Una psicodélica noche de verano, Juan Vicente Briega
En una vieja furgoneta sonaba "Time of the season" de
The Zombies, la verdad es que a Pedro y Luis siempre les había gustado vivir
como hippies en pleno siglo XXI, vestían como si estuvieran en Woodstock y
fumaban hierba todo el tiempo. En aquel viaje, que empezó haría cosa de dos
semanas desde Valencia, tampoco es que hubiesen hecho muchos kilómetros,
partieron con la ilusión de los viajeros que descubren el camino desconocido,
pero poco a poco, la ilusión se fue desinflando, y al final, lo que prometían
ser unas vacaciones bordeando la costa mediterránea, terminó siendo una
acampada en un camping de la población catalana de Sitges.
Mientras Pedro se liaba un porro, poniendo los pies sobre la
mesa de playa que habían plantado junto a la puerta corrediza de la furgoneta,
observaba al horizonte, a lo lejos se veía perfectamente la Iglesia de San
Bartolomé a la luz del atardecer; Luis limpiaba un poco el interior del
vehículo, el hombre de unos cuarenta años lanzaba latas de cerveza vacías,
bolsas de patatas fritas, ropa sucia y vació más de un cenicero, luego salió,
justo en el momento en que su amigo, otro cuarentón, se encendía el porro.
- ¿Me das una calada? Limpiar toda esa mierda me ha dado unas
ganas de fumar- Dijo Luis sonriendo a su amigo y abriendo la nevera portátil
para sacar dos cervezas.
Pedro le dio la primera calada mientras abría la lata de
cerveza y después se lo pasó a su amigo, el cual tosió cuando fumó del cargado
porro.
- He pensado que esta noche podríamos ir a cenar al pueblo, no
está muy lejos y creo que después de dos semanas deberíamos
"socializarnos".- Dijo Pedro.
Luis asintió sonriente, "parece un buen plan" debió
pensar. Luego los dos hombres se quedaron allí fumando al atardecer.
En el bar Can Xavi situado en una pequeña placeta cenaban los
dos hombres, no había mucho ambiente, algunos turistas y poco más, el barman
les dijo que aquello solo llenaba durante el carnaval y el festival de cine y
que ahora no era ni una cosa ni la otra, así que estaba un poco muerto. Lo que
los dos hombres sospechaban es que allí no iba nadie porque era una mierda, las
bravas picaban y la yesca de panceta dejaba mucho que desear, la verdad, la
carne estaba chiclosa, la cerveza, una Mahou templada, y de postre un helado
del catálogo de Kalisse que tenía en la entrada, en fin, un fracaso, pero el
sitio tenía algo, parecía uno de esos sitios al que uno va por cariño más que
por calidad. Cuando las tarrinas de chocolate y vainilla que los hombres se
pidieron ya se habían terminado y esperaban los carajillos, Luis observó, muy
acertadamente que can Xavi estaba situado justo junto al cementerio del pueblo
y que, entre la "fumada" que llevaba y lo supersticioso que era
habitualmente, le daba bastante mal rollo, Pedro rió mientras se liaba otro
porro más y dejaba a Luis por loco. Al fin llegaron los carajillos, demasiado
cargados para el gusto de Luis, poco para el gusto de Pedro que lo bebió de un
trago mientras ponía los pies sobre la silla de enfrente, junto a la de Luis,
encendiéndose el porro que con tanto cuidado había liado, pensando, hasta que
al final, tras un eructo dijo:
- Y mañana ¿qué te apetece hacer?
Tras pensar durante unos segundos Luis se arrancó con una idea
que le parecía muy ingeniosa:
- Podríamos ir a Vilanova y La Geltrú a visitar el Museo del
ferrocarril, en su web dicen que es un viaje en tren al pasado, presente y
futuro del mundo del ferrocarril de manera muy amena.
Pedro lo miró fijamente esperando que su amigo riera y todo
aquello fuera broma, pero no, la verdad que Luis hablaba en serio y aquello le
pareció horrible.
- Vale, pues casi mejor dormir hasta mediodía. - Dijo Pedro en tono
serio dando una calada larga para después soltar el humo despacio, deleitándose
haciendo círculos de humo.
Luis se conformó con ese plan y se repanchingó en la silla.
Tras unos minutos en que los dos hombres compartieron el porro
y el silencio, mientras el camarero recogía las mesas de la terraza y el barman
limpiaba la barra; Pedro y Luis oyeron un crujido extraño que provenía del
cementerio, pensando que sería la rama de algún árbol pidieron la cuenta y
terminaron el porro. Cuando hubieron pagado y ya se iban, oyeron otro crujido,
esta vez acompañado de un gemido, Luis cogió a Pedro del hombro, asustado,
Pedro en cambio no le dio mucha importancia, a simple vista, aunque por dentro
se muriera de pánico.
- Vamos a ir deprisa, que el camping está lejos y estos ruidos
no me gustan- Luis, al que le temblaba la voz andaba cada vez más rápido.
Pedro en cambio paseaba relajado, mirando al mar por el paseo
marítimo, la noche estaba tranquila, aunque una extraña bruma verde se acercaba
a la costa desde lo más profundo del mar, al hombre le sorprendió, pero más lo
hizo el rompedor grito de una voz muerta que provenía del cementerio, que ya
habían dejado atrás pero que, gracias a la luz de Can Xavi podían divisar en la
lejanía. En ese instante los dos hombres se pararon en seco y, tras quedarse
blancos con el grito, se dieron la vuelta y vieron que la puerta se abría
lentamente y que la extraña bruma verde, que era la que había abierto la
puerta, entraba adentro. De repente muchas más voces muertas surgieron de la
nada y, según Luis se oían pasos en el interior.
Pedro entonces aligeró el paso, casi dejando atrás a su amigo,
se escondió en un arbusto de un parque que quedaba junto al paseo marítimo de
la playa de San Sebastiá y se sentó en el suelo, Luis lo siguió e hizo lo
mismo.
- Deben ser alucinaciones.- Intentó tranquilizar Pedro a Luis y
a sí mismo- Llevo una "fumada" considerable y mañana, cuando me
despierte esto no habrá pasado.
Luis lo miró incrédulo y temblando le dijo:
- Esto está pasando ahora, en este momento, vámonos.
Los dos
hombres querían irse, pero el miedo y la curiosidad se lo impedían. Lenta ente asomaron
las narices por encima del arbusto y mejor hubiera sido que no lo hubieran
hecho, porque ante ellos se encontraron con un grupo cada segundo más numeroso
de muertos vivientes que salían, vagando como almas en pena del cementerio. Más
asustados que nunca se intentaron poner de pie, pero uno de aquellos muertos
vivientes los había cogido del hombro y los miraba desde arriba, era un
anciano, con media mandíbula inferior podrida y con los ojos muy hundidos. Los
hombres lo empujaron y al caerse al suelo todos los huesos de su cuerpo
crujieron como si estallasen en mil pedazos, pero acto seguido se levantó, se
quitó la tierra del traje gris claro que llevaba y empezó a perseguirlos, la
verdad sea dicha, a un ritmo bastante lento.
Los
hombres corrían sin sentido a un lado y a otro del paseo marítimo con la luna
como única espectadora que seguro se estaba riendo bien a gusto de la
situación.
- ¡Calmémonos,
calmémonos!- Gritó Pedro cogiendo a Luis de los brazos y sacudiéndolo como un
loco- Vamos a calmarnos y a pensar algo.
Luis lo
miraba atónito, "no se puede pensar nada en este momento" debió
pensar, solo correr o enfrentarse al enemigo y él nunca había sido muy
valiente.
El muerto
viviente se acercaba, y aunque lo hacía lentamente ya lo tenían encima, así que
Luis, en un acto de valentía impropio de él, empujó al anciano vuelto a la vida
y lo tiró por el mirador al tranquilo océano ante la atenta e impresionada
mirada de Pedro.
Los dos
hombres corrieron por el paseo a esconderse en la Iglesia de San Bartolomé. Las
chancletas de los dos hombres sonaban al golpear contra la acera como
castañuelas y sus panzas, al menos la de Pedro, bamboleaban de un lado a otro
sin rumbo fijo. Tras unos minutos de carrera a Luis le empezaron a pesar los
años de fumador empedernido y se cayó al suelo, Pedro lo cogió del brazo e
intentó tirar de él, al final los dos hombres acabaron en el suelo en mitad del
paseo, lejos de los muertos vivientes que los perseguían "a su ritmo"
y un poco más cerca de la iglesia donde esperaban acogerse a sagrado o algo
así.
Algunos
muertos vivientes se habían quedado cenándose al Xavi de Can Xavi y otro hacían
lo suyo con las personas que paseaban por la arena de la playa o tomaban algo
en alguna terraza. Su andar era lento pero preciso, cuando fijaban una víctima,
esa ya no se escapaba; se deleitaban con los detalles, cuando ya habían
golpeado su cabeza contra el asfalto lo suficiente como para que estuvieran
muertos empezaban a destriparlos, les metían las manos en el estómago y
jugueteaban con las tripas entre la manos para al final comérselas (si yo fuera
un padre-muerto-viviente les diría que con la comida no se juega). Los que aún
seguían a la caza de los dos cuarentones lo hacían despacio, sus piernas no les
dejaban avanzar más rápido, en primer lugar porque estaban muertos y en segundo
lugar porque no tenían prisa por llegar a ningún sitio, al estar muertos.
Los dos
hombres, tras un rato de descanso y un porro por cabeza en el cuerpo, al fin
llegaron a la iglesia de San Bartolomé y empezaron a llamar a la puerta, allí
no abría nadie, siguieron golpeando y nada; a punto de perder la esperanza
Pedro divisó una ventanita por la que solo cabría el que menos barriga tuviese
y ese iba a ser Luis, tras varios intentos lo convenció prometiéndole que allí
estaría salvado, Luis cedió y entró de la siguiente manera: la ventana quedaba
a una altura de unos dos metros y medio, así que Luis tuvo que subirse a los
hombros de Pedro, el cual, tras unos segundos de no aguantar su peso lo empujó
haciendo que Luis rompiera con la cabeza la ventanita y entrara de golpe en la
iglesia rompiendo todo lo que encontraba en su camino al suelo. Una vez dentro
y tras recuperarse del coscorrón, Luis besó el suelo y agradeció a Dios seguir
vivo, luego empezó a correr por la iglesia hasta la puerta para abrir a Pedro a
grito de "¡Me acojo a Sagrado, me acojo a Sagrado!" y cuando consiguió,
no sin esfuerzo abrir la puerta y Pedro estuvo dentro ambos lo gritaron, como
si sirviera de algo, Pedro decía que sí, que decir aquello en un lugar divino
les daría protección.
Los
muertos vivientes ya habían atravesado todo el paseo y se acercaban a la puerta
de la iglesia, que los dos hombres habían cerrado a calicanto colocando los
últimos bancos delante de ella para que no pudieran entrar. Cuando los muertos
vivientes llegaron empezaron aporrear la puerta, los hombres, sentados a los
pies del altar se sobresaltaban con cada golpe y cada gemido pero seguían allí
sentados, Luis liando un porro tras otro para tranquilizarse y Pedro
encendiéndoselos también para relajarse. Tras muchos intentos de los muertos vivientes,
al final la puerta de la iglesia se abrió, los dos hombres se llevaron las
manos a la cabeza y corrieron a intentar contener a la marabunta de cadáveres
andantes que se dirigía hacia ellos. Los muertos vivientes empujaban hacia
dentro y los hombres hacia fuera, los de fuera era demasiados y la batalla, muy
a pesar de Pedro y Luis estaba perdida, así que, en lugar de defender la
iglesia, abrieron de par en par las puertas y empezaron a trepar sobre los
muertos vivientes para acabar huyendo por encima de sus cabezas, parecía sacado
de un concierto, los dos hombres pisando las cabezas de los muertos huyendo
entre gritos, gemidos y entre manos y bocas que intentaban cazarlos. Sin darse
cuenta los hombres estaban fuera de los muertos vivientes, se miraron para ver
si estaban sanos y salvos y corrieron escaleras abajo hacia el interior del
pueblo.
Cuando los
muertos vivientes perdieron de vista a los dos hombres empezaron a tambalearse,
algunos cayeron al agua, caminaban hacia ningún sitio y se chocaban mientras
entraban y salían de la iglesia de forma bastante graciosa la verdad. Tras un
largo rato de choques y gemidos absurdos uno gritó y señaló hacia donde estaban
los hombres, Pedro y Luis estaban entrando en la calle 2 de Mayo, más conocida
como la calle del Pecado.
Los dos
hombres cuarentones, a los que ya les sudaba la camiseta y estaban cada vez más
cansados vieron, nada más entrar en la calle 2 de Mayo que habían entrado de
cabeza en la zona gay de Sitges, lo asimilaron rápidamente y no hicieron ningún
chiste debido al miedo. Los pubs estaban abiertos, dentro se oía música House y
en la entrada habían hombres abrazados o sentados en un banco charlando, había
bastante ambiente. Cuando Pedro y Luis irrumpieron en mitad de la fiesta todos
los miraron, y siguieron a lo suyo.
- Tenéis
que salir de aquí ¡vienen zombis!- Gritó Pedro cogiendo a todos los hombres que
se encontraba.
- Y
acogerse a Sagrado no vale de una mierda, creednos lo hemos probado- Añadió
Luis.
Los pocos
hombres que los escucharon se echaron a reír y pasaron de ellos. Al cabo de
unos segundos ya no se reían cuando vieron, al final de la calle, a un grupo
enorme de muertos vivientes que se acercaban lanzado las mesas y las sillas de
las terrazas que se encontraban a su paso.
- Mirad,
sí que vienen reinas esta noche- Dijo uno de los gays riéndose con un cubata en
la mano y las saludó con la mano.
Cuando
tuvo a los muertos vivientes encima el gay que los había saludado efusivamente
intentó entrar en el pub más cercano para refugiarse, pero fue inútil, la
puerta se cerró y el hombre quedó en la calle a merced de los muertos vivientes
que le arrancaron la camisa de rejilla que llevaban y se comieron sus sesos
tras arrancarle la cabeza.
Pedro y
Luis ya casi habían llegado al final de la calle cuando, al girarse para ver la
distancia que los separaba de los muertos vivientes vieron todo el dantesco
espectáculo. La calle estaba llena de sangre, un pequeño riachuelo llegaba casi
hasta el paseo marítimo y pocos eran los hombres que se arrastraban moribundos
por el suelo buscando ayuda acababan siendo la cena de algún grupo de muertos
vivientes que le daban caza. Los dos hombres corrieron tanto como pudieron,
estaban en mitad del casco histórico y no sabían hacia dónde ir. De repente,
durante la carrera, Pedro vio la puerta abierta de una antigua casa, sin pensar
en si viviría allí alguien o no entraron y cerraron con llave.
La casa
parecía sacada de algún relato gótico de Lovecraft, con un enorme salón que
tenía una chimenea apagada al fondo y cabezas de animales colgando de la pared.
Pedro y Luis pasearon por ella sin darse cuenta de que alguien los esperaba
allí, junto a la chimenea habían tres butacones que les daban la espalda,
mientras los hombres tocaban todo lo que encontraban, candelabros, retratos
antiguos, una armadura para decorar que había en un rincón, una voz los
sobresaltó de pronto.
-
Bienvenidos señores- Dijo una voz de ultratumba.
Los dos
hombres miraron hacia la chimenea y vieron que los butacones se daban la
vuelta, sentados en ellos estaban Jess Franco, Juan Piquer Simón y Amando de
Ossorio, tres grandes directores de terror españoles que ya murieron, al verlos
Pedro y Luis se cayeron de culo al suelo con la boca abierta.
- No deben
asustarse, somos fantasmas como efectivamente habrán podido comprobar pero no
vamos a devorarlos, tan solo queremos ayudarlos- Dijo Amando en tono
tranquilizador.
Pedro y
Luis se levantaron lentamente entre asustados e impactados.
- Pero
ustedes son directores de cine ¿en qué nos pueden ayudar?- Dijo Luis.
- Si
conocen nuestro cine sabrán que hemos tratado temas más espeluznantes que los
muertos vivientes- Dijo Juan Piquer Simón.
- Y de
manera más picante- Replicó Jess- Pero tranquilícense, tomen asiento.
Pedro y
Luis se sentaron en unas sillas de madera con un largo respaldo recubierto de
terciopelo granate. Los tres hombres hablaban desde la lejanía, como si su voz
proviniera de muy lejos.
- Les
podríamos pedir que nos contasen su historia pero nos la sabemos, unas
vacaciones tranquilas que se convierten en una pesadilla, lo de siempre- Empezó
Juan Piquer.
"Lo
de siempre" dijeron Jess y Amando al unísono.
- No nos
interesa como han llegado aquí, nos interesa sacarlos sanos y salvos para poder
ir en paz- Continuó Jess.
- ¿Ir en
paz?- Dijo extrañado Pedro que ya empezaba hacerse un porro.
- Por
supuesto, nuestros filmes cuentan historias trágicas, terroríficas y en el caso
de Jess un poco picantes, nosotros, al hacerlas no pensamos que vagaríamos como
almas en pena en la tierra donde más se nos quiere hasta purgar esos pecados-
Dijo Amando- Nunca pensé que tuviera que penar por "El buque
maldito".
Pedro y
Luis entendiendo la situación asentían con la cabeza y esperaban impacientes
que los fantasmas les dijeran como salir de allí.
- Nosotros
no podemos matar a los muertos vivientes, ni sacaros volando de aquí, por si lo
habíais pensado- Dijo Juan Piquer.
- Nosotros
solo podemos indicaros lo que debéis hacer y suministraros las armas.- Continuó
Amando.
- Así que
vosotros deberéis hacer el trabajo sucio- Concluyó Jess- Creo que esa frase la
usé en "Killer Barbies".
Los dos
hombres, asombrados empezaron a fumarse el porro.
- Muy
bien, ¿qué armas nos van a dar?- Preguntó Pedro un tanto incrédulo.
- Cogedlas
vosotros, en este salón hay suficientes armas para ganar la batalla y llegar a
vuestro camping sin un rasguño.- Dijo Amando extendiendo los brazos mientras se
encendía la luz del salón y dejaba ver un muestrario de armas antiguas.
- ¿Quiere
que los retemos a un duelo de fustas? - Dijo Luis sorprendido- Aquí no hay nada
que nos valga realmente.
Los tres
fantasmas desaparecieron lentamente y cuando ya casi eran una bruma se oyeron
las tres voces al unísono: "Armaros bien y que tengáis suerte", los
dos hombres se quedaron mirando al vacío donde antes yacían los tres fantasmas.
- Pues
vaya una mierda de ayuda- Dijo Pedro dando una calada al porro.
Pasó cerca
de una hora y para entonces la población que quedaba sin destripar en Sitges se
había convertido en muerto viviente, el grupo inicial era ahora una multitud
que vagaba por el pueblo golpeando a los coches aparcados, destrozando
escaparates o simplemente andando sin dirección alguna. Luis abrió un poco la
puerta de la calle y miró a los dos lados, un pequeño grupito de cinco o seis
muertos vivientes rondaba la estrecha calle adoquinada del centro histórico,
cerró y se sentó en el suelo con un trabuco en la mano; junto a él Pedro, con
un arco y con un saquito detrás con unas flechas dentro terminaba de fabricar
el que él había denominado "El último porro", lo encendió y la larga
calada que dio le provocó un fuerte ataque de tos. Luis también le dio una
calada y tiró el humo limpiamente, sin tos ni nada.
- ¿Salimos
ya?- Preguntó Luis.
Pedro,
asintió con el porro en la boca y ambos se pusieron en pie.
- Si
alguno muere... te echaré de menos.- Dijo Pedro antes de pasarle el porro a su
amigo, luego abrió la puerta y frente a ellos estaban los muertos vivientes
que, en cuanto los vieron dejaron de andar hacia ningún sitio y se dirigieron
hacia ellos para matarlos.
El primer
muerto viviente se abalanzó sobre Pedro el cual no tuvo tiempo de reaccionar
con el arco, ya que nunca había usado uno, pero pronto Luis atravesó la cabeza
del cadáver de un trabucazo y este cayó al suelo muerto (otra vez), el hombre,
sonriente fue ayudar a Pedro a levantarse pero este, al ver a otro muerto
detrás de su amigo, lo empujó contra la pared de enfrente y mientras el muerto
viviente reaccionaba, este sacó una flecha y se la clavó en un ojo al muerto,
que se quedó clavado a la pared. Fue una ardua lucha, las callejuelas en
dirección al camping parecían no tener fin, los hombres no eran los mejores con
sus armas pero se defendían bastante bien, en lo que Luis tardaba en cargar la
pólvora, la bala y la mecha, Pedro ya había matado a tres o cuatro; a Luis
pronto se le acabaron las balas y las ganas de cargar el trabuco así que lo
empezó a usar como mazo con el que golpear a los enemigos y a Pedro le ocurrió
igual, cuando se le acabaron las flechas decidió usar el arco para golpear
hasta la muerte a los muertos, valga la redundancia.
Pasó un
buen rato hasta que vieron la entrada del camping, empezaba amanecer y los
muertos vivientes que los seguían eran cada vez menos. El sol, esa mañana lucía
de un preocupante color verde provocado por la neblina tóxica que flotaba en el
aire y que había despertado a los muertos vivientes. En el puesto de guardia
del camping el de seguridad estaba muerto, había estallado en mil pedazos y la
garita estaba empapada de sangre. Pedro y Luis llegaron corriendo a la entrada
y se sorprendieron al ver la garita teñida de rojo sangre, cruzaron la entrada
y bajaron la barrera, como si eso fuera a detener a los muertos vivientes, pero
lo hizo, se quedaron parados en la entrada mientras los dos hombres, manchados
de sangre y sesos los esperaban empuñando sus armas con ganas de más guerra.
Pero los muertos vivientes simplemente se quedaron allí, mirando al cielo y
señalando a la niebla verde que flotaba de un lado para otro y que se propagaba
ya por encima de las cabezas de los dos hombres. Pedro empezó a sentir que
aquella niebla le penetraba por las fosas nasales y le quemaba, pronto le
derritió la nariz y en su camino hasta el cerebro iba derritiendo todo a su
paso, acto seguido Pedro cayó muerto; al ver esto Luis se tapó la nariz y cerró
la boca mientras huía a refugiarse en algún lugar seguro, pero tras recorrerse
todo el camping y ver todo lleno de cadáveres volvió junto a su amigo, se quitó
la mano de la boca y tomó una buena bocanada de niebla mortal que entró como un
tiro a sus pulmones, entonces Luis cerró los ojos y...
...
"Time of the season" de The Zombies sonaba en la tarde catalana con
la iglesia de San Bartolomé al fondo. Pedro se liaba un porro mientras Luis
limpiaba la furgoneta. A lo lejos, en la terraza del bar del camping tres
hombres los miraban mientras saboreaban una cerveza muy fría.
- ¿Nos
habremos ganado las alas?- Preguntó Jess a los otros dos.
Juan
Piquer y Amando lo miraron y tras sonreir bebieron los tres sus cervezas
mientras el sol se ponía a sus espaldas.
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