Hola querido
lector.
Me llamo
Gloria y pertenezco a Los Desconectados.
Llevo tres días
escondida en el cuarto de las fotocopiadoras del sexto piso del edificio donde trabajo. Tiene un amplio ventanal por el que he visto tres preciosos amaneceres. Tengo agua, café,
leche en polvo, azúcar y galletas para un par de meses pero, no dispongo de
tanto tiempo.
Todo empezó
hace tres años, cuando una compañía lanzó al mercado una aplicación para
chatear con el teléfono móvil. En este tiempo es famosísima pero, posiblemente,
cuando leas estas líneas el nombre Whatsapp no te dirá nada o quizás haya
pasado a la historia como algo que en realidad no fue. Por eso, quiero contarte
toda la verdad.
En la oficina los dos más
frikis de la planta se compraron un Android. Bajábamos al desayuno y se les
veía sonriendo mirando la pantalla de su teléfono y tratándolo con tanto
cuidado que parecía que tuvieran su delicada alma entre las manos. El resto
seguíamos con nuestras charlas o bromas, pero ellos se quedaban como
aletargados. De pronto se reían y les preguntabas qué pasaba y siempre te
respondían “es que como no tienes whatsapp, no te enteras de nada”. Poco a poco
el resto de mis compañeros fueron comprándose otros móviles porque la gente de
esta sociedad no soporta la marginación y el no poder whatsappear se estaba
convirtiendo en eso, una marginación. Yo fui la única que me mantuve al margen.
Siempre me ha gustado la canción de Alaska de
A quién le importa lo que yo
haga,
a quién le importa lo que yo
diga,
yo soy así, así seguiré,
nunca cambiaré
Así que, mantenerme fuera de
este asunto no fue demasiado duro. Sé que me perdí muchas cosas y risas pero, a
veces, me parecía asombroso verles pegados a su aparatito todo el santo día
mientras el tiempo y la vida pasaban a su lado sin que le dedicaran ni una sola
miradita.
Esto mismo pasó en todos los
entornos. Ibas al mercado y se veía a las señoras mayores con su móvil en las
manos, esperando un tutitú mientras pedían un kilo de carne picada, o el
frutero tardaba el doble en atenderte porque entre pesada y pesada tenía que
mirar el móvil para ver lo que el pescadero acaba de decirle sobre el cliente
que tenía. A la salida de los colegios había corrillos de niños con sus
teléfonos en mano leyendo y soltando alguna carcajada o improperio de vez en
cuando. Por la calle podías ver a gente haciendo fotos a un escaparate y paseando
el dedo por la pantalla para decirle a un amigo que en tal tienda tenían la
colonia X de oferta. En las terrazas la gente fotografiaba la caña de cerveza y
la tapita para dar envidia a sus amigos, que a esas horas seguían trabajando.
Incluso llegué a ver varias veces al hombre del tiempo de la TVE1 mirando el móvil
mientras daba el pronóstico, porque no podía esperarse 10 minutos a leer el
mensajito de whatsapp que alguien le había enviado. La gente se volvió loca.
Todo el mundo quería un móvil de última generación con pantalla táctil extragrande
para poder parlotear y parlotear.
Llegó un momento en que
quedar con la gente se volvió algo sin sentido. Se sentaban 4 o 5 personas
entorno a una mesa, sacaban sus teléfonos, los situaban en la mesa a mano y, poco
a poco, iban cayendo cada uno de ellos en la tentación de ponerse con el
Whatsapp. Antes de que pasaran 10 minutos, cada uno de ellos estaba hablando
con otra persona no presente y, a la vez, estaba poniendo mensajes en el grupo
en el que estaban incluidos el resto de los de la mesa.
El primer día en que
verdaderamente saltaron las alarmas, fue cuando apareció una noticia en la que
se decía que la gente había empezado a encastrarse en la palma de la mano el
móvil mediante una carísima operación que se realizaba en algún que otro
hospital privado. La llamaban telefonoinjerto. Esto te permitía tener el
teléfono siempre a mano y no tener que preocuparte en cargarlo, ya que mediante
un conector incrustado bajo la piel de la muñeca, el móvil chupaba la energía
del propio cuerpo. No tenía efectos secundarios y el mismo día de la operación
podías irte a tu casa con el móvil perfectamente activo, o eso es lo que
decían. El programa había conquistado a gentes de todos los niveles
adquisitivos, condiciones y creencias. De hecho, en los países en que los que las
elecciones políticas estaban cercanas, todos los grupos políticos prometía en
su campaña electoral “operaciones gratuitas de telefonoinjertos”.
En el trabajo, como era de
esperar, fueron apareciendo poco a poco cada vez más con su móvil insertado en
la mano. Yo dejé de bajar al desayuno porque era la única que mantenía la
cabeza en alto (el resto siempre tenían la vista clavada en la mano).
En poco tiempo aparecieron
miles de asociaciones a favor de la operación y, curiosamente, muy pocas en
contra. Era difícil encontrar grandes detractores que tuvieran la fuerza y
astucia suficiente como para formar un grupo de presión.
En ese momento fue cuando lo
vi claro, tenía que formar una asociación fuerte. Me puse a buscar por Internet
asociaciones, foros, grupos o lo que fuera, de gente que estuviera en contra de
la operación. Me puse en contacto con ellos y empezamos a maquinar y orquestar
todo un conjunto de acciones en plan Resistencia. Creamos una red de gente afín
a nuestros ideales a la que denominamos Los Desconectados.
Hace cinco meses empezó la
hecatombe. Alguna empresa vendió al gobierno norteamericano una aplicación para
obtener información (sin necesidad de autorización) de los móviles insertados.
En todo momento podían saber dónde estaba una persona, con quién se relacionaba
y de qué temas le gustaba hablar. Pero, no solo eso, como el móvil era ya parte
de su cuerpo, podían sacar analíticas completas de él: colesterol, presión
arterial, si se metía alguna droga o si tomaba medicamentos, incluso, datos de
su estado anímico. Y, lo más importante, podían obtenerse vídeos con audio y
todo, ya que las imágenes que pasaban por el cerebro podían ser capturadas.
En un mes más, el tema fue
más lejos aún y consiguieron emitir sencillas órdenes al cerebro del
telefonoinjertado. Esto fue un descubrimiento para todos los gobiernos.
Representaba el control absoluto de sus pueblos.
Hubo una conferencia secreta
a nivel mundial de los jefes de gobierno de los países más ricos o influyentes
y todos convinieron en la creación de un fondo especial de dinero para poder
sufragar el gasto de imponer el telefonoinjerto a toda la población.
Crearon un plan de
contingencia. Un mes para recaudar los fondos necesarios (recaudación de
fondos). Un mes para dotar a todos los hospitales y centros de salud, públicos
y privados, de la tecnología y conocimiento necesarios para realizar la
operación (dotación de centros). Un mes para que la gente acudiera a estos
hospitales y se realizara la operación (periodo de voluntariedad). Tras este
tiempo, se redactaría en cada país la Ley de Telefonoinjerto, en la cual se
declaraba como obligatorio el uso y disfrute del telefonoinjerto. Todo aquel
que no tuviera un móvil en su cuerpo, sería perseguido como si de un criminal
se tratara, por considerar que tenía asuntos sucios de los que no quería
informar al Estado.
Al entrar en vigor la Ley de
Telefonoinjerto, en los telediarios empezaron a salir todos los días eslóganes
del tipo “Si conoces a alguien sin el móvil en su cuerpo, no te acerques a él.
Posiblemente sea peligroso y hasta puede ir armado. Avisa a la policía lo antes
posible”.
Aquello se convirtió en una
cacería de brujas. Las personas mayores fueron las primeras en caer. O no veían
el telediario o “ya no estaban para estos trotes” y sentían horror a someterse
a una operación de cualquier índole. Tras esto se persiguió a gente rica e
importante que, por los negocios turbios que les habían enriquecido, no tenían
ninguna gana de que el Estado metiera las narices en su vida. Algunos políticos
y gente que ocupaba cargos importantes en el clero también se resistieron.
Artistas que tenían cuentas en paraísos fiscales, deportistas con sueldos
astronómicos o jóvenes que pertenecían a movimientos izquierdistas también
estuvieron en las listas negras de persecución. Estas personas eran capturadas,
operadas y devueltas a sus entornos, como si fueran aguiluchos a los que se
captura para marcar y se les libera de nuevo para poder hacer un seguimiento de
ellos.
Teóricamente, volvían a sus
vidas normales y no había represalias. Pero, curiosamente, sus actitudes
cambiaban en pocos meses… siempre a favor del Estado.
Los Desconectados
conseguimos tener varios pisos francos y una ruta de escape hacia África,
donde, gracias a que en muchos países aún no se han instalados las redes
necesarias, sabíamos que esta dominación no llegaría.
Hoy en día tenemos médicos
que nos hacen una operación en la cual se simula la inserción del móvil en
nuestras manos, pero no llegan a conectarlo al cuerpo. Tenemos que cargar el
móvil como antiguamente, pero está dando un buen resultado y nos da el tiempo
suficiente como para escapar o preparar la salida de algún compañero.
Hemos conseguido liberar a
miles de personas. Son libres e independientes. Nadie domina ni su pensar ni
sus actos. Viven en algún lugar del continente africano, bajo las arenas del
desierto que no puedo desvelar por escrito para protegerles.
Para mi desgracia, el otro
día alguien dio un soplo sobre mi estado de desconexión. Mi foto ha salido en
muchos medios de comunicación de este país y de otros varios, por lo que me han
dicho. He roto toda comunicación con Los Desconectados. Solo me queda
terminar este escrito y esconderlo bien para que tú, mi futuro lector, sepas
que hubo un reducto de gente que no quiso ser dominado y luchó con cada gota de
su sangre por ti.
Mi querido lector, no puedes
ni imaginarte todo lo que daría por verte y saber de ti. Me encantaría poder
contarte todo esto de viva voz y que tú me contaras cómo es la vida en el
momento en que estás leyendo esto, pero hoy es mi último día de vida y no
podremos conocernos. Espero, de todo corazón, que seas libre de pensamiento y
obra. Si lo eres, no nos olvides y transmite nuestra existencia. Nosotros
plantamos la simiente de la libertad para que vosotros, hijos de nuestros
hijos, pudierais ser felices.
Estoy muy
orgullosa de lo que he hecho. No me arrepiento de nada y no cambiaría nada.
Recuerda, mejor morir libre que vivir controlado.
Un abrazo enorme,
Gloria.
Muy bueno me ha encantado.
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