martes, 15 de enero de 2013

EL DÍA QUE PETER PAN REGRESÓ

EL DÍA QUE PETER PAN REGRESÓ
Macabea

A Wendy le extrañó ver la sombra de Peter Pan en su habitación. Hacía años que no sabía nada de él. De hecho, desde aquel viaje que hicieron al País de Nunca Jamás, no se habían vuelto a ver. Él le dijo que se quedara a vivir en el Árbol del Ahorcado, pero ella había elegido volver al mundo de los adultos. El tiempo había pasado y había crecido. Ya era una mujer hecha y derecha.
- Peter Pan –Suspiró Wendy. Siempre le amó, y cada noche su último pensamiento era para él. Nunca perdió la esperanza de volver a verle. Quizás por eso no dejó de contar cuentos, y había elegido como trabajo precisamente ese, inventar cuentos y escribirlos.
Por eso, cuando ese día vio su sobra por la habitación, el corazón le dio un vuelco. ¡La sobra de Peter Pan estaba en su cuarto! Se quedó sin aire en los pulmones, le trotó el corazón hasta casi salírsele por el gaznate. ¿Le vería? ¿Vendría a buscarla?
Cazó su sombra y la guardó en un cajón, como hizo cuando era niña. Estuvo esperando con la ventana abierta durante horas hasta que, por fin, vio una figura recortada contra la Luna.
Era Peter. El estómago se llenó de lagartijas caminando alocadamente de un lado para otro. No quería moverse, no quería respirar ni pestañear, por si era un sueño y cualquier alteración del espacio-tiempo hacía que reventará como una pompa de jabón. Solo quería contemplarle. Que el reloj se parara para siempre.
La figura fue acercándose a la ventana despacio. No era un vuelo regular. Iba y venía de un lado para otro. Nerviosa. Casi parecía un moscardón que fuera libando de flor en flor. De pronto desapareció y apareció delante de ella. A un palmo, solo a un palmo. Aspiró ese aroma de hierbas aromáticas que siempre envolvía a Peter.
- Hola Wendy.
- Hola.
- ¿Has visto mi sombra, Wendy?
- Hola Peter – Wendy quería preguntarle un millón de cosas. Quería abrazarlo, besarlo y sentirle cerca, pero su boca y su cuerpo se negaron a hacer todas estas cosas – Sí, la he visto. La cacé y la tengo en un cajón encerrada. Se te ha escapado.
- Sí.
Wendy fue hacia el cajón y cogió la sombra de Peter. Cuando se dio la vuelta, Peter había entrado en la habitación. Estaba cerca de la ventana con las manos en la cintura y las piernas levemente abiertas. No lo recordaba tan alto. No lo recordaba tan, tan,... tan hombre.
- Peter, estás distinto. - Dijo Wendy desconcertada con el ceño un tanto fruncido.
- Tú también has cambiado, Wendy.
Sí, ella también había cambiado. No solo por fuera, sino por dentro. Había intentado atarse a la infancia con todas sus fuerzas, pero llegó un momento en el que la vida le forzó a crecer.
- Aquí tienes tu sombra. ¿Quieres que te la cosa?
Peter la miró con cara de curiosidad. Sus ojos relampaguearon. Su expresión cambió. Ya no era la de un niño. Sus ojos se entrecerraron. Una sonrisilla ladeada apareció en una de las comisuras de su boca mientras daba un par de pasos.
-   Ya no somos lo que éramos. – dijo Peter.
-   Peter, me estás asustando. ¿Qué te pasa?
Peter ya no andaba dando pequeños trotes como Wendy recordaba. Ahora parecía más bien un leopardo acercándose a una gacela. Era un caminar lento, elegante, silencioso.
- Peter, aquí tienes tu sombra. No me mires así. Para. No te acerques más, por favor. - Wendy se estaba poniendo muy nerviosa. El pánico empezaba a adueñarse de ella. - ¡Peter, he dicho que pares! - Chilló.
- ¿Qué pasa, mamá Wendy? ¿Ya no quieres a tu hijito?
La voz de Peter había cambiado totalmente. No solo el tono, sino también el contenido de sus palabras. Ese tono irónico le daba un aspecto terrorífico.
Cuando Peter estaba solo a un par de metros de Wendy, se abalanzó sobre ella. Fue un movimiento rápido y veloz. Del impulso, ambos cayeron al suelo, ella tumbada debajo y él sentado encima. Peter comenzó a acariciar su rostro y el pelo, despacio, mirándola con unos ojos conquistados por las pupilas.
- Pobre Wendy, pobre Wendy. Abandonó a su Peter y creció.
Wendy temblaba. Lo que en un principio parecía un sueño se había convertido en pesadilla. Intentó quitarse a Peter de encima, pero parecía que pesara una tonelada.
Peter acercó su mejilla a la de Wendy, mientras apoyaba una mano en su tripa. Sintió el calor de su piel sobre su cara. Wendy había soñado con aquello miles de veces. Esa sensación la había imaginado muchas noches, abrazada a la almohada. Un susurro llegó hasta su oído.
- Llevo mucho tiempo deseando esto.- Dijo Peter.
Wendy sintió un dolor terrible en el estómago. Miró a Peter con lágrimas en los ojos y la boca compungida. Quería decirle a Peter que parara, que le estaba haciendo daño. Quería preguntarle qué le había pasado... Quería decirle que ella podía ayudarle, que nunca le había abandonado. Pero, lo único que salió por su boca fue un borbotón de sangre. Peter le dio un beso largo y profundo, lamió la sangre que salía de su boca y luego alzó la mano que hace un rato tenía apoyada en su estómago. Estaba llena de sangre y las tripas de Wendy colgaban entre sus dedos. Se las llevó a la boca y las devoró tranquilamente, bocado a bocado, como si fuera la mayor de las delicatessen.


2 comentarios:

  1. Madremia Macabea. Desdeluego no recordaba así este personaje de mi infancia. No recuerdo que fuera tan salvaje y tan condenadamente violento y amenazante. Me mola más este XD

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    1. Se la tenía que haber......jajajaajaajaja!!!!...Muy bueno, me has traido a la memoria la historia de este gamberrete desvergonzado que casi tenía olvidada. Esta revisión tuya es, como nos gusta aquí.¡¡Inquietante!!... Por cierto. ¿Os acordais del cocodrilo aquél que se tragó un reloj?...¿ya lo habrá cagao?
      Ah!, por cierto si le ha hecho esto a la pobre Wendy por abadonar el País de Nunca Jamás, ¿qué no le habrá hecho al Capitán Gárfio? Seguro que lo tiene decorando su salón. Jur, jur, jur. Muy bueno Macabea Cat!!!

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