viernes, 19 de julio de 2013

Leviatán, Pedro Berenguel Nieto
Ilustración. Pedro Berenguel Nieto
Imaginad un planeta habitable.
Suficientemente cerca de su estrella para deshacerse de la típica costra de hielo eterna, aunque lo suficientemente lejos para no acabar convertido en un wok intergaláctico. ¿Lo tenéis?
¿Qué más falta?
Está claro que, para ser un planeta habitable como Dios manda, hay que rellenar la cosa un poquito. Un buen  planeta habitable tiene que tener su atmósfera rica en oxígeno; algo de nitrógeno; una pizca de argón. Luego hay que remover durante ½ eón y dejar reposar unos cuantos milenios y, finalmente, sazonar con un poco de tierra firme y sus correspondientes océanos.
¡TACHÁN! ¡Rico, rico y al dente!
Ahora imaginad que, en mitad de uno de esos mares, flotando como un picatoste geológico, encontramos una isla. La verdad... confieso que no recuerdo cómo se llamaba el planeta. Pero lo que jamás olvidaré es el nombre de aquel lugar. Oculto en mitad del océano, entre brumas tenebrosas estaba: La Isla Perdida...
Claro que, bien mirado, muy perdida no estaría si yo la pude encontrar. Así que ahora vamos a tener que llamarla Isla Encontrada, Isla Descubierta o mejor aún: Isla Ex-perdida.
Sí.
Eso es.
Isla Ex.
Ex era una isla bastante pequeña (si hablamos en términos australianos, claro) pero suficientemente grande para albergar lo menos a cuatro tribus muy distintas.
Por un lado estaban los gigantes conocidos como Darmoch.
Eran los típicos grandullones, fuertes y con mala leche. No eran nativos originales de la isla.
Fueron expulsados de los continentes tras su famosa derrota en la batalla legendaria de los Siete Soles. ¿Os suena, verdad?... ¿Cómo? ¿QUÉ NO OS SUENA LA BATALLA LEGENDARIA DE LOS SIETE SOLES? Aquella fue una buena batalla, si señor. Digna de grandes relatos, sin duda… pero ya os la contaré otro día, ¿vale?
Como iba diciendo… Cuando los Darmoch llegaron a las costas de Ex, empujados por las caprichosas corrientes marinas, hallaron una tierra devastada por la guerra. Sí, sí. Efectivamente. La isla Perdida (ahora llamada Ex) ya estaba habitada por dos razas que no se podían ver ni en pintura.
Son cosas que pasan.
En cuanto te descuidas un minuto, una isla remota, que no conoce ni tu tía, se te llena de dinosaurios, monstruos y turistas. Para cuando llegaron los Darmoch, exhaustos y abatidos, en la parte occidental ya vivían los Alantir, hijos de las hadas. Magos poderosos y sabios de cuerpos menudos y orejas sospechosamente puntiagudas. Vivían en bosques fantásticos y castillos de ensueño. Muy inteligentes, pero un poco prepotentes, no sé si me explico, sobre todo teniendo en cuenta que no tienen ni media hostia.
Por su parte, en la zona oriental, moraban los Feredon. Los temibles hombres-bestia. Guerreros orgullosos, fieros y temerarios, que vivían según un estricto (y absurdo) código de honor. Erigían sus ciudades cerca de las montañas, aprovechando cuevas y formaciones rocosas naturales. Su carácter irascible quedaba compensado por su afición a la bebida. Acostumbraban a pasarse la mitad del tiempo sacudiéndose las pulgas o bebiendo licor de cereales.
Todo se complicó cuando, como ya he dicho, llegaron los Darmoch, los gigantes que descendían de los Titanes. Naufragaron cerca de la costa occidental, en las orillas de los acantilados Sin Nombre (es que no tengo ganas de inventarme uno…). En plena zona élfica. Los Alantir eran unos enclenques pero poseían una magia tan poderosa que no les costó mucho capturar a los gigantes. Una vez sometidos los usaron como tropa de asalto para machacar a los hombres-bestia.
Entonces los hombres-bestia prometieron liberar a los Darmoch si éstos traicionaban a los hijos de las hadas. La idea era buena. Sin embargo los gigantes Darmoch, mostrando gran astucia e ingenio, traicionaron a todo el mundo y se hicieron con el poder. En secreto, habían aprendido algo de la poderosa magia Alantir. Se unieron a los Feredon para librarse del cautiverio y luego usaron la magia para librase también de los Feredon. ¿A qué mola?
A continuación obligaron a las otras dos razas (los debiluchos Alantir y los salvajes Feredon) a servirles como vasallos. De todos modos los enormes exiliados tenían otros objetivos. Soñaban con su vida anterior en los continentes. Querían abandonar la isla para reclamar sus tierras. Y cuando ya lo tenían todo listo para marcharse…
Aparecieron los Dyrian y se jodió la marrana.
Literalmente.
Nadie supo jamás de donde vinieron. Ni tan siquiera ellos mismos supieron dar una razón o, en todo caso, no quisieron darla. Simplemente un día no estaban y ¡bluf! Al día siguiente allí los tenías. Así es la magia. A la magia le importan un pimiento las leyes de Newton, la física cuántica o la aceleración de masas.
La magia sucede. Y punto. Y si no vas a J. K. Rowling y que te lo cuente.
Bueno.
A lo que íbamos.
Los Dyrian se extendieron como el fuego en un granero: rápidamente y en todas direcciones. Nunca quedó clara su naturaleza exacta, aunque juzgando por su aspecto parecido a demonios, nada bueno podía esperarse. Había muchas clases de Dyrian: pequeños, enormes, alados, cornudos, listos, torpes, banqueros, con forma de gusano, de arbusto, de seta, de adoquín...etc. La mayoría eran inquietantes, cuando no terroríficos. Incluso los había hermosos. En realidad solo tenían una cosa en común: no eran de fiar.
Si no hubieran aparecido para tocar las narices, las tres tribus jamás se hubieran unido para formar la Alianza de los Tres Reyes. Es una suerte que los Dyrian fueran caníbales, hostiles y caóticos. De otro modo habrían arrasado la isla hace siglos, pero pasaban la mayor parte del tiempo devorándose entre ellos mismos o jugando al parchís (lo de “me como uno y cuento veinte” se lo tomaban muy en serio).
Por eso Elnath estaba tan preocupado.
El día había comenzado muy bien, eso nadie lo iba a discutir. Un día soleado en una de las muchas aldeas que estaban bajo la protección de los gigantes exiliados. Como joven aprendiz de hechicero, Elnath no tenía que madrugar. Los Alantir habían dejado hace tiempo de intentar sublevarse contra los descomunales Darmoch. Estudiaban la magia, sí, pero de forma teórica. Lanzar cualquier tipo de conjuro sin el consentimiento expreso de un Vigilante podía conllevar serios problemas. Por eso los magos no madrugaban, ¿para qué? total, tampoco se esperaba que hicieran nada con la magia, salvo enseñársela a los hijos menores de sus amos.
Estaba desayunando tan tranquilo su vasito de leche con galletas, cuando reparó en una nota sobre la mesa. La nota era muy clara: “Dale de comer a Levi. Volveré al atardecer. Que tengas un buen día. Li enu (te quiero). Paina.”
En todos los planetas hay gente buena para todo. Elnath era del tipo “bueno para nada”. Leyó la nota varias veces mientras desayunaba, moviendo sus orejas picudas con desagrado. No necesitaba ver la firma de Paina para saber que la carta era de su hermana mayor. Era una loca de la naturaleza. Le encantaba traerse a casa toda clase de bichos, sin importarle lo grandes o venenosos que pudieran ser.
Hoy la misión de Elnath era dar de comer a Levi.
De momento el día iba bien ¿no os parece? Soso, pero bien. Lo soso tiene su gusto, no os creáis que no. Aunque al joven aprendiz le faltaba salero. Con parsimonia tectónica fue hasta la jaula de Levi. Por cierto Levi era un ghámster. O sea, un cruce entre gallo y hámster. Padecía anemia crónica y estaba raquítico. Cuando Levi sintió venir al muchacho, hizo todo lo posible por parecer activo.
- ¡Leviatán! – Llamó el chaval sin derrochar entusiasmo, ni mucho menos - ¡Tú comida!
Las pipas de girasol con ginseng, jalea real y germen de trigo no parecían ejercer ningún efecto sobre el metabolismo de Leviatán. Estaba tan flaco que pronto iba a convertirse en el primer ghámster invisible de la historia.
- Leviatán – dijo Elnath, paternal – No hace falta que te canses. Primero come y luego juega ¿sí?
Los roedores, normalmente, no suelen hablar. A lo mejor es que no tienen nada que decir. La respuesta de Levi consistió en hacer ejercicio dentro de su noria particular. Pero la noria tenía sus propios planes, tal vez, pues no se movió ni un átomo. Elnath, compadeciendo al pollo roedor, pulsó un botón que había junto a la jaula. La noria empezó a girar. Levi entró y se puso a corretear como un poseso. La idea de crear una noria gimnástica para roedores escuálidos fue de Paina. La hermana de Elnath era una chica con inventiva. Creaba cosas sin parar. A veces incluso cosas útiles, como aquel mecanismo motorizado de la noria. Otras se le iba un poco la cabeza. Montaba puertas anti-chirridos sin goznes; fabricaba cepillos anti-desgaste sin cerdas; caramelos anti-caries infinitos (de mármol) con sabor a fresa y cosas por el estilo… pero ya os la contaré otro día ¿vale?
El caso es que, cuando ya llevaba un ratillo dale que te pego a la noria, Leviatán dio un respingo, puso los ojos en blanco, y cayó aparatosamente sobre las pipas de girasol. Elnath no le dio importancia al principio. Hay que tener en cuenta que sus conocimientos sobre vida animal eran impresionantes. De hecho a todo el mundo le impresionaba que alguien pudiera ser tan ignorante como él. Tras media hora de impertérrita observación decidió que aquello no era normal.
- Leviatán... ¿estás bien?
El silencio revestido por la ausencia absoluta de movimiento en el ghámster resultó ser tan elocuente como un ladrillazo. Elnath comenzó a sentir en la boca del estómago una desagradable sensación angustiosa. Levi era la mascota de su hermana mayor. Si le pasaba algo a Levi ella no se lo iba a perdonar jamás. Pensando en ello, casi prefería que un Vigilante lo transmutara en sapo durante un par de horas, antes que enfrentarse al llanto y la furia de Paina. Así pues, tras dudar un buen rato, tomó al roedor por la cola, sacándolo fuera de la jaula con toda la delicadeza que pudo. Todavía lo sostuvo en su mano largo rato sin saber que hacer. Al final optó por llevar al pequeño enfermo al veterinario.
¿Os acordáis de los Dyrian? ¿Los demonios que aparecieron de repente para tocar las narices? Pues el veterinario del pueblo era un Dyrian. Se hacía llamar Osul’ Ivan y, contra todo pronóstico, era vegetariano, abstemio, sonámbulo y estaba bastante cuerdo. Tenía buena mano para sanar criaturas, y los gigantes le habían otorgado asilo en sus tierras, quizás para tenerlo controlado. ¿Quién sabe? Afortunadamente la casa del doctor estaba a solo dos manzanas de allí.
Elnath salió a la calle en dirección a la consulta. Apenas se hubo comido las dos manzanas llegó a su destino y llamó haciendo sonar la campanilla que había fuera, a modo de timbre.
- ¿Sí? – habló, imponente, Osul’ Ivan al abrir la puerta.
- Hola doctor. Verá. Mmm… es urgente, Leviatán no se encuentra bien y...
- ¿Leviatán? – inquirió con sequedad el doctor -. ¿A quién se está usted refiriendo?
Elnath alzó al ghámster y lo sostuvo por la cola ante los impasibles ojos del doctor.
- ¿Este es Leviatán? – señaló Osul’ Ivan con la mirada. Era una mirada tan aguda que seguro que le sacaba punta por las noches. El joven asintió. Se fijó en el anciano demonio. Era feo de narices, eso seguro. Tenía la piel rojiza, los ojos hundidos en sus cuencas y dos cuernecillos torcidos en la frente. Al escrutar la pequeña mascota, esbozó una sonrisa. Bueno en realidad no se podía decir que fuera una sonrisa en toda regla. El doctor era tan simpático como un cáctus, (puede que más) y sonreía como si hubiera aprendido a curvar los labios por correspondencia. Pronto el aprendiz de hechicero comenzó a sentirse incómodo allí, de pie, en aquel lugar, sosteniendo a Levi por la cola frente a aquel ser infernal.
- ¿No va a oscultarlo para ver que le ocurre? – Inquirió Elnath, bastante esperanzado.
Osul’ Ivan tomó el ghámster para examinarlo de cerca. El doctor tenía unas manos grandes y arrugadas. Más bien parecían garras. Posado en la palma de su mano el cuerpecillo del roedor parecía un polvorón de coco caducado. Osul’ Ivan giró sobre sus talones y, con la mano extendida, se adentró en la vivienda. No esperó a ver si el joven le seguía. Elnath decidió acompañar al extraño veterinario. Al poco llegaron a una habitación aséptica y aburrida que apestaba a limpio. Osul’ Ivan tendió a Levi en una camilla y estuvo por lo menos cuatro minutos auscultándolo con atención.
- Está muerto – sentenció.
- ¿Y eso es muy grave? – sollozó Elnath, cuya confusión iba en aumento.
- No mucho – aseguró el demonio -. Se me ocurren  cosas peores.
El doctor rió como si hubiera contado un chiste solo apto para médicos. El viejo tenía una risa que, sin duda, serviría perfectamente para muchas cosas menos para reírse. Era una risa que evocaba mordazas, agujas y objetos afilados.
- ¿Puede hacer algo por él? – suplicó el joven. No estaba del todo en sus cabales. Sabía que necesitaba un milagro para salvar a Levi.
- Puedo intentar resucitarlo – explicó el doctor, deteniendo súbitamente su risa -. Pero me llevará tiempo.
- Bueno... no tengo mucha prisa.
- Además, no puedo asegurarte que sea el mismo de antes cuando le devuelva su espíritu.
- No creo que nadie lo note – aseguró Elnath. En cambio su voz traicionaba sus pensamientos. “Seguro que Paina lo nota” pensó. “A ella se le da bien notarlo todo. Debe ser por aquello del sexo sentido ese que tienen las elfas, o algo”
- Bien. Usted será mi ayudante.
- ¿Quién…? ¿YO?
- Sin duda. Su hermana es clienta habitual. Mencionó que usted posee ciertas nociones mágicas…
- Así que sabe quién soy… vale. Pero ya sabe que está prohibidísimo hacer magia en el poblado, ¿verdad? ¿Por qué no le ayuda otro? ¿Es qué no tiene a nadie?
- Tenía un ayudante – afirmó el veterinario nigromante -. Pero falleció. Enfermó, y tuvieron que operarle urgentemente. Allí mismo murió, en la mesa de operaciones. Un trágico accidente, si usted me permite que lo diga –aseguró mientras agarraba a Levi y se marchaba hacia otra estancia -. Fue una intervención muuuuuy delicada.
- ¿Una intervención? ¿Qué pasó? – Elnath lo preguntó mientras acompañaba al doctor. El viejo andaba con grandes zancadas en dirección a la sala más recóndita de su consulta. Se arrepintió en cuánto abrió la boca. Pero ya era tarde. A sus orejas picudas les llegó la respuesta.
- Pues le cortaron los [CENSURADO] y se los metieron a otro por el [CENSURADO], sin darse cuenta.
- ¡La leche! – Elnath no podía mantener la boca cerrada. Le comían los nervios. Se encontró a sí mismo interrogando nuevamente al doctor -. ¿Y cómo pueden cortarle los [CENSURADO] a alguien y metérselos por el [CENSURADO] a otro… accidentalmente?
- Buena observación – apuntó el viejo -. Simplemente se equivocaron de persona. Ya sabe. Estaba oscuro y todos los elfos se parecen… orejas picudas, guapitos, mirada soñadora…
- ¿Un quirófano lleno de gente… y a oscuras?
- Ejem… sí, sí, sí. Es por seguridad. La luz puede transmitir…mmm ¡enfermedades! Eso. Muy mala la luz. Luz = caca.
- ¡Pero eso es terrible! ¿Y no pudo usted resucitarlo más tarde empleando sus dotes nigrománticas?
- Sería inútil.
- ¿Por…?
- ¿Usted querría resucitar si le hubieran cortado los [CENSURADO] y se los hubieran metido a otro por el [CENSURADO]?
- Hombre… visto así…
- Pero no se preocupe – añadió, percibiendo la desconfianza en la voz del joven -. Hice las prácticas necesarias. He leído el grimorio sagrado de Mirialaif lo menos veinte veces.
Antes de que el joven pudiera replicar, se detuvieron frente una puerta de madera rojiza, un tanto maltrecha.
- Es aquí – dijo Osul’ Ivan -.
Entraron en una habitación de aspecto luctuoso. Al pasar, Elnath pudo leer un letrero junto a la entrada que decía: “Sala de Reanimación Post-mortem. No rezar. Gracias”.
- Es aquí – repitió el demonio, preso de sus propias ensoñaciones -. Aquí mismo resucité a mi primer mamífero. ¡Ah! ¡Cuántos recuerdos! Es peligroso resucitar a alguien… sí… ¿ha oído hablar de la plaga inmortal de Bel-Bel?
- ¿Me lo pregunta a mi?
- ¡Pues claro! – exclamó Osul’ Ivan mientras depositaba el cuerpo del roedor sobre una extraña mesa redonda de piedra, con marcas misteriosas por toda la superficie.
- ¿Se refiere a las moscas esas que no hay manera de matar? –aventuró.
- Las mismas.
- ¿Y qué tiene eso que ver con todo esto?
- Bueno… - comenzó Osul’ Ivan mientras se vestía con una túnica ceremonial de vivos colores y disponía inciensos varios y velas, entorno a la mesa -. Es por eso que tuve que abandonar las tierras Dyrian. A veces, cuando resucitas algo, si no vas con cuidado, puede ser que lo resucites demasiado… que resulte un poquillo más difícil devolverlo a la tumba…
- ¿Más vivos que los vivos?
- ¡Exacto! Nosotros, los del gremio, los llamamos “Supervivientes”.
- Si está intentando asustarme, olvídelo. Ya vengo asustado de fábrica.
- Perfecto. Tenga – dijo, sin hacerle mucho caso, mientras le tendía una túnica casi idéntica a la suya -. Póngase esto y haga todo lo que yo le diga.
Elnath fue encendiendo las velas una a una, en sentido de las agujas del reloj, siguiendo las instrucciones del viejo. Osul’ Ivan se encargó de cerrar puertas y ventanas.
El veterinario canturreaba algo siniestro, una especie de salmo tenebroso. Mediante gestos le indicó al aprendiz que repitiera la salmodia y que extendiera el brazo sobre el cuerpo del roedor. Así lo hizo. Extendió el brazo. Cantó poniendo voz grave.
Antes que tuviera tiempo de reaccionar, Osul’ Ivan empuñó un cuchillo ceremonial, aferró el brazo que tenía extendido el aprendiz y le practicó un corte en la muñeca. Elnath chilló, pero el nigromante soltó la daga y le tapó la boca, sin dejar de cantar. La sangre goteó encima de Levi, chisporroteando. Elnath tuvo que hacer acopio de todo su valor para no ponerse histérico. Cuando el nigromante estuvo seguro que el chaval no iba a estropearlo todo, aflojó la presa.
El joven volvió a canturrear, a regañadientes. Escondió el brazo herido entre los pliegues de la túnica sin quitarle ojo al veterinario. Ahora no era el momento de dudar. La vida del ghámster estaba en juego.
El rito prosiguió.
Lo siguiente consistía en caminar dando vueltas en sentido opuesto a las agujas del reloj, apagando las velas una a una tras realizar una vuelta completa alrededor de la mesa. Eran trece cirios, con lo cual se necesitaban trece vueltas. Cada vez que apagaba una vela, su llama volaba hasta adentrarse en el pecho del ghámster. Lejos de quedar a oscuras, la sala fue iluminándose. La claridad provenía del paciente. Iba acompañada de murmullos onerosos. Cuando apenas faltaban cinco llamas por sofocar, Elnath escuchó claramente como los salmos, que antes canturrearan Osul’ Ivan y él, llenaban ahora la estancia con su propia voz espectral, surgida de lo más profundo del abismo.
- Algo no va bien – aventuró el joven elfo. Elnath advirtió que, pese a haber dejado de corear, los cánticos continuaban solos. Miró a Levi, que refulgía y aumentaba de tamaño a cada instante, sin saber que hacer a continuación -. Esto me da mala espina, doctor… ¿Doctor…?
¿A que no sabéis qué? Imaginaos… “Doc” no estaba allí.
Un ruido sordo alertó al chaval. Giró a tiempo de ver como Osul’ saltaba a través de una ventana, con una sonrisa maliciosa en los labios y un destello travieso en la mirada. Elnath intentó llegar a la ventana. Pero se apagaron dos velas más. La habitación retumbó. Estalló un torbellino mágico que le aspiró con fuerza, haciéndole tropezar y caer de bruces.
El golpe le dejó aturdido. No sabía qué pasaba.
Quedaba una llama encendida. El torbellino atrapó todo cuanto había en la estancia salvo las velas y el incienso. El grimorio de Mirialaif voló del atril, arrastrado por el vórtice invisible, hasta sus pies. Levi continuaba creciendo. Ya ocupaba todo el centro de la mesa, y desprendía cantidades ingentes de luz. En estos casos el destino (que tiene costumbres dramáticas muy arraigadas) siempre deja el libro abierto justo por la página adecuada.
Y así fue.
Elnath pudo leer el nombre del conjuro, justo antes de consumirse el último resplandor.
- Bestia Abisal del Noveno Infierno – leyó a duras penas, aterrorizado y con los ojos llenos de lágrimas-. Conjuro de Destrucción Masiva de Nivel Diez. No se Admiten Devoluciones.
Y se extinguió la última lengua de fuego.
Todo quedó engullido por el silencio y la oscuridad, rota tan solo por la tenue luz que penetraba a través de la ventana abierta. El fulgor, que antes emanara del ghámster, se desvaneció. Los salmos enmudecieron, acallando el remolino de viento. Se formó un silencio profundo. Espeso. Un silencio acojonante, de esos que puedes probar con cucharilla. Era un silencio que lo decía todo. Un silencio de dos metros y 180kg. Un  silencio que respiraba.
- Le...Levi... – tartamudeó el joven -. ¿Eres… eres tú?
Fue lo último que pudo decir antes que unas fauces tremendas se cerraran en torno a su cabeza. El pico de Levi era ahora una boca gigante plagada de colmillos. Su cuerpo continuaba creciendo en la semioscuridad.
Temblaron las paredes.
El techo.
Todo.
La consulta del nigromante no podía contener aquel monstruo que mutaba y crecía sin cesar. Toda la estructura cedió. El ghámster escupió los restos de su antiguo dueño. Sacudió su cabeza deforme, ahora irreconocible, repleta de ojos, pinchos y cuernos. No recordaba casi nada. Sólo que odiaba las pipas de girasol con ginseng, jalea real y germen de trigo, y que le apetecía mucho correr. Tomó impulso y se abalanzó sobre el poblado como una avalancha de carne peluda.
Aquel día comenzó una época de terror que asoló toda la zona occidental de Ex. Los Tres Reyes tuvieron que unir fuerzas más que nunca contra esta amenaza. Hubo traiciones, rebeliones ¡de todo! Fue la época del Leviatán, el monstruo venido del averno para devorar el mundo…
... pero ya os la contaré otro día ¿vale?

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