Capítulo 8. Ya vienen, ya
vienen.
Pasado
el susto, al menos lo que se nos pudo pasar tras la brutal masacre y el terror
que reinaba en la mansión, nos sentamos donde pudimos. Yo me quedé bajo la
mesa, junto al pedazo más grande de la niña y mi propio vómito. Vi bajar al
resto, Agatha con un candelabro en la mano para defenderse fue la primera, me
buscó con la mirada y tras hacerle yo un gesto para indicarle mi situación, se
me acercó y se sentó en el suelo junto a mí. Nunca la había visto así, tenía la
cara descompuesta.
-¿Cómo
te encuentras Hércules? -Me preguntó dejando el candelabro a un lado.
-
No sé muy bien cómo me encuentro.
Agatha
observó el vómito y me miró otra vez con media sonrisa.
-
Ya no te quedará nada que vomitar -me dijo con una mirada cómplice.
-
La niña dijo algo mientras se comía a Danvers.
-
¿Qué dijo? -preguntó Agatha interesada.
-
"Ya vienen, ya vienen", eso dijo, creo que esto aún no ha terminado-
Le contesté.
-
Esto, joven Hércules, muy a mi pesar no ha hecho más que empezar. -sentenció.
El
resto de invitados ya estaban en la planta de abajo, en el hall, Paul y la
Novia de Frankenstein abrazados, ella lloraba, mientras él intentaba
consolarla. En el salón, Frankenstein y Drácula pensativos, el monstruo lloraba
desconsolado mirando lo poco que quedaba de su creador, mientras la Momia y
Vincent tomaban una copa temblorosos. Los únicos que se lo estaban pasando bien
eran los zombis, que se estaban dando un festín con el cadáver de la niña.
Agatha
me hizo levantar, me limpió un poco el polvo de la solapa de la chaqueta y nos
dirigimos al salón; cuando Frankenstein y Drácula nos vieron entrar, se
levantaron y preguntaron qué íbamos hacer, como si nosotros lo supiéramos. Cogí
del suelo el cuaderno y lo guardé en el maletín lleno de sangre, me acerqué al
destrozado ventanal y pedí a Price un cigarro; me dijo que solo fumaba puros,
que los cigarros eran para los maricas, le acepté el puro y la primera calada
casi me tira al suelo, alguien debió decirme alguna vez que no se traga el humo
al fumar un puro.
Agatha,
con el candelabro en la mano, decidió ir con el Conde a inspeccionar la casa.
El resto decidimos quedarnos donde estábamos, ni siquiera a mí me quedaban
fuerzas para acompañar a Agatha, que me aconsejó que descansara un rato.
Mientras
miraba por el ventanal vi una luz en el horizonte. La noche era clara y
estrellada, así que la menor luz se veía desde muy lejos, parecía un vehículo a
motor, sonaba como un motor pero no sabría decir qué era, por la silueta que
dibujaba en la noche parecía uno de esos aparatos que en Francia se empezaban a
llamar coches -allí siempre tan adelantados- El vehículo se dirigía hacia la
mansión, todos oyeron el sonido del motor enseguida y salieron por las ventanas
al jardín, a la entrada principal, a recibirlo trabuco en mano mientras yo iba
a avisar a Agatha y al Conde. Los tres salimos al jardín con el resto.
Una
vez fuera, y tras unos segundos de espera, el coche llegó hasta donde nos
encontrábamos parando justo en la entrada de la mansión. Era un coche largo,
con muchas ventanas, parecía sacado de una época futura, con varias puertas y
un acabado brillante. Era de color blanco y en un lado, en plata un cartel
rezaba "Limousinas Corman". La puerta se abrió y de su interior salió
una criatura aún más horrenda que la dulce niña de antes. No sabría muy bien
cómo explicarlo pero lo voy a intentar: era un enano, un hombre que se generaba
a sí mismo, de su boca salían los brazos y las piernas que le hacían andar y cuando
llegaba a la cabeza, más concretamente a la boca, vuelta a empezar la
operación. De allí salían las piernas, los brazos, el cuerpo entero, lo que
pudimos ver era a un hombre con un traje negro lleno de babas de tanto
regurgitarse a sí mismo, que seguía y seguía haciéndolo mientras se acercaba a
nosotros. Cuando paró frente a los invitados se vomitó por completo y se limpió
la saliva del traje; llevaba unas gafas de sol y el pelo rubio, nos miró, tenía
que mirar hacia arriba para vernos, no mediría más de ochenta centímetros.
-
Buenas noches, se preguntarán quién soy -dijo de manera socarrona.
-
No es lo único que nos preguntamos esta noche -susurró Mike.
El
hombre le miró con desagrado.
-
Mi nombre es Dennis, eso es todo lo que deben saber -se quitó las gafas, sus
ojos estaban muertos, en blanco, miró a un lado y a otro y terminó diciendo
-así que ¿esta es la famosa mansión?
Ninguno
entendíamos nada, el hombrecillo conocía el lugar pero era tan extraño que no
desentonaba entre lo ocurrido durante la noche. Agatha me miró y después miró
al hombrecillo.
-
Usted debe ser la famosa investigadora -dijo Dennis mirando a Agatha -Me han
hablado de usted.
Tras
decir esto se acercó a ella, la tocó en el hombro y Agatha estalló en mil
pedazos, la mayor parte cayó sobre mí. Me derrumbé e intenté golpear al hombre,
pero este, adivinando mis intenciones, me arrancó los brazos de golpe, la
sangre brotaba a chorros de las partes de mi torso donde deberían estar mis
brazos.
-
Les aconsejo que me dejen trabajar, esta noche van a pasar cosas -dijo el
enano.
Yo
lloraba en el suelo y gritaba de dolor, dolor por mis brazos pero también por
Agatha, me empezaba a marear, Paul me ayudó a entrar en la casa ya que cada vez
me sentía más débil, mientras seguíamos a Dennis y su peculiar caminar.
Cuando
llegamos al salón Dennis sacó de su bolsillo un pañuelo blanco, limpió la
sangre de una silla y se sentó, se cruzó de piernas y esperó a que todos
estuviésemos sentados, luego empezó a decir:
-
Bueno ¿alguno de ustedes es alérgico a algún tipo de medicamento? –Sonrió -Es
una broma que siempre me gusta hacer.
-
¿Qué es lo que quieres cabrón? -gritó desesperado Drácula.
-
Si la niña ha hecho bien su trabajo, ya deberían saber que todos van a morir
esta noche, y por sus caras supongo que sí hizo bien su trabajo -Dennis hizo
una pausa -Pues nada, ahora solo deben morirse.
-
¿Cómo dice? -preguntó Paul asustado.
-
Tranquilos, tranquilos, no se van a morir solos... mi monstruo les asesinará
lentamente, por eso no se preocupen, no seré tan cruel como para hacer que se
maten entre ustedes, aunque casi llegamos tarde en su caso –agregó mirando a
Frankenstein y a Paul.
-
No entiendo nada -dije yo apesadumbrado.
-
Nadie entiende la muerte. Nadie. Solo sabemos que llega y ya está, y eso es
todo lo que deben entender -sentenció Dennis.
La
sangre ya casi había dejado de brotar de mis brazos cuando por la puerta del
salón apareció una exuberante mujer con un vestido negro que se cortaba en la
cintura mostrándonos una pierna en todo su esplendor; la mujer traía un maletín
plateado, se lo dio a Dennis y se fue. El hombrecillo abrió el maletín, por lo
que pude ver, con mi cada vez más nublada vista. En su interior solo había una
tiza, Dennis la cogió, se dirigió al centro del salón y pintó un círculo en el
suelo y alrededor del círculo una estrella, luego hizo añicos la tiza entre sus
dedos y ordenó a Paul y a la Novia de Frankenstein que entrasen dentro. Una vez
allí les ordenó quitarse la ropa, cuando estuvieron desnudos les ordenó:
-
Ahora forniquen.
-
¿Cómo dice? -dijo Frankenstein estallando en cólera.
-
He dicho que forniquen, deben engendrar al monstruo que los va a matar a todos.
Y
esto es lo último que recuerdo antes de caer desmayado por la enorme pérdida de
sangre.
Capítulo
9. El terrorífico poder de Dennis.
Recuerdo
cuando la conocí. Era una tarde de primavera. Yo paseaba por un maizal,
pensando en mis cosas. Sentada en un banco, llorando, estaba ella. Dijo que se
llamaba Sophie, me invitó a sentarme a su lado y antes de que me diera cuenta
había puesto su mano junto a la mía. A día de hoy no recuerdo muy bien por qué
lloraba.
Y
allí tumbada en el suelo, desnuda y fornicando con el licántropo me dio por
recordar aquella tarde. La notaba tan lejos de mí, en el centro de ese círculo
estrellado llorando de terror y gimiendo de placer, pude recordarla de una
manera amable. Querida Sophie, maldita Sophie.
Contemplaba
la escena golpeando con los nudillos sobre mi rodilla con tanta fuerza que ya
había desaparecido la carne y se empezaba a ver el hueso. No quería llorar, no
quería darle el gusto a ese Dennis de verme llorar, ni tampoco a Sophie. Ya
había derramado las lágrimas de aquella noche por alguien que sí lo merecía. Si
el señor Víctor levantara la cabeza y viera la escena, me diría que no me
preocupase por ella, que siempre lo tendría a él, que sería como un padre para
mí y que los padres nunca hacen daño a sus hijos.
A
mi alrededor la escena era bastante extraña, el enano se relamía observando la
escena sexual que, frente a nosotros, estaba aconteciendo. De vez en cuando
susurraba algo que sonaba como: "un nuevo amanecer, un nuevo
amanecer". Junto a él estaban el conde Drácula y la Momia. El primero
respiraba nervioso, se servía copas de brandy sin cesar que se bebía de un
trago mientras la Momia se dedicaba a mirar. La verdad es que en toda la noche
no había contribuido a ninguna cosa así que ahora tampoco iba a ser la excepción.
Al
otro lado del repugnante Dennis, yacía sin sentido el ayudante de la señora
Agatha, el joven Hércules, sin brazos y soltando sangre a borbotones de los
muñones; junto a él estaban los zombis. Los cuatro que quedaban lo miraban y se
contenían para no zampárselo. A su lado estaba el señor Price fumando un puro
de una manera delicada aunque nerviosa y para terminar estaba Myers, sentado en
el suelo clavando y desclavando un cuchillo en el suelo mientras miraba a
Dennis encolerizado. Se podría decir que el ambiente estaba bastante cargado,
aunque a mí solo me interesaba ella, la dulce Sophie que gemía como si le fuese
la vida en ello, como si el lobo le estuviera dando más placer que cualquier
hombre, incluido yo, más del que le hubiese podido dar nunca. Me dolía.
Cuando
terminaron, el lobo se levantó asustado. Maldito. Me estaba robando el amor de
mi amada; esta se giró avergonzada para que mi mirada, que la buscaba deseoso
intentando rescatar una chispa de amor, no se cruzara con la suya. Ya no habría
amor nunca más y ambos lo sabíamos. Mientras el lobo se vestía, Dennis se le
acercó, tomó su brazo y lo levantó diciendo:
-
Ya tenemos un ganador.
Y
lo lanzó contra mí en un gesto de pura maldad. El hombro de Paul me golpeó en
la cara. Se disculpó asustado por mi reacción. Lo aparté de un golpe y me
levanté. La ira me pudo y Dennis solo era un enano con algún poder maligno en
su interior. Lo cogí por el cuello y apreté. Noté que todos se pusieron de mi
parte y se acercaron lentamente a echar una mano, aunque ninguno quería ser el
primero; apretaba y apretaba pero el hombre solo me miraba con sus ojos muertos
hasta que me dijo:
-
¿Ya te has cansado?
Justo
en ese momento mis manos empezaron arder, solté al enano que cayó al suelo
riendo mientras el fuego se adueñaba de mis miembros. De cada dedo una llama y
de la palma de cada mano una llamarada mayor; me apresuré a buscar agua donde meterlas
pero al no encontrarla las metí en un charco de sangre que había en el suelo. Milagrosamente
el fuego se apagó y, como por arte de magia, se habían convertido en carbón. Dolía,
no puedo decir que no doliese, pero no eran mis manos, creo que a su anterior
dueño le dolió más que se las cortaran que a mí aquellas llamas.
-
Espero que les quede bien claro que no tienen nada que hacer conmigo, así que
dejen de intentar matarme. -Dijo Dennis poniéndose de pie y arreglándose el
traje. Se volvió y miró a Sophie que yacía tirada en el suelo aún desnuda y
llorando avergonzada. La cogió de la barbilla y limpió sus lágrimas con la
manga de su americana - Tranquila pequeña, tranquila. Aún no lo sabes, pero vas
a ser la madre del mundo del mañana.
Ante
esta afirmación todos nos quedamos de piedra, miramos al enano y nos acercamos llenos
de incógnitas, pero cuando íbamos abrir la boca para iniciar una larga retahíla
de preguntas, Dennis alzó en el aire a la Momia y le arrebató los vendajes de
un tirón. Dentro de las ajadas vendas no había nada, solo un poco de polvo que
voló por la habitación durante unos segundos. A Dennis solo le interesaban los
vendajes ya que con ellos nos amordazó y nos lanzó a una de las esquinas del
comedor. En ese momento, debido al golpe, al dolor de la infidelidad cometida
unos minutos antes y a que habían usado mis manos como cerillas, caí desmayado.
No
sé cuánto tiempo pasó, pero cuando abrí los ojos, lo que vi, que debía
asustarme y hacerme llevar las manos a la cabeza, pasó como una leve anécdota
en aquella ajetreada noche. Frente a todos nosotros, los que estábamos
despiertos y los que no, ya que muchos habían perdido el conocimiento con el
golpe, había surgido una neblina blanca de la que surgió un fantasma que
parecía la imagen Señora Agatha. Pasó de nosotros y de Dennis que estaba
sentado a la mesa tomando una porción de tarta. Se acercó al desmayado y
amputado señor Poirot y le susurró algo al oído. Intenté escuchar y muy
levemente oí esto: "Querido Hércules, siempre quisiste saber lo que al oído
susurraba a los muertos y era esto: serás vengado, y eso te digo ahora con mi
más profundo pesar, joven pupilo". Se puso en pie y la neblina cubrió toda
la habitación. No se veía el suelo, solo podía ver a Agatha avanzar lentamente
hacia Dennis que seguía comiendo tranquilamente. Cuando llegó a su altura, este
la detuvo de golpe con un chasquido de sus dedos y, después de tragar el último
trozo de la tarta, dijo:
-
Inspectora, inspectora. Si cree que sus juegos de artificio de ultratumba van a
terminar conmigo está muy equivocada.
-
No. Tú eres el que está equivocado- Sentenció Agatha y lanzó a Dennis con la
silla y todo contra un gran mueble de cristal.
El
golpe hizo estallar los cristales pero no acabó con el enano maldito, tan solo hizo
que se enfureciera más aun; cuando se levantó tenía toda la cara llena de
cristales. Se sacudió los trozos que le ensuciaban la americana y se quedó
parado de pie mirando a Agatha. La inspectora le devolvía la mirada y entre
ambos saltaban chispas de tensión hasta que Dennis rompió el silencio con una
de sus habituales frases cargadas de ironía y terror:
-
No me haga volver a matarla.
Agatha
sonrió.
-
Inténtelo.
El
enano corrió hacia la neblina fantasmal que era Agatha y se adentró en ella,
luego el silencio más absoluto. Agatha se miraba a sí misma esperando alguna
reacción y los demás esperábamos lo mismo, pero no ocurrió nada. Durante unos
segundos se hizo el silencio más absoluto hasta que la inspectora empezó a
hincharse lentamente, como cuando un niño gordo al que le falta el aliento
infla un globo; cuando el espectro se hubo hinchado hasta llenar gran parte del
comedor, estalló y la figura de Agatha desapareció. En su lugar solo quedó
humo, un humo que poco a poco se esparció por la habitación, salió por la
ventana y finalmente desapareció del todo.
El
pánico se apoderó de todos, ya que mientras la niebla se disipaba vimos a
Dennis salir de ella, intacto y sonriente. Se nos acercó a todos, que aún
seguíamos con las vendas de la Momia en la boca, y nos dijo:
-
Le pedí que no me obligara.
Después
sacó un cigarrillo y silbó. La chica del vestido abierto hasta la cintura que
dejaba ver casi completamente toda la pierna, apareció de la nada y le encendió
el cigarro con una cerilla. Luego el hombre se sentó frente a nosotros, en un
sillón de terciopelo y se dispuso hablar:
-
Bueno, ahora debería aceptar preguntas, ya habéis visto lo que soy capaz de
hacer, hace un rato sobre este suelo ha ocurrido algo y supongo que todos
tendréis preguntas que hacer.
Nos
quitó las vendas de la boca y antes de que pudiésemos hablar oímos unos ruidos,
parecían gritos al otro lado de la ventana. Nos levantamos y confirmamos que
eran gritos, gritos de unas criaturas similares a la niña que mató a Norman;
los monstruos salían del suelo, primero salía un brazo, luego la cabeza sin
ojos ni orejas ni nada, tan solo una enorme boca con tres filas de dientes y
después las piernas, largas y delgadas como un palo. Eran varias decenas y se
dirigían hacia la casa.
Vicente
Price, que hasta entonces no había dicho nada, preguntó:
-
¿Qué son esos monstruos?
Dennis
se dio un golpecito muy gracioso en la cabeza y le contestó:
-
Son los invitados al feliz alumbramiento.
Todos
nos quedamos paralizados de terror, si matar a uno costó la muerte de tres
invitados, matar a todos estos resultaría imposible.
Dennis
se levantó del sillón disculpándose por aplazar los ruegos y preguntas y empezó
a dar palmas al aire bailando en círculos, feliz; se acercó a Sophie y palmeó
su barriga, que ya se empezaba a hinchar como si fuese un tambor. Saludó a las
criaturas que estaban cada vez más cerca de la casa.
Súbitamente
la risa y la felicidad se le borraron de un plumazo, ya que de la nada apareció
un carruaje tirado por cuatro caballos. El carro ardía y los caballos corrían
asustados, sin mirar y sin pensar se llevaron por delante a más de la mitad de
las criaturas que estallaron y ardieron hasta caer muertas o hechas cenizas.
Dennis se llevó las manos a la cabeza ya que al resto que seguían avanzando
como si nada les empezaron a explotar las cabezas como si fuesen palomitas;
eran disparos y el ejecutor de ellos era un jorobado que cantaba una especie de
himno y que se parecía mucho al chófer del Conde. Este le miró muy fijamente
mientras la figura jorobada disparaba a un lado y a otro dando caza a las
criaturas del infierno que nos amenazaban; tras unos segundos Drácula sonrió y
gritó alegremente:
-
Igor, querido.
Continuará...
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