó Juan Piquer.
        "Lo de siempre" dijeron Jess y Amando al unísono.
     - No nos interesa como han llegado aquí, nos interesa sacarlos sanos y salvos para poder ir en paz- Continuó Jess.
       - ¿Ir en paz?- Dijo extrañado Pedro que ya empezaba hacerse un porro.
      - Por supuesto, nuestros filmes cuentan historias trágicas, terroríficas y en el caso de Jess un poco picantes, nosotros, al hacerlas no pensamos que vagaríamos como almas en pena en la tierra donde más se nos quiere hasta purgar esos pecados- Dijo Amando- Nunca pensé que tuviera que penar por "El buque maldito". 
       Pedro y Luis entendiendo la situación asentían con la cabeza y esperaban impacientes que los fantasmas les dijeran como salir de allí.
       - Nosotros no podemos matar a los muertos vivientes, ni sacaros volando de aquí, por si lo habíais pensado- Dijo Juan Piquer.
     - Nosotros solo podemos indicaros lo que debéis hacer y suministraros las armas.- Continuó Amando.
       - Así que vosotros deberéis hacer el trabajo sucio- Concluyó Jess- Creo que esa frase la usé en "Killer Barbies".
        Los dos hombres, asombrados empezaron a fumarse el porro.
       - Muy bien, ¿qué armas nos van a dar?- Preguntó Pedro un tanto incrédulo.
       - Cogedlas vosotros, en este salón hay suficientes armas para ganar la batalla y llegar a vuestro camping sin un rasguño.- Dijo Amando extendiendo los brazos mientras se encendía la luz del salón y dejaba ver un muestrario de armas antiguas.
      - ¿Quiere que los retemos a un duelo de fustas? - Dijo Luis sorprendido- Aquí no hay nada que nos valga realmente.
     Los tres fantasmas desaparecieron lentamente y cuando ya casi eran una bruma se oyeron las tres voces al unísono: "Armaros bien y que tengáis suerte", los dos hombres se quedaron mirando al vacío donde antes yacían los tres fantasmas.
       - Pues vaya una mierda de ayuda- Dijo Pedro dando una calada al porro.
     Pasó cerca de una hora y para entonces la población que quedaba sin destripar en Sitges se había convertido en muerto viviente, el grupo inicial era ahora una multitud que vagaba por el pueblo golpeando a los coches aparcados, destrozando escaparates o simplemente andando sin dirección alguna. Luis abrió un poco la puerta de la calle y miró a los dos lados, un pequeño grupito de cinco o seis muertos vivientes rondaba la estrecha calle adoquinada del centro histórico, cerró y se sentó en el suelo con un trabuco en la mano; junto a él Pedro, con un arco y con un saquito detrás con unas flechas dentro terminaba de fabricar el que él había denominado "El último porro", lo encendió y la larga calada que dio le provocó un fuerte ataque de tos. Luis también le dio una calada y tiró el humo limpiamente, sin tos ni nada.
        - ¿Salimos ya?- Preguntó Luis.
        Pedro, asintió con el porro en la boca y ambos se pusieron en pie.
      - Si alguno muere... te echaré de menos.- Dijo Pedro antes de pasarle el porro a su amigo, luego abrió la puerta y frente a ellos estaban los muertos vivientes que, en cuanto los vieron dejaron de andar hacia ningún sitio y se dirigieron hacia ellos para matarlos.
     El primer muerto viviente se abalanzó sobre Pedro el cual no tuvo tiempo de reaccionar con el arco, ya que nunca había usado uno, pero pronto Luis atravesó la cabeza del cadáver de un trabucazo y este cayó al suelo muerto (otra vez), el hombre, sonriente fue ayudar a Pedro a levantarse pero este, al ver a otro muerto detrás de su amigo, lo empujó contra la pared de enfrente y mientras el muerto viviente reaccionaba, este sacó una flecha y se la clavó en un ojo al muerto, que se quedó clavado a la pared. Fue una ardua lucha, las callejuelas en dirección al camping parecían no tener fin, los hombres no eran los mejores con sus armas pero se defendían bastante bien, en lo que Luis tardaba en cargar la pólvora, la bala y la mecha, Pedro ya había matado a tres o cuatro; a Luis pronto se le acabaron las balas y las ganas de cargar el trabuco así que lo empezó a usar como mazo con el que golpear a los enemigos y a Pedro le ocurrió igual, cuando se le acabaron las flechas decidió usar el arco para golpear hasta la muerte a los muertos, valga la redundancia.
       Pasó un buen rato hasta que vieron la entrada del camping, empezaba amanecer y los muertos vivientes que los seguían eran cada vez menos. El sol, esa mañana lucía de un preocupante color verde provocado por la neblina tóxica que flotaba en el aire y que había despertado a los muertos vivientes. En el puesto de guardia del camping el de seguridad estaba muerto, había estallado en mil pedazos y la garita estaba empapada de sangre. Pedro y Luis llegaron corriendo a la entrada y se sorprendieron al ver la garita teñida de rojo sangre, cruzaron la entrada y bajaron la barrera, como si eso fuera a detener a los muertos vivientes, pero lo hizo, se quedaron parados en la entrada mientras los dos hombres, manchados de sangre y sesos los esperaban empuñando sus armas con ganas de más guerra. Pero los muertos vivientes simplemente se quedaron allí, mirando al cielo y señalando a la niebla verde que flotaba de un lado para otro y que se propagaba ya por encima de las cabezas de los dos hombres. Pedro empezó a sentir que aquella niebla le penetraba por las fosas nasales y le quemaba, pronto le derritió la nariz y en su camino hasta el cerebro iba derritiendo todo a su paso, acto seguido Pedro cayó muerto; al ver esto Luis se tapó la nariz y cerró la boca mientras huía a refugiarse en algún lugar seguro, pero tras recorrerse todo el camping y ver todo lleno de cadáveres volvió junto a su amigo, se quitó la mano de la boca y tomó una buena bocanada de niebla mortal que entró como un tiro a sus pulmones, entonces Luis cerró los ojos y...
            ... "Time of the season" de The Zombies sonaba en la tarde catalana con la iglesia de San Bartolomé al fondo. Pedro se liaba un porro mientras Luis limpiaba la furgoneta. A lo lejos, en la terraza del bar del camping tres hombres los miraban mientras saboreaban una cerveza muy fría.
           - ¿Nos habremos ganado las alas?- Preguntó Jess a los otros dos.
       Juan Piquer y Amando lo miraron y tras sonreir bebieron los tres sus cervezas mientras el sol se ponía a sus espaldas.



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