domingo, 14 de julio de 2013

Fernández Zombtanero, Javier Sermanz

  Ramiro Fernández era un mal nacido con todas las letras; y además un desgraciado. La mala suerte le perseguía desde el momento de su nacimiento. Ya en el parto la cosa se complicó, la criatura era más bien cabezona, como su abuela, y se negaba a salir. Podría decirse que lo parieron a sartenazos. Y para acabar de rematarlo, el medico le dio la palmada demasiado fuerte y lo dejó muerto en ese instante. 

  A pesar de ello sus padres se lo quisieron llevar a su casa y al cabo de unos días descubrieron que no estaba muerto del todo. El niño no comía, estaba algo frío y hacía muy mala cara, pero pensaron que ya se le pasaría, serían cosas de bebés; sus padres, que eran primerizos, habían escuchado a otros padres decir que algunos bebés lo pasaban muy mal los primeros meses de vida. 

  Lo que ocurría era que habían tenido un hijo zombi y no se habían enterado. Bueno, era una desgracia, pero así había venido, era designio del señor; Él lo había querido de esa manera y peor hubiera sido que hubiera estado completamente muerto. Por lo menos era un muerto viviente y podían tenerlo a su lado.

  Y así fue pasando el tiempo y le fueron cogiendo cariño pese a que hablaba poco y se mostraba muy agresivo con los niños de la guardería. “¡Hay que ver este niño la manía que tiene de morder a sus compañeros!” se decían las maestras, extrañadas ante el raro comportamiento de Ramiro, sin entender lo que ocurría. No era nada habitual tener un alumno zombi en clase.

  Cuando se hizo mayor quiso llevar una vida normal y tener un trabajo como todo el mundo, pero no daba pie con bola. Una vez trabajó de extra en una película de zombis pero lo echaron a la calle porque en un arrebato se comió de verdad a los actores y se organizó un gran lío. ¡A ver quién los sustituía ahora!

  Después quiso independizarse, formar su propio negocio. Montó una oficina para resolver y reparar todos problemas con los zombis y zombificados, cualquier cosa relacionada con los muertos vivientes, vamos, como una especie de fontanero de zombis. Él era todo un experto en la materia.

  Para su primer caso recibió el encargo de una madre cuyo hijo se había vuelto zombi por culpa de un programa de la MTV.

  FernándeZ se presentó en el domicilio del cliente.

  -Veamos cuál es el problema- le dijo-, ¿dice que su hijo se ha vuelto zombi por un programa de televisión?

  -Sí, el de Geordie Shore. No se aparta del televisor en todo el día, parece muerto.

  La mujer lo acompañó al salón donde su hijo miraba atentamente la pantalla de plasma, completamente abstraído en lo que veía.

  -Pues yo no veo nada anormal- repuso FernándeZ-, parece un chico corriente viendo la tele; muy atento, eso sí.

  -Espere que le muestre- le dijo la madre, caminando hacia el sofá.

  Cogió el mando a distancia y apagó la televisión.

  Entonces el hijo se levantó como en trance, con los brazos levantados y la mirada perdida, pero con la cara congestionada de rabia. Con pasos pesados se encaminó hacia la madre y la atacó con saña para recuperar el mando. Cuando lo tuvo en su poder volvió a encender la tele, se sentó y finalmente se calmó, volviendo a su estado letárgico.

  -¡Es verdad, es un zombi!- exclamó asombrado FernándeZ.

  -Ya se lo dije, ¿qué podemos hacer, señor Fernández?

  -El caso parece grave. ¿Desde cuándo acusa estos síntomas?

  -Ésta es la quinta temporada. Las dos primeras me extrañó que no se despegara de la pantalla; sin embargo, la cosa se agravó a partir de la cuarta. Entonces me di cuenta de que se había convertido en zombi- relató la madre, consternada.

  -Permítame realizar una prueba.

  Se acercó con precaución al chico y cambió de canal con gran riesgo para su vida. Automáticamente el chaval comenzó a gruñir, haciendo el amago de levantarse. FernándeZ puso de nuevo el programa de Geordie Shore.

  -¡Está completamente zombificado!

  -¿Pero tiene remedio, señor FernándeZ?- quiso saber la madre, preocupada por el futuro de su hijo.

  -Quizá aún lo hemos cogido a tiempo- se puso a rellenar un papel-: tome, vaya a la librería y compre este libro. Una lectura cada seis horas como tratamiento de choque y después una lectura tres veces al día durante las semanas posteriores. Si eso no resulta, tendremos que pensar en lo peor.

  Por desgracia la enfermedad estaba ya demasiado extendida y las sesiones intensivas de lectura no lograron curar al chico, quien al final tuvo que ser sacrificado por el bien de los suyos.

  También tuvo un caso en el que un cliente le pagó para que se lo comiera. Su más ardiente fantasía era ser devorado por un zombi y en cuanto se enteró de la existencia de FernándeZ se puso en contacto con él. Este tipo de clientes eran los mejores y parecía que abundaban en Internet. Se lo comió la mar de a gusto, satisfecho por realizar su trabajo, pero luego tuvo muchos problemas con la Ley. ¡La que se armó porque se lo había comido! No fue a la cárcel de milagro.

  Mientras que llegaba o no llegaba un nuevo caso, Ramiro se dedicaba a hacer algunas chapucillas por ahí de fontanero para sacarse algunas perrillas para ir tirando. Se anunciaba como Fernández Zombtanero.

  Un día sonó el teléfono:
 
  -¿Diga?

  -¿Fernández Zombtanero?- preguntó una mujer.

  -Sí, aquí es, dígame.

  -Tengo un atasco tremendo, mi cañería está obstruida y estoy desesperada, venga usted en seguida, por favor.

  Un rato después FernándeZ se hallaba en la casa de la señora. Cuando le abrió la puerta, se encontró con una cuarentona pintarrajeada, en bata y tacones, con las tetas de silicona, los labios operados y el rostro sudoroso del Votox. Tenía cara de calentorra; se lo miraba de arriba abajo con deseo.

  -¡Uy, qué mala cara hace usted!- le dijo a FernándeZ al ver el tono pálido de su cara.

  -Es que estoy muerto, señora, soy un zombi. Pero no se preocupe que no me la voy a comer; soy muy profesional, ¿sabe?

  -Ah- respiró más aliviada la mujer, que de repente se había encogido en su bata de flores.

  -¿Qué le ha ocurrido exactamente, cuénteme?- le pidió de forma muy seria, que no se dijera que era descuidado en lo suyo.

  -¡Un atasco terrible! Ya no sé qué hacer, lo he intentado todo pero no se desatasca mi cañería, le he llamado a usted para que la desatasque.

  FernándeZ fue a abrirle las piernas, apartando la bata.

  -Veamos cómo está la cosa...

  La señora le soltó un sopapo que le giró la cara y le dejó la mano grabada.

  -¿Pero qué hace?- le preguntó ofendida.

  -¿No me ha dicho que su cañería está atascada? Inspeccionaba...- arguyó FernándeZ con una gran mano hundida en su mejilla.

  -¡Ésta no, aquella, hombre!- le reprendió la mujer, señalándole el Wáter- ¡Allí!

   Se le había caído la sortija de casada al Wáter lleno de caca y tenía miedo de que al tirar la cadena el agua se la llevara.

  -Para eso le he llamado a usted, que es el profesional, haga lo que sea, desmonte el Wáter si es necesario para recuperar mi sortija. ¡Ay, qué disgusto se llevaría mi marido si la perdiera? ¡Qué pensaría, con lo celoso que es! 

  FernándeZ inspeccionó con detalle el tema. La sortija estaba bien metida y no habría manera de sacarla sin mancharse. El asunto era feo; olía mal. Se quedó por unos instantes estudiando qué hacer.

  -¿Ha probado el Método Catalán?- le preguntó a la señora.

  -No, no lo conocía, ¿cuál es?- dijo ella, intrigada.

  -Deme una moneda de dos euros- le pidió cortésmente.

  La mujer se arregló la bata y fue a por la moneda.

  -¿Usted por la sortija no se ensuciaría la mano, verdad?- le preguntó a la señora cuando se la entregó.

  -Nooo- contestó ella horrorizada.

  FernándeZ echó la moneda a la enorme caca que atascaba el Wáter.

  -¿Pero a que por una sortija y dos euros, sí?

  -¡Y tanto!-. Entonces la cogió.

  -¿Ve? ¡Asunto arreglado!

  -¡Oh, qué buen zombtanero es usted, FernándeZ!- exclamó la cliente, muy contenta por el resultado.

  Durante la operación la mujer no había parado de observar al zombtanero, extrañada por tener a un zombi en su casa. Sentía cierto morbo por saber.

  -Y dígame, ¿cómo es eso de ser zombi? ¿es bueno?- le preguntó al fin.

  -¿Es que desea convertirse en zombi?- dijo. Le había dado esa impresión por la cara que se había dejado, que la hacía parecer una muñeca de goma. Claro, es que no había dado con un buen entendido del tema como él; había mucho espabilado por ahí que hacía imitaciones baratas.
 
  -No, era por curiosidad.

  FernándeZ se encogió de hombros porque no podía suspirar.

  -Hombre...tiene sus cosas buenas. Como ya estoy muerto, pues entonces ya no tengo que morirme. Tampoco tengo que comer ni beber y eso es una despreocupación. No crea usted que eso de comerse a los vivos es fácil; ¡cómo se ponen algunos! El último que me comí por poco se me indigesta, así que tampoco es para tanto.

  La mujer escuchaba asombradísima.

  -Otra cosa buena es que me pueden acuchillar y no sangro ni me duele- sacó un cuchillo de su caja de herramientas y se lo tendió a la señora-: pruebe, pruebe, ya verá.

  La señora le hundió con miedo una vez el cuchillo, pero al ver que no reaccionaba se entusiasmó y comenzó a clavárselo como una loca, haciéndole un desastre en el vientre.

  -¡Increíble!- exclamaba de lo más excitada.

  -¿Ha visto? Lo malo de ser zombi es que no pegas ojo.

  -¿Ah, no?

  -Ni ojo. Desde que nací no he dormido ni un minuto y le confieso que estoy de los nervios, me subo por las paredes. Tengo tanta ansiedad que al final acabo merendándome a alguien. Ya quisiera yo soñar con los angelitos por una vez.

  La señora abría los ojos de la impresión.

  -¡Uf, qué malo debe ser eso! 

  El morbillo la tenía totalmente embargada. No paraba de preguntarse que tal sería un zombi en la cama.

  -Dígame otra cosa: ¿es cierto eso que dicen de que a los muertos el pito se les pone rígido?

  -Como un palo- confesó FernándeZ.

  -¿Y usted cómo lo hace? No se le nota en absoluto- le dijo tras una somera mirada a sus partes.

  -Uy, yo me la ato con una cuerda a la cintura. ¿Quiere verlo?

  -¡Oh, eso sí que es un buen desastacador!- estaba como loca.

  Al final acabaron en la cama. A mitad de faena llegó el marido.
 
  -¡María, ya estoy en casa!

  -¡Mierda, mi marido! ¡Corre, vístete!

  María, que ya tenía experiencia en estos lances, se cubrió rápidamente con la bata. FernándeZ no fue tan rápido y con la tensión del momento se olvido de atarse la cuerda de forma que la verga se le quedó fuera de los pantalones de trabajo.

  -¿Y tú quién coño eres?- se sulfuró al ver a un fontanero en medio de su habitación, con aquello todo tieso.

  -¡Es un zombie, me quería comer!- se defendió la adúltera, embarazada.

  -¿Es eso cierto?- el marido, que era todo un bruto, le pegó un formidable tortazo al pobre fernándeZ, con la mano abierta, en la mejilla sana, dejándosela a juego con la otra- ¿Así que te querías comer a mi mujer, eh, desgraciado?

  -Yo- intentó explicarse FernándeZ, protegiéndose de los bofetones que le llovían-, venía a desatascarle la cañería que estaba obstruida.

  -¡A desatascarle la cañería! ¡Ya te daré yo a ti desatascador!

  El marido furioso agarró uno de la caja de herramientas de FernándeZ y se lo metió en el trasero de un golpe. Luego le pegó un puntapié con todas sus fuerzas que lo lanzó a la calle, dando vueltas, con tan mala fortuna que la ventosa del desatascador se pegó a una baldosa del patio y allí quedó, completamente empalado.

  -Menos mal que estoy muerto...

 

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