Fernández Zombtanero, Javier Sermanz
Ramiro Fernández era un mal
nacido con todas las letras; y además un desgraciado. La mala suerte le
perseguía desde el momento de su nacimiento. Ya en el parto la cosa se
complicó, la criatura era más bien cabezona, como su abuela, y se negaba a
salir. Podría decirse que lo parieron a sartenazos. Y para acabar de rematarlo,
el medico le dio la palmada demasiado fuerte y lo dejó muerto en ese instante.
A pesar de ello sus
padres se lo quisieron llevar a su casa y al cabo de unos días descubrieron que
no estaba muerto del todo. El niño no comía, estaba algo frío y hacía muy mala
cara, pero pensaron que ya se le pasaría, serían cosas de bebés; sus padres,
que eran primerizos, habían escuchado a otros padres decir que algunos bebés lo
pasaban muy mal los primeros meses de vida.
Lo que ocurría era que
habían tenido un hijo zombi y no se habían enterado. Bueno, era una desgracia,
pero así había venido, era designio del señor; Él lo había querido de esa
manera y peor hubiera sido que hubiera estado completamente muerto. Por lo
menos era un muerto viviente y podían tenerlo a su lado.
Y así fue pasando el
tiempo y le fueron cogiendo cariño pese a que hablaba poco y se mostraba muy
agresivo con los niños de la guardería. “¡Hay que ver este niño la manía que
tiene de morder a sus compañeros!” se decían las maestras, extrañadas ante el
raro comportamiento de Ramiro, sin entender lo que ocurría. No era nada
habitual tener un alumno zombi en clase.
Cuando se hizo mayor
quiso llevar una vida normal y tener un trabajo como todo el mundo, pero no
daba pie con bola. Una vez trabajó de extra en una película de zombis pero lo
echaron a la calle porque en un arrebato se comió de verdad a los actores y se
organizó un gran lío. ¡A ver quién los sustituía ahora!
Después quiso independizarse,
formar su propio negocio. Montó una oficina para resolver y reparar todos
problemas con los zombis y zombificados, cualquier cosa relacionada con los
muertos vivientes, vamos, como una especie de fontanero de zombis. Él era todo
un experto en la materia.
Para su primer caso
recibió el encargo de una madre cuyo hijo se había vuelto zombi por culpa de un
programa de la MTV.
FernándeZ se presentó en
el domicilio del cliente.
-Veamos cuál es el
problema- le dijo-, ¿dice que su hijo se ha vuelto zombi por un programa de
televisión?
-Sí, el de Geordie Shore.
No se aparta del televisor en todo el día, parece muerto.
La mujer lo acompañó al
salón donde su hijo miraba atentamente la pantalla de plasma, completamente
abstraído en lo que veía.
-Pues yo no veo nada
anormal- repuso FernándeZ-, parece un chico corriente viendo la tele; muy
atento, eso sí.
-Espere que le muestre-
le dijo la madre, caminando hacia el sofá.
Cogió el mando a
distancia y apagó la televisión.
Entonces el hijo se
levantó como en trance, con los brazos levantados y la mirada perdida, pero con
la cara congestionada de rabia. Con pasos pesados se encaminó hacia la madre y
la atacó con saña para recuperar el mando. Cuando lo tuvo en su poder volvió a
encender la tele, se sentó y finalmente se calmó, volviendo a su estado letárgico.
-¡Es verdad, es un zombi!-
exclamó asombrado FernándeZ.
-Ya se lo dije, ¿qué
podemos hacer, señor Fernández?
-El caso parece grave.
¿Desde cuándo acusa estos síntomas?
-Ésta es la quinta
temporada. Las dos primeras me extrañó que no se despegara de la pantalla; sin
embargo, la cosa se agravó a partir de la cuarta. Entonces me di cuenta de que
se había convertido en zombi- relató la madre, consternada.
-Permítame realizar una
prueba.
Se acercó con precaución
al chico y cambió de canal con gran riesgo para su vida. Automáticamente el
chaval comenzó a gruñir, haciendo el amago de levantarse. FernándeZ puso de
nuevo el programa de Geordie Shore.
-¡Está completamente
zombificado!
-¿Pero tiene remedio,
señor FernándeZ?- quiso saber la madre, preocupada por el futuro de su hijo.
-Quizá aún lo hemos
cogido a tiempo- se puso a rellenar un papel-: tome, vaya a la librería y
compre este libro. Una lectura cada seis horas como tratamiento de choque y
después una lectura tres veces al día durante las semanas posteriores. Si eso
no resulta, tendremos que pensar en lo peor.
Por desgracia la
enfermedad estaba ya demasiado extendida y las sesiones intensivas de lectura
no lograron curar al chico, quien al final tuvo que ser sacrificado por el bien
de los suyos.
También tuvo un caso en
el que un cliente le pagó para que se lo comiera. Su más ardiente fantasía era
ser devorado por un zombi y en cuanto se enteró de la existencia de FernándeZ
se puso en contacto con él. Este tipo de clientes eran los mejores y parecía
que abundaban en Internet. Se lo comió la mar de a gusto, satisfecho por
realizar su trabajo, pero luego tuvo muchos problemas con la Ley. ¡La que se
armó porque se lo había comido! No fue a la cárcel de milagro.
Mientras que llegaba o no
llegaba un nuevo caso, Ramiro se dedicaba a hacer algunas chapucillas por ahí
de fontanero para sacarse algunas perrillas para ir tirando. Se anunciaba como
Fernández Zombtanero.
Un día sonó el teléfono:
-¿Diga?
-¿Fernández Zombtanero?-
preguntó una mujer.
-Sí, aquí es, dígame.
-Tengo un atasco
tremendo, mi cañería está obstruida y estoy desesperada, venga usted en seguida,
por favor.
Un rato después FernándeZ
se hallaba en la casa de la señora. Cuando le abrió la puerta, se encontró con
una cuarentona pintarrajeada, en bata y tacones, con las tetas de silicona, los
labios operados y el rostro sudoroso del Votox. Tenía cara de calentorra; se lo
miraba de arriba abajo con deseo.
-¡Uy, qué mala cara hace
usted!- le dijo a FernándeZ al ver el tono pálido de su cara.
-Es que estoy muerto,
señora, soy un zombi. Pero no se preocupe que no me la voy a comer; soy muy
profesional, ¿sabe?
-Ah- respiró más aliviada
la mujer, que de repente se había encogido en su bata de flores.
-¿Qué le ha ocurrido
exactamente, cuénteme?- le pidió de forma muy seria, que no se dijera que era
descuidado en lo suyo.
-¡Un atasco terrible! Ya
no sé qué hacer, lo he intentado todo pero no se desatasca mi cañería, le he
llamado a usted para que la desatasque.
FernándeZ fue a abrirle
las piernas, apartando la bata.
-Veamos cómo está la
cosa...
La señora le soltó un
sopapo que le giró la cara y le dejó la mano grabada.
-¿Pero qué hace?- le
preguntó ofendida.
-¿No me ha dicho que su
cañería está atascada? Inspeccionaba...- arguyó FernándeZ con una gran mano
hundida en su mejilla.
-¡Ésta no, aquella,
hombre!- le reprendió la mujer, señalándole el Wáter- ¡Allí!
Se le había caído la sortija de casada al
Wáter lleno de caca y tenía miedo de que al tirar la cadena el agua se la
llevara.
-Para eso le he llamado a
usted, que es el profesional, haga lo que sea, desmonte el Wáter si es
necesario para recuperar mi sortija. ¡Ay, qué disgusto se llevaría mi marido si
la perdiera? ¡Qué pensaría, con lo celoso que es!
FernándeZ inspeccionó con
detalle el tema. La sortija estaba bien metida y no habría manera de sacarla
sin mancharse. El asunto era feo; olía mal. Se quedó por unos instantes
estudiando qué hacer.
-¿Ha probado el Método
Catalán?- le preguntó a la señora.
-No, no lo conocía, ¿cuál
es?- dijo ella, intrigada.
-Deme una moneda de dos
euros- le pidió cortésmente.
La mujer se arregló la
bata y fue a por la moneda.
-¿Usted por la sortija no
se ensuciaría la mano, verdad?- le preguntó a la señora cuando se la entregó.
-Nooo- contestó ella
horrorizada.
FernándeZ echó la moneda
a la enorme caca que atascaba el Wáter.
-¿Pero a que por una
sortija y dos euros, sí?
-¡Y tanto!-. Entonces la
cogió.
-¿Ve? ¡Asunto arreglado!
-¡Oh, qué buen zombtanero
es usted, FernándeZ!- exclamó la cliente, muy contenta por el resultado.
Durante la operación la
mujer no había parado de observar al zombtanero, extrañada por tener a un zombi
en su casa. Sentía cierto morbo por saber.
-Y dígame, ¿cómo es eso
de ser zombi? ¿es bueno?- le preguntó al fin.
-¿Es que desea
convertirse en zombi?- dijo. Le había dado esa impresión por la cara que se
había dejado, que la hacía parecer una muñeca de goma. Claro, es que no había
dado con un buen entendido del tema como él; había mucho espabilado por ahí que
hacía imitaciones baratas.
-No, era por curiosidad.
FernándeZ se encogió de
hombros porque no podía suspirar.
-Hombre...tiene sus cosas
buenas. Como ya estoy muerto, pues entonces ya no tengo que morirme. Tampoco
tengo que comer ni beber y eso es una despreocupación. No crea usted que eso de
comerse a los vivos es fácil; ¡cómo se ponen algunos! El último que me comí por
poco se me indigesta, así que tampoco es para tanto.
La mujer escuchaba
asombradísima.
-Otra cosa buena es que
me pueden acuchillar y no sangro ni me duele- sacó un cuchillo de su caja de
herramientas y se lo tendió a la señora-: pruebe, pruebe, ya verá.
La señora le hundió con
miedo una vez el cuchillo, pero al ver que no reaccionaba se entusiasmó y
comenzó a clavárselo como una loca, haciéndole un desastre en el vientre.
-¡Increíble!- exclamaba
de lo más excitada.
-¿Ha visto? Lo malo de
ser zombi es que no pegas ojo.
-¿Ah, no?
-Ni ojo. Desde que nací
no he dormido ni un minuto y le confieso que estoy de los nervios, me subo por
las paredes. Tengo tanta ansiedad que al final acabo merendándome a alguien. Ya
quisiera yo soñar con los angelitos por una vez.
La señora abría los ojos
de la impresión.
-¡Uf, qué malo debe ser
eso!
El morbillo la tenía
totalmente embargada. No paraba de preguntarse que tal sería un zombi en la
cama.
-Dígame otra cosa: ¿es
cierto eso que dicen de que a los muertos el pito se les pone rígido?
-Como un palo- confesó
FernándeZ.
-¿Y usted cómo lo hace?
No se le nota en absoluto- le dijo tras una somera mirada a sus partes.
-Uy, yo me la ato con una
cuerda a la cintura. ¿Quiere verlo?
-¡Oh, eso sí que es un
buen desastacador!- estaba como loca.
Al final acabaron en la
cama. A mitad de faena llegó el marido.
-¡María, ya estoy en
casa!
-¡Mierda, mi marido!
¡Corre, vístete!
María, que ya tenía
experiencia en estos lances, se cubrió rápidamente con la bata. FernándeZ no
fue tan rápido y con la tensión del momento se olvido de atarse la cuerda de
forma que la verga se le quedó fuera de los pantalones de trabajo.
-¿Y tú quién coño eres?-
se sulfuró al ver a un fontanero en medio de su habitación, con aquello todo tieso.
-¡Es un zombie, me quería
comer!- se defendió la adúltera, embarazada.
-¿Es eso cierto?- el
marido, que era todo un bruto, le pegó un formidable tortazo al pobre
fernándeZ, con la mano abierta, en la mejilla sana, dejándosela a juego con la
otra- ¿Así que te querías comer a mi mujer, eh, desgraciado?
-Yo- intentó explicarse
FernándeZ, protegiéndose de los bofetones que le llovían-, venía a desatascarle
la cañería que estaba obstruida.
-¡A desatascarle la
cañería! ¡Ya te daré yo a ti desatascador!
El marido furioso agarró
uno de la caja de herramientas de FernándeZ y se lo metió en el trasero de un
golpe. Luego le pegó un puntapié con todas sus fuerzas que lo lanzó a la calle,
dando vueltas, con tan mala fortuna que la ventosa del desatascador se pegó a
una baldosa del patio y allí quedó, completamente empalado.
-Menos mal que estoy
muerto...
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