Fue un día de
otoño, más concretamente un quince de Noviembre. Esa mañana, en el pueblo
todavía tenían todas las palabras; pero, a media tarde, la gente empezó a darse
cuenta de que había palabras que no podían decir.
Primero
desapareció la a, la palabra más corta que empieza por a. La gente decía, por
ejemplo, "mañana voy ir tu casa" o, "Ayer vi tu padre que
iba trabajar". Bueno, así, todavía no parecía tan grave. Parece que la
gente se seguía entendiendo, de hecho muchos ni se dieron cuenta del asunto...
Hidey y Carla
eran dos niñas raritas, muy raritas que vivían en este pueblo. Carla tenía unos
ojos duros y negros como el azabache. Hidey era una niña pequeña, morena,
suave, esto me recuerda a un burrito que tuvo un famoso escritor andaluz que no
escribía cuentos para niños. No daba ninguna impresión inquietante. Era un
tanto salvajilla, una chica de campo y montaña. Viéndola de lejos siempre daba
la impresión de un animalillo trotando caóticamente por un prado florido;
parecía tierna y mimosa pero, como se vio a lo largo de los acontecimientos que
sucedieron durante estos fríos días de Noviembre, era seca por dentro, con un
corazón duro y oscuro como de madera de ébano; aunque nada comparado con el
corazón de Carla, cuya maldad ya se adivinaba porque su mirada siempre era
directa a tus ojos y, una vez establecido el contacto visual, producía un
viento helado en tu interior.
Ese día las
dos amigas estaban jugando por debajo del almacén municipal del pueblo, y, en
sus correteos, acabaron descubriendo una polvorienta escalera oculta tras una
estantería. Eran niñas raritas y estas cosas no les daban miedo, sino todo lo
contrario. Así que, subieron por ella y llegando a una puerta que decía:
ALMACÉN DE PALABRAS.
-
¡Qué
extraño! - pensó Hidey.
-
Sí, ¡qué
divertido! – contestó mentalmente Carla.
Hidey y Carla
no hablaban nunca en voz alta, pero mantenían grandes conversaciones y juegos
mentalmente.
Tocaron el
pomo de la puerta y, ¡uhí, qué cosas! ésta se abrió dócilmente.
Lo que vieron
allí dentro era como la versión literaria de la cueva de Alí Babá; había
montañas de papeles, libros y legajos polvorientos. Casi al unísono, Hidey y
Carla tuvieron la misma idea:
-
Aquí hay
que hacer limpieza.
Porque, aunque
eran unas niñas raritas, eran muy limpias y cultas.
Se pusieron a
desempolvar todo aquello a base de golpes y manotazos. Encontraron una escoba y
barrieron, barrieron, barrieron todo entre risas y carreritas.
Al día
siguiente, volvieron al almacén al acabar las clases. Había sido una clase
extraña sin el uso de la palabra "a". La profesora tuvo que decir
cosas como "Laura, sal hacia la pizarra" en vez del clásico
"Laura, sal a la pizarra".
El segundo
día, Hidey y Carla empezaron a mover los libros para colocarlos por tamaños. De
pronto, se dieron cuenta de que entre el polvo que se levantaron había una
especie de pelusas que volaban alegremente y salían por la ventana. Cuando
miraron de cerca algunas de esas pelusas, vieron emocionadas que eran PALABRAS.
¡Se estaban yendo por la ventana!
Como todo el
mundo sabe, cuando las pelusas vuelan libres al viento fuerte de montaña es
imposible recuperarlas...
Ese día por la
noche, en el pueblo, ya habían desaparecido todas las palabras que empiezan por
a, b (ya no había bancos, bebidas, burros...) y c (desapareció correo, cultura,
castidad...). Cuando desapareció la d, desapareció dinero. ¡Peligroso!
Ahora sí que
todo el mundo se estaba dando cuenta de la desaparición de palabras. Empezaron
a buscar la causa de la desaparición, pero era cada vez más complicado ponerse
de acuerdo entre ellos para hacer algo efectivo. Por ejemplo, para decir
"hay que buscar a los responsables de esta desaparición y darles un buen
escarmiento para que devuelvan las palabras que han robado" sólo podían
decir "hay que los responsables del robo y darles un escarmiento para que
retornen las palabras que han robado".
Al tercer día,
Carla y Hidey estaban deseando acabar el cole para irse al almacén. Sabían que
ellas eran la causa de este desbarajuste. Se miraban y se reían, con fuertes
carcajadas... dada su malévola naturaleza.
A partir de
ese día, abrían la ventana de par en par y se dedicaban a lanzar las palabras
por la ventana. Cada vez era más y más divertido ver al resto de gente intentar
comunicarse. Disfrutaban profundamente observando cosas un poco extrañas: gente
corriendo en círculo, corrillos de gente gesticulando y sin emitir palabra
alguna, gente sentada a la puerta de sus casas, llorando y gimoteando.
Cuando ya
habían desaparecido las palabras que empiezan por a, b, c, d y e, ya sólo salía
de sus gargantas algo así como "hay que los responsables y un buen
para que las palabras que han robado".
Evidentemente,
para cuando desaparecieron los verbos y los adverbios ya les fue completamente
imposible llegar a alguna acción que fructificara en una solución de este
gravísimo problema... en un mensaje que lanzaron en una botella al río sólo se
leía "LAS LA". Antes de estos extraños sucesos, podría haber puesto
algo así como "HEMOS PERDIDO LAS PALABRAS Y LA ESPERANZA"....
Menos mal que
en el pueblo de al lado, aguas abajo, alguien encontró la botella con el
mensaje. No era la primera vez que pasaba algo parecido; un anciano del lugar
recordó que su abuelo le contó una historia rocambolesca con una botella con un
mensaje igual de enigmático y algo de un cuarto secreto en el almacén del
ayuntamiento. Así que, en dos días, llegó un delegado del pueblo de abajo con
un carro lleno de palabras y arreglaron el estropicio como buenamente pudieron.
Hidey y Carla
se apenaron porque se les había terminado la diversión, pero pudieron organizar
otro jueguecito que ellas llamaron "LOS ESCRITORES QUE NO PODÍAN PONER
SUJETO-VERBO-PREDICADO". Sólo podían escribir cosas como:
"Precaución", ¡Viva Fulano!, "No aparcar", "Venga chá",
"Whachaaaa!", "Chachi Piruli"...
Pero esa es
otra historia...
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