Poema Z,ocurrió en la ciudaz. Carlos Lapeña- Juapi.
Ilustración, Juapi |
No surgieron del mar
ni de los bosques,
ocurrió en la ciudad
a plena luz,
lejos de los modelos
literarios
que proponen la noche
y la tormenta
para hacer realidad
las pesadillas.
En la ciudad
surgieron, en las casas,
y tomaron las calles
sin remedio.
La podredumbre y el
hedor no eran
al principio
evidentes, pero luego,
con el calor del sol
y del asfalto,
fueron inevitables y
tangibles
hemorragias y llagas,
flacidez
de músculos y
órganos, de cuerpos.
Carne podrida dentro
de los trajes,
dentro de los
vestidos, los zapatos.
Y como obedeciendo a
un viejo instinto,
la carne se lanzó
contra la carne,
a dentellada limpia
(es un decir),
a mordisco, a
zarpazo, entre gruñidos
y gritos y chasquidos
animales.
Dio igual hombres,
mujeres, niños, viejos...,
cuerpos se abalanzaban
contra cuerpos
con hambre irracional
y sed absurda.
En poco tiempo el
caos fue el nuevo orden
y las extremidades mutiladas
la forma habitual de
anatomía.
Y no se veía el fin,
no había reposo,
los miembros y los
órganos seguían
moviéndose y buscando
su alimento...
Y todo era alimento y
todo boca.
Y así ocurrió el
final apocalíptico.
La muerte en su
versión más nauseabunda,
la muerte que no
llega y que no alivia,
regodeo mortal en la
tardanza
carnívora y caníbal y
aberrante.
Las causas no se
hallaron en un virus,
ni en un raro
incidente radiactivo;
fue algo más sencillo
y más terrible,
el miedo aderezado
con la envidia
de un vecino
cualquiera, de un extraño,
en la ciudad en
crisis y culpable.
Mas nadie pudo ya dar
fe de aquello...
Perdón, sí que hubo
un único testigo.
En lo alto de la
torre el viejo ángel,
los ojos amarillos y
las alas
negras, como las uñas
y los dientes,
admira complacido su
gran obra.
No hay comentarios:
Publicar un comentario