Ilustración: Carlos Rodón
Capítulo 5. Querida Agatha.
Serían
sobre las doce de la noche cuando Anne, la joven mesonera del hostal en el que
nos alojábamos, llamó a la puerta de la habitación. Agatha, con un camisón de
flores y una redecilla en el pelo, me mandó abrir la puerta sin ni siquiera
abrir los ojos, me levanté en pijama, apenas me había dormido; cuando abrí la
puerta allí estaba la mesonera con sus mejillas coloradas y su cuerpo excesivo,
me dio una nota y me lanzó un beso, un escalofrío atravesó mi cuerpo, cerré la
puerta, me senté en la cama y leí la nota en voz alta:
A LA ATENCIÓN DE DOÑA AGATHA
CHRISTIE.
UN HORRIBLE CRIMEN EN LA MANSIÓN
DEL CONDE DRÁCULA.
ACUDAN CON LA MAYOR BREVEDAD.
GRACIAS
Agatha
sonrió sentándose en la cama, me miró y sentenció: "El deber nos llama
joven Hércules".
El carruaje
casi volaba por los serpenteantes caminos que llevaban a la mansión maligna.
Cuando por fin llegamos, estaba mareado. En cuanto bajé del carro, a modo de
recibimiento, vomité las espinacas y el pastel de carne de la cena frente a la
gran puerta de la mansión. Luego bajó Agatha a toda prisa. En el hall del
caserón estaban todos los comensales, un tanto raros. Había una momia, un
hombre lobo e incluso un travesti entre todos los fenómenos; Agatha se dirigió
al que parecía ser el dueño de la casa, el Conde Drácula. Le estrechó la mano y
a la orden de "Vayamos dentro y veamos el cadáver" todos, incluido yo
mismo, la seguimos hacia el lugar del crimen.
El lugar
del crimen era el baño y la víctima un Juan Nadie desgraciado que yacía ahora
en el suelo de azulejos azul claro, con un abre cartas clavado en el cuello. La
escena era bastante desagradable, debió estar sangrando y pataleando bastante
antes de morir puesto que había destrozado el lavabo y el váter en su agonía. De
su cuello aún brotaba la sangre, como si de una fuente se tratara, y el baño
estaba casi inundado, en fin, un drama. A Agatha no parecía importarle
demasiado ya que entró pisando la sangre con sus zapatitos de diminuto tacón
hasta el cadáver y arrancó el abre cartas, propiciando que un chorrazo de
sangre me manchara la americana a cuadros; acto seguido, hizo algo que siempre
me molestaba, miró el cadáver como si aún estuviera vivo, le acarició la cara y
le susurró algo al oído. Siempre había querido saber que era, pero nunca me lo
había dicho, siempre salía con otro tema o le restaba importancia diciendo que
eran "tonterías mías" y a mí me mataba la curiosidad. Agatha siempre
hacía esas cosas.
- ¿Qué
opina?- Le preguntó el Conde.
- Aún es
pronto para opinar - Respondió solemnemente Agatha- Aunque sí opino que a todos
nos vendría bien un café, esta noche va a ser larga- Luego se guardó el abre
cartas en el bolso y terminó diciendo- El mío con dos terrones de azúcar.
Ver
trabajar a Agatha era algo que siempre me había interesado, apasionado e
incluso perturbado, observarla trabajar en sus investigaciones y contemplarla llegar
a conclusiones certeras con una pista que se nos había escapado a todos era
fascinante, y esta noche sabía que lo vería otra vez. Cuando terminamos en el
baño, el cerebro de mi mentora ya se había puesto en marcha, nos mandó a todos
al salón para iniciar su rueda de reconocimiento y situarse un poco en el caso
frente a un buen café.
La torpona
sirvienta, que debería llevar en la casa como mil años por lo ajado de su
físico, traía la bandeja con los cafés lentamente, ya que su edad no le dejaba
avanzar muy rápido. Para que se haga una idea, querido lector, en lo que tardó
en llegar a la mesita del gran salón, nos dio tiempo a todos a sentarnos,
acomodarnos e incluso a algún invitado a liarse un cigarro o recargar su pipa y
encenderla. Agatha se sentó en el centro de la sala para tener a todos los
comensales a la vista. Había sacado sus diminutas gafas para ver de cerca y me
había ordenado sacar la libretita en la que apuntaba sus investigaciones, sus
dudas y deliberaciones. Tras pedir más luz a un mayordomo inglés bastante
estirado que no paraba de seguirnos a todos los lados, dio comienzo el
interrogatorio.
- Muy bien
damas, caballeros y criaturas. Me presentaré, mi nombre es Agatha Christie,
investigadora y escritora; este es mi pupilo, Hércules Poirot -me señaló -y si
he venido esta noche con tanta prestancia es porque el Conde, aquí presente,
requirió mis servicios, y ahora yo requiero los suyos. No voy acusar a nadie
aún de asesinato, aunque muchos en sus respectivas vidas los hayan cometido -miró
a Sadako, a Mike Myers y al/la señora Bates entre otros -No soy nadie para juzgar
nada. Esta noche solo me interesa el cadáver del baño, es para lo que se me ha
requerido, y es lo que debo solucionar.
Tras esta
presentación que conocía de memoria, pues siempre empezaba así sus
interrogatorios, dio un sorbo a su café y continuó.
- Me
gustaría saber, lo primero, ¿qué relación les unía con la víctima?
No hubo ninguna
respuesta.
- Muy bien
-dio otro sorbo -si nadie lo conocía ¿qué hacía aquí?
Nadie
contestó, todos se miraron pero reinó el silencio más absoluto. Agatha se
empezó a impacientar, miró al Conde y le suplicó:
- Si no hay
colaboración nunca podremos solucionar esto.
El Conde
comprendió la situación y decidió dar la cara:
- Lo invité
yo -todos lo miraron deseosos de saber algo más -A última hora, para hacer un
poco de hambre antes de la cena, decidí salir a pasear en mi forma animal; volé
por mis terrenos y más allá, y fue allí donde encontré al náufrago. Estaba
tirado en la playa, hecho trizas, así que cuando volví a la mansión, avisé a
Igor para que fuera a por él, no podía dejarlo allí tirado. Aunque mi corazón
esté helado, no deja de ser un corazón.
Agatha
asintió y me miró, yo no dejaba de apuntar aunque siempre sentía su mirada,
alcé la vista, ella me sonrió pícaramente y se volvió hacia los invitados.
- Y cuando
llegó ¿cómo se comportó? ¿Se mostró extraño?
- Nada
especial, impactado supongo al vernos pero nada más -contestó la señora Danvers
mientras se arreglaba el pelo.
- Comió
mucho -añadió unos de los zombis rápidos.
- Y era muy
guapo -dijo sonrojado el/la señora Bates.
Yo los
miraba a todos y no salía de mi asombro. Aquella panda de monstruosidades
cinematográficas y literarias se mostraban casi humanos, con sus gestos y sus
dudas, era entre maravilloso y terrorífico. Rápidamente pensé en la magnífica
novela que saldría de allí. Entonces una gota cayó sobre el cuaderno. Una gota
de sangre.
Capítulo 6. Cascadas de sangre.
No era a mí
solo al que le había caído una gota de sangre. Al Doctor Frankenstein y a su
criatura, que estaba demasiado preocupada viendo tontear a su novia con el
hombre lobo, también les había caído, incluso al silencioso actor Vincent Price,
que yacía al fondo de la habitación tomando un trozo de la desaprovechada tarta
de limón con nata que se había servido como postre en la cena, una gota le
manchó la corbata y uno de sus zapatos marrones.
Pronto las
gotas fueron en aumento y todos miramos al techo, de él caían cada vez más, y
al cabo de unos segundos ya eran pequeños hilillos de sangre, que en un par de
minutos se convirtieron en cascadas de sangre que chorreaban por las paredes y
bajaban por las escaleras. Los muebles flotaban, los sillones y sofás navegaban
sobre el líquido rojo oscuro. Los invitados se alarmaron, yo mismo me vi
llevándome las manos a la cabeza asustado e impotente al no entender la
situación, pero Agatha, que debía estar tan asustada como todos, intentó poner
paz y tranquilidad. Nos dijo que nos quedásemos quietos, que ella iría a
investigarlo, lo que significaba que los dos iríamos.
Los
invitados, llenos de sangre de arriba abajo, salieron al hall e intentaron
tranquilizarse mientras la sangre, que ya llegaba hasta las rodillas, brotaba
cada vez con menos fuerza. Agatha y yo subíamos las escaleras lentamente para
no tropezar, intentando averiguar el porqué de la sangre. Llegamos al piso de
arriba y allí estaba la causa, frente a nosotros vimos como brotaba, ahora casi
goteaba después del caos originado; el Conde subió corriendo las escaleras, no
sin tropezar antes, y miró lo que nosotros mirábamos, una enorme brecha que
cruzaba de parte a parte un cuadro que había al final del pasillo. En él se
veía a una familia feliz, una familia victoriana feliz, con su padre, su madre
y su hija, una preciosa niña rubia de ojos azules que sonreía y dejaba ver que
había perdido algún diente de leche, regalando una divertida y entrañable
imagen. Drácula se derrumbó gritando:
-¡La casa!
¡La casa ha muerto!
Miré al
hombre destrozado y a Agatha, que tampoco entendía nada. El Conde hablaba de la
casa como de un elemento vivo, como si fuera una persona y aquello resultaba
muy extraño.
-¿La casa
ha muerto? –pregunté.
- No lo
entienden, la casa llevaba aquí muchos más años que ustedes y yo, muchos más
años que cualquiera de los invitados o cualquiera del servicio, la casa estaba
aquí desde el principio de todo -el Conde lloraba mientras lo explicaba -la
casa siempre ha estado aquí y ahora no está. No sé a qué nos enfrentamos pero
si ha podido con la casa, nosotros no somos más que peones a los que aniquilar
fácilmente - agregó asustado mirando a Agatha.
Entonces
Agatha me mandó tranquilizar al hombre, llevarlo a tomar el aire fuera. Bajamos
las escaleras ante la atenta mirada de todos los invitados y salimos fuera. Nos
acompañaron el señor Price, la señora Danvers y la Momia, los dos primeros se
encendieron unos puros.
- Si esta
es la última noche que vamos a ver porque este asesino sin escrúpulos nos
quiere arrebatar la vida, no está tan mal- Dijo Vincent tras dar una larga
calada a su puro.
- Eso son
tonterías Price, tú con tus personajes atormentados y yo con mis maquiavélicas
artimañas hemos cometidos crímenes más gordos -contestó Danvers con una media
sonrisa, intentando disimular su miedo.
Yo los
observaba mientras tranquilizaba al Conde. La Momia se me acercó y mirando la
noche estrellada me preguntó:
- ¿Van a
solucionar esto?
- Por
supuesto -le contesté.
- Ni
siquiera usted se lo cree -sentenció.
Tras esto,
y con el Conde un poco más tranquilo, entramos de nuevo en la casa. Agatha
había puesto un poco de orden con la ayuda de Norman y la novia de Frankenstein.
Habían colocado de nuevo las sillas e intentaban achicar la sangre hacia afuera
como si de agua se tratase, dejando un terrorífico camino de sangre. Los
hombres nos sentamos en un rincón, aún temblorosos. Paul Naschy se encendió un
puro y se sirvió un brandy en una copa manchada de sangre, como todo en la
mansión.
Entonces,
oímos un ruido en el pasillo, alguien venía corriendo, sofocado; cuando llegó
al salón donde estábamos todos. Era Mike Myers, nos miró asustado y gritó:
"¡¿Alguien ha visto a Sadako?!", con todo el jaleo nos habíamos
olvidado de que la chica japonesa, con medio cuerpo dentro de un televisor
antiguo, no podía andar salvo dando saltos. Su estatura tampoco era excesiva y
todo eso, unido a la cascada de sangre de hace unos minutos, tal vez hubiese
provocado un fatal desenlace.
Comenzamos su
búsqueda. Agatha se acercó a mí y dijo: "Hemos venido a resolver un crimen,
no a ser parte de uno", se notaba que la situación empezaba a inquietarla,
nunca la había visto así. Pasaron unos angustiosos minutos hasta que Víctor
Frankenstein encontró el cadáver junto a un jarrón Ming instalado en un rincón
del comedor, allí estaba Sadako, con la boca abierta y llena de sangre hasta
arriba. Estaba muerta, al menos la parte de su cuerpo que yacía fuera del
televisor, y aún soltaba chispas. La conclusión a la que Agatha y todos
llegamos es que la sangre había producido un cortocircuito y eso
irremediablemente terminó con su vida. Mike lloraba, no dejaba de decir que
había perdido a una gran amiga.
Entre un
par de hombres, el fortachón Naschy y su archienemigo Frankenstein, sacaron el
cadáver al jardín. Allí no olería tanto y no se mancharía aún más la mansión;
las miradas de los hombres entre ellos eran casi como un combate, mientras
Naschy esquivaba los ojos muertos y llenos de venganza de Frankenstein, este
asesinaba, acribillaba con su mirada el rostro avergonzado de Paul preguntándose
si, un hombre tan hecho y derecho como él, tendría los bemoles de decirle lo
del affaire con su novia o se lo debería sacar a base de patadas y puñetazos
antes de partirlo en dos. El licántropo simplemente pensaba en que todo esto
acabase para el prometido encuentro sexual con su dama.
Llegaron al
jardín, tiraron el cadáver y Frankenstein no pudo más, agarró a Paul por el
cuello y lo estampó contra un árbol cercano. Este se transformó, cambió su
forma a lobo y se abalanzó sobre el monstruo; el combate estaba servido, el
resto salimos fuera y mientras unos alentaban la lucha, la Momia y yo intentábamos
separarlos con nefastas consecuencias, un corte en la frente y una contusión en
la rodilla. La Momia en cambio solo perdió un par de sus andrajosas vendas. La
Novia en lugar de asustarse e intentar poner paz, se sentía orgullosa,
acariciaba a uno y otro encendiendo aún más sus iras y haciendo que los golpes
fueran aún más duros.
El combate
parecía no llegar a su fin, cuando se escuchó un gigantesco estruendo dentro de
la casa. Allí solo quedaba el personal de servicio que gritaba. Cuando corrimos
hacia la mansión las puertas se cerraron de golpe dejándonos fuera. Los gritos
iban en aumento, luego se transformaron en golpes y finalmente en una explosión
de cuerpos, como si estallase un globo de agua; después, la puerta se abrió en
nuestras narices. Fue una gran masacre, todo el servicio estaba descuartizado,
sus miembros colgaban de las lámparas y de nuevo sangre por todas partes; de la
cocina salió arrastrándose con un brazo, ya que era el único miembro que le
quedaba, el mayordomo inglés que nos atendió a nuestra llegada, se agarró a la
pierna de Drácula y gritó antes de morir: "Le dije que la casa no era de
fiar". Todos miramos al Conde y esperamos una explicación.
Capítulo 7. El alma de la mansión maligna.
Tras la explosión, el combate entre los dos hombres finalizó. En un rincón del salón, que ahora más bien parecía una carnicería, estaba Paul. La Novia de Frankenstein estaba curándole las heridas. En el otro rincón, Víctor curaba a su criatura que miraba triste a su amada sintiéndose profundamente decepcionado. Le daban igual los asesinatos, solo le importaba ella, la que besaba al licántropo y le miraba de reojo con odio. Los demás, apesadumbrados por tanta muerte solo queríamos una explicación. La Momia sirvió un coñac al Conde que estaba apoyado en la chimenea mirando unos cuadros antiguos. Agatha y yo, como al principio de la noche, dispuestos a seguir con la investigación tras el caos desatado. El resto de zombis, asesinos, femmes fatales y Vincent Price expectantes ante las esperadas palabras del Conde Drácula, quien miró a todos y empezó a relatar:
- Esta no
es una historia de opulencia, esta una historia de pobreza y tristeza. Hace
unos años decidí invertir las riquezas de mi familia en el ladrillo, una
importante suma. Allá en Transylvania se construía a buen ritmo así que compré
viviendas por doquier sin pensar en las consecuencias. Pasó hace unos meses, mi
primo Mordecai Dracul llegó a casa. Yo pensaba que vendría a visitarme pero solo
venía a pedirme dinero. Le di de cenar, le presté el dinero y desapareció con
la promesa de devolverlo. Nunca más lo vi; los negocios empezaron a fallar y
cuando quise recuperar ese dinero no pude contar con él, así que me quedé sin
propiedades y sin la mansión familiar que tantas y tantas generaciones de mi
familia habían ocupado. Tuve que empeñarla para poder pagar las deudas. Así que
me vi vacío, solo con unos ahorrillos y lo que el servicio me pudo prestar. Con
este dinero pude alquilar esta mansión para esta noche, para celebrar nuestra
habitual cena. Esta vez me tocaba a mí organizarla y, al no tener un hogar, lo
alquilé. A Hugh, el mayordomo que han podido ver antes no le daba buena espina
la mansión y así me lo advirtió repetidas veces hasta este fatal desenlace.
Todos nos
miramos, en parte sorprendidos por la triste historia y en parte horrorizados
por la mansión. Lo escribí todo en el cuaderno mientras Agatha escuchaba
atentamente la historia. Cuando el Conde terminó su relato, apuró su coñac y se
derrumbó. La culpa lo corroía por dentro. Pasaron unos minutos hasta que
alguien dijo algo. Mike Myers no dijo lo más correcto:
- A ver si
lo he entendido bien, ¿nos traes a esta mansión desconocida y tal vez maldita,
solo por qué te tocaba hacer la cena? ¿Nos condenas a todos solo por quedar
bien?
- No, lo
hice por reunirnos, por tener una compañía agradable, nada más -respondió el
Conde.
Entonces
Mike saltó sobre él y empezó a golpearle, el Conde no podía o no quería
defenderse, se dejó pegar hasta que su cara quedó desfigurada y la sangre le
brotaba de su nariz rota. Paul y yo le quitamos de encima al criminal de
Halloween, le obligamos a que se sentara en el sofá y le servimos un whisky.
Justo en el momento en que Mike cogía la copa, esta reventó en el aire a
consecuencia de un espantoso grito que se escuchó en toda la casa. No solo explotó
la copa, todos los cristales de todas las habitaciones estallaron al unísono y
en el gran salón el enorme ventanal se hizo añicos; todos, capitaneados por
Agatha, acudimos al lugar del que provenía el grito. Como el gran corte del
cuadro que provocó las cascadas de sangre, venía del piso de arriba.
Una vez allí,
intentando averiguar de qué habitación provenía, oímos un ruido de juguetes y
una niña jugando y riendo; también la melodía de una caja de música. Todo
parecía venir de la habitación del fondo, al lado de la gigantesca brecha de la
pintura. Agatha, no sin miedo, abrió la puerta y allí había infinidad de
juguetes, todos flotando en el aire: un trenecito, unas muñecas danzando al
compás de la tonadilla infantil de una caja de música donde una bailarina
ejecutaba un precioso baile. Un par de peluches aplaudían a la danzarina; en el
centro, sentada de espaldas, había una niña de pelo rubio que reía y jugaba.
Agatha se acercó a ella lentamente, yo iba detrás como un buen escudero y el
resto de invitados esperaban en la puerta.
- No se
acerque, por favor -dijo la niña.
- ¿Por qué?
-preguntó Agatha
Tras unos
segundos de pausa la niña rio fuertemente y dijo:
- Van a
morir todos. Aún no lo saben pero ya están aquí. Van a morir todos.
Entre los
invitados cundió el pánico. Norman se desmayó y yo me caí de culo. Los juguetes
dejaron de volar por el aire, la caja de música se cerró y la danza de las
muñecas cesó. La niña se giró, no tenía cara, solo una boca enorme con tres
filas de dientes. Intentó atacar a la señora Christie, lo impedí como pude con
el mayor ejercicio de valor de mi vida. Corría por la habitación mordiendo el
aire, sin ver nada, subía por las paredes y corría por el techo, corrió hasta
los invitados que salieron huyendo, así que se conformó con Norman que yacía
desmayado en el suelo con el traje de su madre puesto y la peluca descolocada.
Frankenstein intentó separarla del hombre travestido y se llevó un zarpazo,
empezó a comerse al hombre desmayado que despertó de pronto y gritó mientras le
salía sangre por la boca. Sus tripas eran engullidas por la niña-monstruo que
reía como si se acabara el mundo. Norman murió, Agatha persiguió a la niña por
la casa.
- ¿Quién
eres? -preguntaba la escritora.
- Soy el
alma de la mansión, de la mansión maligna y ustedes van a morir -respondió la
niña escupiendo trozos de Norman por el suelo.
Los
invitados corrieron por la casa, unos hacia las habitaciones a esconderse,
otros hacia abajo a intentar huir. Yo estaba entre los del segundo grupo;
corrimos a la puerta pero estaba cerrada, la niña bajaba por las escaleras,
saltando los escalones de tres en tres. Cuando llegó hasta nuestra posición, se
abalanzó sobre Víctor y le arrancó la cabeza de un zarpazo, luego se la volcó
en la boca como si fuera una copa y empezó a beber. Intentamos que dejara la
cabeza en el suelo pegándole patadas pero ella nos las devolvía más fuertes. Caíamos
al suelo con cada golpe y ante mis ojos vi como la señora Danvers le clavaba un
hacha en la cabeza. Como respuesta, la niña la tiró al suelo y se la empezó a
comer por los pies. Cuando ya había engullido las dos piernas y parte del tronco,
la mujer ya había muerto y la niña, con la boca llena solo reía y reía.
No sé muy
bien qué hicieron los demás pero yo corrí a esconderme debajo de una mesa desde
donde observaba la masacre; la niña con el hacha clavada en la cabeza continuaba
devorando a la señora Danvers, solo paraba para escupir alguna mata de pelo o
huesos. A veces susurraba algo, algo tenebroso que solo alcancé a oír una vez
de todas las que lo repitió: "Ya vienen, ya vienen", y entonces un
disparo, el disparo que acabó con la vida de la niña maligna. Bajando las
escaleras con un antiguo trabuco pude distinguir al Conde entre la humareda que
provocó la detonación. El proyectil hizo estallar a la niña frente a mis ojos,
haciéndome vomitar lo poco que me quedaba en el cuerpo, mientras las palabras
de la niña retumbaban en mi cabeza.
Continuará...
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