Ilustración: Kike Alapont
Habían
pasado dos semanas desde el último ataque. Por suerte, le habían cedido una
parte del laboratorio y James podría trabajar junto al cuerpo de su hija. Había
puesto una mesa con un ordenador junto a su cámara y, cada vez que ladeaba la cabeza,
era capaz de ver su hermoso rostro dormido. No tardó en hacer amigos allí, la
gente se asombraba de lo que era capaz de hacer aquel hombre, y aquello les
ablandaba a todos el corazón, incluso al jefe de laboratorio, un hombre arisco
con fama de pocos amigos.
James se
pasaba más de quince horas allí trabajando, muchos días no se acercaba ni a
casa, pero por suerte no afectaba a su matrimonio, pues Mei era consciente de
que era un sacrificio para salvar a su primogénita.
Una mañana,
después de haber ido a casa, James entró en el complejo fuertemente protegido y
construido en las entrañas de una montaña rocosa. En cuanto puso un pie dentro
se dio cuenta de que el aire estaba enrarecido, la gente susurraba y los
rostros no mostraban apatía, nadie saludaba como de costumbre y algunas caras
estaban más pálidas de como debía de tenerla un humano corriente y medianamente
sano.
Pasó todas
las puertas de seguridad hasta llegar a la zona del “Proyecto Venus”, una vez dentro, se
propuso descubrir qué diablos pasaba, pues en un primer minuto su paranoia le
hizo creer que algo le había ocurrido a Shana.
—Marcus
—llamó a un chico joven de pelo castaño con el que mantenía interesantes
conversaciones—. ¿Qué ocurre?
—¿No te has
enterado? —negó meneando con suavidad la cabeza— Todas las agencias espaciales
del planeta han detectado algo.
—¿Un
asteroide? —preguntó asombrado.
—No, algo
mucho más grande.
—Deja de
jugar y dime qué pasa —se acercó como cada día hasta Shana y puso la mano sobre
el cristal, era un ritual de saludo.
—Señales
James, señales inteligentes —el hombre le miró enarcando una ceja y se preguntó
si era el día de los santos inocentes—. ¡Naves! —gritó emocionado.
Ante la
incredulidad de su compañero, Marcus le pidió que le acompañara hasta la zona
de al lado, que se dedicaba al estudio espacial. Al contrario que la gente que
se había encontrado, allí el aire era más festivo, todos sonreían y comentaban
el gran paso que aquello significaba, era la prueba definitiva de que no eran
los únicos seres con inteligencia del universo.
James vio
las pantallas, las señales parpadeaban y no le gustó. No había una señal, había
tantas que le resultaba difícil contarlas. Aquella no era su especialidad, pero
se dio cuenta al instante de que no era algo bueno ni positivo.
—¿A qué
viene esa cara? —preguntó Marcus dándole un golpecito en el hombro.
—No creo
que sea una visita amistosa…
—¡Vamos!
—otro hombre se unió a ellos— Es un gran descubrimiento, ¿sabes lo que
podríamos adelantar? ¡Tienen naves! —alzó ambas manos por encima de su cabeza.
—No niego
que sea un descubrimiento, ¿pero crees que para decir “Hola” necesitan un ejército? —ironizó frunciendo el ceño.
Como si les
hubieran tirado un jarro de agua fría, todas las personas de la sala se
quedaron en silencio. Parecía que no se habían percatado del elevado número de
señales rojas y parpadeantes que tenían frente a sus narices, la emoción había
sido tal, que nadie se paró un segundo a pensar en la verdad de todo aquello.
Al menos ellos, porque las caras que había visto fuera sí parecían de
preocupación.
—Necesito
tu ayuda Marcus —le agarró con fuerza del brazo y le arrastró hasta su
laboratorio.
—¿Qué te
pasa? Nos has chafado la alegría.
—Mira
Marcus —comenzó—, si se parecen en una mínima parte a nosotros, todas esas
señales, naves o lo que mierda sean, no vienen a saludar —vio como el joven
científico cambiaba de color como un camaleón—. Tengo que hacer algo, y tú me
vas a ayudar.
Antes de
decir nada, le hizo jurar que no diría ni una sola palabra. Entonces, comenzó a
preparar todo. James lo tenía claro, aunque habría preferido equivocarse,
estaba seguro de que les iban a atacar. No dejaría que el indefenso cuerpo de
Shana soportase aquello, así que ideó un plan rápido y eficaz: llevarían la
cámara de su hija al sótano, la esconderían y conectarían una red de
electricidad capaz de soportar tiempo suficiente.
Esperaron
hasta la noche, cuando la mayoría se había ido o estaban durmiendo.
Marcus no
estaba de acuerdo con James, pero como bien decía, el protocolo no mencionaba
nada con respecto a prohibir mover las cámaras de criogenizado de un lugar a
otro. También le ayudó durante los próximos dos días a preparar un
abastecimiento titánico de energía, incluso se sorprendieron de su logro, por
desgracia no podrían presumir de él.
Tres
semanas después de recibir las señales, los ánimos ya eran pesimistas. Todos
los países habían intentado contactar con los visitantes sin éxito, pero
ninguna clase de respuesta habían recibido. Los ejércitos se movilizaron y
pronto, no pudieron esconder los hechos. Algunas naves estaban tan cerca de la
superficie que cualquiera que saliera a la calle podría ver la espectacular
mole en el cielo.
Los civiles
se lo tomaron de todas las maneras habidas y por haber, algunos se juntaban en
ciertas zonas, emocionados ante lo que se avecinaba. Esperaban impacientes con
pancartas de bienvenida y paz. Otros se habían llevado a sus familias a los
lugares más recónditos, esperando que cuando volviesen, todo se hubiera
acabado.
—¿Las
ordenes siguen siendo las mismas? —preguntó un hombre.
—Sí, el
consejo ha ratificado la orden original tras meditarlo profundamente. Destruir
a los Terrestres.
La mujer de
piel violeta miraba en la amplia pantalla que tenía frente a ella y en la que
se veía el planeta que rodeaban con su ejército. Le pareció terriblemente
hermoso aquel color puro y azul, y sintió pena por lo que debían hacer, pero el
consejo decidía, y nadie podía cuestionar su modo de actuar.
No estaba
de acuerdo en la destrucción, ella creía que con diálogo podrían cambiar las
cosas, pero cuando encontraban una raza catalogada como potencialmente
peligrosa y de nivel 1, no había
muchas opciones. También era cierto que no era una situación corriente, en la
historia desde la unión de las galáxias y la creación del consejo supremo, solo
se habían llevado a cabo tres extinciones, y aquella sería la cuarta.
No le
pesaba demasiado, pues se había llevado un exhaustivo control sobre aquella
raza a la que llamaban Terrestres durante décadas. Una raza joven, en
apenas dos mil años habían logrado mucho. Aquello no era malo en absoluto, el
problema era su manera de actuar. Eran conquistadores por naturaleza, y el
consejo ya tenía suficientes guerras y problemas como para sumar otro. Tenían
la certeza de que si aquella raza se hacía con tecnología superior, causaría el
caos y aumentaría los confictos que ya tenían entre manos.
—Que todas
las naves y soldados se preparen.
—Sí,
señora.
El hombre
pulsó un botón y comenzó a dar órdenes a otras naves. El ataque estaba
coordinado, primero aéreo y después mandarían a las unidades de tierra a
terminar el trabajo. Los supervivientes no serían un problema, pues las armas
levantarían una capa de polvo tan espesa que la atmósfera cambiaría durante los
próximos doscientos años, lo cual acabaría por matar a quien quedase. El
resultado final: Una extinción total.
James ya
había preparado todo, y días antes del ataque, cuando las naves ya se veían en
los cielos, se fue a casa. Le contó a Mei lo que había hecho, tal vez no
sirviese para nada, pero había sido capaz de darle una pequeña oportunidad a su
hija, y aquello le quitó un peso de encima, supo entonces que no moriría
preocupado. Aunque no conocía el futuro, sintió en lo más profundo del alma que
ella estaría bien.
Las
transmisiones solo llegaban por radio, las televisiones no funcionaban. Las
noticias eran terribles, enormes armas parecidas a misiles, habían caído desde
las naves con una potencia superior a varias bombas atómicas. Aquello sucedió
durante días, hasta que las transmisiones se volvieron difíciles de sintonizar.
James supo que era porque quedaba poca gente dispuesta a gastar su tiempo de
vida en dar las noticias, o porque simplemente ya no quedaba nadie para darlas
ni escucharlas.
La tierra
estaba devastada. Un terrible ser metálico llegó a casa de James y Mei para
acabar con sus vidas sin sufrimiento. Murieron abrazados y deseando que Shana
despertase en un nuevo y mejor mundo.
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