Círculo vicioso, Tania A. Alcusón
Necesito escribir de nuevo en tus
páginas. Vuelvo a ti, después de años sin tocarte y sin dejar ni huella, desde
que el doctor me dijo que ya no era necesario anotar más mis sentimientos ni
releerme día a día. Y hoy vuelvo con algo que sé que puede resultar demasiado
impactante de releer para mí a posteriori. Quizás irreal. Pero lo cierto es que
ahora lo recuerdo todo de manera muy confusa, y antes de olvidarlo, quiero dejar
constancia de lo que he ¿visto? ¿soñado? No soy capaz de distinguir si fue una
oscura pesadilla o un reflejo de una realidad oculta ante mis ojos. Fuese lo
que fuera, permanece como un eco que me retumba en la cabeza. No sé si podré
sacarlo de una manera fiel…
Llevaba varios días sin disfrutar de
un sueño placentero, intentando sobrevivir a jornadas intensivas de citas
interminables de marketing y a trabajos nocturnos mal pagados y ruidosos. No
recuerdo dormir bien en mucho tiempo y el cansancio empieza a hacer mella en el
umbral de la consciencia cuando se abusa demasiado. En verano, las terrazas de
los pubs se llenan de gente que demanda servicio de alcohol a discreción y
comida basura hasta el amanecer. Yo lo puedo aprovechar para sacar un sueldo extra
aún a costa de no descansar en varios días seguidos. Esa es mi rutina de verano
desde hace unos cinco años, y la verdad es que luego me va estupendo para
obtener los beneficios de la hormiguita durante el invierno.
Suelo volver andando a casa sola,
haciendo repaso del día, pero esa noche quise coger el tren porque estaba
lloviendo y no quería atravesar el parque. No hacía frío, pero esas tormentas
de verano te empapan clavando sus gotas gordas y punzantes hasta dejarte
chorreando, mientras salpican en la tierra llenándote los dedos de los pies de
arena que se pega a través de las sandalias. Además era especialmente tarde, y
ya iba justa de tiempo para alcanzar el último tren.
Cuando bajaba a los andenes, me di
cuenta con disimulo de que una pareja que estaba apoyada en la pared, se mecían
el uno contra el otro con lujuria. No había nadie más en la estación, y
escuchaba perfectamente sus gemidos contenidos. Parecían llevar un buen
calentón encima, y yo no podía evitar mirarlos de reojo mientras buscaba un asiento
tras una columna para que no pudieran verme.
Ella llevaba una minifalda de cuero
que dejaba ver el pliegue de su culo cada vez que él la apretaba contra su
cuerpo. Y él, con sus pantalones beige y una camisa desabrochada en la parte
superior del pecho, llevaba un colgante de oro bastante grueso que llamaba la
atención. No pude distinguir, entonces, qué era aquello pero parecía una
alianza. Y ella la tocaba continuamente, acariciándola, para limpiarse la mano
en la falda inmediatamente después. Me pareció un ritual muy curioso, y más
dado que el hombre, no sólo no parecía darle importancia sino que le sonreía
como un tonto cada vez que lo hacía. Hablaban en otro idioma, parecía
caucásico, y rían a cada minuto. En un momento dado, cuando él quiso meter sus
manos por debajo de la falda, ella soltó una carcajada retirando sus manos con
cachetes cariñosos. Fingiéndose ofendida mientras sonreía divertida, se separó
un poco de él dándose la vuelta. No era guapa y tenía la piel algo estropeada,
además, me pareció mayor de lo que aparentaba por su buen cuerpo y su manera de
vestir. Parecía buscar algo en su bolso y se entretuvo unos minutos. Supuse que
sería un condón y me agobié pensando que iban a montárselo allí mismo, delante
de mí. Pero de espaldas a él todavía, y para mi sorpresa puesto que estaba de
cara a la posición donde yo me encontraba, lo único que sacó fue una jeringa
con un líquido blanco dentro, que en un giro rápido, clavó acertadamente en el
pecho de él. Lo he visto hacer en películas cuando ponen inyecciones de
adrenalina a alguien que ha sufrido un paro cardíaco o una sobredosis de
heroína. Él, estupefacto, ni siquiera reaccionó al momento, sólo vi sus ojos
entrecerrarse mientras se dejaba caer por la pared sin poner oposición, sin
fuerza alguna. Con cuidado, ella lo sujetó y lo ayudó a tumbarse en el suelo,
mientras él balbuceaba horrorizado intentando agarrarse a ella sin lograrlo.
Ella, sonriente, sacó un cutter, de esos que tienen hoja muy fina y precisa, y
mirándole con una extraña ternura, comenzó a desabotonarle la camisa cortando
los botones directamente. Puso el colgante sobre su pecho, bien centrado, y
comenzó a hacer una serie de movimientos rápidos y secos con la hoja de acero
sobre el torso desnudo. Parecían cortes al azar, pero el colgante ni se movió
de su sitio. Él intentaba gritar patética e inútilmente mientras ella seguía
concentrada en su tarea, incidiendo con más fuerza en los cortes iniciales.
Y yo… estaba absorta, asustada,
sorprendida e hipnotizada con la escena. La sangre oscura resbalaba formando
hilos que ella seguía con el cutter, hasta llegar al suelo formando pequeñas
salpicaduras rojas. La mujer se puso en pie, y al retroceder de espaldas
resbaló en la sangre cayendo hacia atrás. Enseguida se levantó y se apartó unos
metros más de él. En la distancia, con ojos vidriosos, parecía estudiar lo que
había hecho mientras mantenía una sonrisa extraña viendo cómo el hombre se
retorcía vagamente en el suelo. Y volvió a meter sus manos en el bolso… Ese
bolso rojo: saco sin fondo, tan inusual en contenido y tan corriente en su
continente a la luz del día. El corazón me saltaba en el pecho cuando sacó una
caja metálica que contenía alambre de espino enrollado. ¡¿Alambre de espino en
la ciudad?! ¡Qué locura! Él, casi había perdido la conciencia, por lo que
seguía sin oponer ninguna resistencia cuando ella empezó a rodear su cuello con
el alambre. El primer tirón quedó tenso sobre la piel, pero en el segundo
tensado, varios pinchos mordieron la piel apretando hasta abrirse paso, y algunas
gotas de sangre salpicaron la camiseta clara de ella. Recuerdo la pierna
temblando en la tercera sacudida del alambre... Una línea fina de sangre se
dibujó en la garganta de la víctima y su pierna seguía temblando con sacudidas
espasmódicas. Cuando los movimientos cesaron, ella apartó la alianza a un lado,
y con el cutter comenzó a desollar la piel donde, segundos antes, se había
apoyado la joya. Alguna sacudida más de pierna, pero había un silencio absoluto
sólo interrumpido por ella mientras canturreaba y por mi respiración acerelada
que tronaba en mis pensamientos. Volvió a dejar el anillo sobre la parte
despellejada. Observó, alzándolo, el trozo de piel que había arrancado y lo
colocó sobre los labios de él, fijándolo con grandes alfileres rojos sustraídos,
con mano rápida, de uno de los bolsillos exteriores del bolso. A la altura de
cada una de las costillas -ella continuaba con su juego ladeando la cabeza y
mordiéndose la punta de la lengua- hizo unos cortes profundos, que hicieron
rechinar la cuchilla contra los huesos. Acto seguido, se incorporó y volvió a
separarse unos metros. Dio unas palmadas con alborozo y realizó una llamada. Al
momento, bajaron dos guardias de seguridad que retiraron el cadáver de la
estación. Sin preguntas, sin miradas, con total normalidad. Ella fue detrás de
ellos y las luces de la estación se apagaron. Y yo debí desmayarme porque no
recuerdo ni siquiera cómo salí de allí...
Podría haber sido una ensoñación.
¡Ojalá lo hubiese sido! En cualquier caso, estuve varios días de baja por
estrés y, por supuesto, no he vuelto a bajar a la estación. No tenía claro lo
que había ocurrido, y en ningún momento posterior he visto ninguna noticia
relacionada con aquella noche. Como si no hubiese ocurrido jamás. Pero esta
tarde alguien ha dejado en la terraza del bar una revista del suplemento
dominical ¡Ay, Dios, reproduzco aquí lo que ponía!
“Círculo vicioso”, la obra prima de
la artista Anne Kostonova, levanta controvertidas críticas sobre el amor y su
efecto bucle en las emociones. La autora de tan original obra, dice haberse
inspirado en una antigua relación rota en la que quedó atrapada emocionalmente
una y otra vez contra su voluntad , por puro vicio afectivo. La obra, que ha
levantado ecos airados en la sociedad más conservadora por considerarse inmoral
e indecente, muestra una cabeza mutilada unida a un torso desnudo masculino con
una apariencia inusitadamente real, cuyo único adorno es una joya al cuello. El
hombre, con las cuencas del ojo vacías y los labios cosidos a un corazón de
piel, representa, según palabras de su creadora, al amor ciego, y las palabras
que ya no son necesarias cuando los corazones quedan unidos por el círculo
vicioso del amor.
¡“Círculo vicioso” lo ha llamado, la
cabrona! Una imagen obscena, con una alianza en el cuello descarnado, me miraba
desde la foto de la muestra de una exposición de arte. Aún sigue grabada en mi
retina, eso sí que no podré borrarlo de mi mente.
Buen relato, muy bien narrado y con un final bastante ejeno a lo convencional. Mientras lo leía me estaba pasando como a Agustín Jiménez, gran cómico, mientras visionaba la película de Clint Eastwood, Los puentes de Madison. Comenta que, viéndola, se pasó toda la película esperando que su ídolo, Clint, hiciera alguna de las suyas, le descerrajara un tiro en la cabeza a su amante o al menos reventara algún puente, cosa que al final no sucede. Y eso es porque Clint ha de ser Clint en cada una de sus filmaciones. Pues a mi con Tania me ha pasado igual. A medida que iba leyendo, mis ansias caminaban cada vez mas rápidas a la espera de ver qué hacía con las ventanas al mundo que Dios nos concedió cuando nos dió vida a través de la arcilla primigenia. Y por fin, tarde pero concisa, esa mutilación aparece y mis ansias se ven mitigadas. Es que, ciertas personas, cuando hacen de un acto su sello es muy difícil ignorarlo. Gracias FanZine. Gracias Tania. Cuídate muchísimo!!!
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